La virtud más difícil
Una vez se le preguntó a un creyente anciano: “¿Cuál es la virtud cristiana más difícil de lograr?”. La respuesta fue: “El espíritu de humildad. El grave problema es estimar a los demás como superiores a uno”. El interlocutor volvió a preguntar: “¿Y cómo se puede lograr?”. La respuesta fue: “Hay una sola manera. Cuando me considero a mí mismo, miro a lo que san Pablo llama el “viejo hombre”. Cuando considero a otra persona, procuro ver en él al “nuevo hombre”: la nueva creación en Cristo”.
Watchman Nee, en Aguas refrescantes.
Dentro de cien años
Un predicador dijo un sermón sobre el tema “Dios es el dueño” – nosotros somos deudores; no poseemos nada. Un hombre acaudalado lo invitó a almorzar con él y juntos se dirigieron en auto hasta una colina cruzando cientos de hectáreas de hermoso campo. El hombre señaló con su mano todo aquello y dijo: “Predicador, si esto no me pertenece a mí, ¿a quién le pertenece?”. El predicador le respondió tranquilamente: “Hágame esa pregunta dentro de cien años”.
Quédese con las ovejas
Se cuenta de un campesino que llamó a un vecino ateo y le dijo que había despertado en él la convicción de pecado, y deseaba devolverle cuatro ovejas y sus crías que le había robado de su corral. El ateo se confundió mucho y dijo: “Váyase; no me moleste con las ovejas. Quédese con ellas. Si me sigue molestando así, terminaré por creer que su religión es verdadera. Guarde las ovejas para usted y no me perturbe más”.
A.B. Simpson, «Mateo».
El perdón de la reina
Se cuenta de un hombre condenado a muerte en Inglaterra, quien un día recibió en su celda la visita del alcaide de la cárcel.
— Alégrese – dijo el jefe —. Aquí está su perdón; la reina lo ha perdonado.
Pero el hombre no se alegró poco ni mucho.
— Pero hombre ¡alégrese! – repitió el jefe – La reina lo ha perdonado.
Entonces el hombre abrió sus vestidos y mostró un horrible cáncer, diciendo:
— Este cáncer me matará en pocos días o semanas. A menos que la reina pueda quitarme esto también, su perdón no me sirve de nada.
El pecador necesita no solamente el perdón de sus pecados, sino una nueva naturaleza, y esto él no puede darse a sí mismo.
En «Tras las almas perdidas», de Austin Crouch.
Un predicador gritón
Un joven en EE.UU. tenía por costumbre «gritar» mucho cuando predicaba. Varias veces fue aconsejado para que lo evitara; pero el consejo no tuvo éxito. Cierto día, estando predicando nuevamente, comenzó a gritar; hasta que unos amigos que estaban sentados en el fondo del local levantaron un cartel de tamaño apreciable, en el cual estaba escrito: «No te hagas ningún mal; que todos estamos aquí» (Hechos 16:20).