En medio de una preciosa lista de hermanos a quienes el apóstol Pablo saluda en el último capítulo de su epístola a los Romanos, aparece esta interesante declaración: «Saludad a Apeles, aprobado en Cristo». Pablo menciona a muchos hermanos y hermanas que daban vida a la iglesia en la ciudad de Roma en aquellos días. De cada uno de ellos destaca algo, ya sea de su carácter o de su servicio al Señor. De Apeles solo dice que es un hermano «aprobado en Cristo».
Una persona aprobada es alguien que ha pasado por muchas pruebas, superando etapa tras etapa, y ha salido airoso de ellas. Aprobado «en Cristo» nos indica que logró tal calificación, no en sus méritos personales ni en su propia fuerza, sino«en Cristo», es decir, permaneciendo en Él, dependiendo de Él, no confiando en sí mismo, sino en Aquel que murió y resucitó por él.
Apeles debió ser, como cualquiera de nosotros, un pecador que en un instante de su vida se encontró con Cristo. Impactado por tal encuentro, habrá comenzado a atesorar cada enseñanza de su Maestro, preocupándose con devoción de que las verdades que estaba recibiendo se hicieran vida en sí mismo.
¿Qué enseñanzas transformaron la vida de Apeles? Podemos considerar toda la epístola a los Romanos como su historia espiritual. Primero, se vería a sí mismo como un pecador bajo el justo juicio de Dios (2:5); luego sentiría la bienaventuranza del perdón (4:7), más tarde se le abrirían sus ojos para verse trasladado de Adán a Cristo (Cap. 5). Firmemente establecido en Cristo, avanzaría un poco más y se consideraría muerto al pecado (6:11) y muerto a la ley (7:4). Resucitado con Cristo, se ocuparía en las cosas del Espíritu y desechando las obras de la carne (8:13), llegaría a ser más que vencedor por medio de Aquel que le amó (8:37).
Pero Apeles seguiría avanzando; no se quedaría como un individuo cristiano victorioso. Ahora, además, descubriría que es miembro de un Cuerpo (12:5), y por tanto debería funcionar en armonía con el resto de los hermanos, soportando a unos (15:1), sobrellevando a otros y por sobre todo, aprendiendo de la vida y servicio de los demás miembros (15:7), entendiendo que solo en el conjunto precioso del cuerpo de Cristo, se puede vivir a Cristo en plenitud. Solo así pudo llegar a ser «aprobado en Cristo».
Apeles aparece sin título alguno. No es anciano, pastor, profeta ni evangelista; solo es un hermano. Pero él no espera ser reconocido por los hombres; simplemente ama a su Señor, y a todo aquello que tiene que ver con Su reino y Su casa, se alegra con lo que hace el Señor en otros hermanos, colabora con los santos, visitando a uno, consolando a otro, siempre dispuesto a prestar un servicio en bien de la obra de su Señor.
Esta declaración no fue una frase descuidada del apóstol. Con toda seguridad, toda la iglesia en Roma tenía la misma grata opinión de Apeles, un hermano en quien trasuntaba la vida de Cristo en todo cuanto hacía, y que con su conducta bendecía a todos.
Permita el Señor que en medio de un mundo cada día más hostil a la fe cristiana y en medio de las vicisitudes del medio cristiano en que nos encontremos, se encuentren muchos hermanos como Apeles, «aprobados en Cristo».
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