Bendice, alma mía, al Dios eterno;
recuerda a Aquel que fue desfigurado,
delante de los hombres traspasado.
Acuérdate, alma mía, del bendito,
de Cristo, tu Señor, el bienamado.
Bendice, alma mía, a Jesucristo,
que, desde el hoyo más profundo, un día,
sacó tu angustia y miedo suicida.
Oh tú, mi alma, no te olvides nunca
cuán cerca del abismo de la muerte te hallaste,
por el diablo seducida.
(Recuerda aquella esclavitud impía).
Levanta, por la gracia que es en Cristo,
un canto de esperanza y aleluya,
al Santo Hijo de Dios que ha rescatado
a todo el oprimido por el malo.
Bendice a tu Señor, oh alma mía.
El acta de tu muerte ha sido rota;
acuérdate de Aquel que te ha salvado.
¡Bendito sea el Dios de toda gracia!