La responsabilidad de los creyentes en tiempos de agitación social.
También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella”.
– 2 Tim. 3:1-5.
Los eventos ocurridos en estos días en nuestro país generan muchas preguntas; las pasiones y los ánimos están agitados. Ahora, ¿cómo respondemos los hijos de Dios en estas situaciones? Por supuesto, la luz para los creyentes está siempre en la palabra del Señor.
Las palabras de Pablo a Timoteo representan lo que el apóstol entendía de parte de Dios respecto a cómo la sociedad viviría en los últimos días. El Señor les decía también a sus discípulos: «He aquí, yo os envío como a ovejas en medio de lobos» (Mat. 10:16). O «guardaos de los hombres» (Mat. 10:17).
Sin duda, el testimonio constante en la Escritura es que, en la medida que nos acerquemos a la venida del Señor, los tiempos se volverán cada vez más peligrosos. El Señor Jesús mismo dice que, hacia el final de los tiempos, «por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará» (Mat. 24:12).
Él describió los días finales como un tiempo de confusión, de conflicto, de tumulto, de agitación en las naciones. Creemos que estamos llegando a esos días y que la venida del Señor está muy cerca. Esto se está manifestando en nuestro país y en muchos otros lugares del mundo, por diversas razones.
Dios gobierna la historia
Necesitamos comprender el mundo en el cual vivimos. Estamos convencidos de que Dios gobierna la historia, y aun detrás del aparente caos, el propósito divino lo está controlando todo. No es que Dios sea causante de los sufrimientos de las naciones, pero Su voluntad siempre prevalecerá. Esta es una convicción que todo creyente debe tener. ¡El Señor reina! Dios no ha perdido el control de la historia.
Apocalipsis 6 muestra el momento en que el Cordero abre los sellos del libro donde está contenida la voluntad de Dios para la historia. Al abrir los sellos, la descripción bíblica de la historia humana no es benevolente. Los cuatro jinetes del Apocalipsis, al principio, destruyen la cuarta parte de los habitantes de la tierra. Pero eso es solo principio de dolores, el comienzo de las tribulaciones para el mundo.
Luego siguen siete trompetas que intensifican los sufrimientos de la humanidad. Es destruida la tercera parte de la vida humana, y finalmente, las siete plagas, que son las copas de la ira. La Biblia no ha prometido paz para las naciones. No hay ninguna promesa de paz y tranquilidad para el mundo.
«Pero los impíos son como el mar en tempestad, que no puede estarse quieto, y sus aguas arrojan cieno y lodo. No hay paz, dijo mi Dios, para los impíos» (Is. 57:20-21). Esta afirmación es definitiva, es un juicio, una sentencia. Mientras el corazón del hombre permanezca en rebelión contra Dios, no habrá paz.
Debemos ser realistas respecto de la situación del mundo. En un mundo caído nunca habrá paz o justicia definitiva; porque el corazón del hombre es como un mar tempestuoso, fragmentado, partido por tensiones interiores. Y esa falta de paz en el corazón se traduce en ausencia de paz para el mundo.
La influencia de la fe cristiana en Occidente
¿Cómo responde la palabra del Señor a lo que ocurre en el mundo? Durante los últimos 1.500 años, el mundo occidental estuvo gobernado por una visión teísta de la vida, desde que el cristianismo se volvió la religión dominante en Occidente, a partir de la ascensión del emperador Constantino al poder en el año 300 d.C. en el Imperio Romano.
La fe cristiana ejerció una enorme influencia en la sociedad y la cultura de Occidente. Y aunque hoy tal influencia está minimizada, sigue siendo un hecho que Occidente es, con mucho, fruto de las ideas teístas del mundo judeocristiano. Por supuesto, otras ideas también cooperaron en esto, como la filosofía griega y el derecho romano; pero el cristianismo tuvo un rol esencial como elemento aglutinador.
Las sociedades humanas funcionan en torno a ciertas narrativas esenciales o maneras de entender el mundo que son compartidas por las personas dentro de una sociedad. Ellas determinan la manera en que los hombres actúan, lo que ellos consideran correcto o incorrecto.
Esas ideas esenciales, no necesariamente explícitas, suelen ser asumidas de manera inconsciente. Entonces cuanto más homogénea es una sociedad en torno a esas narraciones esenciales, más integrada será esa sociedad. Por lo tanto, desde el punto de vista de la ley y del gobierno, se requiere menos ejercicio del poder y menos leyes para gobernar tal sociedad, porque todos comparten, de manera implícita, los mismos valores y normas de la vida general. Eso es la cultura.
Dios sustituido
Sin embargo, en el mundo occidental, tal visión aglutinadora comenzó a fragmentarse a partir del siglo XVII con el inicio de la Ilustración. Este es el comienzo de lo que los pensadores llaman la modernidad. Nosotros la usamos en el sentido de lo que es actual. Pero, en el sentido histórico, es un periodo de tiempo específico, en el cual una visión del mundo comenzó a ser sustituida por otra antagónica, especialmente en medio de las élites intelectuales, y de allí pasó a las cúpulas políticas.
En la visión cristiana del mundo, todo está explicado como creación de Dios. Dios gobierna todo. La vida solo tiene sentido a partir de la voluntad divina, y la autoridad divina es suprema para la vida humana. Sin embargo, en esta nueva visión, Dios fue sustituido por la razón humana. Eso es un gran cambio.
Para entender el mundo moderno necesitamos saber que en la actualidad, en Occidente (Europa y los pueblos que fueron colonizados por los europeos), producto de esta fragmentación que ocurrió a partir del siglo XVII, hay tres grandes cosmo-visiones que compiten entre sí.
Necesitamos entender el conflicto de fondo. El choque entre los seres humanos comienza a nivel de las ideas. Las ideas crean sentimientos y los sentimientos generan pasiones y acciones, de modo que lo que las personas piensan define lo que ellas sienten y lo que están dispuestas a hacer o dejar de hacer.
Choque de cosmovisiones
En la actualidad, Occidente está viviendo un verdadero conflicto, como un choque de placas tectónicas. Es un verdadero choque de cosmovisiones antagónicas y excluyentes. Éste comienza al nivel de las ideas, y esto, en algún momento, baja hacia todas las personas, y entonces comienza el conflicto.
James Davison Hunter, un importante sociólogo cristiano, en la década del 90, escribió un libro llamado Guerras Culturales, que se tornó en el lenguaje común para describir lo que ocurre en la sociedad contemporánea. Las guerras culturales, en el fondo, son el choque entre diferentes cosmovisiones, en todos los ámbitos: político, jurídico, académico, comunicacional. Y en algún momento, ese conflicto se traslada a las calles y a la sociedad entera.
¿Cuáles son esas cosmovisiones? La primera fue el antiguo Teísmo cristiano, que homogeneizó la cultura occidental. Esta visión ha sido radicalmente cuestionada. Y entonces en oposición a ella se levanta otra cosmovisión, el Naturalismo, muy extendida y arraigada en Occidente, en particular en las élites intelectuales, en las que controlan los medios de comunicación, y en la política.
El Naturalismo
¿Qué es el naturalismo? La idea de que todo lo que existe es la naturaleza o el mundo físico material. Toda la realidad puede ser explicada en términos de fenómenos físicos. Las leyes de la física, la química, la biología, son todo lo que existe, lo que ha existido y lo que existirá, y no hay nada más.
Si eso fuera verdad, no hay espacio para la existencia de Dios. Y si no hay Dios, tampoco hay valores ni principios morales objetivos absolutos a los cuales todos deban someterse; éstos no serían más que fenómenos sociales, históricos, culturales, cambiantes y subjetivos. En otras palabras, cada ser humano crea sus propios valores a su gusto, ya sean preferencias subjetivas o convenciones sociales.
Esto cambia radicalmente la manera de entender la vida y el mundo. Los cristianos creemos que existe Dios, y que existe una ley moral que ata a todos los seres humanos al cumplimiento de ella, y que define el bien y el mal para todos. Ella está dada por Dios y por lo tanto es objetiva, es decir, no depende del gusto, de la intención, de la situación, ni aun de la comprensión que se tenga de ella, y es eterna.
En la visión naturalista no hay espacio para una ley moral. Incluso los naturalistas más extremos niegan la existencia de cualquier ley moral de ese tipo. Ahora ese conflicto que comenzó en las élites pensantes se fue difundiendo de manera paulatina, y hoy permea todas las esferas de la vida humana.
El problema de fondo es un conflicto de cosmovisiones. Y en la gran discusión de los valores morales, el trasfondo es el mismo. Si Dios es el autor de la vida humana, entonces él tiene el derecho de definir qué es el hombre y qué es lo bueno y malo para el hombre, y nadie más.
Pero si la vida es producto del azar, de la evolución, sin propósito y sin destino, entonces los valores humanos son meras invenciones y cada cual puede, teóricamente, establecer su propio sistema de valores.
La cosmovisión naturalista, que define la vida humana como meramente material, establece además que la ciencia es la única forma de conocimiento válido; por tanto, los únicos que pueden hablar con autoridad con respecto a la vida humana son los científicos. Podemos observar esto a diario en la televisión. Cuando hay algún tema de interés, se llama a los «expertos», normalmente los científicos. Incluso, si hay que tratar un tema religioso, no llaman a un pastor o a un sacerdote, sino a un sociólogo en religión, un experto en religión. Esto es grave, porque una de las grandes limitantes de la ciencia es su falta de autoridad para hablar sobre valores morales.
El discernimiento del bien y del mal no forma parte del conocimiento científico. Entonces los valores morales se vuelven subjetivos y caen en la esfera de discusión del poder. Así, todos los valores morales se vuelven causas políticas, que se votan a favor o en contra. Y esto nos lleva a un tercer contendor en esta guerra de cosmovisiones: el Posmodernismo.
El Posmodernismo
¿Qué es el posmodernismo? Originalmente había dos grandes cosmovisiones en conflicto en Occidente: el teísmo cristiano y el naturalismo.
El naturalismo tiene como autoridad suprema la razón humana, capaz de conocer y de dominar el mundo a través de la tecnología.
Éste contiene la promesa de que a través del conocimiento científico y de la tecnología desarrollada a partir de ello, el hombre será capaz de someter la naturaleza y producir la paz, la felicidad y el bienestar de la sociedad.
Basta leer a los pensadores del mundo de la tecnología para darse cuenta que esa promesa sigue vigente. Hace poco uno de estos pensadores escribió un libro llamado Homo Deus, donde plantea que a través de la ciencia y la tecnología el hombre se tornará un dios y finalmente logrará superar todas sus limitaciones, complejos y sufrimientos.
Sin embargo, en el siglo XX, la confianza ciega en las capacidades de la razón humana de liberar al hombre del dolor a que está sometido, llevó a uno de los experimentos políticos más horrorosos de la historia, encarnados en la ideología del nazismo, basada en la idea de que la razón puede ordenar totalmente la vida humana.
Los nazis estaban convencidos de que el hombre era producto de la evolución, y que ésta produce hombres o razas superiores a otras. Y como la teoría de la evolución plantea la supervivencia del más fuerte, entonces la raza superior estaba destinada a eliminar las razas inferiores. Y con esa justificación terminaron con la vida de millones de personas.
Pasado el horror de la II Guerra Mundial, algunos pensadores comenzaron a cuestionar la supremacía de la razón, y a pensar que, al darle tal poder a la razón humana emancipada de todo valor moral, ésta podría hacer lo que quisiera, hasta terminar en aquellos horrores destructivos. La autoridad de la razón humana fue impugnada radicalmente, dando origen a una nueva corriente: el Posmodernismo.
El Posmodernismo se caracteriza por una desconfianza total hacia la razón humana. Ya dijimos que las sociedades humanas se organizan en torno a actos narrativos o explicaciones de la realidad. El postmodernismo dice que todas las meta-narrativas son falsas; lo que hay en el fondo son verdades particulares de grupos que están en conflicto entre sí. Cada cual tiene su propia verdad particular. Nadie puede explicar la vida humana. Y eso incluye al naturalismo, pero también al cristianismo.
En esta corriente hay personas que no confían en la razón, en la tradición o en ninguna forma de autoridad externa. Ellos recelan de todas las formas de autoridad, incluyendo la autoridad de Dios, de la Biblia, de la iglesia, pero también de la autoridad de la razón, de la ciencia y de toda otra forma; porque sospechan que todas ellas son opresivas y llevan a la destrucción de la vida humana.
Del «yo creo» al «yo siento»
El posmodernismo pone en primer lugar los sentimientos. Los sentimientos y los deseos son la verdad absoluta y que nadie tiene derecho a discutir los puntos de vista personales. Vemos esto en la manera de hablar de la gente. Años atrás, cuando alguien quería expresar una idea, decía: «Yo creo». Luego, se dijo: «Yo pienso». Pero hoy día, ¿cómo hablan las personas en general? «Yo siento».
Lo que yo siento es la verdad absoluta. Nadie puede juzgar mis sentimientos y mis opiniones. Aquel que trata de hacerlo, está cuestionando mi propia dignidad humana. En esta nueva cosmovisión, cualquier cuestionamiento es una ofensa, una opresión; y su reacción espontánea es la ira, la indignación.
Por eso podemos ver que en este mundo postmoderno las personas no logran siquiera conversar entre sí. Todo se vuelve un diálogo de sordos, en que cada uno grita su opinión sin oír al otro, porque por definición la opinión del otro ya es opresiva hacia mis ideas y mis sentimientos.
Por ejemplo, la premisa máxima que se oye como una constante en el cine y la TV, la verdad final en una situación, definiendo lo que es verdadero y lo que no es, dice: «Sigue tu corazón». Lo correcto es hacer libremente lo que cada uno siente.
Mucho de esto vemos hoy, sobre todo en la llamada generación de los millennials.
En el siglo pasado, prevalecía una cosmovisión más bien racionalista moderna; pero la mayoría de los jóvenes hoy asumen una visión postmoderna, donde los sentimientos son la verdad final y absoluta acerca de la vida humana. Las personas sienten que ya no hay valores, no hay sentido para la vida. Entonces solo se busca vivir, satisfacer los impulsos y los deseos, como si eso lo fuese todo.
Esas son las tres cosmovisiones que están en conflicto en el mundo moderno y que están, por decir así, generando gran parte del caos, porque obviamente son visiones irreconciliables entre sí.
Si miramos la discusión que hay en este momento en nuestro país, los jóvenes hablan desde los sentimientos, desde sus emociones, y los adultos tratan de hablar desde la razón moderna. Pero no hay diálogo, no hay puntos de encuentro, porque son dos maneras radicalmente distintas de ver el mundo.
Procurando la paz
Ahora, ¿cómo podemos nosotros insertarnos en esta sociedad, y cooperar con lo que ocurre, desde el punto de vista del Señor? Me gustaría revisar un pasaje en Jeremías 29, que me parece de suma importancia para avanzar un poco en este tema. El contexto es una carta que Jeremías envía a los judíos cautivos, oprimidos bajo el dominio babilónico.
«Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel, a todos los de la cautividad que hice transportar de Jerusalén a Babilonia: Edificad casas, y habitadlas; y plantad huertos, y comed del fruto de ellos. Casaos, y engendrad hijos e hijas; dad mujeres a vuestros hijos, y dad maridos a vuestras hijas, para que tengan hijos e hijas; y multiplicaos ahí, y no os disminuyáis. Y procurad la paz de la ciudad a la cual os hice transportar, y rogad por ella a Jehová; porque en su paz tendréis vosotros paz» (v. 4-7).
A fines del siglo IV, frente al colapso del imperio romano y de la sociedad de su tiempo, San Agustín escribe su libro «La Ciudad de Dios», donde describe dos grandes ciudades paralelas que coexisten en la historia, pero que en realidad son totalmente opuestas: la ciudad de Dios y la ciudad de los hombres; la primera, constituida por los que aman a Dios y le sirven, y la otra, por aquellos que no aman a Dios.
En Apocalipsis tenemos dos ciudades: la nueva Jerusalén, que desciende del cielo de Dios, y Babilonia, la ciudad enemiga de Dios, figura del sistema del mundo. La primera va avanzando hasta la consumación final, y será la nueva Jerusalén. Y la otra es Babilonia, la cuna de la idolatría, la cual será destruida.
El pueblo de Israel cautivo en Babilonia representa, de alguna manera, la posición de la iglesia en el mundo. Ella está en el mundo, pero no es del mundo. Nosotros vivimos y crecemos en la ciudad de los hombres. Tenemos hijos, construimos casas, ejercemos nuestras profesiones, pero en un lugar que no es la ciudad de Dios, sino más bien una ciudad rebelde a Dios.
Pero la palabra del Señor para Jeremías es: «Y procurad la paz de la ciudad a la cual os hice transportar, y rogad por ella a Jehová; porque en su paz tendréis vosotros paz». Esto es lo que dice Dios, porque una opción para los judíos allí era simplemente rebelarse contra la opresión que estaban viviendo. Pero el mensaje del Señor para ellos es que sean de bendición y de paz para esa ciudad.
Si lo trasladamos al mundo moderno –y la palabra del Señor siempre es para la iglesia–, nosotros debemos ser fuente de bendición para los hombres; nunca de conflicto, sino siempre de paz. ¿Cómo ser de bendición a una sociedad que no está redimida? Pablo dice: «Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres» (Rom. 12:18).
Es decir, somos agentes de la paz divina en el mundo. La palabra original es Shalom, más amplia que la paz entendida como ausencia de conflictos; significa la armonía esencial de la vida humana, e incluye la idea de justicia.
El gobierno establecido por Dios
Con esto en mente, veamos algunos textos para entender cómo los cristianos podemos ser de paz en medio de un tiempo de agitación. Un asunto fundamental a considerar es la autoridad o gobierno humano. Es un tema conflictivo, que agita las pasiones. ¿Qué nos dice la Escritura sobre el poder y sobre la política? En primer lugar, la Biblia declara de manera enfática que todo tipo de gobierno humano no es una mera invención del hombre, sino una institución establecida por Dios.
Necesitamos comprender esto para alinearnos con el reino de Dios en las situaciones humanas. El gobierno es una institución dada para representar la autoridad de Dios. Veamos algunos pasajes:
«…porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos. Porque los magistrados no están para infundir temor al que hace el bien, sino al malo. ¿Quieres, pues, no temer la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella; porque es servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo. Por lo cual es necesario estarle sujetos, no solamente por razón del castigo, sino también por causa de la conciencia» (Rom. 13:1-5).
«Recuérdales que se sujeten a los gobernantes y autoridades, que obedezcan, que estén dispuestos a toda buena obra» (Tit. 3:1).
«Por causa del Señor someteos a toda institución humana, ya sea al rey, como a superior, ya a los gobernadores, como por él enviados para castigo de los malhechores y alabanza de los que hacen bien. Porque esta es la voluntad de Dios: que haciendo bien, hagáis callar la ignorancia de los hombres insensatos» (1 Ped. 2:13-15).
Estos pasajes muestran claramente que la institución del gobierno humano viene de Dios, con un propósito especifico. La palabra autoridad, en el griego, significa la intervención humana para imponer decisiones. Ahora, ¿de dónde viene la institución divina del gobierno humano?
«Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal. Y se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la tierra, y le dolió en su corazón … Y se corrompió la tierra delante de Dios, y estaba la tierra llena de violencia. Y miró Dios la tierra, y he aquí que estaba corrompida; porque toda carne había corrompido su camino sobre la tierra» (Gén. 6:5-6; 11-12).
La primera consecuencia de la caída del hombre fue que Caín se levantó contra su hermano y lo mató. En la tierra no había gobierno, no había jueces ni había leyes. En la historia posterior ya no es solo Caín matando a su hermano por envidia, sino que sus hijos multiplican la maldad y la violencia al punto que uno de ellos dice: «Si Caín fuere vengado siete veces, yo seré vengado setenta veces siete»; es decir, se responde a la violencia con una violencia multiplicada.
Esto generó una espiral que llevó al mundo antiguo al colapso y a la destrucción. Eso es lo que se describe en el Génesis en el tiempo del diluvio. Se piensa que aquel era un tiempo de suma corrupción moral, pero la Biblia lo describe más bien como una época de gran violencia entre los hombres.
Dios decidió destruir la tierra con un diluvio y comenzar de nuevo con una familia: Noé y sus hijos. Sin embargo, aunque destruyó una generación maligna, el mal persistió en el corazón del hombre, pues el pecado está arraigado en el hombre caído.
La función del Estado
Al terminar el diluvio, Noé salió del arca. Génesis 9:6 registra el pacto de Dios con Noé. «El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada; porque a imagen de Dios es hecho el hombre». En esas palabras, Dios instituyó el gobierno del hombre sobre el hombre, para limitar la violencia y la maldad del corazón humano, para poner un límite a la maldad.
El mundo previo al diluvio colapsó porque no había gobierno. Debe haber una autoridad que juzgue y castigue la maldad. ¿Por qué? «Porque a imagen de Dios es hecho el hombre»; es decir, porque la vida humana tiene un valor intrínseco, inviolable, y debe ser protegida. El Estado ejerce esta función dada por Dios. Si los hombres son dejados sin gobierno, se matarán unos a otros.
Lo hemos observado en estos días. Cuando las personas perciben que no hay autoridad, se vuelven como animales, salvajes y agresivos, y violan las leyes. Los creyentes debemos saber esto; no debemos ser ingenuos. Dios ve el corazón humano; él sabe de la maldad de la cual es capaz el hombre. Cuando no hay riesgo de ser castigada por sus actos, la gente se desenfrena. Por eso Dios estableció el gobierno.
La idea del Estado moderno, la separación de los tres poderes, el imperio de la ley, el contrato social, que nos parecen ideas eternas, recién surgieron en el siglo XVII. Los teólogos cristianos descubrieron en la Biblia tales ideas, las cuales después se secularizaron. Una de esas ideas es que el hombre natural es violento, y que el gobierno restringe esa violencia permitiendo que los hombres puedan vivir sin destruirse unos a otros.
Los pensadores de la Revolución Francesa, en una visión naturalista, proclamaban lo contrario. Por ejemplo, Rousseau sostiene que el hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe. Esa es la idea humanista; pero el hombre no es bueno por naturaleza. Aunque puede hacer cosas buenas, el pecado sigue presente. Los hombres no son buenos por naturaleza; por eso necesitan ser redimidos.
El Estado tiene la función de castigar a los malos e impedir que la violencia natural dañe a otros hombres, promoviendo el bienestar y protegiendo la vida humana. Pero eso tiene enormes limitaciones. Uno de los grandes mitos seculares es que el Estado es capaz de producir la justicia, la felicidad, la paz y el bienestar. El gobierno humano requiere el uso de la fuerza para coaccionar a las personas a cumplir la ley y a vivir de manera pacífica y armoniosa. El Estado puede coaccionarlas para hacer lo correcto; pero no podrá lograr que estén dispuestas a hacerlo de manera voluntaria.
El único que puede producir un hombre nuevo es Cristo. Jesús rechazó sistemática y deliberadamente toda forma de relacionamiento con el poder político. En aquel tiempo había agitación política. Él vivió en una nación sometida al abuso y la injusticia de un imperio opresor. Sin embargo, rehusó involucrarse en una acción política, porque sabía que la justicia no es producto de ningún poder humano.
La justicia viene como fruto del reino de Dios en el corazón humano. Los cristianos creemos en la justicia, y vemos que este mundo es injusto y abusivo. Estaríamos ciegos si no lo reconociéramos; pero la palabra de Dios dice que la respuesta no está en el poder político, sino en el poder del evangelio.
La justicia de Dios, por medio de la iglesia, puede impactar a la sociedad, no por el poder político, sino con la fuerza del Evangelio. Este poder ha producido más justicia que cualquier sistema político en la historia. Y eso, los cristianos necesitamos saberlo, creerlo y defenderlo.
Síntesis de un mensaje oral impartido en Temuco (Chile), en noviembre de 2019.