Pero el Señor siguió diciendo: Ciertamente he visto la opresión que sufre mi pueblo en Egipto. Los he escuchado quejarse de sus capataces, y conozco bien sus penurias. Así que he descendido para librarlos del poder de los egipcios”.
– Éxodo 3:7-8.
En su trato con la humanidad nada es más importante para Dios que la oración. Y, para el ser humano, orar es igualmente importante. No orar es fracasar en el deber, en el servicio y en el progreso espiritual.
Dios ayuda al hombre o la mujer que ora. Por lo tanto, la persona que no ora se está privando a sí misma de la ayuda de Dios y lo pone en una situación en que no puede ayudarle. La fe, la esperanza, la paciencia y todas las manifestaciones de la piedad languidecen y mueren en una vida sin oración.
Por el contrario, las bendiciones individuales para el creyente germinan, florecen y fructifican en la oración. Pero la oración tiene una esfera más grande, un deber más forzoso, una inspiración más elevada. La voluntad y la gloria de Dios se funden en una sola en la oración.
Los días del renombre y el esplendor de Dios han sido siempre los grandes días de oración. Los grandes movimientos de Dios en este mundo han sido condicionados, continuados y moldeados por la oración. Dios ha intervenido en estos grandes movimientos tan solo cuando los hombres y las mujeres han orado.
La oración actual, la oración persistente, la oración que prevalece, siempre ha logrado hacer que Dios esté presente. El movimiento de Dios que sacó a Israel de la esclavitud en Egipto tuvo su inicio en la oración. De ahí que, desde los comienzos, queda establecido el hecho de que la oración es una sólida bases sobre la cual se apoyan los movimientos de Dios en el mundo.
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