Una síntesis de preciosas verdades aprendidas en el fuego del crisol por destacados hombres de Dios.
1
La oración no comienza en el hombre, sino en Dios. El hombre no sabe orar; por tanto, lo primero que hemos de pedirle a Dios es que Él nos enseñe a orar y que ponga en nuestro corazón el deseo por las cosas que Él quiere hacer. La oración que comienza en el hombre, como un mero deseo o propósito humano, termina antes de comenzar, o aborta a poco andar.
2
La oración debe estar impregnada de alabanza y adoración. Así, damos a Dios el lugar que le corresponde, reconociendo su poder y soberanía sobre nosotros, su amor, su fidelidad y sus maravillosos dones de amor. Así también despojamos al ego de su lugar y ponemos la mirada en el Señor.
3
Para obtener cosas mediante la oración es preciso conocer la voluntad de Dios respecto a todas las cosas. Si no conocemos la voluntad de Dios respecto a un determinado asunto estaremos pidiendo en un sentido equivocado, y Dios no nos concederá porque no estaremos orando conforme a su voluntad.
4
Con todo, pudiera ser que Dios conteste alguna oración que no se originó en Él. Entonces, dicha respuesta, que no procede de su voluntad perfecta, traerá consigo castigo y desdicha (Salmo 106:15).
5
Para conocer la voluntad de Dios debemos dejar que su Espíritu nos permita penetrar en su voluntad, en sus pensamientos y deseos, y su propósito, hasta que ellos se convierten en nuestra voluntad, en nuestro pensamiento y, consecuentemente, en nuestra oración. Esta oración es de gran valor. Si dejamos que el Señor imprima en nosotros lo que Él desea hacer, podremos interceder con gemidos, y habrá una verdadera oración de intercesión.
6
El pueblo de Dios tiene que orar antes que Dios se mueva y obre. Dios no se moverá antes que su pueblo lo haga. La voluntad y el poder de Dios se pueden comparar con una locomotora. Siendo una máquina de gran potencia, no puede avanzar a menos que tenga vías por las cuales hacerlo. Las oraciones ponen las vías para que Dios pueda obrar. La oración prepara el camino para que Dios actúe.
7
La oración no cambia lo que Dios ha determinado, pero la falta de oración puede limitar a Dios. La oración no puede obligar a Dios a hacer lo que Él no quiere hacer. Sin embargo, muchas cosas que Dios quiere hacer no las puede hacer, porque el pueblo de Dios no coopera con Dios orando para que Él pueda hacerlas. La falta de oración pone restricciones a Dios y retrasa su obra. Si no tomamos la responsabilidad de la oración, estamos impidiendo el cumplimiento de la voluntad de Dios.
8
En el universo hay tres voluntades: la voluntad de Dios, la voluntad de Satanás y la voluntad del hombre. Dios no destruirá a Satanás por sí mismo, sino que busca tener la voluntad del hombre unida a la suya, para, por medio de él, destruir a Satanás. Así que, cada vez que oremos, necesitamos ver estos tres aspectos: a) A quién estamos orando (Dios); b) conocer a aquel por quien oramos (el hombre); y c) saber contra quién oramos (Satanás). Nuestra oración se dirige a Dios, a favor de los hombres, y contra Satanás.
9
Cuando oramos conforme a la voluntad de Dios, nuestra oración revolverá el infierno y afectará a Satanás. Éste atacará con la intención de que nuestra oración cese; o bien pone obstáculos para que la oración sea detenida en los aires (Daniel 10:1-21). Por eso, debemos identificar sus tretas y clamar a Dios por venganza, pidiéndole, según sea el caso, que Él lo maldiga (Génesis 3:14), que lo haga callar (Marcos 1:25), que lo ate (Mateo 12:29), que deshaga sus obras (1 Juan 3:8), que lo reprenda (Judas 9); que lo quite de delante de nosotros (Mateo 16:23); que nos libre de él (Mateo 6:13), y que lo avergüence una vez más (Colosenses 2:15). Muchas veces será necesario arremeter con fuerza contra Satanás, rechazando el hostigamiento permanente que realiza sobre nosotros.
10
Dios desea que muchos sacerdotes acompañen al gran Sumo Sacerdote en su obra intercesora La más noble oración es la que se hace a favor de otros, por lo que requiere de hombres que hayan sido ennoblecidos para realizarla. Hablar a los hombres acerca de Dios es una gran cosa, pero hablar a Dios acerca de los hombres es más grande aún.
11
La oración es la clave de todo ministerio cristiano. Lo que no hace el colegio, la teología, los libros y la erudición lo hace la oración en la formación de un verdadero ministro. Un ministro que no empapa su mensaje en oración puede complacer el intelecto, pero no producirá ningún fruto espiritual perdurable.
12
La oración no es un ejercicio para ser realizado descuidadamente y con premura. Más vale no orar que orar a la rápida, como un mero ejercicio para tranquilizar la conciencia. Mucho tiempo empleado con Dios es el secreto de toda oración de éxito.
13
Las más de las veces habrá la necesidad de sostener una oración con perseverancia. Aunque la fe es primordial para recibir las cosas que pedimos, la paciencia es su complemento. Aprendamos a concederle tiempo a Dios. En esa espera se nos irán adhiriendo otros dones que ni siquiera habíamos pedido.
14
La oración no es sólo la instancia para pedirle cosas a Dios o para agradecerle. Es también el tiempo que le concedemos a Dios para que nos transforme, y nos deje impregnados de divinidad.
15
Quienes no apartan tiempo para orar, no oran; y quien no acude a la cámara secreta para estar a solas con Dios no orará eficazmente (Mateo 6:6).
16
Hay oraciones generales y también oraciones específicas. Hagamos oraciones generales, pero hagamos también oraciones específicas. Hacer una oración general cuando se requiere una oración específica es dejar muchos claros a Satanás para que él nos ataque. Debemos cuidar todos los detalles de una cierta cosa y así cerrar todo portillo al diablo.
17
Toda vez que sintamos una urgencia para orar, oremos, aunque no hayamos planeado de antemano hacerlo en ese momento. Esto indica que hay un asunto en la voluntad de Dios que requiere nuestra oración. Si no oramos, sentiremos un ahogo interno y Dios no nos podrá ocupar; si oramos, la oración será algo suave y gustoso, y Dios volverá a confiar en nuestra oración. Si no sentimos jamás esta urgencia, hemos perdido la comunión con Dios y Él ya no puede usarnos en su trabajo.
18
Si la carga de oración en el corazón se vuelve demasiado pesada y no podemos aliviarla con la mera oración, entonces debemos ayunar. Al orar con ayuno, la carga se alivia y desaparece.
19
El principio de orar tres veces (Mateo 26:44); 2ª Corintios 12:8) no significa necesariamente orar tres veces, sino orar sostenidamente las veces que sea necesario, hasta obtener una respuesta del Señor. Cuando esto ocurre, la carga que la provocó desaparece y alcanzamos la paz del Señor tocante al asunto por el cual hemos orado.
20
Después de orar, es preciso velar y observar cuidadosamente todos los cambios que se producen como resultado de nuestra oración. Ello nos permitirá reorientar la oración, redoblar su intensidad, o bien dar gracias por la respuesta, según sea el caso.
21
Aparte de la oración personal, está la oración colectiva, que es la oración de la iglesia. En muchas cosas, la oración personal es insuficiente; entonces se hace necesario que la iglesia ore. La porción de Cristo es más grande cuando los creyentes se reúnen en el nombre del Señor que en cada individuo en particular.
22
Para la iglesia local, la oración no es sólo una opción, sino que es su trabajo más importante, su ministerio fundamental. Si falla en esto, no surtirá efecto lo mucho que pueda hacer.
23
Según Mateo 18:18-20, la iglesia (representado en los “dos o tres”) gobierna el cielo. Lo que ella decide, Dios lo hace. Esto es real cuando la iglesia local ha alcanzado una plena armonía con el Espíritu Santo, de manera que allí se conoce y se expresa perfectamente la voluntad de Dios. Cuanto mayor sea la capacidad de oración de la iglesia, más alcance tendrá la obra de Dios, y más expresión su voluntad. En la medida que la iglesia ore por grandes cosas, Dios podrá hacerlas.
24
La oración de autoridad, a diferencia de las demás, va en una dirección opuesta, es decir, no de abajo hacia arriba, sino de arriba hacia abajo. Esto significa que el creyente se afirma en la posición celestial que Dios le ha dado en Cristo –una posición de victoria– y utiliza la autoridad para atar y desatar, para resistir las obras de Satanás ordenando que se cumpla lo que Dios ha ordenado, o bien para ordenar a los montes que se muevan (Marcos 11:23). Esta oración no se dirige a Dios, sino desde el trono de Dios, donde el creyente está sentado juntamente con Cristo.