Una mirada al microcosmos de la vida de la iglesia local.
Lecturas: Lucas 10:38-41, Juan 11:1-44; 12:1-8; Lucas 24:50-51.
En las Escrituras, encontramos cuatro eventos asociados al Señor Jesucristo que tienen que ver con la ciudad de Betania, con el hogar de Marta, María y Lázaro. En estos cuatro episodios, el lugar preeminente lo ocupa el Señor Jesucristo.
El pasaje de Lucas es el primero. Aquí tenemos una escena que se vivió en Betania. Betania era una pequeña ciudad cerca de Jerusalén, poco más allá del monte de los Olivos, por el lado opuesto al Getsemaní.
Había muy poca distancia entre estas dos ciudades. Jerusalén era una ciudad grande, y allí estaba el templo. Era el centro religioso de toda la nación y de todos los judíos que estaban dispersos por el mundo. En el templo estaba el sacerdocio ejerciendo su ministerio. Allí se cumplía estrictamente el orden de Dios dado en el Levítico, y las instrucciones de David a su pueblo. Todo estaba centrado en Jerusalén.
Rechazado en Jerusalén
El Señor intentó desarrollar su ministerio en la ciudad de Jerusalén, y limpió el templo, intentando despejar el camino para que él pudiera estar en su casa. Ese templo estaba contaminado. Era la casa de Dios; sin embargo, había muchos mercaderes allí. Entonces, el Señor intenta hacer de esa casa realmente lo que era, una casa de oración. Entonces, él dice: «¿Por qué habéis hecho de la casa de mi Padre una cueva de ladrones?».
En ese momento, todavía el templo era «la casa de mi Padre». Sin embargo, cuando llega el fin de su ministerio, cuando él llora sobre Jerusalén, después de haber sido rechazado sistemáticamente, una y otra vez, de diversas maneras, él dice: «Vuestra casa será dejada desierta». No dice «la casa de mi Padre», sino «vuestra casa». El templo ya había dejado de ser la casa de Dios. Entonces, después, los discípulos, le dicen: «Mira, qué piedras y qué edificios», y el Señor les dice: «De cierto os digo, que de esto no quedará piedra sobre piedra que no sea derribada».
Así fue cómo el templo de Jerusalén, la gran atracción del mundo religioso, dejó de ser la casa de Dios. Dios ya no habitaba allí, sino que habitaba en la persona del Señor Jesús. Por eso, en Juan capítulo 2, dice: «Aunque derriben este templo, yo en tres días lo reedificaré», y «hablaba del templo de su cuerpo». En ese momento, él ya era el templo de Dios.
Pero después, cuando nosotros vamos al libro de los Hechos, el testimonio de Esteban es muy claro, pero él también fue rechazado. El testimonio de Esteban es que los tiempos de Moisés habían mudado, y que habían llegado tiempos nuevos. Este es el testimonio acerca de la iglesia como templo del Espíritu de Dios.
Entonces, hay una transición desde Jerusalén a Cristo en su cuerpo de carne. El templo primero; luego Cristo en su templo de carne, y después la iglesia como cuerpo de Cristo.
Como ustedes saben, la suerte de Jerusalén fue muy triste. El templo fue derribado en el año 70 después de Cristo, y efectivamente, no quedó piedra sobre piedra.
Pero, antes de eso, aquí, en este pasaje de Lucas capítulo 10 y en otros pasajes que veremos, hallamos al Señor mostrándonos anticipadamente, como en una metáfora, cómo sería la casa donde él habitaría, cómo habría de ser la iglesia en el tiempo neotestamentario. Porque un nuevo sistema religioso se establecería aun dentro del cristianismo, a imitación del sistema religioso judaico. La propia enseñanza del Señor sería tergiversada, de modo que llegarían a constituir también una religión, también con templos sagrados, con servicios sacerdotales, con rituales muy rigurosos, con formalismos y tradiciones. Con el paso de los siglos, eso es lo que ha venido a ocurrir.
La actual cristiandad ha tomado tantas cosas del modelo judaico, que es asombroso ver cómo se repite la historia, cómo se repiten los mismos errores que cometieron los judíos: un libro sagrado, un lugar sagrado, un sistema sacerdotal, un conjunto de tradiciones que tienen tanto valor como la palabra de Dios. Eso es lo que pasaba con los judíos; eso es lo que ocurre hoy en día con la cristiandad.
Entonces, ¿cuál es el trabajo del Señor hoy por su Espíritu? A las puertas de la venida del Señor Jesucristo, el Señor está trayendo una renovación profunda, no sólo de cosas externas, sino de lo esencial; un cambio de dirección absoluta, de tal manera que Cristo pueda tener otra vez su iglesia como él la diseñó, donde él sea el centro y también la circunferencia, donde él esté en el centro y esté en los extremos, donde Cristo sea el todo y en todos.
No necesitamos nada más aparte de Cristo. No necesitamos una clase especial de vestiduras, ni una cierta formación teológica. No necesitamos absolutamente nada más, porque Cristo es suficiente, porque él es la vida, porque él es la verdad, es la realidad. La verdad es la realidad; no la apariencia. No es un gozo externo, es un gozo profundo. No es una vida de apariencias, es una vida real, que surge del corazón por el Espíritu Santo.
Dios está restaurando su iglesia conforme a su modelo, y aquí tenemos una metáfora de lo que es la iglesia: Betania.
El comienzo
El Señor Jesús no encontró cobijo, no encontró acogida en Jerusalén. Entonces, él caminaba un poco más y llegaba a Betania. Y cuando él llegaba a este hogar en Betania, todo giraba en torno a su persona. Aquí tenemos a dos mujeres que están centradas en él; una de una manera; otra, de otra manera. El Señor aprueba a una y reprueba a la otra.
¿Cuál es la diferencia entre estas dos mujeres? Las dos amaban al Señor, las dos querían servir al Señor, tenían muchos deseos de agradar su corazón. Eso es muy bueno. Todos nosotros queremos al Señor, todos queremos servir al Señor; pero hay una forma aprobada y hay una forma reprobada. Entonces, aquí el Señor nos muestra cuál es la forma que él quiere.
Marta estaba muy afanada. Había perdido la paz; ella estaba llena de inquietud y de zozobra, llena de muchos quehaceres. Y el Señor llamó su atención: «Mira a tu hermana; ella ha escogido la mejor parte». ¿Y qué es lo que hacía María? Ella hacía tan poco; prácticamente no hacía nada.
Si nosotros tenemos que aplaudir los méritos de estas dos mujeres, entonces tendríamos que aplaudir a Marta, porque ella estaba preocupada de si el Señor tenía hambre; en cambio, María estaba sin hacer nada, a los pies del Señor, oyendo su palabra. Y allí, el griego nos da a entender que ella permanecía en esa actitud de oír al Señor. No era un escuchar momentáneo, sino era una atención permanente y duradera.
¿Cómo podemos conocer a una persona? Escuchándola. Las palabras del Señor mostraban su corazón; él se revelaba a través de lo que hablaba.
Nosotros tenemos más necesidad de escucharlo a él que de hacer cosas para él. Ese es un gran problema que tenemos que corregir. Estamos acostumbrados a hacer cosas para Dios, y si no las hacemos nos sentimos incómodos; entonces, no estamos en paz. Sin embargo, aquí el Señor nos muestra que nosotros nada podemos hacer para él si primero no le escuchamos atentamente. Por eso, en muchos pasajes de la Escritura, se nos muestra que, cuando intentamos hacer cosas para Dios, él tiene que interrumpirnos. Cuando nosotros queremos hablar antes de oír, el Señor nos hace callar.
Pedro, muchas veces, habló, y Dios tuvo que interrumpirlo y tuvo que corregirlo. Y Pedro quedó muy avergonzado. Aquí también, María no habló; pero habló Marta, apresuradamente, y el Señor tuvo que corregirla. ¿Por qué? Porque ella no había estado escuchando primero. Nosotros no podemos hacer algo para Dios sin escuchar primero. Lo primero que tenemos que hacer cuando venimos al Señor es cerrar la boca y abrir los oídos. Y también abrir los ojos para contemplarlo.
Por eso, muchas veces ha ocurrido que personas muy grandes e importantes en el mundo religioso, cuando tienen un verdadero encuentro con Cristo, cuando llegan realmente a conocer lo que es la casa de Dios, y ellos intentaron enseñar, o predicar, intentaron hacer lo mismo que habían hecho por años, el Espíritu los hizo callar, y se sintieron avergonzados. Y tuvieron que pasar meses, a veces años, en silencio, escuchando, aprendiendo, contemplando.
El conocimiento de Cristo que nosotros traíamos antes de conocer realmente a Jesús, puede ser más un estorbo que una ayuda, porque está lleno del elemento humano, porque está lleno de teología. Mas, el verdadero conocimiento del Señor Jesús sólo lo puede dar el Espíritu Santo. El Señor Jesús dijo: «Él vendrá, él dará testimonio de mí, él os revelará todas las cosas, él os guiará a toda la verdad, él dará testimonio de mí, y vosotros también».
Pero primero, «él dará testimonio de mí». El único que puede hablar con certeza acerca de Jesús es el Espíritu Santo. Nosotros no podemos, aunque lo intentemos. Aunque intentemos una frase bonita, no sirve. Tiene que salir de acá, del corazón, no de la cabeza. Del corazón, donde está el Espíritu de Dios, porque él es único que sabe hablar de Jesús.
Entonces, para que nosotros cambiemos el foco de nuestra acción, para que dejemos de confiar en nuestra mente y nos volvamos al testimonio del Espíritu en el corazón, tiene que haber algunos fracasos, tenemos que ser avergonzados algunas veces, para darnos cuenta de que la carne y la sangre no pueden – sólo el Espíritu de Dios.
Entonces, Marta fue interrumpida y María fue alabada. Esta es la primera escena que ocurre en Betania, y aquí nos muestra cómo tiene que estar la iglesia delante del Señor, cómo tenemos que comenzar a vivir la vida de iglesia, cómo comenzaremos a conocer realmente al Señor. Este es el comienzo: no haciendo cosas para él, no perdiendo la paz por cosas externas, sino sentándonos a los pies de Jesús, oyéndole, contemplándole, aprendiendo a amarle.
Este es el comienzo, sentados a los pies. Él es el Señor, él es tan importante. Nos hace tanto bien que nosotros bajemos de nuestra altura, que nuestra cabeza no esté por encima de la de él, que no esté más arriba que sus rodillas. A los pies del Señor. Que quede muy claro, que él está por encima, que nosotros somos siervos. Él es el Señor.
Los amigos tienen que morir
Veamos la segunda escena, en Juan capítulo 11. En este capítulo, encontramos la acción que se desarrolla también en Betania, en la misma casa de Marta, María y Lázaro. Y aquí se nos revelan algunos aspectos muy interesantes de la relación de Jesús con esta familia.
Ustedes saben que en griego hay varias palabras para decir amor, a diferencia del español o el portugués. Y aquí nosotros encontramos, en este pasaje, que el amor de Cristo hacia esa familia era muy completo. Su amor era el amor ágape (v. 5), y también el amor fileo (vv. 3, 36), las dos clases más nobles de amor. El primero es el amor con que ama Dios a sus criaturas, y el segundo es el amor con que ama un hombre a su amigo. El amor de Dios, en que se involucra la voluntad, la totalidad del ser, y también el amor de sentimientos y emociones que es propio de los seres humanos.
El Señor Jesús amaba de estas dos maneras a esta familia. Es decir, para ellos, él era el Señor, mas también era su amigo. Esta vislumbre del Señor Jesús nos conmueve mucho. Él tenía una relación horizontal con ellos. Él encontraba en ese lugar no sólo una acogida como Dios, sino como amigo. Porque nosotros tenemos necesidad de amigos, porque nosotros no somos seres unilaterales o simples. Nosotros somos seres complejos; nuestro corazón es amplio, y nosotros también necesitamos tener amigos. Y aquí, el Señor Jesús tenía esta familia, a los cuales él amaba con amor ágape y con amor fileo.
Pero un día, ocurre una desgracia sobre esta familia. Todo estaba claro, y de pronto viene la noche. El Señor Jesús comía con ellos, y ellos se alegraban con él. Él abría su corazón con sus amigos, y los amigos lo comprendían. Él podía decir sus secretos para ellos; porque esa es la diferencia entre un amigo y otro que no lo es. Cuando usted tiene amigos, usted puede hablar los secretos con ellos, puede abrir el corazón con confianza. Entonces, nosotros podemos ver que el Señor Jesús tiene seguidores, tiene siervos y también tiene amigos. Hay algunos que son sólo servidores, y otros que también son servidores y amigos.
En el libro de Génesis capítulo 18, vemos que Dios tenía un amigo sobre la tierra, y ese hecho es una cosa extraordinaria. Un día, Dios decide ir a ver a su amigo Abraham, en persona. Dios bajó del cielo, caminó como un hombre, y fue a ver a su amigo Abraham, y le llevó un regalo, como los amigos hacen con sus amigos: la noticia de un hijo que iba a tener. Y su amigo Abraham le atiende con comida, y después de la comida, ellos conversan, y salen a caminar juntos. Y en ese paseo, Dios le dice a su amigo: «Voy a destruir Sodoma y Gomorra». Nadie más lo sabía, sólo su amigo Abraham; antes que ocurriera, su amigo lo sabía.
Es algo maravilloso que el Dios creador de los cielos y de la tierra, que no tiene necesidad de nada, se humille a sí mismo, descienda de su grandeza y camine por la tierra buscando amigos. Esto es algo maravilloso.
Entonces, así como Abraham era amigo de Dios, aquí hay otros amigos que el Señor Jesús tuvo: Marta, María y Lázaro. Él tenía doce discípulos y tres amigos. Yo no sé cuál sería el honor mayor, si ser discípulo o ser amigo. Pero es maravilloso que el Señor extienda ese círculo de los doce, para incluir a tres personas más, y entre esos tres, dos mujeres. Esto es algo sorprendente, ¿no les parece, hermanos? Mas, fue así.
Y aquí tenemos que Lázaro muere, y sus hermanas lo lloran. Pero la forma cómo ellas lloran es diferente; Marta llora de una manera y María llora de otra manera. Si ustedes leen atentamente el pasaje, van a darse cuenta que ellas lloran cada una de acuerdo a su carácter, y cada una de acuerdo a lo que ellas hacían en Lucas capítulo 10.
En Lucas capítulo 10, Marta habla, habla y habla; aquí, en Juan 11, de nuevo, Marta habla. En Lucas, María tiene la boca cerrada; aquí, ella habla muy poco, y llora más. Casi todo lo que hace María aquí es llorar, y ese llanto de María tocó el corazón del Señor, y él también lloró. No fueron las palabras de Marta las que conmovieron el corazón de Jesús – fue el llanto de María.
Esa misma María que estuvo a los pies de Jesús escuchando su palabra, conociéndolo, contemplándolo, es con quien aquí el Señor lloró. Ella se había ofrecido al Señor primero, y él se dio a ella cuando ella estaba en el dolor, en el sufrimiento. ¿Quién puede tocar el corazón de Jesús? ¿Quién puede conmover al Señor hasta las lágrimas? Sólo aquellos que han estado a sus pies, contemplándolo, amándolo y escuchándolo.
Esta es una escena muy importante. Vemos a uno de sus amigos muerto – y el Señor no evita su muerte. Porque es necesario que Lázaro muera; es necesario que el hombre natural muera. Después de escuchar tantos secretos de los labios del Señor, la carne y la sangre no pueden estar en pie. Tiene que haber una muerte, para que haya una resurrección; tiene que haber un milagro. Las cosas en el plano natural no corresponden con el plano espiritual. Entonces, la suerte de Lázaro aquí es la suerte de todos los amigos del Señor.
Este mensaje lo hemos predicado aquí ya, pero es necesario decirlo una vez más. Lázaro tiene que morir; él tiene una enfermedad de muerte, porque él es hijo de Adán. Él tiene que ser resucitado en Cristo Jesús, tiene que escuchar las palabras del Señor: «¡Lázaro, ven fuera!». ‘Adán, tú no sirves así; el destino tuyo es la sepultura. Si no hay resurrección, entonces tú no sirves’. Esta es una lección muy importante.
Y también es muy importante que, cuando la iglesia está sufriendo el dolor, la aflicción, el Señor parece estar lejos por un tiempo; mas, en el momento preciso, él se manifestará. El Señor vino al cuarto día, cuando ya la muerte se había enseñoreado, cuando ya el cuerpo de Lázaro se estaba corrompiendo. Ya no había ninguna esperanza, entonces el Señor vino. Cuando nosotros perdemos la esperanza, cuando no hay nada que hacer por parte nuestra, cuando hemos hecho todo lo posible y hemos fracasado, entonces el Señor viene, y su palabra nos levanta. Nadie más puede hacer eso; sólo el Señor Jesús.
Tal vez usted esté viviendo un momento como éste, tal vez usted esté desesperando de su vida. Usted está consciente que está muriendo, pero no puede hacer nada por evitarlo. Y los que están a su lado también se asombran, y quieren ayudar; mas, no pueden ayudar. Es un momento de desesperación absoluta. La muerte, ¡qué terrible es la muerte! Sin embargo, es la oportunidad de Dios para darnos vida nueva, la vida de resurrección, el poder de una vida nueva, una vida que puede engendrar más vidas.
Nosotros vemos aquí que, a partir de la resurrección de Lázaro, muchas personas querían venir a Betania, para ver a Jesús y también a Lázaro. Betania fue, desde ese momento, un lugar especial. Había dos personas que queremos conocer: no sólo a Jesús, también a Lázaro.
¿Cómo es una persona que estuvo muerta y vive de nuevo? ¿Cómo será su mirada? ¿Tendrá un olor diferente? Debe ser interesante conocer a una persona que estuvo muerta y que ahora vive. Betania siempre tiene esta clase de personas –que pasaron por la muerte hacia la resurrección– y por eso es un lugar atractivo. No es la carne y la sangre gobernando; hay una vida superior que fluye a través de nuestros corazones y toca otros corazones.
¿Qué hace atractivo a este lugar? Cristo está aquí. Pero también tiene que haber Lázaros resucitados, para que este lugar sea un lugar muy agradable, donde los muertos encuentren vida.
Ofreciéndose al Señor
Veamos Juan capítulo 12. Pocos días después de la escena anterior, tenemos aquí los mismos personajes – Marta, María y Lázaro, y el Señor Jesús. Pero hay una gran diferencia. El que estaba muerto, ha resucitado; el que habíamos perdido, lo hemos recuperado. Entonces, el gozo de Marta y de María era mucho mayor todavía. La desesperanza de ellas se había transformado en una bendita realidad. Ahora estaba su hermano allí.
Entonces María busca lo más valioso que tiene, ese perfume de nardo puro, de mucho precio. Ese perfume valía el salario de muchos días de trabajo de una persona, casi un año de trabajo de un obrero. Era escandalosamente caro. ¿Cómo una mujer puede tener tanto dinero en un frasco de perfume? Mas, esta es una figura. Lo valioso es el corazón del hombre, es nuestra alma; eso es lo que tiene el mayor precio para el Señor. Y eso fue lo que María ofrendó al Señor, en gratitud por lo que él había hecho con ellos.
María entregó lo más valioso que tenía – su propia vida, su propia alma. Y entonces la casa se llenó del olor del perfume. La iglesia se llena del olor del perfume, cuando las Marías se ofrecen al Señor de esta manera. Pero esta es una actitud de gratitud; no es obligación, no es una ley. El Señor no podría aceptar algo hecho por obligación. Todo en la iglesia es por amor. Aquí no hay contratos de obligatoriedad, no hay deberes, ni derechos. Es el amor de Cristo, es la gratitud hacia Cristo, es lo que mueve los corazones a rendirse a él.
Todos los servicios que se hacen en la casa de Dios son por amor. De tal manera que María nos muestra un paso más allá todavía. María nos está enseñando aquí, tal como nos enseñó en Lucas 10, y como nos enseñó en Juan 11. Tenemos que aprender de esta mujer, una mujer maravillosa.
Ella hizo algo escandalizador. Todos se escandalizaron cuando ella hizo lo que hizo; todos los discípulos, sin excepción. Si usted lee atentamente los cuatro Evangelios, se da cuenta que no sólo uno o dos; todos los discípulos consideraron que María había hecho un derroche. Había malgastado el perfume. Ellos consideraron que habría sido mucho mejor ayudar a los pobres que ungir a Jesús.
Entonces, ahí nosotros encontramos un dilema muy grande – los pobres, o Jesús. Hay muchas gentes en la cristiandad que ya hicieron su elección. Ellos han seguido el camino de los pobres. Ellos están vendiendo el perfume para darles de comer a los pobres. Humanamente hablando, eso es muy aplaudido; mas, el Señor Jesús atrajo la atención sobre sí.
Nos da la impresión de que el Señor pudo haberle dicho a María: ‘María, perdónalos, ellos no saben lo que están diciendo; sólo tú entiendes lo que yo soy. Tú eres la única que sabes el valor que yo tengo. Ellos son mis discípulos, pero no saben. Sólo tú, María’. Una sola persona, una mujer, vio en ese momento el valor de Cristo, cuando todavía era un hombre como tú o como yo, con una apariencia tan común como tú o como yo. Ella tuvo ojos ungidos para verle de verdad.
Hermanos y hermanas, ese es nuestro gran problema también hoy. Nos cuesta ver el valor inefable que el Señor Jesús tiene. Hay tantas cosas que parecen valiosas, cosas importantes que nos rodean: una religión muy bien establecida, ciertos programas sociales, programas de enseñanza teológica; tenemos tantas cosas buenas a nuestro alrededor como para invertir nuestra vida en ellas. Y seguimos aquellas cosas, y damos la espalda al Señor. Los ojos están cerrados; nos aferramos a bagatelas, a pequeñas cosas, y dejamos al Señor.
María tuvo los ojos ungidos. Fue la única que ungió el cuerpo del Señor; sólo sus manos derramaron perfume sobre su cuerpo. Las otras mujeres, después, no pudieron, porque él ya había resucitado. ¿Pueden ver el privilegio que ella tuvo? Acariciar el cuerpo y ungirlo. Decir: ‘Eres tan precioso, eres tan valioso para mí. Si tuviera algo más valioso, lo derramaría sobre ti. Pero esto es todo lo mejor que tengo; es tuyo, Señor. Soy tuya, Señor’.
El precio de seguir al Señor
Cuando Martín Lutero publicó las 95 tesis, él sabía lo que se venía en contra de él. Su futuro como teólogo estaba condenado, su paz con la jerarquía católica había concluido. Tantas cosas estaban siendo arrojadas de su corazón cuando dio un paso de fe, de obediencia: «Oh, yo no quisiera hacer esto, pero no puedo hacer otra cosa. Que Dios tenga misericordia de mí. Todo el infierno se levantará contra mí, todos los príncipes querrán matarme, los grandes jerarcas querrán perseguirme. Pero no tengo otra opción. Jesús me ha cautivado; su palabra me ha llenado el corazón».
Él tuvo que pagar un precio: el desprecio de muchos, la crítica de muchos, la persecución de muchos. ¿Podremos nosotros pretender estar exentos del dolor y de la persecución? ¿Queremos nosotros ser discípulos de Jesús sin sufrir jamás la incomprensión? María tuvo el valor; hizo una audacia, y el Señor la aprobó; y de nuevo otra vez, y la aprobó. Todas las veces, el Señor Jesús aprobó a María. ¡Qué sensibilidad para interpretar el corazón de Jesús! Como la de aquel leproso que fue sanado y vuelve a agradecerle al Señor.
Habían sido sanados diez leprosos, y todos fueron a los sacerdotes; pero uno solo volvió a los pies del Señor. Y él le dice: «Y dónde están los otros nueve?». El Señor los había mandado a los diez a ir donde los sacerdotes; sin embargo, después pregunta: «¿Y dónde están los otros nueve?». Alguien podría haberle dicho: ‘Señor, tú los mandaste; ellos te obedecieron. ¿Cómo van a estar aquí, si tú los mandaste?’. Mas él pregunta: «¿Y dónde están los otros nueve?», y esa pregunta revela que el corazón del Señor quería algo más de lo que sus palabras dijeron. Y eso que su corazón sentía, ese deseo de su corazón, sólo uno fue capaz de conocerlo, y él vino a los pies de Jesús.
Por eso, hay tantas cosas escritas, tantas buenas cosas escritas en la Biblia, que a veces pueden llegar a ser un tropiezo para un verdadero amor y consagración a Cristo Jesús. Por guardar los mandamientos, no amamos a Jesús. ¡Qué contradictorio! Parece absurdo, ¿no? Pero también ocurre así. Una buena religión, una buena doctrina, una buena tradición, pueden ser un estorbo para seguir a Jesús.
Seguir a Jesús, siempre, significa seguir un camino desconocido. Todos los grandes reformadores de la historia, que hoy día nosotros aplaudimos, siguieron un camino que no conocían. Cuando miramos hacia atrás, los aplaudimos; pero si hubiésemos vivido en sus días, tal vez nosotros los hubiéramos condenado. Porque nosotros estamos demasiado amarrados a una religión, a un sistema, a una tradición. Ellos fueron valerosos, ellos se echaron el mundo encima, y avanzaron siguiendo a Jesús.
Seguir a Jesús, hermanos, es muy diferente de seguir una religión. Es un camino siempre nuevo. Yo no sé cuál va a ser mi próximo paso, no sé cuál va a ser mi mañana. ¿Estaré en la cárcel? ¿Estaré siendo aplaudido? ¿Estaré siendo golpeado? No sé. Es un desafío permanente, es una incógnita permanente. Mas, el Señor Jesús dijo: «El que quiera seguir en pos de mí, tome su cruz, y sígame». No delante de él, porque nosotros no conocemos el camino. Es detrás de él.
Si tú conoces el camino que vas siguiendo, entonces no estás siguiendo a Jesús. Si tú conoces todo lo que hay que hacer, tienes un programa, tienes una ruta. ¿Quién te dio esa ruta? Jesús no. Él sólo muestra el próximo paso, porque él quiere que andemos por fe. Cada día algo nuevo, un desafío nuevo, un nuevo paso de fe, como Moisés en el desierto, como siguiendo al Invisible. Amados hermanos y hermanas, este es el camino de la iglesia.
La peor desgracia que pudiera ocurrir, para ustedes, como testimonio del Señor aquí, es que alguien viniera de afuera, y les mostrara todo un derrotero, planificado y programado para los próximos dos años. Eso sería su ruina. Nadie puede hacer eso. Todo lo que podemos decir son algunos principios como Dios obra; mas los tiempos, las sazones, la dirección, su voluntad específica para el día a día, eso tienen que encontrarlo sólo siguiendo a Cristo Jesús. Nadie puede hacer ese trabajo – sólo el Espíritu Santo.
Entonces, es un error pensar que de otro lado puede venir ayuda para nosotros. Lo que puede venir es una confirmación, una palabra de consuelo, de ánimo; mas el camino lo hacen ustedes detrás del Señor. El camino para su testimonio en Londrina no es igual al de ninguna otra ciudad. Dios obra aquí de una manera absolutamente nueva a como él está obrando en Curitiba o en Joinville. Dios no se repite. Así que, hermanos y hermanas, no hay otra opción. Mirar al Señor, preguntarle al Señor: ‘¿Qué paso daremos mañana?’.
Se fue y volverá mirando a Betania
Y la cuarta escena, Lucas capítulo 24:50-51. «Y los sacó fuera hasta Betania, y alzando sus manos, los bendijo. Y aconteció que bendiciéndolos, se separó de ellos, y fue llevado arriba al cielo». En el libro de Hechos capítulo 1, los ángeles dijeron a los discípulos: «Así como le veis ir, así volverá a vosotros».
El Señor Jesús no subió al cielo desde Galilea, sino desde Betania. Su corazón estaba muy ligado a Galilea. Allí se había criado y había desarrollado gran parte de su ministerio. Ustedes saben que en Galilea fue más aceptado que en Judea. Él tenía un cariño especial por Galilea; de hecho, él era galileo, él hablaba con acento galileo. Jesús era un galileo; mas él subió al cielo desde Betania. Muchas ciudades podría él haber escogido, pero ésta tenía un lugar muy especial en su corazón.
Christian Chen ha explicado que, para que él pudiera extender sus manos hacia Betania y bendecir a sus amigos, sus espaldas tenían que estar vueltas hacia Jerusalén. Jerusalén dio la espalda al Señor, y ahora el Señor bendice a sus discípulos desde Betania, con su rostro vuelto hacia Betania, con su mirada llena de esperanza hacia Betania. ‘Pronto volveré. Me voy, pero luego estaré de vuelta. Y de la misma manera que me voy, así volveré, mirando hacia Betania’.
Hermanos y hermanas, ¿formamos parte nosotros de Betania, o formamos parte de Jerusalén? ¿En qué estamos ocupando el tiempo? ¿En qué estamos invirtiendo las fuerzas, nuestras energías? Es una buena pregunta que cada uno de nosotros tiene que responder. ¿El lugar donde yo me reúno, es un lugar donde Cristo es el centro? ¿Están los ojos vueltos hacia él permanentemente, o hay muchas cosas que afanan nuestro corazón y nos quitan la paz?
¿Es el lugar donde nosotros nos reunimos un lugar donde permanentemente hay gente que muere y resucita? Unos mueren hoy, otros mañana, otros morirán la otra semana; pero siempre en Betania hay alguien muriendo, experimentando los dolores de la muerte, del yo, del alma, de sus propios planes y deseos. Pero también, siempre hay alguien resucitando en Betania; siempre hay alguien manifestando una vida nueva, y siempre hay Marías que están ofreciéndose al Señor.
¿Es el lugar donde nosotros estamos un lugar donde el Señor Jesús se siente cómodo, donde él se puede sentar y ser admirado y escuchado? ¿O lo dejamos hablando solo, con sus pies llenos de polvo? ¿No hay nadie que lave sus pies? ¿No hay nadie que acaricie su pelo? ¿Es el ambiente donde nosotros estamos un ambiente donde hay muchas otras cosas que son valoradas, y el Señor Jesús no tanto, porque amar al Señor Jesús de esa manera puede ser ‘fanatismo’?
¿Hay en el ambiente donde nos reunimos gentes que dicen: ‘Cristo todos los días’? ¿Ése es el único tema que conocen? ¿No hay nada más? Un poquito de psicología… ¿Por qué no introducen un poquito de filosofía, un poquito de autoayuda? Eso también es bueno. Vivimos en una sociedad progresista. Cristo es tan lejano y antiguo; sus historias son tan repetidas’.
¿Puede ser Cristo rutinario? ¿Se repetirá él hasta cansarnos? Cuando hemos probado algo de él, nosotros sabemos esto: Nunca. Porque, cuando salimos de una reunión donde Cristo ha estado en el centro, nunca nos vamos igual que como llegamos. Siempre iremos renovados, consolados, descansados. Una sensación de vida, no necesariamente emoción – es la maravillosa vida de Cristo, que fluye a través de todos los miembros de su Cuerpo. Es algo maravilloso; eso es la iglesia.
Hermanos y hermanas, que el Señor tenga misericordia de todos nosotros, para que él encuentre, en nuestro medio, una Betania. Y si él encuentra descanso aquí, nosotros hallaremos descanso también. Absoluto reposo, plena satisfacción; porque si él está conforme, nosotros también lo estaremos.
Síntesis de un mensaje impartido en Londrina, Brasil, en diciembre de 2008.