Lucas 20:21-26.

Cuando los principales sacerdotes y los escribas le preguntaron al Señor acerca del tributo, no pensaron nunca en la respuesta que recibirían. Ellos sabían de la sabiduría que había demostrado Jesús, en muchas celadas que le habían tendido, pero esta era una ocasión especialmente propicia para hacerle caer.

Los judíos odiaban la dominación romana, y en especial, pagar el tributo que como súbditos les correspondía. Más aun, si en la moneda del denario estaba estampada la aborrecible figura del César con la inscripción «sumo pontífice». ¿No era esto abominable para un judío? Si Jesús decía que debía pagarse tributo, se echaba encima a los judíos devotos y patriotas; si respondía que no, quedaba expuesto ante la autoridad romana. ¿Qué haría?

La respuesta del Señor reconoce la existencia de dos ámbitos muy marcados en la existencia del hombre, ambos legítimos: la esfera humana y la espiritual. El Señor no solo les confirmó que deberían tributar a César, sino que, además, les puso un desafío aún mayor: ellos debían dar a Dios lo que es de Dios.

Dar a César lo que es de César significa que César tiene un ámbito de autoridad, y en ese ámbito él debe ser honrado. Por su parte, dar a Dios lo que es de Dios, significa que Dios tiene otro ámbito de autoridad, y que él también debe ser honrado.

Así pues, los deberes del hombre en el tiempo presente cubren dos ámbitos igualmente importantes. No solo no hay que deberle nada a César, sino que hay que estar a cuentas con Dios. Cada uno de estos ámbitos tiene un nivel de realización y un nivel de exigencia. De todo lo que hemos recibido en cada uno de ellos, tenemos que rendir cuentas.

Esto plantea una exigencia especialmente sensible para el cristiano que, amparado en una supuesta espiritualidad, descuida sus deberes terrenos; como si él estuviera más allá de las leyes, en una posición casi olímpica, en que solo se entiende con Dios.

Pero también plantea una exigencia no menor a los que viven tan arraigados a la tierra, que desconocen sus deberes para con Dios. Ellos son dueños del mundo, han alcanzado grandes metas como hombres; sin embargo, no tienen en cuenta a Dios.

Así que, somos doblemente administradores: de César y de Dios. Los hombres intentan eludir su responsabilidad como hombres, por lo cual César es permanentemente burlado. Pero ¿cómo podrá Dios ser burlado? Llegará el día, sin duda, en que se le pagará toda deuda, y aún con los intereses. ¡Bienaventurados los que pueden estar hoy en paz con Dios y con los hombres!

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