El colapso de la disciplina en la sociedad actual.
Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo. Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa; para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra”.
– Efesios 6:1-3.
Vivimos en un mundo en que vemos un alarmante colapso en la disciplina. El desorden en este sentido reina por doquier. Hay un colapso en la disciplina en todas las siguientes unidades fundamentales de la vida: en el matrimonio y en las relaciones familiares. Cunde un espíritu de anarquía, y las cosas que antes prácticamente se daban por hecho no solo se cuestionan sino que son ridiculizadas y desechadas.
No hay duda de que estamos viviendo en una época en que hay un fermento de maldad obrando activamente en la sociedad en general.
Podemos decir más –y estoy diciendo sencillamente algo en que todos los observadores de la vida coinciden, sean cristianos o no–, y afirmar que, de muchas maneras, estamos frente a un colapso y desintegración total de lo que llamamos civilización y sociedad. Y no hay ningún aspecto en que esto sea más evidente que en la relación entre padres e hijos.
Sé que mucho de lo que estamos viendo es probablemente una reacción de algo que, por desgracia, era demasiado común hacia el final de la era victoriana y en los primeros años del siglo XX. Hablaré más de esto más adelante, pero lo menciono ahora de pasada a fin de presentar este problema con claridad.
No hay duda de que existe una reacción contra el tipo de padre severo, legalista y casi cruel. No estoy excusando la posición actual, pero es importante que la comprendamos, y que tratemos de investigar su origen. Pero sea cual fuere la causa, no hay duda que tiene su parte en este colapso total en materia de disciplina y en las normas de conducta.
En tiempos de impiedad
La Biblia, en su enseñanza y en su historia, nos dice que esto es algo que siempre pasa en épocas irreligiosas, en épocas de impiedad.
Como prueba de ello, tenemos un excelente ejemplo en lo que el apóstol Pablo dice acerca del mundo en la epístola a los Romanos, en la segunda mitad del primer capítulo, desde el versículo 18 hasta el final. Allí nos da una descripción horrorosa del estado del mundo en el momento cuando vino nuestro Señor. Era un estado de total descontrol.
Y entre las diversas manifestaciones de ese descontrol que enumera, incluye precisamente el asunto que estamos ahora considerando.
Primero, dice: «Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen» (Rom. 1:28). Enseguida sigue la descripción: Están «estando atestados de toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, maldad; llenos de envidia, homicidios, contiendas, engaños y malignidades; murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos, inventores de males, desobedientes a los padres, necios, desleales, sin afecto natural, implacables, sin misericordia» (29-31). En esa lista horrible, Pablo incluye esta idea de ser desobedientes a los padres.
También en la segunda epístola a Timoteo, probablemente la última carta que escribiera, lo encontramos diciendo en el capítulo 3, versículo 1: «En los postreros días vendrán tiempos peligrosos». Luego detalla las características de esos tiempos: «Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios» (2 Tim. 3:2-4).
En ambos casos, el apóstol nos recuerda que en los tiempos de apostasía, en los tiempos de total impiedad e irreligión, cuando los mismos fundamentos tiemblan, una de las manifestaciones más impresionantes de descontrol es la «desobediencia a los padres».
¿Cuándo se darán por enteradas las autoridades civiles de que hay una relación indisoluble entre la impiedad, la inmoralidad y la decencia? Existe un orden en estas cuestiones. «Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad», dice el apóstol en Romanos 1:18. Si tienes impiedad, serás siempre insubordinado. Pero la tragedia es que las autoridades civiles –sea cual fuere el partido político en el poder– parecen todas regirse por la psicología moderna en lugar de las Escrituras. Todas están convencidas de que pueden manejar la insubordinación directamente, aisladamente. Pero eso es imposible.
La actitud de los creyentes
La insubordinación es siempre el resultado de la impiedad. La única esperanza de recuperar alguna medida de la rectitud y justicia en la vida es tener un avivamiento de la piedad. Eso es precisamente lo que el apóstol les está diciendo a los efesios y a nosotros.
Por lo tanto, las condiciones actuales demandan que consideremos la afirmación del apóstol. Creo que los padres e hijos cristianos, las familias cristianas, tienen una oportunidad única de testificar al mundo en esta época, simplemente por ser diferentes. Podemos ser reales evangelistas demostrando esta disciplina, este respeto al orden público, esta verdadera relación entre padres e hijos. Podemos, actuando bajo la mano de Dios, llevar a muchos al conocimiento de la verdad. Por lo tanto, sea ésta nuestra actitud.
Pero existe una segunda razón por la que todos necesitamos esta enseñanza. Según las Escrituras, no solo la necesitan los cristianos en la forma como he estado indicando, sino que los cristianos necesitan esta exhortación también porque el diablo aparece en este momento de una forma muy sutil y trata de desviarnos.
En el capítulo 15 del Evangelio de Mateo, nuestro Señor toca este tema con los religiosos de su época porque, de un modo sutil, estaban evadiendo uno de los claros mandatos de la Ley. Los Diez Mandamientos les decían que honraran a sus padres, que los respetaran y cuidaran. Pero lo que estaba sucediendo era que algunos, que pretendían ser ultra religiosos, en lugar de hacer lo que el mandamiento ordenaba, decían en efecto: «Ah, he dedicado al Señor este dinero que tengo. Por lo tanto, no puedo cuidarlos a ustedes, mis padres».
El Señor lo dijo así: «Pero vosotros decís: Cualquiera que diga a su padre o a su madre: Es mi ofrenda a Dios todo aquello con que pudiera ayudarte, ya no ha de honrar a su padre o a su madre» (Mat. 15:5-6). Estaban diciendo: «Esto es Corbán, esto es dedicado al Señor. Por supuesto que quisiera cuidarlos y ayudarlos, pero esto lo he dedicado al Señor». De esta manera, estaban descuidando a sus padres y sus obligaciones hacia ellos.
La obediencia a los padres
Por lo tanto, a la luz de estas cosas, notemos cómo el apóstol expresa el asunto. Comienza con los hijos, valiéndose del mismo principio que usó en el caso de la relación matrimonial. Es decir, comienza con los que deben obediencia, los que han de sujetarse a ella. Comenzó con las esposas y luego siguió con los maridos. Aquí comienza con los hijos y sigue con los padres. Lo hace porque está ilustrando este punto fundamental: «Someteos unos a otros en el temor de Dios» (Ef. 5:21). La orden es: «Hijos, obedeced a vuestros padres». Luego les recuerda el Mandamiento: «Honra a tu padre y a tu madre».
De pasada, notamos el punto interesante de que aquí, nuevamente, tenemos algo que distingue al cristianismo del paganismo. Los paganos en estos asuntos no relacionaban a la madre con el padre, sino que hablaban únicamente del padre. La posición cristiana, que es la posición judía según fue dada por Dios a Moisés, coloca a la madre con el padre.
El mandato es que los hijos deben obedecer a sus padres, y la palabra obedecer significa no solo escucharles, sino escucharles sabiendo que están bajo su autoridad. No solo oír, sino reconocer su posición de subordinación, y proceder a ponerla en práctica.
Pero es imprescindible que esto sea gobernado y controlado por la idea que lo acompaña: la de honrar. «Honra a tu padre y a tu madre». Esto significa respeto, reverencia. Esta es una parte esencial del Mandamiento. Los hijos no deben obedecer mecánicamente o a regañadientes. Eso es malo. Eso es observar la letra y no el espíritu. Eso es lo que nuestro Señor condenaba tan fuertemente en los fariseos. No, los hijos tienen que observar el espíritu al igual que la letra de la Ley. Ellos deben reverenciar y respetar a sus padres, tienen que comprender su posición para con ellos, y deben regocijarse en ella. Tienen que considerarla un gran privilegio, y por lo tanto, tienen que hacer lo máximo siempre para demostrar esta reverencia y este respeto en cada una de sus acciones.
El desorden de esta época
La súplica del apóstol da a entender que los hijos cristianos deben ser totalmente lo opuesto a los hijos descarriados que por lo general muestran irreverencia hacia sus padres y preguntan: «Y ellos, ¿quiénes son? ¿Por qué tengo que escucharles?». Consideran a sus padres «pasados de moda» y hablan de ellos irrespetuosamente. Imponen su opinión y sus propios derechos y su «modernismo» en toda esta cuestión de conducta.
Eso estaba sucediendo en la sociedad pagana de la cual provenían estos efesios, tal como está sucediendo en la sociedad secularizada a nuestro alrededor en la actualidad. Leemos constantemente en los periódicos de cómo se está infiltrando este desorden, y cómo los hijos, según se expresa, «están madurando tempranamente». Por supuesto, tal cosa no existe. La fisiología no cambia. Lo que está cambiando es la mentalidad y actitud que llevan a la agresividad y a apartarse de ser gobernados por los principios y las enseñanzas bíblicas.
Uno escucha esto por todas partes: los hijos hablan irrespetuosamente a sus padres, los miran sin respeto, insubordinándose abiertamente a todo lo que les dicen, e imponen su propia opinión y sus propios derechos. Es una de las manifestaciones más grotescas de la pecaminosidad y el desorden de esta época.
Ahora bien, una y otra vez, Pablo se declara contra tal conducta, diciendo: «Hijos, obedeced a vuestros padres, honrad a vuestros padres y vuestras madres, tratadlos con respeto y reverencia, demostradles que sabéis vuestra posición y lo que significa».
El orden de Dios
Consideremos las razones por las cuales el apóstol da esta orden. La primera es –y las estoy poniendo en este orden particular por una razón que verás más adelante– «porque esto es justo». En otras palabras: está volviendo a todo el orden de la creación establecido desde el principio, empezando por el libro de Génesis. Nos dice que, en lo que se refiere a los hijos, el orden existe desde el principio. Siempre ha sido así, es una parte del orden de la naturaleza, es parte de las reglas básicas de la vida.
Esto es algo que encontramos no solo entre los seres humanos, sino también en los animales. En el mundo animal, la madre cuida a su hijo pequeño que acaba de nacer, vela por él, lo alimenta y lo protege. Este es el orden de la naturaleza. La cría en su debilidad e ignorancia, necesita la protección, dirección, ayuda e instrucción que le da su progenitor. Por eso, el apóstol Pablo dice: «Obedeced a vuestros padres… porque esto es justo». Los cristianos no están divorciados del orden natural encontrado en toda la creación.
Es lamentable que sea necesario decirles esto a los cristianos. ¿Cómo puede ser posible que la gente se desvíe de algo que es tan totalmente obvio y se aplica al orden y curso de la naturaleza? Aun la sabiduría del mundo lo reconoce. Hay personas a nuestro alrededor que no son cristianas, pero creen firmemente en la disciplina y el orden. ¿Por qué? Porque toda la vida y toda la naturaleza lo indica.
Que un hijo se rebele contra sus padres y se niegue a escucharles y obedecerles es ridículo y necio. Es antinatural que los hijos no obedezcan a sus padres. Están violando algo que claramente es parte de la estructura misma sobre la que se edifica la naturaleza humana y se ve en todas partes, de principio a fin. La vida ha sido planeada sobre esta base. Si no lo fuera, por supuesto, la vida muy pronto sería caótica, y terminaría con el fin de su propia existencia.
«Esto es justo». Hay algo en este aspecto de las enseñanzas del Nuevo Testamento que me parece muy maravilloso. Demuestra que no debemos dividir el Antiguo Testamento del Nuevo. No hay nada que demuestre más ignorancia que el que un cristiano diga: «Es claro que siendo ahora cristiano, el Antiguo Testamento no me interesa». Esto es totalmente errado porque, como el apóstol nos recuerda aquí, es Dios el que creó todo al principio y es Dios el que salva. Es un mismo Dios desde principio a fin.
Dios creó a varón y hembra, a padres e hijos, en todos los seres vivientes que encontramos en la naturaleza. Lo hizo de esa manera, y la vida tiene que conducirse según estos principios. Por lo tanto, el apóstol comienza su exhortación diciendo prácticamente: «¡Esto es justo, esto es básico, esto es fundamental, esto es parte del orden de la naturaleza. No se aparten de eso. Si lo hacen, están negando su fe, y negando al Dios quien estableció la vida de esta manera y la hizo funcionar según estos principios. La obediencia es justa».
Un mandamiento con promesa
Habiendo dicho esto el apóstol procede a su segundo punto. No solo es lo justo, dice, sino que es también «el primer mandamiento con promesa». «Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa» (Ef. 6:2). Quiere significar que honrar a los padres no solo es esencialmente justo, sino que es una de las cosas que Dios señaló en los Diez Mandamientos. Este es el Quinto Mandamiento: «Honra a tu padre y a tu madre» (Éx. 20:12).
¿Qué quiere decir el apóstol con la expresión «el primer mandamiento con promesa»? Este es un punto difícil, y no podemos dar una respuesta absoluta. Es obvio que no significa que este es el primer mandamiento que tiene una promesa adjunta, porque hemos de notar que ninguno de los otros mandamientos tiene una promesa adjunta.
Si fuera cierto decir que los mandamientos 6 al 10 tienen promesas adjuntas, entonces podríamos decir: «Pablo dice que ciertamente este es el primero de los mandamientos al que le incluye una promesa». Pero ninguno de los otros tiene una promesa, así que ese no puede ser el significado.
Entonces, ¿qué significa? Puede significar que aquí, en el quinto mandamiento, comenzamos a tener enseñanzas con respecto a nuestras relaciones los unos con los otros. Hasta ese momento, los mandatos han sido con respecto a nuestra relación con Dios, su nombre, su obra, etc. Pero aquí empieza a hablar de nuestras relaciones unos con otros, por lo cual puede ser el primero en ese sentido.
Pero sobre todo, puede significar que es el primer mandamiento, no tanto en cuanto al orden sino al rango, y que Dios ansiaba grabar esto en la mente de los hijos de Israel por lo que agregó esta promesa a fin de hacerlo cumplir. Primero, por así decir, en rango y primero en importancia. No que en última instancia alguno de éstos sea más valioso que los demás, porque son todos vitales. No obstante, existe una importancia relativa.
Por lo tanto, lo interpreto así: esta es una de esas leyes que, cuando se descuidan, llevan al colapso de la sociedad. Nos guste o no, el colapso de la vida familiar, tarde o temprano, lleva al colapso en toda la sociedad. Este es, sin lugar a dudas, el aspecto más peligroso de la sociedad en la actualidad. Una vez que la idea de la familia, la unidad de la vida familiar, se quebranta: pronto se desprovee de toda otra lealtad. Es lo más serio de todo. Y esa es quizá la razón por la cual Dios le agregó esta promesa.
Una relación más elevada
Pero creo que hay otra implicación aquí. Hay algo acerca de esta relación entre los hijos y los padres que es única en este sentido: señala aun otra relación más elevada. Después de todo, Dios es nuestro Padre. Ese es el vocablo que él mismo utiliza, ese es el vocablo que nuestro Señor usa en su oración modelo: «Padre nuestro que estás en los cielos». Por lo tanto, el padre terrenal es, por así decir, un recordatorio del otro Padre, el Padre celestial.
En la relación de los hijos con los padres, tenemos un ejemplo de la relación de toda la humanidad originalmente con Dios. Somos todos «hijos» frente a Dios. Él es nuestro Padre: «Porque linaje suyo somos» (Hech. 17:28). Así que de un modo muy maravilloso la relación entre padre e hijo es una réplica y un retrato, una predicación de esta relación total que subsiste entre los que son cristianos y Dios mismo.
Toda la relación de padre e hijo debe recordarnos siempre nuestra relación con Dios. En este sentido, esta relación particular es única. Esta relación nos recuerda que Dios mismo es el Padre y que nosotros somos los hijos. Hay algo muy sagrado en cuanto a la familia, en cuanto a esta relación entre padres e hijos. Dios, de hecho, nos lo ha dicho en los Diez Mandamientos. Cuando se dispuso a dar este mandamiento: «Honra a tu padre y a tu madre», le agregó esta promesa. ¿Qué promesa? «Que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da».
No cabe duda que cuando la promesa fue dada originalmente a los hijos de Israel, significaba lo siguiente: «Si quieren seguir viviendo en esta tierra de promesa a la cual los estoy conduciendo, cumplan estos mandamientos, y éste en particular. Si quieren tener bendiciones y felicidad en la Tierra Prometida, si quieren seguir viviendo bajo mi bendición, cumplan estos mandamientos, especialmente éste». No cabe duda de que esta era la promesa original.
Pero ahora el apóstol generaliza la promesa porque está tratando aquí con gentiles al igual que con judíos seguidores de Cristo. Entonces, dice en efecto: «Ahora bien, si quieren que todo ande bien con ustedes, y si quieren vivir una vida larga y plena sobre la tierra, honren a su padre y a su madre». ¿Significa esto que si soy un hijo o una hija que honra a sus padres voy a vivir hasta la vejez? No, esto no es así. Pero la promesa sin duda significa esto: Si quieres vivir una vida bendecida, una vida plena bajo la bendición de Dios, obedece este mandamiento. Él puede elegir mantenerte largo tiempo sobre esta tierra como un ejemplo y una ilustración. Pero sea cual fuere la edad que tengas cuando partas de este mundo, sabrás que estás bajo la bendición y la mano buena de Dios.
La obediencia en el Señor
Esto nos trae al tercer y último punto. Fíjate cómo lo expresa el apóstol: «Hijos, obedeced a vuestros padres … Honra a tu padre y a tu madre» (Ef. 6:1-2). La naturaleza lo dicta, pero no solo la naturaleza: la ley lo dicta. Pero tenemos que ir aún más allá: ¡la gracia! Este es el orden: naturaleza, ley, gracia.
«Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres». Es importante que agreguemos esa frase «en el Señor» a la palabra correcta. No significa: «Hijos, obedeced a vuestros padres en el Señor». Es, más bien: «Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres».
Es decir, el apóstol está repitiendo justamente lo que dijo en el caso de esposos y esposas. «Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor» (Ef. 5:22). «Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia» (Ef. 5:25). Cuando llegamos a sus palabras a los siervos dice: «Siervos, obedeced a vuestros amos terrenales con temor y temblor, con sencillez de vuestro corazón, como a Cristo» (Ef. 6:5).
Eso es lo que significa «en el Señor». O sea que esta es la razón suprema. Hemos de obedecer a nuestros padres y honrarles y respetarles porque es parte de nuestra obediencia a nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
En suma, esa es la razón por la cual debemos hacerlo. Hacerlo «como al Señor». Obedece a tu padre y a tu madre «en el Señor». Ese es el mejor y más excelente aliciente. Agradar al Señor, es prueba de lo que dijo, estamos avalando sus enseñanzas. Él dijo que había venido al mundo para redimirnos, limpiarnos de nuestros pecados, darnos una nueva naturaleza y hacernos hombres y mujeres nuevos. «Bien, compruébalo, demuéstralo con tus acciones».
Hijo, demuéstralo por medio de obedecer a tus padres: ¡serás entonces distinto a todos los demás hijos! No seas como esos hijos arrogantes, agresivos, orgullosos, fanfarrones y mal hablados que te rodean! ¡Demuestra que eres distinto, demuestra que el Espíritu de Dios mora en ti, demuestra que perteneces a Cristo! Tienes una oportunidad maravillosa, y le serás motivo de gran gozo y gran placer.
Pero hagámoslo también por otra razón. «Hijos, obedeced a vuestros padres» también por esta razón: cuando Jesús estaba en este mundo, así lo hizo. Eso es lo que encontramos en Lucas 2:49: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?».
La frase se refiere al Señor Jesús a los doce años. Había subido a Jerusalén con María y José. Éstos habían emprendido el viaje de regreso y habían viajado un día antes de descubrir que el muchacho no estaba entre los que viajaban con ellos. Regresaron y lo encontraron en el templo, en medio de los doctores de la Ley, oyendo, y haciendo y contestando preguntas, y todos los que lo oían se maravillaban de su sabiduría. Y él dijo: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?». Tuvo esta experiencia a los doce años que le hizo entender cuál era su misión.
Pero luego dice la Biblia que volvió con ellos a Nazaret: «Y descendió con ellos, y volvió a Nazaret, y estaba sujeto a ellos». ¡El Hijo de Dios encarnado sometiéndose a María y José! Aunque tenía conciencia de que estaba en este mundo para atender los negocios de su Padre, se humilló a sí mismo y fue obediente a sus padres. Sigamos su ejemplo: comprendamos que lo estaba haciendo principalmente para agradar a su Padre en los cielos, a fin de poder cumplir su Ley en todo sentido y dejarnos un ejemplo para poder seguir en sus pasos.
Tomado de Portavoz de la Gracia.