Los nombres de Cristo.
Parece haber acuerdo en que los nombres citados en el muy conocido pasaje de Isaías 9:6 realmente son cuatro en número, y cada uno de ellos es un nombre doble. El primero de ellos es Admirable Consejero.
Isaías tuvo la convicción de que Dios resolvería los problemas de su pueblo por medio de un agente humano. Habría de ser un nuevo reino, perfectamente gobernado por un Hombre perfecto. El gobierno estaría en los hombros de uno que era un Hombre y aun más que un hombre. Un niño nos es nacido – Él nació en Belén. Sin embargo, el Hijo, siendo eterno, nunca podría nacer, pero él fue amorosamente ‘dado’ a nosotros para ser nuestro Salvador y nuestro Rey. Los cuatro nombres nos ayudan a identificarlo y a explicárnoslo, y podemos hallar gran consuelo en este primer nombre: «…y se llamará su nombre Admirable Consejero…».
Todos aquellos que han tenido tratos personales con el Señor Jesús estarán de acuerdo en que él está perfectamente nombrado así. Él es el Consejero ideal, y él aconseja con el elemento milagroso adicional que sólo puede ser descrito como Admirable. Un consejero debe tener plena comprensión de las verdaderas necesidades de aquel a quien va a ayudar. También debe tener total conocimiento de cómo esas necesidades pueden ser satisfechas. Y entonces él debe poder comunicar al peticionario que la solución está a su alcance y proporcionarle la solución satisfactoria de sus problemas.
En todas estas características, Jesús sobresalió. El elemento admirable es que él mismo proporcionó el remedio que él prescribió. Esto es ilustrado por todas partes en el Evangelio. Él conocía las necesidades del pueblo –incluso los conocía por sus nombres– y les podía transmitir con divina sencillez exactamente lo que había de hacerse. No había nada repetitivo en su consejo, y mientras estaba tratando con alguien, él les daba la seguridad de que ellos tenían toda su atención.
Aun después de resucitado, él actúa de idéntica manera. Tomemos a la iglesia en Laodicea como ejemplo. Él escuchó todo lo que ellos tenían que decir – un asunto de vital importancia en cualquier consejo. Él diagnosticó necesidades de las cuales ellos estaban muy ignorantes. Les aclaró que la historia de ellos, pasada y futura, constituía para él una gran preocupación personal. Y entonces los aconsejó (Apoc. 3:18). Les habló del oro, de las vestiduras blancas y del colirio, que serían la respuesta adecuada a todas sus necesidades, pero aún hizo más. Él fue para ellos un Consejero Admirable, porque les ofreció provisión para sus apremiantes necesidades – «…yo te aconsejo que de mí compres…».
Siempre es así. Cristo conoce nuestro verdadero estado y nuestras reales necesidades; y no sólo conoce la respuesta – él también la tiene. No sólo puede decirnos lo que hemos de tener y lo que hemos de ser, sino que él mismo tiene la provisión lista para darnos si sólo lo oímos y abrimos la puerta para que él pueda entrar y hacerse cargo de nuestros asuntos. Él es, indudablemente, el Admirable Consejero. ¡Qué lástima que nosotros no nos sirvamos más a menudo de la ayuda que él nos brinda!
Hay un rasgo adicional de este nombre que es tan maravilloso que confunde toda tentativa humana de entenderlo o definirlo. Este apunta atrás, a los consejos divinos acerca de la Iglesia que fueron formulados en la eternidad. Este rasgo eterno nos recuerda que todo consejo real que el Señor Jesús nos da personalmente está basado en los propósitos de gracia planeados en amor que fueron declarados aún antes de que nosotros naciésemos.
El Señor no tiene que improvisar, como lo hacen a menudo los consejeros humanos; no está obligado a acomodar sus consejos a las circunstancias en las que él nos encuentra de repente; él sabe el destino que ha determinado para nosotros y él nunca se desvía de ese objetivo glorioso. De manera que no sólo es sabio en el consejo, sino que él es admirable asegurándose de que su consejo sabio se cumpla. «Señor, tú eres mi Dios; te exaltaré, alabaré tu nombre, porque has hecho maravillas; tus consejos antiguos son verdad y firmeza» (Isaías 25:1).
El día vendrá cuando el universo entero lo aceptará como su Consejero, y acerca de ese tiempo se nos dice que: «Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite…». ¿No es asombrosamente maravilloso que cada creyente pueda ahora llamar al Consejero del universo para que sea su propio Consejero personal?
«Toward The Mark», Vol. 3, No. 2, Mar -Abr. 1974.