La gloria de un siervo es reflejar la obra de Dios.
¡Aparezca en tus siervos tu obra y tu gloria sobre sus hijos!».
– Salmo 90:16.
Este salmo está lleno de experiencia y sabiduría. No es sólo una inspiración poética; por tanto, carece de palabras grandilocuentes. Se subtitula «Oración de Moisés, varón de Dios». ¿Quién sino él conoció a Dios como refugio, siempre fiel y misericordioso? Moisés supo de quebrantos, aprendió frente a la zarza, en el monte de Dios, y en todos los tratos del Señor con su vida y con su pueblo, que el hombre es frágil, que no se puede confiar en él, pues está lleno de yerros y maldades, es efímero, y además, ignorante. ¿Qué sabe el hombre del poder y del temor de Dios? (v. 11) .Pero distinto es cuando Dios actúa en el hombre, cuando Dios lo sacia. Entonces canta, se alegra y se olvida de su aflicción.
«Aparezca en tus siervos tu obra».
Esta es la oración, quizás, la más profunda, la más angustiosa de los siervos del Señor. Cuando toda nuestra obra se turba, cuando empezamos a contar nuestros días, y pareciera que no vamos a alcanzar a hacer nada digno o de provecho, antes de que «volemos» (v.10). El salmo tiene un tono triste (suele citarse en los funerales); se parece al clamor de un siervo abatido que ha aprendido a través de muchos golpes, que lo único que tiene verdadero valor es «su obra en nosotros».
«Aparezca en tus siervos tu obra».
Dios ha estado obrando dentro de nosotros por mucho tiempo, desde que le conocimos (aun desde antes). Pablo, escribiendo con angustia a sus amados de Galacia, expresaba esto mismo: «Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto hasta que Cristo sea formado en vosotros» (4:19). Esta es la obra de Dios que tiene que aparecer en nosotros. Nuestro problema es que muchas veces aparece «nuestra obra», nuestra historia, nuestras formas, maneras o doctrinas favoritas, entonces nos separamos, nos excluimos con otros siervos, nos diferenciamos por las pequeñeces de nuestra obra. ¡Mas, Señor, cuando aparezca en tus siervos tu obra, ya no tendremos de qué gloriarnos, porque entonces la luz será tuya y la gloria será tuya!
La obra del Señor en cada uno de sus siervos concuerda, allí donde Cristo está siendo formado, donde su carácter está siendo plasmado, indiscutiblemente habrá acuerdo y comunión, porque la luz tiene comunión con la luz, la fe con la fe, el amor con el amor, la mansedumbre con la mansedumbre. En fin, «Cristo en nosotros la esperanza de gloria». Esta es la obra de Dios que debe comenzar a aparecer cada vez más nítida en nuestro tiempo, mientras «nuestra» obra se desgasta, y todo aquello en que hayamos perdido el rumbo buscando nuestra propia gloria se deteriora y aun muere, la obra de Dios ha de resplandecer, inconfundible, poderosa, estable, y eterna.
«¡Aparezca en tus siervos tu obra y tu gloria sobre sus hijos!».