Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia».
– Colosenses 1:24.
Cuando vienen las pruebas en la vida, para la mente carnal, es ilógico gozarse. Solo cuando una persona está en Cristo, se puede gozar por sus padecimientos. Los seguidores de Cristo deben tener conciencia de que él es como fuego purificador, y como jabón de lavadores para afinarnos, para limpiarnos y para hacernos su especial tesoro. Esta purificación, que Dios está llevando a cabo en sus hijos, es para cumplir el deseo eterno de su corazón de tener una iglesia libre de toda mancha, donde Cristo llegue a ser el todo y en todos.
En Hechos 7:55-60 vemos la muerte gloriosa de Esteban. Él fue apedreado hasta la muerte; sin embargo, estaba lleno del Espíritu Santo y era uno con el corazón de Dios. Los versículos 55 y 56 dicen: «Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios, y dijo: He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios». Él no estaba viendo las circunstancias, no estaba viendo con ojos carnales. Mientras la gente lo apedreaba, él estaba tan lleno del Espíritu Santo que las molestias físicas no le impidieron ver a Jesús en los cielos.
Suele suceder que, cuando impedimos que el fluir del Espíritu Santo inunde todo nuestro ser, vemos los cielos cerrados y no nos podemos gozar, porque estamos secos y vacíos del fluir celestial. Dicen los versículos 59 y 60: «Y apedreaban a Esteban, mientras el invocaba y decía: Señor Jesús, recibe mi espíritu. Y puesto de rodillas, clamó a gran voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y habiendo dicho esto, durmió».
Cuando invocamos al Señor Jesús, se nos abren los cielos y somos salvos de nosotros mismos. Esteban era uno con el corazón de Dios: aun moribundo, pero vivo en el espíritu, en el poder de Dios, él se puso de rodillas para orar por su pueblo, con palabras similares a las de Jesús en la cruz: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen». No hay odio en su corazón; en lugar de maldecir a sus victimarios, ora por ellos. Era Cristo en él. ¡Que gloriosa escena!
En Lucas 9, cuando dos discípulos querían hacer descender fuego sobre los samaritanos, el Señor los reprende diciéndoles: «Vosotros no sabéis de qué espíritu sois; porque el Hijo del Hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas» (Lc. 9:55-56). El Señor no quiere que juzguemos y critiquemos, sino que seamos un Espíritu con él para la edificación de su iglesia. Esteban es ejemplo del poder del Espíritu que habita en nosotros. Que el Señor nos siga purificando, siendo más y más llenos de su Santo Espíritu, para colaborar en su obra con gozo.
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