El mar, en las Escrituras, simboliza al mundo; y las olas tempestuosas, representan la agitación en medio del mundo. En el Nuevo Testamento hay varias escenas con el mar agitado por una furiosa tempestad. En los Evangelios se nos relata cómo en dos oportunidades los discípulos enfrentaron tempestades en el mar de Galilea, y cómo, pese a su experiencia marinera, se asustaron en gran manera porque temieron perder la vida. Solo la presencia del Señor en la barca, y el ejercicio de su autoridad, devolvió la paz a los discípulos y la calma al mar embravecido.
Así ocurre también con nuestra vida. Ella es como una barca en medio de un mundo convulsionado. Muchas veces las olas que levanta el enemigo sobre nosotros amenazan con nuestra vida; sin embargo, una y otra vez el Señor Jesucristo, se levanta para defendernos y volver las cosas al punto de la paz.
Pero no solo a esto se refieren las tempestades marinas en las Escrituras. Hay otras dos escenas, una en Efesios y otra en Timoteo, que nos advierten en sentidos distintos. Efesios 4:14 dice: «…para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina». Lacueva traduce más literalmente este pasaje: «…para que no seamos más niños pequeños sacudidos por las olas y zarandeados por todo viento de enseñanza». Aquí hay un claro símil marinero, pues se trata de una embarcación azotada por el viento en alta mar.
En el mar que es este mundo hay también vientos de doctrina, o de enseñanza, que son extraños, y que son alentados por el diablo. Un cristiano débil, que no ha experimentado crecimiento ni ha alcanzado la madurez, está expuesto a ser envuelto por ellos. En los postreros días, advierte el Señor, «vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas» (2 Tim. 4.3-4).
El otro pasaje está en 1 Timoteo 1:19-20: «…manteniendo la fe y buena conciencia, desechando la cual naufragaron en cuanto a la fe algunos, de los cuales son Himeneo y Alejandro, a quienes entregué a Satanás, para que aprendan a no blasfemar». Aquí se nos muestra el triste fin que puede tener la vida de un cristiano que sucumbe a la tempestad.
La «barca» de estos hombres ya ha naufragado. El fin no deseable cayó sobre ellos. ¿La causa? Ellos no supieron mantener la fe y la buena conciencia. Aceptaron que los pecados se fueran acumulando sobre la conciencia, hasta que ella se volvió insensible. Paulatinamente se fueron deslizando, hasta llegar a la blasfemia.
La época en que el apóstol escribió a Timoteo mostraba visos de apostasía. El mar se había vuelto más tempestuoso que nunca, y hubo cristianos que no pudieron mantenerse a flote. El mar sigue azotando hoy. Los vientos de doctrinas se han multiplicado. El enemigo arrecia. Solo si tenemos a Cristo en nuestra barca podremos permanecer navegando hacia buen puerto.
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