En una meditación anterior tomamos dos personajes de Hebreos 11 para mostrar dos aspectos del caminar de fe. Vimos cómo Abel nos muestra la justificación por la fe, y Enoc la aprobación mediante la fe. Ahora queremos agregar otro personaje, ligado estrechamente a los anteriores, colocado a continuación en la ejemplar galería de Hebreos 11: Noé. De modo que tenemos a Abel, Enoc y Noé.
«Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó testimonio de que era justo, dando Dios testimonio de sus ofrendas; y muerto, aún habla por ella» (Heb. 11:4). Abel alcanzó la justicia de Dios a causa de su ofrenda. Dios da testimonio de sus ofrendas, no de Abel. El justo Abel alcanzó la justicia por su ofrenda, no por su justicia inherente. «Y aún habla por ella». ¿Qué nos dice Abel hoy por medio de su ofrenda? Que el hombre alcanza la justicia no por algo que tenga en sí mismo, sino por algo que está fuera de sí mismo, es decir, por su ofrenda.
¿Qué ofrenda tenemos nosotros? ¿Somos nosotros –nuestra justicia, nuestra bondad, natural– la ofrenda con que nos presentamos ante Dios? Si eso es así, seremos avergonzados, porque no hay tal justicia en nosotros. Dios nos dirá:«No me traigáis más vana ofrenda» (Isaías 1:13). La ofrenda de Abel fue la sangre de un animal, como expiación por sus pecados. La ofrenda nuestra, de la cual nos habla aquélla, es «la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación … manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros» (1 Ped. 1:19-20).
«Por la fe Enoc fue traspuesto para no ver muerte, y no fue hallado, porque lo traspuso Dios; y antes de que fuese traspuesto, tuvo testimonio de haber agradado a Dios» (Heb. 11:5). Enoc tuvo testimonio de haber agradado a Dios en su vida de fe. No se trata solo del acto de fe por el cual fue declarado justo, sino de toda una vida en comunión íntima con Dios. Fue tal su cercanía con Dios, que Dios decidió llevárselo en la mitad de sus días. ¿Estamos nosotros caminando con Dios para serle agradables?
«Por la fe Noé, cuando fue advertido por Dios acerca de cosas que aún no se veían, con temor preparó el arca en que su casa se salvase; y por esa fe condenó al mundo, y fue hecho heredero de la justicia que viene por la fe» (Heb. 11:7). Noé se ubica al final de una era y el comienzo de otra. Por su fe condenó al mundo antiguo, y como consecuencia, Dios pudo enviar su juicio.
El mundo viejo terminó a causa de la fe de Noé. Pero su fe le permitió pasar a la era siguiente y ser heredero del mundo. Así también nosotros. El mundo venidero ha sido sujeto, no a los ángeles, sino a la descendencia de fe que tiene Abraham. Los que creen en Jesucristo son hijos de Dios y herederos. «Si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa» (Gál. 3:29). De esto nos habla Noé, el «varón justo» (Gén. 6:9).
De manera que tenemos ejemplificado en Abel la forma en que se otorga la justicia de Dios; en Enoc, la manera de agradar a Dios, y en Noé, cómo se obtiene la herencia de un mundo nuevo, todo ello en Cristo, por la fe.
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