Un solo pecador
Cuando algún gran príncipe asciende al trono, su primera obra por lo general es decretar alguna notable amnistía. Cuando Alejandro de Rusia visitó a Napoleón en Toulón, el emperador francés dio a su ilustre visita el privilegio de librar de la cárcel a cualquiera de los prisioneros que quisiera. El emperador de Rusia fue entre esos hombres preguntándoles acerca de sus vidas y de sus crímenes. Pero ninguno quiso reconocer su culpa. Algunos se quejaban de que habían sido condenados injustamente; otros que habían sido castigados con demasiada severidad; pero todos en su parecer eran virtuosos e inocentes. Pero al fin el emperador encontró a un hombre que se mostraba arrepentido y humilde, y solo echó la culpa de sus sufrimientos sobre sí mismo. Esto agradó al emperador de tal manera que dijo: — Todo el día he estado buscando a un pecador, y usted es el primero que he encontrado. Ahora, porque se ha reconocido pecador, aquí está su perdón y puede salir libre. Ve y use su libertad en honor a aquel a cuya clemencia se debe.
En «Cristo en los Salmos», de A.B. Simpson.
Coces contra el aguijón
Una vez se le preguntó a un hombre de corazón sencillo cómo hacía para vivir en un estado de constante tranquilidad, mientras que las circunstancias que le rodeaban eran cualquier cosa menos placenteras. Su respuesta fue tan profunda como simple:
— ¡He aprendido a cooperar con lo inevitable!
Algunos de nosotros damos “coces contra el aguijón” durante toda la vida, creyendo todo el tiempo que estamos rendidos a la voluntad de Dios.
A.W. Tozer, en «Manantiales de lo alto».
Una brasa del altar de Dios
Hace muchos años, cuando todavía no se inventaban los fósforos, ocurrió algo extraño en una villa: se apagó el fuego al mismo tiempo en todos los hogares. El único modo de obtener el precioso fuego era encontrar alguna brasa en alguna chimenea. La gente corría en tropel de casa en casa en busca del precioso elemento; pero no fue posible hallar ni una sola chispa, hasta que al fin llegaron a una casa que estaba sobre la cumbre de un cerro lejano en la cual había fuego encendido. Uno tras otros, aquellos aldeanos se acercaron a aquellas brasas, encendieron los carbones y los llevaron a sus hogares. Luego comenzaron a encenderse las chimeneas de aquella villa. ¿Merma el fuego de Dios en vuestros corazones? ¿El frío de la mundanalidad ha embargado vuestro ser? Dios tiene abundancia de fuego en el monte de su santidad. Ascended a su presencia por la senda de la rendición, y él tomará el carbón de su altar y lo pondrá sobre vuestro corazón y vuestros labios. ¡Esta es la plenitud del Espíritu Santo!
En «La pasión por las Almas», de Edwin Forrest Hallenbeck.
Identificando al enemigo
Justo antes de la batalla de Trafalgar en 1805, el héroe de la armada británica, Lord Nelson, se dio cuenta de que un almirante y un capitán de su flota estaban peleando. Citó a los dos hombres, tomó las manos de los dos y luego, mirándolos directamente a sus caras les dijo:
– ¡Miren, por allá está el enemigo!
Una lección de delicadeza
La misionera norteamericana Sofía Muller cuenta cómo aprendió de Dios una lección de delicadeza mientras servía entre los indios kuripakos, al norte de Brasil. Ella solía entrar en las tribus y enseñar a leer a los indios, para luego hablarles del evangelio. Todo parecía ir bien hasta que un día, mientras contemplaba la belleza natural del entorno, un gran perro negro se lanzó atropelladamente hacia ella. Lo iba a ignorar, pero el perro no quiso ser ignorado. Dio un salto y le clavó los dientes en una pierna.
Los indios lo ahuyentaron a palos, y ella empezó a llorar, no porque le doliera tanto, sino porque pensó que el Señor podía haberla cuidado mejor que eso. Luego, como un relámpago, se acordó que había estado enojada esa mañana con algunos de los que estaban aprendiendo a leer, hablándoles con dureza porque eran tan torpes. Entonces pensó: Así es como le parece a Dios todo enojo, como un perro rabioso que atropella. Entonces, en la reunión de la tarde les dijo a los indios que el Señor no nos protege cuando desobedecemos a su Palabra, y que eso fue lo que le pasó a ella por enojarse con algunos de ellos ese día.
Sofía Muller, en «Más allá de la civilización».
Cercanía
Una viejita en el país de Gales decía que Cristo era de nacionalidad galesa. Un inglés que la escuchó le dijo: – No, señora, Jesús fue judío. Pero la viejita siguió asegurando que era galés, porque decía que cuando ella le hablaba al Señor, él siempre la entendía.
D.L. Moody.
Una hoja en blanco
– ¿Puede decirme, señor, en una palabra cuál es su idea de la consagración? – dice una mujer cristiana a un profesor.
Tomando una hoja de papel en blanco, el profesor responde:
– Es firmar con su nombre en la parte inferior de esta hoja de papel en blanco, y dejar que Dios la llene como quiera.
“À Maturidade”, Nº 10, 1982.
Una lección de amor
Una vez un artista estaba pintando la bóveda de un templo, y con frecuencia daba unos pasos hacia atrás en el andamio, para contemplar su obra. Se encontraba tan absorto contemplando su trabajo, que no había dado cuenta que iba a caer en el pavimento que estaba a gran distancia del andamio. Otro pintor, hermano de aquél, viéndolo en peligro y comprendiendo que una palabra podría apresurar su caída, arrojó una brocha sobre el cuadro que contemplaba el artista que estaba en peligro. Este pintor, sorprendido y enojado, violentamente se dirigió hacia adelante: así se salvó de una caída que hubiera sido mortal. Así también, Dios algunas veces destruye las halagadoras esperanzas de nuestro corazón, para advertirnos el grave peligro en que estamos por causa del pecado, y para salvar nuestras almas.
Peloubet.