Regiones de campo
El amplio campo general, donde se pelean las grandes batallas de la fe, según una breve introducción al discernimiento del conflicto de paradigmas, podría subdividirse en varias regiones, de acuerdo al contenido, que podríamos llamar dogmático.
Dogma se ha dado en llamar a cada una de las grandes verdades reveladas por Dios, y que se derivan directamente de las Sagradas Escrituras. Por ejemplo, podríamos reconocer algunas regiones de ese campo general, en el mismo hecho de la Revelación Divina acerca de Dios mismo como Uno y Trino; igualmente en lo relativo a la Encarnación del Verbo de Dios, a la Expiación, a la Resurrección, al Espíritu, a la Justificación por la Fe, a la vida santa, al cuerpo de Cristo, al propósito eterno de Dios y el futuro.
También, por otra parte, se reconocerían regiones especiales del campo de batalla, en aquellos respectos que han sido característicos del judaísmo y cristianismo bíblicos, tales como los conceptos mismos de revelación, creación y redención, que caracterizan a estas dos grandes religiones complementarias.
Pero todos estos ítems fundamentales de la fe revelacional bíblica, que constituyen las columnas del paradigma llamado «de la Simiente de la mujer», en contraposición al llamado «de la serpiente», tienen su mismo nido en el hecho histórico de la existencia de las Sagradas Escrituras: El Antiguo y Nuevo Testamentos.
De manera que la Bibliología llega a resultar el campo de batalla medular, la punta de lanza, donde se juega el pulso contra la apostasía y la herejía. Sí, la apostasía ha escogido como uno de sus blancos favoritos, la sacralidad de las Escrituras judeo-cristianas. Así como la herejía brota en las regiones de la hermenéutica.
La batalla alrededor de la revelación divina
Los grandes líderes que ha conocido la humanidad, a quienes los hombres siguen, y que se alinean bajo una u otra bandera paradigmática, desde la más arcaica antigüedad, alinderaron sus posiciones en relación a la Revelación Divina. El hecho, pues, de ésta, hace que los hombres se identifiquen o con el paradigma «de la Simiente de la mujer», o con el paradigma «de la serpiente».
El Sefer Toledot Adam nos presenta el significativo relato primigenio del asalto de la serpiente a la inocencia humana. Por eso la apocalíptica sacra neotestamentaria le llama al dragón como el engañador de las naciones. Y el Toledot recién mencionado y otros rollos sagrados (como Isaías y Ezequiel), nos desnudan el núcleo de la intención draconiana. Se intenta sustituir a Dios por sí mismo, para lo cual se le tergiversa con el propósito específico de hacerle malentendido y desfigurar su verdadero carácter y el de sus propósitos. Y esto se realiza con el fin de usurparle la debida adoración.
Esa es la raíz de la paganización, la cual está detrás de las teogonías y teurgias mitológicas. Teogonías en cuanto al supuesto origen de los llamados dioses; y teurgias en cuanto a sus supuestas obras. La llamada Nueva Era de hoy, es apenas la misma vieja era de nuevo.
A las teogonías y teurgias siguen las cosmogonías, hasta desembocar en los variados evolucionismos actualizados. Tales son las raíces religioso-filosóficas y pseudo-científicas del paradigma draconiano contemporáneo.
Grandes influencias sobre la humanidad
Investigadores actuales y anteriores, colocan a Jesús, Mahoma e Isaac Newton, como las mayores influencias sobre la humanidad, seguidos quizá por Marx, Nietzsche, Freud y Darwin. Otros quisieran ver en esa lista privilegiada quizás a Moisés, Pablo y Lutero, a Buda y Zoroastro, Kant y Hegel, Kierkegaard o Heidegger, Einstein y algún otro moderno o posmoderno.
Difícilmente todos estarían de acuerdo, por causa precisamente de la escogencia de paradigma en las simpatías de carácter personal. Dios mismo nos ha concedido este breve (en relación con la eternidad) paso por la vida, para que tengamos la ocasión de tomar posición personal, aunque Él soberanamente se reservó, por gracia y por derecho, a los niños y a los abortados, además de «la descendencia de la mujer» del apocalíptico protoevangelio.
En cuanto a Jesús, el Señor Jesucristo, Su bibliología y Su hermenéutica fueron fideístas; es decir, fieles al contenido de la Revelación Divina en las Sagradas Escrituras. Enseñó que las Escrituras no pueden ser ignoradas ni abrogadas, sino que los cielos mismos y la tierra pasarían antes que fallase una sola yod o daguesh lane de ellas en cumplirse. Ante toda tentación respondió con el «Escrito está». Y aún en Su resurrección histórica se ocupó de enseñar lo que las Escrituras decían.
Así que el paradigma genuinamente cristiano es fiel a la mente de Cristo, pues es formada por él. Mahoma mismo confesó en el Korán al Señor Jesucristo como Verbo y Mesías ascendido que regresará, pero sin entender lo que eso significa; por eso son hoy los musulmanes, y no la cristiandad, los que guardan, en el Monte de los Olivos, la mezquita que recuerda Su ascensión. Mahmud Ahmadinejad, líder chiíta iraní actual, presidente de Irán, confesó recientemente en las Naciones Unidas, el retorno de Jesucristo acompañado del esperado Mahdi chiita.
Newton realmente se preocupó más de profecía que de la gravitación universal. Su libro Principios Matemáticos de Filosofía Natural, según él mismo confiesa, era apenas para él un ‘hobbie’; lo que realmente le trasnochaba era entender a Daniel y al Apocalipsis de la Biblia. Su obra al respecto es sobresaliente y recomendable, especialmente lo que tiene que ver con el desarrollo de los 10 cuernos de la cuarta bestia de Daniel 7.
Marx, en su juventud, escribió acerca de las palabras de Jesús registradas por el Evangelio según Juan 15. Luego apostató y se declaró abiertamente poseedor de la espada del príncipe de las tinieblas, y cuya pasión era destruir el mundo que le estorbaba en su camino al caos y a la destrucción. La poesía de Marx habla más alto que su Capital y sus manifiestos controlados por Engels, el agente de la plutocracia que lo utilizaba.
Nietzsche, en el manicomio, y al final de su vida, con la mayor de sus corduras confiesa a Jesucristo, sin negarle los laureles de la victoria sobre su peor enemigo, según él mismo se decía antes; ahora prefiere deshacer el mito del anticristo para tristeza de sus biógrafos idólatras.
Freud se desmaya en los brazos de Jung, que capitanea el mundo del ocultismo, y confesó ver de lejos, en sus experiencias paranormales, a la ciudad celestial, a la cual confesó no tener acceso.
Darwin confiesa preocupado en su ancianidad a Lady Northfield, mientras estudia la Epístola a los Hebreos, que sus escritos evolucionistas eran pensamientos inmaduros de su juventud que habían sido convertidos en religión por los hombres.
Moisés confiesa que el Mesías vendría y era necesario oírle para no ser desarraigados. Pablo vive en Cristo y para Cristo. Lutero, procurando entender a Pablo, se declara también verdaderamente cristiano.
Buda, en su antropología atea, busca escapar. Zoroastro aprende de Daniel, jefe suyo en Persia, y su escatología integra en el Yasna, Bundahish y Zend Avesta la esperanza mesiánica de Daniel, que los magos de la estrella de Belén siguen.
Kant se doblega moralmente a la crítica de la razón práctica. Hegel se pretende la manifestación divina, cual la serpiente. Kierkegaard prefiere dar el salto de fe en su existencialismo teológico. Heidegger, agnóstico, se vuelve a la poesía, y confunde a Bultman. Einstein dice apenas entender los bordes de los pensamientos de Dios.
Pero el Señor Jesucristo dice: «Quien me ha visto a Mí, ha visto al Padre…Nadie viene al Padre sino por Mí. Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida».
Deberíamos, pues, dedicarle, Dios mediante, un tiempo, por lo menos, a la panorámica de la Bibliología Histórica en este discernimiento del conflicto de paradigmas.
Gino Iafrancesco