La Epístola a los Hebreos tiene una nota recurrente, y es la palabra «perfección» en su variada morfología. Hay, al menos, nueve menciones de la palabra, distribuidas a través de toda la epístola (2:10, 5:9 ,6:1, 7:11, 7:19, 7:28, 10:14, 11:40, 12:23). Tres de ellas están referidas al Señor Jesucristo, y las restantes apuntan a la realidad del creyente.
Hebreos nos muestra algunos aspectos de la madurez cristiana, la del creyente en vías de perfeccionamiento a semejanza de su Señor. Las dos primeras menciones (y la sexta) están referidas al Señor Jesucristo, quien fue perfeccionado por medio de aflicciones y padecimientos, para venir a ser nuestro Salvador y Sumo Sacerdote. La última ya le muestra «hecho perfecto para siempre» (7:28).
Cristo es el ejemplo y modelo para los muchos hijos de Dios que aspiran a compartir con él la gloria futura. Así como él fue perfeccionado, los hijos de Dios también han de ser perfeccionados.
Ahora bien, un primer aspecto que destaca Hebreos en el camino hacia la madurez es el relativo al reposo. Hay una promesa para el pueblo de Dios de entrar en el reposo de Dios. Este reposo se alcanza cuando, dejadas atrás las obras que el creyente presumía tenían valor para presentarse delante de Dios, él ve la obra perfecta y consumada de Cristo en la cruz. Pablo pone esta verdad en Efesios capítulo 2, cuando muestra al creyente sentado en lugares celestiales con Cristo Jesús (v. 6). Pero esta no es solo una verdad preciosa, sino un principio que debe regir la vida del creyente: la centralidad y suficiencia de Cristo.
Por eso, los primeros dos capítulos de Hebreos están llenos de Cristo, tanto en su gloria eterna, como en su encarnación y su obra redentora. Cuando aparece el hombre, en su debilidad, es solo como receptor y beneficiario de la obra de Cristo. Cuando el hombre detiene su vano accionar para contemplar al Señor, entonces queda en condiciones incluso de ir más allá de Sus obras, esto es, de «conocer sus caminos» (3:10).
El reposo de Dios es una bendición que está al alcance del creyente. Solo la incredulidad, la dureza de corazón, puede dejarle fuera de su alcance. La exhortación del escritor inspirado es: «Procuremos, pues, entrar en aquel reposo, para que ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia» (4:11). Así que, lo primero que Hebreos pone delante de nosotros es el asunto del reposo. Aquello que Josué no pudo dar a Israel, nuestro Josué, el Señor Jesús, nos lo otorga gratuitamente, por la fe.
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