Un llamado a vivir la realidad de Cristo, y a tomar la carga del Espíritu en oración.
Nadie os prive de vuestro premio, afectando humildad y culto a los ángeles, entremetiéndose en lo que no ha visto, vanamente hinchado por su propia mente carnal, y no asiéndose de la Cabeza, en virtud de quien todo el cuerpo, nutriéndose y uniéndose por las coyunturas y ligamentos, crece con el crecimiento que da Dios”.
– Col. 2:18-19.
Hemos venido compartiendo, en diferentes localidades, la carta a los Efesios. ¡Cuánta riqueza tenemos en el Señor! Efesios nos ha posicionado en un lugar tan elevado, sentados en lugares celestiales con Cristo Jesús, y de esa posición nadie nos moverá, porque es el Señor quien nos colocó allí. Pero también hemos visto que, comenzando en los cielos, en la gloria, poco a poco la Palabra va aterrizando en términos muy prácticos y, a partir de Efesios 4, se nos habla de nuestra responsabilidad frente a la gracia que nos ha sido dada. Entonces tenemos ese «andar en el Espíritu», que implica nuestra responsabilidad.
Dentro de esa carta hay un versículo que también hemos revisado, muy similar a lo que acabamos de leer en Colosenses. En Colosenses se dice: «…y no asiéndose de la Cabeza, en virtud de quien todo el cuerpo, nutriéndose y uniéndose por las coyunturas y ligamentos, crece con el crecimiento que da Dios». Efesios dice: «…para que… crezcamos en todo en aquel que es la cabeza» (Ef. 4:15). Y sabemos quién es la Cabeza: Cristo es la Cabeza de la iglesia.
Efesios y Colosenses son cartas gemelas. De hecho, para entender las verdades de Efesios, tenemos que entender necesariamente también las verdades de Colosenses, porque son complementarias. Se dice que fueron escritas en el mismo tiempo.
Dos clases de hermanos
En Colosenses, el apóstol Pablo va hablar de algo bien particular. La primera parte del versículo 19 dice: «…y no asiéndose de la Cabeza», o no aferrándose a la Cabeza. Es muy interesante este versículo. Pablo contrapone dos situaciones, dos tipos de hermanos – porque esta carta fue escrita a creyentes. En el versículo 18 habla de que nadie nos prive de nuestro premio, pero luego dice que la condición de algunos es estar «vanamente hinchados por su propia mente carnal».
Pablo aquí hace la diferencia entre aquellos que están hinchados por su propia mente carnal, en contraposición con el versículo 19, que son los que están unidos a la Cabeza. Y, ¿qué pasa con éstos? Ellos crecen. El versículo 19 nos da la clave del crecimiento: crecemos asiéndonos de la Cabeza.
Entonces, aquellos que no permanecen asidos a Cristo no maduran, porque el crecimiento solo es posible cuando el cuerpo está unido a la Cabeza. Pablo menciona que estos hermanos están hinchados, pero no crecidos. Es muy interesante la palabra que se ocupa aquí: «vanamente hinchado», porque la expresión «hinchado» se usa también en 1ª Corintios. En esa carta, unas cuatro o cinco veces se usa la palabra traducida del griego. Sin embargo, en la carta a los corintios se ha traducido como «vano».
Por ejemplo en 1ª Corintios 8:1 dice: «El conocimiento envanece, pero el amor edifica». En el original es: «El conocimiento hincha». Es muy interesante esa expresión. Cuando algo está hinchado, en su interior no hay nada, puede haber aire, pero nada más. Algo vano es algo vacío. Sin embargo, hay una acepción de la palabra «vano» que es mucho más interesante. Tomada en este contexto, significa falto de realidad, falto de sustancia, falto de esencia.
Cuando dice: «…vanamente hinchado por su propia mente carnal», quiere decir que estos hermanos no han crecido en el Señor, porque no han estado ligados a la Cabeza. Sin embargo, al verlos externamente, parecen robustos, parecen crecidos. Nuestro Dios ve mucho más allá de lo que nuestros ojos ven. Y él ve, y dice: «No, no están crecidos; están hinchados». ¿Se fijan, hermanos, la importancia que tiene este versículo para nosotros? Nosotros podemos estar hoy reunidos, podemos participar y testificar del Señor. ¡Qué precioso es cuando la iglesia testifica! Sin embargo, que hoy el Señor examine nuestros corazones.
¿Cuántas de nuestras declaraciones son una realidad, y cuántas son producto de una vana mente carnal? Aquí se habla a creyentes, y a éstos el Señor los descubre y les dice que son solamente «hinchazón», son solo aire, y no hay realidad en ellos.
¿Recuerdan cuando el Señor Jesús se dirige a una higuera queriendo hallar fruto en ella? Era una higuera frondosa, verde. Verla era algo precioso. Pero él no encuentra fruto; solamente hojas. ¿Podemos aplicar ese ejemplo a lo que estamos diciendo? Perfectamente. Podemos decir, entonces, que ese árbol representa también este tipo de creyentes, que tienen muchas hojas, que se ven verdes y frondosos; sin embargo a la hora que el Señor va a buscar un fruto, no lo halla.
Fruto = realidad
¿Qué es ese fruto? Ese fruto, en el fondo, es realidad. ¿Sabe lo que el Señor busca de nosotros? Realidad. No busca solo proclamas con respecto a que él es el Señor. Si en realidad el Señor es tu Señor y es mi Señor, entonces esa proclama cobra vida, y se hace real en medio nuestro, y entonces él reina sobre su casa. De otra forma, no. Así que, cuán importante es esta palabra – que vivamos nuestra vida ligados a la Cabeza. No hay otra forma de crecer.
¿Te imaginas cuán raro sería que un cuerpo anduviera sin cabeza? Es una imagen horrenda para nuestras mentes. ¡Sin embargo, en nuestra realidad espiritual, muchas veces hemos andado como un cuerpo sin cabeza, porque no le hemos reconocido a Él como nuestra autoridad! Hermano, el Señor es el Señor de la iglesia, y debemos anhelar que eso sea una realidad en nosotros. Esa es la gloria de la iglesia, y tenemos provisión en el Señor para que eso sea una realidad, porque hemos muerto y nuestra vida está escondida con Cristo en Dios.
Ahora, esto de lo cual hablamos, parte primero en forma individual. Es cierto que el Señor es Cabeza de su iglesia en forma corporativa. Sin embargo, para que eso sea real en la iglesia, primero debe ser realidad en tu vida. En tu casa, en tu familia, con tus hijos, en tu matrimonio, ¡él tiene que ser la Cabeza! Si no lo es, entonces, ¿cómo vamos a pretender que él sea el Señor en la iglesia?
Que el Señor nos socorra a todos, para que el Espíritu Santo vaya descubriendo nuestros corazones. ¿Cómo hemos vivido este tiempo? ¿Hemos andado ligados a la Cabeza, sujetos a Cristo? El Espíritu Santo pueda hacer en nuestros corazones un examen profundo, primero en forma individual, para que luego sea en forma corporativa.
Hay una traducción del versículo 18b que quiero compartir. En vez de decir: «vanamente hinchado por su propia mente carnal», dice que es una persona «llena de sí misma». Y tiene sentido, porque una persona que aún está llena de sí misma, jamás estará unida con la Cabeza. Si yo estoy lleno de mí mismo, de mis ideas, de mis proyectos, de mis necesidades, todo centrado en mí mismo, ¿cómo podría estar sujeto a la Cabeza? Es imposible. Hermanos, que no sea esta nuestra condición. El Señor misericordioso, a través de esta palabra, pueda traer profundo arrepentimiento a nuestros corazones, para que, si este ha sido nuestro estado, ya no lo sea más.
Ahora, cuando hablamos de este ‘unirnos a la Cabeza’, todavía pareciera ser algo abstracto, que no entendemos muy bien lo que significa. Yo puedo decir, para empatizar con los hermanos: «¡Sí, hermanos, yo estoy unido con la Cabeza!». Pero, en términos prácticos, ¿cómo me doy cuenta de que yo o mi hermano, o nosotros como congregación, estamos realmente unidos a la Cabeza?
Hay muchas marcas, muchas evidencias, si una congregación anda de esta forma. La carta a los Colosenses está llena de estas marcas. Solo una, al pasar. Aquí, en Colosenses, el apóstol Pablo llama la atención a los hermanos, diciendo: «…perdonándoos unos a otros… de la manera que Cristo os perdonó». ¿Quién de nosotros podría perdonar como Cristo perdonó, si no está ligado a la Cabeza? No podríamos.
¿Cómo nos perdonó él Señor? Su perdón fue unilateral. ¡Él nos perdonó! Yo no fui donde él a pedirle perdón. No; ¡él vino y él nos perdonó! ¡Gloria al Señor! Pero ese perdón que él nos dio, es el perdón que él también demanda a la iglesia que está unida a Cristo. ¿Se fija, hermano? Aquí podemos ver si lo que proclamamos cada vez que nos reunimos es una realidad en nosotros.
Cristo en el centro
Podríamos ahondar mucho más en esa marca, pero quiero poner el énfasis en algo más. Se reconoce una iglesia que anda ligada a la Cabeza, porque Cristo «es el todo, y en todos» en ella. También está en Colosenses esa expresión. Para una iglesia local, que Cristo sea el todo, significa que esa iglesia no tiene otro centro de atención, otro foco, sino Cristo; no desea otra cosa, sino a Cristo; no se distrae con nada, porque su atención es Cristo. Si una iglesia está ligada a la Cabeza, siempre en su corazón está su Señor.
En nuestros días, muchos cristianos, infelizmente, han perdido, de alguna forma, la atención del Señor. Se han distraído de Cristo, y otras cosas vienen a cobrar mayor relevancia. También nos puede ocurrir a todos, si, por ejemplo, comenzamos a enfatizar los dones, y a exaltar al don por sobre el Dador del don. Podemos distraernos de Cristo, y ya no es él nuestro foco sino un cierto predicador, y si éste no predica, entonces pareciera que la Palabra no fluye. Lo mismo ocurre con la alabanza. Si no usamos estos acordes, o no innovamos en esto y en lo otro… Cristo deja de ser el centro, y la música pasa a ser el centro. ¿Se fijan?
¿Cuál es el llamado del Señor hoy día? Es un llamado dulce, pero al mismo tiempo fuerte y firme: «¡No se distraigan de mí!». ¡Que las cosas del mundo no nos distraigan de la persona más bendita que hemos conocido! ¡Él es el mayor de todos, él es el excelso, él es el sublime, a él rendimos nuestra vida! ¡Señor, que nada nos distraiga de ti! ¡Que nada nos aparte del Señor, hermanos!
Satanás no descansa; él va a poner una y otra artimaña con tal de que tú te distraigas, de que yo me distraiga. Y no quiero hablar de pecados groseros, porque sabemos eso, pero el enemigo es mucho más sutil, y tu don, tu gracia, te puede distraer de Cristo. ¿Sabes a qué nos lleva esto, entonces? Nos lleva a estar siempre delante de nuestro Dios.
Colosenses 1:9-10: «Por lo cual también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual, para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios». Este era el deseo de Pablo para la iglesia en Colosas, pero también es el deseo del corazón del Señor para todas las iglesias: Que seamos llenos del conocimiento de su voluntad. Una iglesia ligada a su Cabeza, conoce cuál es la voluntad de su Señor. Así como nuestro cuerpo conoce cuál es la voluntad de la cabeza, y le obedece, así también la iglesia conoce la voluntad de Dios.
La carga del Señor en Nehemías
¿Conocemos cuál es la voluntad de Dios en este tiempo? No estoy hablando de la voluntad eterna de Dios, porque la conocemos, y podemos decir, por ejemplo, que su voluntad es llevar muchos hijos a la gloria. Esa es su voluntad eterna; pero hay también una voluntad presente, una carga en el corazón del Señor. La carga de Dios hoy día es la misma de ayer; sin embargo, a veces se nos olvida cuál es la carga de su corazón. Con respecto a esto, quiero dar un ejemplo en la Escritura, en la historia de Nehemías.
Nehemías era el copero del rey, que estaba siempre delante de él sirviéndole. Nehemías se encontraba en Babilonia, cautivo, junto con los demás. Sin embargo, su situación era distinta a la del resto del pueblo, porque él llegó a ser el copero del rey. Éste no era un cargo menor, era un cargo de confianza absoluta, porque si al rey le pasaba algo por causa de la comida o la bebida, el copero era el responsable. Nehemías alcanzó el favor del rey.
Nehemías capítulo 1 es muy interesante. Cuando él está en ejercicio de su función, vienen algunos desde Israel, y él les pregunta: «¿Cómo está Jerusalén?». Y recibe el reporte de que Jerusalén estaba destruida, absolutamente en ruinas. Cuando Nehemías se enteró de esto, hizo duelo, ayunó y oró. Tal vez él nunca estuvo en Jerusalén antes; pero, ¿por qué hubo en su corazón esta reacción? A veces reaccionamos de esta forma cuando nos informan sobre una situación relacionada con una persona que conocemos. Parece ser que nos duele más, porque conocemos al afectado. Pero cuando no es así, lo lamentamos un poco, pero no es tan significativo.
Quería puntualizar esto, porque el lloro de Nehemías, su ayuno y sus oraciones, no son una carga de él en particular, sino una carga de Dios. A lo mejor él nunca tuvo una experiencia con Jerusalén, ni recorrió sus calles, ni había servido en el Templo; sin embargo, su corazón se compungió, y Dios vio en él un corazón dispuesto a llevar Su carga.
Nehemías no era un predicador, no era un profeta. Por lo que deducimos de su mismo libro, él era un hombre de oración. Por lo tanto, Dios escoge, para restaurar su testimonio en la tierra, no a los predicadores, al menos no en primera instancia, porque Esdras viene después; primero es Nehemías. Hoy, Dios está buscando hombres y mujeres que estén dispuestos a llevar Su carga. ¿Y cómo llevaremos su carga? Si estamos unidos a la Cabeza. Si no lo estamos, entonces a mí no me va a interesar lo que a él le interesa, no voy a sufrir por lo que él sufre, y voy a sufrir solo por mí, todavía.
Pero, ¿cuál es la invitación del Señor? «Llevad mi carga, llevad mi yugo. Mi yugo es ligero. Es mi yugo, es mi carga, lo que tienes que llevar; no es tu carga». ¿Se fija, hermano? No es tu carga, no son tus problemas; porque de esas situaciones, él se va a encargar. Eso es fe: él se va a encargar de tus problemas. Es como si el Señor dijese: «Mira, de tus cargas me preocupo yo. Pero te voy a pedir un favor (porque el Señor es tan tierno con nosotros, que no nos impone nada, sino que casi rogándonos nos pide): Yo llevo lo tuyo, tus cargas, tus problemas, aquellas preocupaciones nocturnas, aquellos desvelos por las deudas, por tu familia, por tus hijos. Pero quiero una sola cosa de ti: que tú lleves mi carga».
Hermanos, como iglesia, ¿estamos dispuestos a llevar la carga del Señor, a derramarnos, como Nehemías, por Su carga? Nehemías no oró por sí mismo, no lloró ni ayunó por sí mismo. Su situación no podía ser mejor, él ocupaba un lugar de privilegio; sin embargo, cuando recibió la carga del corazón de Dios, se presentó ante el rey y aunque estaba prohibido presentarse con el semblante demudado, él se arriesgó, se presentó, y en pocas palabras, le dijo al rey: «Tengo que irme».
Nehemías lo dejó todo, porque Dios había puesto su carga en él y no podía hacer otra cosa, sino cumplir con lo que Dios le había encomendado. Entonces, él deja el palacio y se va a las ruinas de Jerusalén, porque era un hombre de oración, un hombre que buscaba a Dios siempre, y Dios ve en él un corazón dispuesto, un corazón que está con el Señor y con Su carga, en completa armonía.
Hermanos, ¿cuál es la carga del Señor hoy día? ¿Cuál es la voluntad de Dios hoy día? Con nosotros, con la iglesia; hay una voluntad específica, hay una voluntad clara. Se nos ha venido hablando todo este tiempo sobre una línea de pensamiento: Que ya no seamos más niños, sino que crezcamos y maduremos, que seamos creyentes e hijos maduros. Esa es la voluntad de Dios para nosotros hoy día.
Dios quiere que dejemos nuestras niñerías y seamos creyentes maduros, que dejemos de tener pleitos por niñerías y le miremos a él y le sigamos a él, quien soportó mucho más que nosotros, quien soportó aun el oprobio por nosotros. Todo esto se cumple solo si estamos ligados a la Cabeza, que es Cristo. En términos prácticos, un hombre que está ligado a la Cabeza, va a ser un hombre que tendrá la carga del Señor en su corazón, y esa carga lo llevará a doblar sus rodillas, a orar por lo que el Señor quiere.
En Nehemías capítulo 4, vemos a Nehemías en plena faena de reconstrucción. Y, siempre que se inicia un proceso de restauración, hay oposición. Lo vemos aquí con Sanbalat y Tobías, unidos para intentar que el pueblo de Israel no continuase con la obra de reedificación de los muros y del templo, usando muchas artimañas para entorpecer la obra de Dios. Una de ellas fue decir sutilmente: «Te ayudamos; queremos colaborar contigo también», pero su propósito no era colaborar – Ellos querían distraerlos de Cristo.
Hay muchos enemigos espirituales intentando distraerte de Cristo día a día. Ahora, si esto es así, si sabemos que ellos están ocupados en distraernos de lo que es importante, ¡cómo no hemos de doblar nuestras rodillas todos los días delante del Señor, para que él nos guarde! Nehemías se dio cuenta de esto. Por eso, cuando están los enemigos al acecho, para defender los muros, él va ubicar –y esto es muy significativo– no a los soldados, sino a las familias.
«Entonces por las partes bajas del lugar, detrás del muro, y en los sitios abiertos, puse al pueblo por familias, con sus espadas, con sus lanzas y con sus arcos» (4:13). Los puso por familias, eso es muy interesante. ¿Quiénes son los que, en primera instancia, van a defender el testimonio de Dios en la tierra?… Porque, en ese momento, Jerusalén era el testimonio de Dios que tenía que ser restaurado. ¡Nehemías puso a las familias!
Nehemías 4:14: «Después miré, y me levanté y dije a los nobles y a los oficiales, y al resto del pueblo–Mira la arenga de Nehemías, en el Espíritu del Señor–: No temáis delante de ellos; acordaos del Señor, grande y temible». Sí, tenemos enemigos. Ellos van a hacer lo imposible por sacarte de Cristo, no te quepa duda. Pero no temamos; acordémonos del Señor, grande y temible. Así es tu Señor, hermano. Solo cuando me acuerdo de quién es el Señor, en mi corazón no habrá temor frente a mis enemigos, porque sé que él es el que me guarda, él es el que me defiende, él es el que está por mí. ¡Gloria al Señor!
Es lo mismo en Colosenses. Cuando Pablo ora por la iglesia en Colosas, él pide tres cosas: Uno, «que seáis llenos del conocimiento de su voluntad»; dos, «que andéis … agradándole en todo»; tres, «que seáis llenos del conocimiento de su voluntad». ¿Se fijan? Lo último, «llenos del conocimiento de su voluntad». ¿Qué dice Nehemías? «Acordaos del Señor».
¿Conocemos al Señor? Tal vez alguno de ustedes podría preguntar: «Hermano, ¡qué pregunta estás haciendo, si estamos aquí!». Pero la pregunta es válida, porque de acuerdo a lo que vimos al principio, podemos estar aquí, podemos venir todos los días domingos a reunión puntualmente; sin embargo, todavía podemos no conocer al Señor, podemos vivir una vida vana, podemos estar viviendo una irrealidad. Por eso es importante esta palabra. ¡Acordémonos del Señor, conozcamos al Señor!
No vamos a pretender que ya le conocemos. Hemos recibido mucha Palabra, por mucho tiempo; pero eso no nos haga pensar que ya le conocemos completamente, que ya no necesitamos nada más. ¡No, hermano! Él es eterno; nos faltará eternidad para conocerle. Que nuestro corazón se llene de este sentir. ¡Queremos conocerte a ti Señor, queremos conocerte más y más, porque este es el conocimiento que produce vida, que produce realidad en nosotros; si no, viviremos solamente una ilusión, viviremos un engaño!
Después dice: «…y pelead por vuestros hermanos, por vuestros hijos, por vuestras hijas, por vuestras mujeres y por vuestras casas». Dos puntos aquí: primero, el verbo pelead. Fíjense muy bien, hermanos. ¿Qué está ocurriendo en la escena en el contexto aquí? Venían enemigos que querían destruir los muros que estaban siendo reconstruidos. Sin embargo, la orden de Nehemías en su arenga al pueblo, no fue: «Peleemos para que no nos boten los muros». No dijo: «Tenemos que pelear por Jerusalén, tenemos que pelear por estos muros». No dijo así. ¿Qué dijo? «Pelead por vuestras familias».
Entonces, ¿qué estamos reconstruyendo? En el fondo, ¿aquello era solamente una ciudad con muros? No. ¿Estaba en peligro, en ese momento, la ciudad amurallada? No. Nehemías vio mucho más allá, por el Espíritu del Señor. Vio que lo que estaba en peligro no eran los muros, no eran las piedras. Estaba en peligro la familia; porque si no, no se entiende que él diga: «Pelead por vuestros hermanos, por vuestros hijos, por vuestras hijas, por vuestras mujeres y por vuestras casas».
Hermanos, es muy interesante que aquí se desglose esto, porque a veces nos cuesta entender también a nosotros. Pero aquí está claro. Si yo preguntara diciendo: «¿Por qué tiene que pelear usted hoy día, mi hermano?», podríamos responder esto, que tiene directa relación con Efesios 6:12: «Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes». Tenemos una pelea que dar. A veces no nos damos cuenta, a veces pareciera ser que todo marcha tan bien, y eso nos hace olvidar que hay una lucha desatada en los cielos.
Yo les decía esto a los hermanos en Chol-Chol, a los padres: Hay alguien más, aparte de ustedes como padres, y del Señor, que también quiere a tus hijos. Hay una persona que no los quiere para bien. ¿Y, sabes qué?, él va a luchar por conseguirlos. En muchos casos pareciera ser que los padres se han dado por vencidos, han dejado de luchar por los hijos. Pareciera ser que el enemigo ya ganó esa batalla. Entonces, nuestras oraciones cesan; ya no oramos como antes.
Hermano amado, tú tienes un Señor que nunca ha perdido una batalla; con tu hijo tampoco la perderá. Pero, ¿de qué depende? De que estemos ligados a la Cabeza. ¡Oh, hermano, si estamos unidos a Cristo, él lo hará; él lo traerá y él lo sentará a tu lado aquí en la reunión, y alabarán juntos al Señor! ¡Hermanos, pelead por vuestros hermanos, por vuestros hijos y por vuestras hijas!
¿Preocupación o angustia?
Hermanos, hay una diferencia fundamental entre la angustia y la preocupación. Son dos conceptos que a veces manejamos y los hacemos sinónimos. Y decimos que estamos preocupados por algo cuando hay una preocupación en nuestro corazón con respecto a algún asunto. Sin embargo, hay una diferencia semántica entre estas dos palabras.
¿Qué es la preocupación? La preocupación tiene una cualidad, y esa cualidad es que dura un breve tiempo. Entonces, yo digo, por ejemplo: «Estoy preocupado por el hermano que no viene desde hace dos domingos a reunión». Estoy preocupado. Pero, cuando lo veo en la tercera reunión, la preocupación se va. «Ah, apareció. ¡Qué bueno!». Pero, ¿qué es la angustia? Es distinto. La angustia es un dolor intenso y profundo. La angustia, a diferencia de la preocupación, no se va tan luego, permanece.
Ahora, yo pregunto: ¿Qué creen ustedes que sintió Nehemías en el capítulo 1, con respecto a Jerusalén? ¿Preocupación o angustia? Si Nehemías hubiese sentido solo preocupación, sí, hubiese orado, hubiese ayunado uno o dos días, y después se le hubiese pasado, porque se hubiese afanado en sus quehaceres, y se hubiese olvidado. Tal vez, unos dos meses más tarde hubiese venido de nuevo la misma preocupación. Pero su corazón no se preocupó, sino que se angustió. Hubo un dolor profundo en su corazón, del cual no podía zafarse.
Hermanos, ¿por qué nos estamos angustiando nosotros hoy día? ¿Nos estamos angustiando por lo que Dios quiere que nos angustiemos? ¿O, por las cosas de Dios, hay solo una preocupación? Yo creo que lo que Dios quiere es que su iglesia, en este tiempo, se angustie; porque solo desde la angustia, el Señor puede restaurar las cosas. No de una oración ‘preocupada’, sino de una oración que nace de un corazón angustiado. ¡Angustiémonos por nuestros hijos, angustiémonos por nuestras hijas, angustiémonos por nuestras esposas, por nuestros esposos! ¡Haya una angustia en nuestra oración!
¿Sabe lo que le conviene a mi esposa? Que yo muera, y me voy a angustiar por eso. No una angustia que llame a la desesperación, sino una angustia del Señor, la angustia que nace de su corazón, hasta que Cristo sea formado en nosotros. Pablo dice: «Hijitos míos, por los cuales vuelvo a sufrir dolores de parto hasta que Cristo sea formado en vosotros».
¿Nos vamos solo a preocupar por el hermano que no vino? No, nos vamos a angustiar. «Hermano, ¿pero cómo, tan exagerado?». Hermano amado, yo creo, en mi corazón, que este tiempo que vivimos no da para otra cosa. Si tú ves las noticias y ves la realidad, vemos cómo está el mundo, cómo Satanás ha ejercido tal influencia en la sociedad, en los jóvenes. ¿No es para angustiarse? Sí, es para angustiarnos, para que vivamos de rodillas, para que vivamos pidiendo al Señor.
Hermanos, que el Señor ponga su carga en nuestros corazones. No solamente preocupémonos –angustiémonos. Esa angustia, te lo aseguro, te va a llevar al cuarto secreto, a orar al Señor. Entonces, todo lo que hemos dicho tendrá cumplimiento, si solo cumplimos este requisito – si estamos ligados a Cristo. Si estamos unidos a Cristo, esto será una realidad en nosotros.
Que vivamos siempre unidos a nuestra Cabeza, que no sea solo una proclama. Que no sea solo andar espiritualmente hinchados de conocimientos, de lo que sabemos de las Escrituras. Hermanos, el solo conocimiento de las cosas no nos sirve de nada. Nos sirve la realidad de las cosas, y el Señor quiere llevar a todas las iglesias a la realidad. ¡Gloria al Señor!
(Transcripción de un mensaje impartido en Temuco, en agosto de 2011)