La visión de Pablo camino a Damasco tiene un aspecto terrenal asociado con la iglesia local.
Por lo cual, oh rey Agripa, no fui rebelde a la visión celestial».
– Hechos 26:19.
A partir de la experiencia de Pablo, veremos algo de la parte terrenal de la visión celestial, cómo es, qué ocurre, qué efecto produce. Porque esta visión celestial fue vista en la tierra, por un hombre. Haremos algunas referencias al hombre que vio esta visión celestial, Saulo de Tarso, que más tarde fue el apóstol Pablo.
Un contraste en la vida de Saulo
«…Habiendo yo sido antes blasfemo, perseguidor e injuriador; mas fui recibido a misericordia porque lo hice por ignorancia, en incredulidad … Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero» (1 Tim. 1:13, 15). Él se define a sí mismo como el primero de los pecadores. Dice que antes había sido blasfemo –un blasfemo es alguien que maldice a Dios–, perseguidor, injuriador.
«Yo ciertamente había creído mi deber hacer muchas cosas contra el nombre de Jesús de Nazaret; lo cual también hice en Jerusalén. Yo encerré en cárceles a muchos de los santos, habiendo recibido poderes de los principales sacerdotes; y cuando los mataron, yo di mi voto. Y muchas veces, castigándolos en todas las sinagogas, los forcé a blasfemar; y enfurecido sobremanera contra ellos, los perseguí hasta en las ciudades extranjeras» (Hech. 26:9-11¡Este hombre era un verdadero enemigo del Señor!
En la terrible muerte de Esteban, recuerden que el joven Saulo guardaba las ropas de los que lo apedrearon. Debe haber sido un hecho conmovedor. «Y Saulo consentía en su muerte. En aquel día hubo gran persecución contra la iglesia que estaba en Jerusalén; y todos fueron esparcidos por las tierras de Judea y de Samaria, salvo los apóstoles. Y hombres piadosos llevaron a enterrar a Esteban, e hicieron gran llanto sobre él. Y Saulo asolaba a la iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba a hombres y a mujeres, y los entregaba en la cárcel» (Hech. 8:1-3). Era un hombre decidido a destruir la iglesia.
«Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, vino al sumo sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de que si hallase algunos hombres y mujeres de este Camino, los trajese presos a Jerusalén» (9:1-2). ¡Respiraba las amenazas! Tenía tal pasión por lo que hacía, éste era el perfil terrible de Saulo de Tarso.
Veamos brevemente ahora el contraste: «Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado» (1 Cor. 9:26-27).
«Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios» (Hech. 20:24).
«Entonces Pablo respondió: ¿Qué hacéis llorando y quebrantándome el corazón? Porque yo estoy dispuesto no sólo a ser atado, mas aún a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús» (Hech. 21:13).
«Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros, quisiera estar con vosotros ahora mismo y cambiar de tono, pues estoy perplejo en cuanto a vosotros» (Gál. 4:19-20).
«Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él… No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús» (Fil. 3:7-9,12
Al ver, hermanos, este inmenso contraste, ¿no nos parece que estamos hablando de dos personas distintas? ¿Qué ocurrió a este hombre, que vemos un cambio tan radical? Si alguna vez ocurrió un cambio radical, absoluto, de la oscuridad a la luz, fue el que ocurrió con este hombre.
Este no era un cristiano a medias; después de ser un enemigo absoluto, fue el más fiero defensor de la misma Palabra que antes había perseguido. Este hombre fue absolutamente demolido, absolutamente transformado. Es otro hombre. Oh hermanos, esta es la voluntad de Dios para todos nosotros. El Señor nos encontró de una manera, pero él quiere hallarnos ahora de otra manera absolutamente distinta.
La causa del cambio: la visión celestial
¿Qué ocurrió? Hermanos, este hecho nos importa, porque es lo que hizo posible que este hombre sea ahora otro hombre. Estamos aquí, reunidos en el nombre del Señor. Está entre nosotros el Espíritu Santo, para actualizarnos las cosas. Ahora, en el año 2005, algunos actores de aquella escena están aquí. Pablo fue lleno del Espíritu Santo. ¿Dónde está el Espíritu Santo hoy? En nosotros. ¿Dónde está el Señor? En nuestro corazón. Está el Padre, está el Hijo y está el Espíritu Santo. De tal manera que los principales actores están presentes aquí hoy, para que esta visión no sea historia, sino una realidad, y nosotros entremos en la realidad de esta visión espiritual.
Yo no quiero historia, hermanos, yo quiero a Cristo hoy. No quiero sólo un relato antiguo; yo necesito a un Cristo vivo hoy, aquí, con nosotros. Entonces, dependamos del Espíritu para oír esta palabra, para que todos pensemos en lo que aconteció. La iglesia estaba sufriendo, muchos hermanos estaban muriendo. Había un hombre terrible atacando a la iglesia. La iglesia gemía. ¿Qué mas podían hacer los hermanos? ¿Cómo contrarrestar esto, cómo atajar a Pablo? Seguramente clamaron, oraron. Ellos no podían hacer nada; pero había Alguien que sí podía hacer mucho.
Entonces, el Señor se acerca. ¡Gloria al Señor! Esteban, antes de morir, dijo: «He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios». El Señor estaba arriba, a la diestra de Dios. Y en el capítulo 9, él mismo está en el camino a Damasco. El Señor vino a defender a su iglesia. Vino el Señor desde su trono, e intervino personalmente. Y Saulo, este hombre furioso que respiraba amenazas, se encuentra con una autoridad absolutamente irresistible. Luz del cielo le rodea, más que el resplandor del sol al mediodía. La luz lo enceguece, y cae a tierra. «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?».
Hermanos, pensemos en esa palabra por un momento. Saulo estaba matando a hombres, mujeres y niños inocentes, y era un enemigo del nombre de Jesús. Lo que según nuestra mente tendría que haber ocurrido aquí es que en ese mismo instante Saulo hubiese muerto. Pero el Señor, con ternura, le dice: «¿Por qué me persigues?».
Saulo cae a tierra. «Dura cosa te es dar coces contra el aguijón». «Estás dando contra un aguijón que te podría destruir». Pero no lo destruye; le habla. Saulo tiembla. Por su mente debe haber pasado: «En un segundo más, desaparezco». Él había consentido en la muerte de Esteban. Y Esteban dijo: «Veo la gloria de Dios, y al Hijo del Hombre a la diestra de Dios». Y ahora Saulo ve que el que estaba a la diestra de Dios, ahora está hablando con él. Entonces tiembla, temeroso. «Señor, ¿quién eres?». «Yo soy Jesús».
«Señor, ¿qué quieres que haga?». Él era un hombre de acción. Y el Señor le dice que espere. «Levántate, ve a Damasco, y allí se te dirá todo lo que está ordenado que hagas». Saulo queda absolutamente anulado. Me imagino el desconcierto de los que le rodeaban. Su líder, su caudillo, el hombre tan seguro, tan fuerte, tan fiero, ahora está ciego, tienen que tomarlo del brazo y llevarlo a la ciudad. Tres días estuvo así; tres días y tres noches. Estos tres días nos hablan de muerte: este hombre murió; la visión celestial lo mató.
Hermano, ¿quieres tener la visión celestial? Te costará la vida. Tres días muerto, sin ver nada. Esa fue una misericordia del Señor, para que no hubiese distracciones que le hicieran perder la gloria de esa visión. Solamente se le aparecía en la mente ese impacto de la presencia del Señor, ese resplandor, ese encuentro con la autoridad gloriosa del Señor, y esas palabras: «Vas a ir a los gentiles; eres instrumento escogido; levántate, ponte sobre tus pies…». Esas palabras le dieron vuelta por dentro. «¿Qué va a acontecer? ¿Cómo voy a ir? ¿Qué viene ahora?». Así estuvo Saulo.
En Damasco se completa la visión
Pero el Señor siguió trabajando. En esa ciudad vivía Ananías, un discípulo. No era un apóstol; era un discípulo. No se dice nada más de él; era un discípulo solamente. Pero fíjense, hermanos, lo que se cumple en Ananías.
Saulo está ciego, anonadado por la visión. El Señor le muestra, dentro de esa oscuridad, que vendrá un hombre llamado Ananías. No había forma de comunicación: estas dos personas no se conocían; uno no sabía donde estaba el otro. El Señor los conecta a los dos; le da un sueño a uno, y le da una visión al otro.
Le dice: «Ananías». Y Ananías dice: «Heme aquí». ¿Qué significa eso? Que Ananías y el Señor ya se conocían; había intimidad entre ellos. El Señor le da instrucciones acerca de Saulo, de imponerle las manos para que recobre la vista. Fíjense en las respuestas de Ananías. Ananías no es un ‘cumplidor de órdenes’, no era un simple siervo. Aquí, Ananías aparece tan cercano al Señor. Le pregunta respetuosamente. «Señor, he oído que este hombre ha hecho males; tiene autoridad, etc. El Señor no lo reprende; escucha a su amigo, a su siervo con el cual tiene intimidad; escucha sus razones, y le explica. Le dice: «No te preocupes, éste me es un instrumento escogido». Se acaba la discusión; Ananías entiende, obedece, va, y se encuentra con Saulo. Pensemos en el encuentro de estos dos hombres. Saulo venía a Damasco a matar a los cristianos, y se encuentra con un cristiano delante. Se supone que ese es un enemigo. Y viene el enemigo, le dice: «Hermano», y le impone las manos. ¡Qué glorioso!
Un siervo del Señor nos decía, hace unos meses atrás, que si Saulo de Tarso, entero como estaba, hubiese puesto las manos sobre Ananías, lo mata. ¡Pero Ananías pone las manos sobre Saulo, y lo bendice!. Recobra la vista y es lleno del Espíritu Santo, y más aun lo llama: «Hermano», lo involucra en la iglesia y se identifica con él.
Hechos 22:13. Aquí está relatando este hecho Saulo en primera persona, y dice: «(Ananías) vino a mí, y acercándose, me dijo: Hermano Saulo, recibe la vista. Y yo en aquella misma hora recobré la vista y lo miré». «Recobré la vista y lo miré». Lo miró. Lo primero que vio después de haber quedado ciego por ese encuentro con el Señor de gloria, la primera persona que ve luego que recupera la visión, ¡es a un hermano!
Saulo no tuvo el privilegio de Juan, que vio los ojos del Señor como llama de fuego y Su rostro resplandeciente. Saulo sólo vio el resplandor y escuchó la voz, pero ahora ve un rostro. ¡Qué familiar le parece ese rostro! Es el rostro de un hermano. Vio a Cristo en el camino a Damasco. La mitad de la visión celestial la vio en el camino a Damasco, postrado en tierra. La segunda parte de la visión celestial la vio en Damasco. En la calle llamada Derecha, en casa de Judas, allí se completó la visión. En el camino, vio a un hombre celestial; en la casa de Damasco, a un hombre terrenal. Cristo estaba en el camino a Damasco, y ahora Cristo está en el rostro de ese hermano.
Saulo vio una visión celestial, vio a un hombre celestial. Vio a la Cabeza en el camino de Damasco, y vio el Cuerpo en la ciudad de Damasco. En realidad, se le completó la visión. Cristo es la cabeza, la iglesia es el cuerpo.
La visión celestial es el Cristo glorioso y todopoderoso en las alturas; pero esa es la mitad de la visión. La otra mitad es lo que lo asió a él por dentro, es lo que lo conmovió hasta las entrañas, y lo hizo recorrer muchos lugares y llenarlo todo con el evangelio y trabajar más que todos.
Pablo no sólo vio al Señor arriba en los cielos: también vio al Señor en Ananías, y Ananías representa a la iglesia local en Damasco. En Ananías reconoció la dulzura de esa voz, y en ese rostro vio a su Señor: Cristo formado en Ananías. Un hombre que tenía intimidad y diálogo con el Señor. El Señor pudo utilizar a Ananías para hacer algo que era trascendental en el rumbo de la obra de Dios en esos días.
Oh, hermanos, que el Señor nos permita en estos días recuperar eso. Que el Señor te pueda hablar a ti, un discípulo. Él no sólo va a hablar a los ancianos y a los obreros; el Señor te quiere hablar a ti; él quiere tener intimidad contigo, hermano. El Señor quiere nombrarte, y que tú puedas decir: «Heme aquí». Y que el Señor te pueda mandar a tocar a una persona, y vayas allá en su nombre, usado por él, aun cuando tú le temas a esa persona. Lo invisible se hace visible a través de los hombres: la iglesia.
¡Qué cercano es el Señor! No sólo está en el trono, arriba; está en Damasco. Está ahí, defendiendo su iglesia. Revelándose a un hombre, para que a través de este hombre, nosotros tambien pudiésemos ver aquella vision celestial. Hermano, ¿va a ser la visión celestial también parte de tu vida de aquí en adelante?
Ser oidor de la Palabra es fácil; ser desobediente a ella también es fácil. Por eso, Pablo dice: «No fui rebelde a la visión celestial». Es fácil ser rebelde, a pesar de lo que hemos visto. No basta con entender la visión celestial. No basta con ubicarla en la Biblia. El amado hermano Stephen Kaung dijo: «Ver la visión celestial no es suficiente; si ella no se transforma en nuestra vocación, siempre estaremos faltos».
Amado hermano, el Señor quiere tener ganancia. Algunos de nosotros tenemos varios años en esta carrera. ¿Cuánto de esta visión ha ido aumentando, un poco más de Cristo, otro paso más, extendiéndonos a lo que está adelante, y la verdad de Dios, la persona del Señor capturándonos por dentro, llevándonos de gloria en gloria en su misma imagen?
Amados hermanos, ¿cuántos habremos sido desobedientes a la visión de Dios? Dios nos ha mostrado algo, y nosotros hemos insistido en hacer otra cosa, y hemos tomado esto a la ligera, como si no fuese un tesoro. Amado hermano, Saulo tuvo esa visión celestial; vio la Cabeza y vio el cuerpo. Él dijo: «Señor, ¿qué quieres que haga?». El esperaba instrucciones directas de parte del Señor Jesús, pero en cambio se le dice: «Espera, se te va a decir lo que tienes que hacer».
Ese cristianismo que dice: «Yo me las arreglo solo con el Señor. El Señor me habla a mí; yo y el Señor no más. Yo me debo al Señor, no a ustedes». Cuando escuches decir eso, siéntate a esperar, porque no van a pasar muchos días cuando ese supuesto ‘espiritual’ tendrá problemas. Porque el Señor tiene cuerpo. Y él es la Cabeza. Los hombres no somos las cabezas. Él es la cabeza. Saulo aprendió esta gran lección. Me temo que no todos la hemos aprendido.
Nosotros hemos querido sólo obedecer al Señor; pero en la visión celestial, Saulo aprendió que tenía que obedecer a Ananías. El gran apóstol, que iba a ser enviado a los gentiles hasta lo último de la tierra, tenía que aprender una gran lección de humildad: someterse a un desconocido. Saulo después le impuso las manos a mucha gente. Mucha gente fue sanada, mucha gente fue llena del Espíritu Santo por su intermedio. Pero aquel día un pequeño le impone las manos, y él tiene que sujetarse a las instrucciones de ese pequeño, que le dice: «Levántate, recibe la vista, lava tus pecados, bautízate, recibe el Espíritu Santo». Son órdenes a través del Cuerpo. ¿Nos sujetaremos al cuerpo?
La visión tiene dos partes
Oh, hermanos, la visión celestial tiene dos partes. El Señor inconmovible en los cielos, el Señor glorioso en las alturas, es la primera parte de la visión.
«Pues buscáis una prueba de que habla Cristo en mí, el cual no es débil para con vosotros, sino que es poderoso en vosotros» (2 Corintios 13:3). ¿Qué creemos? ¿Que Cristo es poderoso sólo en las alturas? Indiscutiblemente, el Señor es todopoderoso en los cielos. Toda potestad tiene el Señor en los cielos y en la tierra. Cristo es la cabeza de todo principado y de toda autoridad. Hermanos, si esta es toda tu visión y mi visión, entonces tenemos la mitad de la visión celestial.
¡Cristo es poderoso en nosotros! Mira cómo se enciende el fuego que está en tu corazón. «No apaguéis el Espíritu». Está el Espíritu dentro de nosotros, está Cristo en nosotros. Hermano, Cristo no es débil, Cristo es poderoso en nosotros. En ti mismo, nunca serás poderoso; en nosotros mismos, seremos siempre un vaso de barro. Pero este Cristo poderoso dentro de nosotros va a ir destruyendo todo lo que no es de él, y eso será la iglesia finalmente: una iglesia que tiene una visión gloriosa de su Señor en los cielos, pero también un Señor que poderosamente se va formando en nosotros.
Pablo fue transformado absolutamente, fue asido por dentro cuando vio esta gloria, de que el Señor no sólo iba a habitar en los cielos, sino que también iba a habitar ‘dentro de’. Y él lo comprobó en la iglesia local de Damasco. Que Cristo sea tocado en la iglesia en todo lugar. Para eso, hermano, tú y yo tenemos que ser quebrantados.
La visión celestial le costó la vida entera a Pablo; le costó el desprecio de los judíos. Cuando él hablaba, dijeron: «No conviene que este hombre viva». Sin embargo, él no estimó como preciosa su vida, porque estaba asido, estaba capturado por dentro. Había como un cable acerado metido por dentro, el Señor tira el cable y lo acerca. «Quiero mostrarte algo más, quiero tenerte más cerca de mí; más cerca, más cerca, hasta que reines conmigo eternamente».
Hemos sido asidos por dentro. Hermano amado, Jesús murió por nosotros en la cruz, fuera de nosotros. Fue sepultado, resucitó y ascendió, y hoy está arriba, en los cielos. Pero él dijo: «Vendré a vosotros». Por el Espíritu Santo, ahora vive dentro de nosotros. Nos salvó una vez y para siempre, afuera. Hermano, no te conformes con la verdad de un Cristo que nos salvó afuera, de un Cristo que está afuera y arriba. Sí, está arriba, pero la segunda parte dice que está aquí.
Cristo está aquí. Estuvo revelándose en el camino de Damasco; pero hoy día está restaurando su iglesia. El Señor está aquí; está tan cerca. Está aquí con nosotros, dentro. No seamos rebeldes a esta visión celestial, hasta que el Señor haya obtenido lo que él quiere: una iglesia gloriosa. Que la visión no sea solamente un ver. El ver se transforme en ser. Que seamos lo que predicamos, un testimonio vivo para el Señor. ¡Gloria a Dios!