Os escribo a vosotros, padres, porque conocéis al que es desde el principio. Os escribo a vosotros, jóvenes, porque habéis vencido al maligno. Os escribo a vosotros, hijitos, porque habéis conocido al Padre».

– 1 Juan 2:13.

Los padres mencionados aquí son los hijos de Dios que han alcanzado madurez. Un padre es el que puede engendrar a otros en la fe, o que puede cuidar de otros como si fueran sus hijos. Los padres conocen «al que es desde el principio». Espiritualmente hablando, son aquellos que han llegado a conocer al Señor Jesucristo como el Verbo eterno de Dios; han venido a tener una revelación profunda acerca de él.

Los jóvenes son los que han vencido al maligno. A ellos les gusta exhibir su fuerza, hacer demostraciones de poder, como David, que vence a Goliat. Y los hijitos, ¿cuál es el primer conocimiento que ellos tienen? ¡Ellos han conocido al Padre! ¡Qué privilegio para un hijo de Dios es pasar de la condición de niño a la de un hijo maduro! Veamos algunas claves para este paso de la niñez a la madurez, que son una señal de la filiación.

1º Tener una visión de Jesús como Rey. Cuando alguien está ante la presencia de un rey, espontáneamente, se inclina. ¿Hemos llegado a ver que Jesús es el Rey, y que ante él no cabe otra actitud que humillarse ante su poder y majestad? Un cristiano inmaduro fácilmente rebate las órdenes del Rey, expresa su propia opinión, sigue sus propios caminos. No ha visto aún al Rey.

2º Ser guiados por el Espíritu Santo. Romanos 8:14 dice: «Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios». Este versículo hace referencia a los hijos maduros. Un hijo ya crecido no dice: «Voy a hacer esto… El próximo mes iré allá… Voy a invertir en tal negocio». Él no habla tan libremente, porque tiene Otro que lo guía. Él dirá: «Si el Señor quiere… Si el Señor permite… Si el Señor lo confirma».

3º Ver la mano de Dios detrás de cada circunstancia. Para un hijo de Dios, las cosas no ocurren porque sí. En realidad, para todos los hijos de Dios es así; solo que unos lo perciben, y otros no. Los que ven, se inclinan delante del Señor; los que no ven, reclaman. El hijo maduro dice: «El Señor me puso aquí; esperaré pacientemente en él». Ante las circunstancias adversas, dirá: «Señor, ¿qué me estás queriendo decir?».

4º Ocuparse de los más pequeños. Los hijos mayores comienzan a ocuparse de sus hermanos menores. Quitando la mirada de lo suyo propio, un hijo maduro empieza a hacerse cargo de los problemas de otros, a tender la mano a otros, a llorar con el que llora, a sufrir con el que sufre.

5º Rendirse al Señor constantemente. Un cristiano maduro se rinde una y otra vez al Señor. Un cristiano rendido es uno que no batalla contra Dios, uno que ya perdió el temor de rendirse. Se dio cuenta que la voluntad de Dios siempre es buena, y que si viene algún dolor, éste es suavizado por Dios, y que después de esa leve tribulación –como dice Pablo– vendrá un peso de gloria.

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