Los libros de ‘autoayuda’ son leídos con devoción por millones de personas en el mundo entero. ¿Cuál es su mensaje, y la ideología que los sustenta?
Desde hace unas dos décadas, han estado surgiendo en el mundo, con mucha fuerza, los llamados escritores de «autoayuda». Su proliferación ha sido tal, que sus libros ocupan lugares destacados en las librerías y bibliotecas del mundo. ¿La razón de su éxito? Hay que buscarla en una sociedad sobresaturada de tecnología, rica y cómoda, pero sicológicamente desequilibrada, carente de horizontes en el plano afectivo y espiritual.
Estos escritores se han alzado en corto tiempo como los mayores vendedores de libros en el mundo. El éxito de estos «guías espirituales» no se debe tanto a la calidad del contenido literario de sus obras, sino a la insaciable hambre de trascendencia del hombre postmoderno, la misma que esconde tras un velo de superficialidad y suficiencia.
Revisemos brevemente dos de estos autores, uno de corte cientificista, y otro con un sesgo más espiritualista. Cada uno de ellos -con diferente énfasis- ofrece un camino para alcanzar la soñada, aunque esquiva, ‘realización personal’. Cada uno de ellos ha hecho escuela en nuestros días.
Goleman y la reivindicación de las emociones
«Tenemos dos mentes, una que piensa, y otra que siente», dice Daniel Goleman en su libro La inteligencia emocional.
Esta es una de las revolucionarias frases que contiene el libro, uno de los grandes best-sellers de los últimos años. La educación que se imparte en las escuelas -plantea Goleman- fortalece la inteligencia racional, pero descuida la inteligencia emocional. Esto trae insatisfacción y frustración. Por eso propone el cultivo de actitudes que desarrollen, por ejemplo, el optimismo («que favorece a los enfermos del corazón»), y la esperanza («que tiene poder curativo»).
Goleman sostiene que, quitando la ira, la ansiedad y la depresión podremos quitar el cáncer y otras enfermedades crónicas, y mejorar así la calidad de vida de las personas.
Goleman pone su esperanza en una nueva educación que prepare de verdad a los jóvenes para la vida. Dice: «Imagino un futuro en el que la educación incluirá como rutina el inculcar aptitudes esencialmente humanas como la conciencia de la propia persona, el autodominio y la empatía, y el arte de escuchar, resolver conflictos y cooperar.»
Sin duda que el planteamiento de Goleman llena un vacío en la enseñanza formal de los colegios. Redescubre el valor de un sector descuidado de la personalidad humana. Sin embargo, ¿es esta la panacea para solucionar definitivamente las deficiencias de la educación y -más allá- los problemas del hombre?
Goleman cree que es posible mejorar al hombre desde afuera, estimulando el cultivo de ciertos valores. ¿Es esto posible? La esperanza de que el hombre pueda ser mejorado en su condición sicológica, y su pretensión de un futuro mejor gracias a los efectos benefactores de una educación de mayor calidad, son similares a las aspiraciones de los iluministas franceses del siglo XVIII, desmentidas hasta la saciedad en los siglos posteriores.
Si miramos a la luz de la Biblia, podemos afirmar que tales pretensiones no tienen mucho asidero, por cuanto «lo que es nacido de la carne, carne es». Nada que el hombre haga puede variar la naturaleza del hombre.
El hombre no puede sacarse de encima la ira, ni la ansiedad ni la depresión, porque el hombre es, constitutivamente hablando, un ser caído que necesita de la gracia de Dios. El hombre no alcanzará una solución definitiva a su mal endémico con promover actitudes de optimismo o de esperanza. Es posible que el cultivo de esas actitudes pueda mejorar algunos de los síntomas del mal, pero definitivamente no pueden con el mal.
Al leer a Goleman, es fácil soñar con un mundo feliz, con una sociedad solidaria, con unos niños sanos, puros y perfectos, pero la realidad es muy diferente. Si hay una tendencia en la sociedad tecnologizada del presente no es hacia una mejoría, sino una acentuación de los mismos males ancestrales.
El hombre no puede ser perfeccionado desde afuera. El hombre es como un vestido viejo que no puede ser parchado sin que se rompa. La solución, por tanto, no es remendarlo por partes, sino reemplazarlo por otro nuevo. Y eso sólo lo puede hacer Dios.
Paulo Coelho y la amoralidad
Procedente de un oscuro trasfondo -ligado a la magia negra, a la homosexualidad y al satanismo1 – Paulo Coelho ha alcanzado en corto tiempo la cima de la popularidad, merced a la publicación de unos cuantos libros, simples en contenido y ambiguos en sus principios, pero que manejan muy bien una serie de recursos altamente comerciales.
Su lenguaje es espiritualista -siguiendo el modelo de Tagore y Rampa-, su temática es variada y liviana. Tal vez el mayor peso de sus libros se lo otorgue la abundancia de referencias bíblicas. No debe sorprender que en sus libros aparezcan personajes como Melquisedec dialogando con un niño de nuestra época, o elementos sagrados como el Urim y el Tumim.
Tampoco debe sorprender que se citen profusamente las enseñanzas del Señor Jesucristo, aunque las más de las veces se citen fuera de contexto, o forzándoles el sentido. Hay, incluso por ahí, una referencia a Juan Bunyan, el amado siervo de Dios, en su libro «Manual del guerrero de la luz», en una alusión, por decir lo menos, extraña.
Así, sus relatos y reflexiones resultan un híbrido que mezcla lo sagrado de las Escrituras con lo profano de las situaciones en que se las aplica. Pero ¿quién podría recelar de un autor que cita la Biblia, que habla del amor, de la humildad, y -sobre todo- de Dios? A los ojos de un lector desaprensivo, todo está bien. Todo es bueno y bonito. Sin embargo, ello configura sólo un perfecto disfraz.
En su libro «A Orillas del Río Piedra me Senté y Lloré» se desarrolla la historia de un sacerdote recién egresado del Seminario, poseedor de dones milagrosos, que se encuentra con una antigua amiga de infancia. Después de revivir la amistad, y de un breve período de incertidumbres y agonías, logran consumar su amor. ¿La moraleja? «Dios es amor» y como Dios «hizo al hombre para la felicidad», cuando no se lucha en obtenerla por todos los medios disponibles, entonces, «estamos matando a Dios dentro de nosotros mismos». ¿Moralidad? ¿Principios? No los hay.2
En «El Alquimista» (el más conocido de sus libros) desarrolla la historia de un muchacho que va tras el sueño de encontrar un tesoro, propósito que alcanza después de muchas peripecias, gracias a la enseñanza impartida por el alquimista. ¿Cuál es esa enseñanza? Hay que escuchar la voz del corazón, porque esa es la voz del «Universo». Cuando una persona desea realmente algo –no importando lo que sea– el «Universo» entero conspira para que ese sueño se pueda realizar.
En este relato, el «Universo» y el «Amor» toman el lugar de Dios -en un abierto panteísmo-, siendo el viento, la tierra, el sol, las estrellas, animales, pájaros y hombres quienes representan al Universo en distintos momentos.3
En otro de sus libros, el «Manual del Guerrero de la Luz» colecciona máximas, axiomas, principios y enseñanzas, con un débil hilo argumental. Aquí Coelho roza varios tópicos de moralidad, tales como: ser agradecido, ser apasionado por lo que uno cree, saber usar las fuerzas, jamás hacer trampas, ser humilde, ser sorpresivo en la guerra, ser menospreciador de hombres viles, etc. Pone como ejemplo al Señor Jesús, pero siempre desde su particular óptica. Su mensaje es optimista, su fin es el engrandecimiento del alma humana, de la grandeza de carácter, de la reafirmación del yo. ¿Propósitos loables?
En busca de un marco
Ahora bien, ¿cuál es el marco ideológico que da sentido a toda esta literatura ‘edificante’? ¿Hay algunas señales que nos permitan conocer qué hay en el fondo de esta literatura que alimenta al alma de millones de personas en el mundo entero?
Tal vez lo que más llama la atención del lector más atento es la apropiación de los postulados de la fe cristiana, para una amalgamación con otros elementos de origen extraño, seudocientíficos o esotéricos. Esto, junto con validar esta línea de enseñanza, vuelve difusos los límites entre lo verdadero y aquello que no lo es.
El mensaje transmitido es un seudo ‘evangelio’ que invita al hombre a un perfeccionamiento en sí mismo, desconociendo su abismante impotencia por alcanzarlo. Un hombre que parte de esa falacia fundamental -la bondad natural del hombre- no necesita de un Cristo crucificado, derramando su sangre en expiación por sus pecados. La creencia en la bondad intrínseca del hombre desdeña toda la obra redentora de Cristo en la cruz, juzgándola innecesaria e inútil.
En tanto las Escrituras proclaman solemnemente: «No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno.» (Romanos 3:12), la moderna literatura de autoayuda dice al hombre: «Tú puedes evolucionar infinitamente, en ti están los recursos para llegar a ser un dios.»
Este mensaje pretende también zafar al hombre de las restricciones que el evangelio y su moral han establecido en la sociedad, para una vida sin moral, o bien, con una moral a la medida del hombre (la vieja máxima de Protágoras revivida: «El hombre es la medida de todas las cosas»), en que todo es permitido, y en que nadie le pide cuentas de sus actos.
Es un mensaje de «autoestima», de valoración de sí mismo, que está en absoluta contraposición con el verdadero carácter del evangelio, toda vez que el mismo Señor Jesús, enseñó a sus discípulos que debían morir a esta vida para ganar la venidera.
La esencia del mensaje del evangelio es la cruz («Cristo crucificado»), en la cual es crucificado todo aquel que sigue a Jesús.
Otra idea que subyace en estos libros es la de un Dios impersonal. Con esto se pretende desperfilar del todo la existencia de un Dios Viviente y Personal, poniendo en su lugar la idea del «Universo» como Dios, y de una fuerza, el «Amor», ante la cual los hombres no necesitan rendir cuenta de sus actos. ¡Qué contrario es al testimonio de las Sagradas Escrituras!
Las Sagradas Escrituras hablan de un Dios personal, quien ha creado todos los mundos y todas las cosas existentes, manifestando así su inteligencia y capacidad para sostener también todas las cosas con la palabra de su poder. Este Dios glorioso habla, se comunica. ¡Él nos ha hablado por el Hijo y en el Hijo, nuestro Señor Jesucristo!
Identificando el mal
¿Cuál es el nombre de esta ideología que subyace a esta literatura? ¿Cuáles son sus alcances y pretensiones?
Se trata, ni más ni menos que de la ‘Nueva Era’. Es esta una ideología de fines de siglo XX, pero cuyas raíces son muy antiguas; sus pretensiones, universalistas y totalitarias. ¿Su meta? Destruir el testimonio de Dios. Ella se apoya en diversos pensamientos, especialmente de corte orientalista, y aun en las modernas teologías liberales y racionalistas. Su fin es tratar de desvirtuar el latir del corazón de Dios, que es la salvación de todos los hombres por medio de la única persona que Dios ha puesto como mediadora, es decir, Cristo Jesús.
¡Oh, pero sobre este tema hay mucho que decir! Así es que esperamos poder hacerlo más adelante. Entretanto, rogamos al Señor que libre de esta perniciosa plaga posmoderna a nuestros lectores y a todos los que le buscan y aman su Santo Nombre.
1 Ver artículo «Del manicomio a súper ventas» en La revista El Sábado de «El Mercurio», Santiago de Chile, 28/10/2000.2 En la entrevista que aparece en la revista citada Coelho afirma: «No creo en el camino del sufrimiento como un camino espiritual. Yo soy católico, y si miro la vida de Jesucristo, veo que, claro, terminó con dolor, pero disfrutó bien su vida. Bebía, cenaba. Los evangelios se pasan como el ochenta por ciento alrededor de una mesa y en viajes. Jesús no valoraba el dolor para nada.» (p.40).
3 Una de las más sesudas conclusiones a que arriba en este libro es: «Todo lo que pasó una vez, puede no pasar nunca más, pero lo que pasa dos veces, pasará seguramente tres».