Los dos mejores libros
Hace muchos años había una escritora brillante en su juventud. Se casó, y después de unos años fue a ver a una antigua amiga del college y ésta le dijo: “Querida. No he recibido ningún libro tuyo desde hace años. Creo que es una lástima que dejaras de escribirlos.” A lo cual ella contestó: “No he dejado de escribirlos. He escrito dos más.” “¿Cómo se llaman?”, preguntó la amiga. “Ethel y Alberto, son mis dos hijos”. “¿Tus dos hijos?” “Sí, y estoy tratando de escribir algo vivo en ellos para que todo el mundo sepa que han estado con Jesús.”
G. Campbell Morgan, en Los triunfos de la fe.
Estar cerca
Cuando servía en Paraguay, un indio ‘maka’ llamado Rafael vino a sentarse en mi terraza. Yo estaba cenando, pero salí a ver lo que deseaba.
Él me respondió:
— “Ham, henek met”.
Le pregunté de nuevo qué podía hacer por él, pero la respuesta fue la misma. Yo entendía lo que estaba diciendo, pero no su importancia. Él dijo: “No deseo nada; sólo quiero estar cerca”.
Más tarde compartí el incidente con un antiguo misionero local. Él me explicó que era la forma de Rafael de honrarme. Él de verdad no necesitaba nada, sólo quería sentarse en mi terraza. Con sólo estar cerca de mí se sentía satisfecho.
— “¿Qué te trae aquí, hijo mío?”, pregunta el Señor.
— “Ham, henek met.”
¿No revela esto el corazón de la adoración verdadera?
Stuart Sacks, en “Christianity Today”
El derecho del maestro
Cierto inglés muy rico había agregado a su valiosa colección un violín raro que era codiciado por Fritz Kreisler, el célebre virtuoso. Cuando el propietario persistió en su rechazo de separarse del instrumento, Kreisler pidió permiso para tocarlo aunque fuese una sola vez. La oportunidad le fue concedida y él tocó como sólo un genio puede tocar. Se olvidó de sí mismo, derramando su alma en la música. El inglés permaneció como encantado hasta que la música cesó.
—Tome el violín – exclamó él – es suyo. Yo no tengo el derecho de quedarme con él, pues debe pertenecer al hombre que puede tocarlo como usted lo tocó.
En un sentido, un instrumento ¿no debe pertenecer al maestro que puede sacar de él la música más delicada? Y su vida y la mía ¿no deberían pertenecer a Cristo, el Maestro que puede extraer de ellas las más excelentes armonías?
Revista À Maturidade, Nº 10, 1982.
El secreto del campesino
Un campesino era conocido por su generosidad, pero sus amigos no podían entender cómo podía dar tanto y seguir tan próspero. Un día un portavoz de sus amigos le dijo:
— No podemos entender cómo es que dando más que el resto de nosotros siempre pareces tener más que dar.
— Oh, la explicación es sencilla – dijo el campesino —, yo paleo la bodega de Dios, y Él palea mi bodega, pero Él tiene una pala más grande.
Tomado de La gracia de dar, de Stephen Olford.
Un idioma común
Cuenta el hermano Andrés, de nacionalidad holandesa, que en uno de sus viajes tras la Cortina de Hierro con contrabando de Biblias, se encontró en Rumania en una oficina con dos dirigentes cristianos. Pero al momento de hablar, no pudieron entenderse porque, aunque los tres hablaban varios idiomas, ninguno era común a los tres.
De pronto, Andrés vio encima del escritorio de ellos una gastada Biblia. Entonces se le ocurrió una idea: sacó de su bolsillo su pequeña Biblia y buscó 1ª Corintios 16:20: “Os saludan todos los hermanos. Saludaos los unos a los otros con ósculo santo.” Sostuvo la Biblia y señaló el nombre del libro, reconocible en cualquier idioma, y el número del capítulo y versículo. Los rostros de sus interlocutores se iluminaron de inmediato. Rápidamente encontraron el versículo en sus Biblias, lo leyeron y se sonrieron. Era Proverbios 25:25: “Como el agua fría al alma sedienta, así son las buenas nuevas de lejanas tierras.” Así comenzó un interesante y novedoso diálogo, en que se rieron hasta llorar: Habían encontrado un idioma común.
El hermano Andrés, en «El contrabandista de Dios».
Las enfermas siguen a cualquiera
En cierta localidad había un pastor que tenía la vieja costumbre de llamar a sus ovejas por sus nombres. Un día fue un amigo a verle y le dijo:
—Déjame que me vista con tus ropas y que lleve tu cayado, y entonces llamaré a las ovejas a ver si me siguen. Luego de disfrazado con la ropa del pastor, comenzó a llamar por nombre a las ovejas, pero todas comenzaron a huir. Entonces le preguntó al pastor:
—¿No habrá ninguna que me siga?
A lo que el hombre contestó:
—Sí, algunas de ellas te han de seguir. Las ovejas enfermas siguen a cualquiera.
D.L. Moody.
Más vale que corras
En un artículo que Herb Caen escribió para un periódico: “En Africa, todas las mañanas despierta una gacela. Ella sabe que debe correr más rápido que el león más rápido, o de lo contrario, la matan. Todas las mañanas despierta un león. El sabe que debe correr más que la gacela más lenta, o si no se muere de hambre. No importa si eres león o gacela: cuando sale el sol, más vale que corras. Todo creyente en Cristo está involucrado en una guerra espiritual diaria. Por tanto, no podemos darnos el lujo de empezar el día complacidamente.”
David C. Egner, en «Nuestro Pan Diario».