La palabra de Dios contiene todo el consejo de Dios para su pueblo. Las edades cambian, pero sus principios permanecen inmutables.
Lectura: 2ª Tim. 3:16; Josué 1:5, 9, 12-13; Éxodo 4:18-26.
Es de suma importancia considerar la palabra del Señor y a sus siervos que la trajeron, recibir sus experiencias y revisar cuidadosamente sus logros.
En estos últimos días, es necesario preguntarse: ¿Por qué hay generaciones que se pierden y otras que agradan el corazón del Señor, y por ende, logran victorias? ¿Cuál es el secreto? Respondemos que uno de los grandes secretos fue y es guardar la palabra del Señor, y considerar a los siervos que nos antecedieron y nos hablaron de ella.
Dos generaciones diferentes
A la luz del capítulo 1 del libro de Josué, vemos por qué su generación alcanzó el agrado del Señor. Después que Moisés murió, el Señor le habla a Josué. En el versículo 7 le dice: “Solamente esfuérzate y sé muy valiente para cuidar de hacer conforme a toda la ley que mi siervo Moisés te mandó. No te apartes de ella a diestra ni a siniestra, para que seas prosperado en todas las cosas que emprendas”. En el versículo 13, dice Josué: “Acordaos de la palabra de Moisés siervo de Jehová”. Él tenía en mente no sólo la palabra dicha directamente por el Señor, sino que también recordaba la de Moisés.
Nosotros no podemos decir: “A mí me basta con lo que el Señor me habla a través de la Biblia”. Tenemos que considerar la palabra y a los hermanos que nos antecedieron. A Josué, el guardar la palabra le trajo sabiduría, poder, victoria sobre sus enemigos. Es de considerar que todas las tribus estaban unidas en días de Josué.
Pero después vino otra generación (Jueces 2:11-13, 20). Y aquí notamos el abandono casi total de la palabra, y el olvido de Josué, siervo del Señor. El resultado fue la humillación ante sus enemigos, derrotas, cautividad, pobreza, ruina. ¡Qué diferente a la generación anterior!
Hay una expresión que se repite en el libro de Jueces: “Cada uno hacía lo que bien le parecía”. Cuando existe la democracia en el pueblo de Dios, el resultado es fatal. Se anda y se vive con principios terrenales; se usan estrategias humanas para hacer la obra del Señor.
¿Qué generación seremos nosotros, o qué generación estamos destinados a ser? ¿Recibiremos el legado de Dios de los hermanos que nos antecedieron? ¿Miraremos su caminar e imitaremos su fe?
Dios quiere matar a Moisés
En Éxodo 4:18-26 hay un relato importante en relación a lo que venimos diciendo, cuando el Señor, en una posada, le sale al encuentro a Moisés y quiere matarlo. En esta ocasión, Dios muestra el desagrado de su corazón hacia su siervo Moisés.
Nosotros pensamos: Si Dios lo envía a Egipto llevando un mensaje de juicio para Faraón y un mensaje de redención para Israel, su pueblo, ¿cómo es que le sale al encuentro para matarlo? ¿Qué pecado habrá cometido este siervo del Señor? El versículo 25 nos aclara el por qué: “Entonces Séfora tomó un pedernal afilado y cortó el prepucio de su hijo, y lo echó a sus pies, diciendo: A la verdad tú me eres un esposo de sangre”.
La actitud de Séfora nos dice que ambos sabían que tenían que circuncidar a su hijo, pero pensaron que el Señor Dios dejaría pasar esto, o a lo mejor ya se habría olvidado, o que siendo Moisés siervo escogido tendría algunas regalías. Pero Dios no puede ser burlado. En Éxodo 3, cuando el Señor llama a Moisés, le dice: “Yo soy el Dios de tu padre Abraham”. En otras palabras: “Lo que soy para Abraham, lo seré para ti, con los mismos principios, demandas y estatutos”.
En Génesis 17, Dios le habla a Abraham de la circuncisión, haciendo un pacto de identificación con su pueblo, y principalmente con la familia de Abraham. El pacto consistía en circuncidar a todo varón. Si quedaba alguno incircunciso, debería ser cortado del pueblo, porque dijo el Señor: “Ha violado mi ley”. Pero aquí vemos a Moisés pretendiendo servir a Dios teniendo algo pendiente.
A veces pensamos erróneamente que Dios sólo toma en cuenta los pecados visibles y grotescos, y no aquellos ocultos, que incluso consideramos innecesario juzgarlos. La circuncisión en el Nuevo Pacto se relaciona con el sello del Espíritu Santo, pero también espiritualmente significa pérdida de nuestra fuerza natural, despojamiento del hombre carnal con sus pasiones y deseos.
En el Antiguo Pacto, la circuncisión era dolorosa y producía debilidad. Entonces, nosotros pensamos que Moisés y Séfora no quisieron circuncidar a su hijo, para no verlo sufrir, y consintieron ambos en no circuncidarlo. ¡Qué tremendo es cuando el esposo, el siervo del Señor, tiene una demanda del Señor, y él conscientemente no lo hace! Si la esposa no es ayuda idónea en este sentido, el Señor se desagrada de tal cosa, y puede traer fatalidad a la familia.
Hay que circuncidar los hijos
Pretender servir al Señor con algo pendiente es lo más insensato que podemos hacer. En cualquier momento, el Señor nos saldrá al encuentro, como sucedió a Moisés en la posada. Nos preguntamos: ¿Cuántos hijitos tenemos arraigados en el alma, que no queremos circuncidar? Nombraremos algunos: orgullo, alto concepto de sí, arrogancia, afán de liderazgo, soberbia, consentimiento con algunas tinieblas. ¡Cuidado! Se acerca la sentencia del Señor. Seremos sabios si nos arrepentimos y circuncidamos ahora mismo todos los hijitos que están allí arraigados.
¿Cómo está nuestra vida delante del Señor, la comunión con los hermanos, la comunión con la mesa del Señor? ¿Mis ofrendas, mis responsabilidades como siervo, como padre, como ciudadano, como vecino, como colega de trabajo? El Señor lo ve todo. En relación a las ofrendas, por ejemplo, él dice: “Vosotros me habéis robado”. Pero tú dices: “¿En qué te hemos robado?” (Malaquías 3:18). Y en el partimiento del pan, por ejemplo, ¿tengo enemistad con algún hermano (aunque esté lejos)?
A veces nos olvidamos de la palabra, y somos oidores y no hacedores de ella. Nos olvidamos del Dios del Nuevo Testamento, de sus juicios, y nos sumergimos en el río de la gracia y la misericordia. Pero ¿acaso no nos hace temblar cuando dice: “De tus juicios tengo miedo”? (Salmos 119:120). El Dios de Pablo, de los apóstoles, del Nuevo Testamento, de todos nuestros hermanos que nos han antecedido, ¿es nuestro Dios? El Dios que ejecutó juicio sobre Ananías y Safira, ¿acaso no es nuestro Dios?
Hablo a los padres: por ‘amor’ a los hijitos, muchas veces no les restringimos nada, porque tememos tener un mal encuentro con ellos. Pero, si no los “circuncidamos” – es decir, si no obedecemos al Señor respecto de ellos, ¿qué generación estamos formando? ¿Qué legado de Dios les dejaremos? Espero que, si fuera esta nuestra situación, nos arrepintamos y juzguemos nuestros pecados, y circuncidemos a los hijos, así el Señor se agradará de nosotros.
Y el arrepentimiento no es sólo asunto de lágrimas en las mejillas: es más que eso. El arrepentimiento es un cambio radical de actitud. Así se santifica al Señor. Cual la falta, tal el arrepentimiento. ¿Pensamos burlar a Dios y dejarlo contento con venir nosotros a las reuniones, cantar algunas alabanzas, y vivir así en un círculo vicioso toda la vida?
Quiero ser un poco más específico: El Señor quiere circuncidar todo lo que ha estado pendiente por muchos años. ¿Has amado tu trabajo más que a él, tu empresa, tu dinero, tu familia, tus amistades, tus comodidades? El Señor te ha hablado una y otra vez, y tú has oído y no te has arrepentido. Te digo que Dios te saldrá al encuentro en cualquier momento.
Para los que pretendemos servir al Señor, nada dejará sin que quede al descubierto. Y cuando digo “servir al Señor” no estoy hablando sólo de los que tienen un ministerio connotado o algún nombramiento en la iglesia. Sabemos que todos nosotros somos reyes y sacerdotes; todos somos útiles en la casa del Señor.
De Moisés se dice que llegó a ser un hombre manso, y que fue fiel en toda la casa del Señor. Pero este asunto de la circuncisión de su hijo, Dios no se lo podía dejar pasar. ¿Piensas tú que contigo será diferente, que el Señor hará una excepción porque eres su ‘regalón’? ¡No seamos niños en nuestra forma de pensar!
Muchos de nosotros, cuando ha llegado ese momento, cuando el Señor nos ha salido al encuentro para matarnos, le bajamos el perfil, el nivel del desagrado del Señor, y por vergüenza, o incluso porque nos amamos tanto a nosotros mismos, llegamos a decir: “El Señor me está probando”, cuando en el fondo es un juicio que ha caído sobre nuestra vida.
Ruego al Señor que nos haga recapacitar. “En cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos”. Tenemos que revisar nuestra vida, y pedirle al Espíritu Santo que ilumine nuestras tinieblas. El Señor nos ayude. ¡Bendito sea el Señor!