Cómo transmitir al mundo el mensaje divino de la salvación eterna.
Principio del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Como está escrito en Isaías el profeta: He aquí yo envío mi mensajero delante de tu faz, el cual preparará tu camino delante de ti. Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor; enderezad sus sendas … Después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio”
– Mar. 1:1-3, 14-15.
El evangelio de Marcos comienza con una declaración inmediata de su propósito: Su tema es el evangelio de Jesucristo. Los griegos usaban la palabra evangelio para referirse a una noticia extraordinaria. Y lo que se anuncia aquí, la gran noticia, es Jesucristo, el Hijo de Dios.
Dios viene hasta los hombres
Como estaba profetizado, Dios viene hasta los hombres. Ante tal anuncio, la reacción de pecadores como nosotros, sería normalmente de temor: «Dios viene a juzgarme y a castigarme». Pero la buena noticia es que él no viene a condenar sino a salvar a los perdidos. Por eso dice: «Preparad el camino del Señor».
En la historia de Israel, Dios siempre intervino para libertar a su pueblo cuando estaba en dificultades. Cuando se anunciaba que el Señor venía, significaba siempre salvación.
Después que Juan el Bautista fue encarcelado, Jesús vino a Galilea pregonando la buena noticia: «El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio». El reino de Dios significa la Presencia Divina en el mundo, actuando a favor de nosotros. Esto es maravilloso.
«¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz, del que trae nuevas del bien, del que publica salvación, del que dice a Sion: Tu Dios reina!» (Is. 52:7). No es una mera declaración teológica. Significa que Dios tiene poder y autoridad para salvar realmente a su pueblo.
«Se alegrarán el desierto y la soledad; el yermo se gozará y florecerá como la rosa. Florecerá profusamen-te, y también se alegrará y cantará con júbilo; la gloria del Líbano le será dada, la hermosura del Carmelo y de Sarón. Ellos verán la gloria de Jehová, la hermosura del Dios nuestro. Fortaleced las manos cansadas, afirmad las rodillas endebles» (Is. 35:1-3), porque viene el Señor.
«Decid a los de corazón apocado: Esforzaos, no temáis; he aquí que vuestro Dios viene con retribución, con pago» (v. 4). Este pago se refiere a los que nos oprimen y nos causan dolor. Él viene a destruir a nuestros enemigos: la muerte, el pecado, los poderes de las tinieblas.
«Dios mismo vendrá, y os salvará». No enviará a un ángel. Él mismo vendrá. «Entonces los ojos de los ciegos serán abiertos, y los oídos de los sordos se abrirán. Entonces el cojo saltará como un ciervo, y cantará la lengua del mudo; porque aguas serán cavadas en el desierto, y torrentes en la soledad» (v. 5-6). Esta es una noticia para saltar de gozo, desechando la angustia y el temor.
«El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado». Ahora, el reino de los cielos está aquí entre nosotros, porque el Señor mismo ha venido. Jesús es Emanuel, Dios con nosotros.
Jesús, la buena nueva
«El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel» (Is. 61:1). Estas son las palabras que el mismo Jesús citó en la sinagoga de Nazaret, al comienzo de su ministerio.
Piensa en alguien cuyo corazón está quebrantado por el dolor; pero ahora se le ofrece consuelo, y su corazón. ¿No es maravilloso? O un cautivo, preso por el enemigo, que no tiene cómo ser libre, en la desesperación y el miedo constantes; pero viene uno que rompe sus cadenas. ¿No es eso una buena noticia? «…y a los presos apertura de la cárcel». Alguien está en la cárcel porque es culpable o espera una sentencia de muerte; pero llega el indulto. ¡Cómo saltaría de alegría! Eso es el evangelio: Libertad a los cautivos.
«…a proclamar el año de la buena voluntad de Jehová» (v. 2), o el año del jubileo. En Israel, aquel era el año en que se perdonaban todas las deudas. Imagina que tú estás lleno de deudas, angustiado, porque no tienes cómo pagar. Entonces, alguien cancela todas tus deudas. Y no solo eso, sino que todo lo perdido vuelve a ti. Eso es el evangelio.
«…el día de venganza del Dios nuestro». Este es el día en que Dios tomará venganza de nuestros enemigos, liberándonos del yugo de opresión. «…a consolar a todos los enlutados». La pérdida de alguien que amamos es terrible. Pero Él vino a dar vida a los muertos y a otorgarnos una esperanza eterna: la muerte no es el final, es solo el principio de la vida eterna con él.
«…a ordenar que a los afligidos de Sion se les dé gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado; y serán llamados árboles de justicia, plantío de Jehová, para gloria suya» (v. 3). Todo esto se encarnó en Jesucristo. Él es la buena nueva.
Aprendiendo del Maestro
En Marcos 3:13-15 leemos que Jesús llamó a otros hombres para hacerlos partícipes de su misión. «Después subió al monte, y llamó a sí a los que él quiso; y vinieron a él. Y estableció a doce, para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar, y que tuviesen autoridad para sanar enfermedades y para echar fuera demonios».
El Señor les encomendó ir y anunciar el evangelio. Pero, el primer requisito para ser enviados era que tenían que estar con él, porque el mensaje que iban a divulgar era Él mismo. Para predicar el evangelio, primero necesitamos conocer al Jesús mismo, no solo como mensaje, sino también cómo él predicaba. Ellos aprendieron a anunciar el evangelio mirando al Señor. Él es el evangelio. Durante tres años y medio, ellos estuvieron con él, aprendiendo a predicar el evangelio.
¿Cómo puedes compartir la buena nueva con otros? ¿De quién puedes aprender? De Jesús, el Maestro de los maestros. Mirándolo a él, sabremos cómo comunicar las buenas nuevas, y también podemos aprender de sus discípulos, de aquellos que estuvieron con él.
Esta es una preciosa lección: Jesús es el evangelio. Él es el mensajero y es también el mensaje que se anuncia. Ahora bien, hay un aspecto vital del evangelio que debemos recalcar: Jesús no nació en un hogar acomodado, en un ambiente social relevante. Cuando el Verbo se hizo carne, escogió una familia humilde y fue contado entre los pobres de Israel. ¿Por qué escogió ese camino para anunciar desde allí el evangelio?
El poder de lo alto
Esto tiene que ver con el evangelio mismo. Desde el principio, Dios quiso dejar claro que el poder del evangelio para salvar no tiene nada que ver con los poderes del mundo. Dios es suficiente para salvar, porque es el Señor Todopoderoso.
Cuando María, la madre de Jesús, recibió la noticia de que el Salvador del mundo iba a nacer de ella, pareció entender muy bien esta dimensión del evangelio: «Entonces María dijo: Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador. Porque ha mirado la bajeza de su sierva» (Luc. 1:46-48). Esto no es solo un acto de humildad de María. El Señor escogió a una mujer humilde, sin ninguna influencia o poder, que habría sido mirada en menos por el resto de la sociedad.
«Hizo proezas con su brazo; esparció a los soberbios en el pensamiento de sus corazones. Quitó de los tronos a los poderosos, y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes, y a los ricos envió vacíos» (v. 51-53). María constata un hecho fundamental: el evangelio no se asocia con los poderes terrenales. Cuando Jesús vino al mundo, entró solo sostenido por el poder del reino de los cielos. Por ello, para profundizar en éste y en otros aspectos más, consideremos una historia del Antiguo Testamento, que ilustra muy bien algunos principios fundamentales del evangelio para nosotros.
Las ideas del paganismo
Todas las naciones antiguas pensaban que, cuanto más cerca estuviese un hombre de sus dioses, más exitoso sería. El éxito era señal de que una persona era favorecida por los dioses. Esto era un principio que todos aceptaban. Por eso, generalmente los reyes acababan siendo divinizados. Por otro lado, los pobres y humildes, que no triunfaban en la vida, eran considerados como seres abandonados por los dioses.
Por ello, si alguien requería ayuda de los dioses, iba a los poderosos, pues ellos estaban más cerca que la gente común. Todos los pueblos de la antigüedad pensaban así, salvo uno solo, Israel. Porque el Dios de Israel no era el Dios de los poderosos, sino de los humildes, las viudas, los huérfanos y los extranjeros.
Dios rescató a un pueblo de esclavos, identificándose así con los desposeídos. Por cierto, también encontramos que Dios actuó a través de algunos reyes, como en el caso de David o Salomón. Sin embargo, vemos que la mayoría de sus reyes fueron impíos en la historia de Israel, y que Dios no se asoció con ellos sólo porque eran poderosos.
En Israel, el rey estaba sometido a la ley de Dios, y tendría éxito solo si era obediente y fiel al pacto. Sin embargo, no existía una identificación directa entre Dios y los poderosos. Todo Israel sabía esto; pero, obviamente, los paganos no lo sabían. A la luz de este hecho, revisemos ahora la historia de Naamán.
Naamán el leproso
«Naamán, general del ejército del rey de Siria, era varón grande delante de su señor, y lo tenía en alta estima, porque por medio de él había dado Jehová salvación a Siria. Era este hombre valeroso en extremo, pero leproso» (2 R. 5:1).
Naamán era jefe de los ejércitos del rey, una posición de suma importancia. Según las ideas de los paganos, era un hombre tocado por los dioses. «Por medio de él había dado Jehová salvación a Siria». Era un héroe extremadamente valiente, «pero leproso». Esta es la situación real de todo ser humano.
Existe una falla fundamental en la naturaleza humana. Y esto nos dice el evangelio: que cada uno de nosotros es más corrupto de lo que jamás imaginó ser. En la Biblia, la lepra es figura del pecado. Este es el diagnóstico de toda la raza humana. Por ello, todas las cosas que los ídolos de este mundo puedan dar: riqueza, poder político, fama, etc., serán incapaces de salvarnos de nuestro problema fundamental.
Este hombre lo tenía todo, pero nada de ello podía curar su lepra. No había poder en este mundo capaz de sanarlo. La lepra es una enfermedad terrible que corroe lentamente desde adentro, hasta que la carne se deshace. Así es el efecto del pecado cuando corrompe la vida humana.
Una buena noticia
«Y de Siria habían salido bandas armadas, y habían llevado cautiva de la tierra de Israel a una muchacha, la cual servía a la mujer de Naamán. Esta dijo a su señora: Si rogase mi señor al profeta que está en Samaria, él lo sanaría de su lepra» (v. 2-3). Así vino la salvación para Naamán. Aquella muchacha israelita lo había perdido todo, y el causante final de su tragedia era Naamán, el general sirio.
Con toda justicia, ella debió pensar que Naamán merecía el peor de los castigos. Pero, esta joven representa el evangelio: «Hay un Dios verdadero que tiene el poder para curar». Ella se sacrificó a sí misma y encarnó el amor de Cristo para quien no lo merecía: renunció a vengarse, y dio a la mujer de Naamán la buena noticia.
Naamán llegó feliz ante el rey de Siria. Y en su mentalidad pagana, pensó: «Si voy a Israel y tendré tratos con su Dios, de seguro tendré que hablar con el hombre más poderoso de Israel». Pero, él ignoraba que en Israel reinaba un hombre impío y alejado de Dios. Naamán, pues, pidió a su rey cartas de presentación para el rey de Israel.
«Salió, pues, él, llevando consigo diez talentos de plata, y seis mil piezas de oro, y diez mudas de vestidos» (v. 5). Porque no se conseguía nada de los dioses paganos, sino dando algo a cambio.
La carta del rey de Siria seguía la lógica del pensamiento pagano: «Tomó también cartas para el rey de Israel, que decían así: Cuando lleguen a ti estas cartas, sabe por ellas que yo envío a ti mi siervo Naamán, para que lo sanes de su lepra» (v. 6).
Sin embargo, «Luego que el rey de Israel leyó las cartas, rasgó sus vestidos, y dijo: ¿Soy yo Dios, que mate y dé vida, para que éste envíe a mí a que sane un hombre de su lepra? Considerad ahora, y ved cómo busca ocasión contra mí» (v. 7).
A pesar de su impiedad, este rey sabía que no tenía privilegios especiales respecto al Dios de Israel, e imaginó que esta nota era una provocación y un pretexto para la guerra.
«Cuando Eliseo el varón de Dios oyó que el rey de Israel había rasgado sus vestidos, envió a decir al rey: ¿Por qué has rasgado tus vestidos? Venga ahora a mí, y sabrá que hay profeta en Israel» (v. 8). Así que el rey, rápidamente se deshizo del problema, enviando a Naamán a hablar con Eliseo.
La asombrosa obra de Dios
«Y vino Naamán con sus caballos y con su carro, y se paró a las puertas de la casa de Eliseo» (v. 9). Sin embargo, para su sorpresa y desilusión, Eliseo le envió un siervo y ni siquiera salió a recibirlo personalmente. El Dios de Israel obró todo a través de los siervos más humildes, y no de los poderosos. De seguro, Naamán se sintió ofendido. Pero Dios estaba llevando a Naamán por el camino del evangelio, para así sanarlo.
La palabra de Dios fue: «Ve y lávate siete veces en el Jordán, y tu carne se te restaurará, y serás limpio» (v. 10). Era algo tan sencillo. Así es la dádiva del evangelio, pero a Naamán, esto no le pareció digno de un héroe como él, y dijo: «He aquí yo decía para mí (en su corazón orgulloso): Saldrá él luego, y estando en pie invocará el nombre de Jehová su Dios, y alzará su mano y tocará el lugar, y sanará la lepra» (v. 11). Naamán tenía una idea pomposa de su propia importancia y de cómo tendrían que ocurrir las cosas. Aquello lo decepcionaba.
¿Por qué lavarse siete veces? Porque Dios trabajó seis días, y en el séptimo reposó de toda su obra. El 7 es el número del descanso, de la salvación completa y consumada de Dios en Cristo. Entrar en ese número significa acogerse al reposo de Dios, descansar de nuestras obras y reposar totalmente en Su obra de salvación. Dios le estaba diciendo a Naamán que debía dejar de confiar en sí mismo, y confiar en lo que Dios podía hacer por él.
Un regalo inmerecido
«Abana y Farfar, ríos de Damasco, ¿no son mejores que todas las aguas de Israel? Si me lavare en ellos, ¿no seré también limpio? Y se volvió, y se fue enojado» (v. 12). ¡Cómo es el corazón humano! Cuán difícil le es al hombre entender la gracia de Dios, que él nos da no porque nos deba algo, sino simplemente porque nos ama. No podemos obtener nada de él por nuestro esfuerzo. Su salvación es simplemente un regalo inmerecido.
Luego, por tercera vez, Dios actúa por medio de los humildes. «Mas sus criados se le acercaron y le hablaron diciendo: Padre mío, si el profeta te mandara alguna gran cosa, ¿no la harías? ¿Cuánto más, diciéndote: Lávate, y serás limpio?» (v. 13). Esto es un regalo, que no puedes comprar ni obtener por tu esfuerzo; nada de lo que hagas te salvará. Pero si tú confías, si tú crees y aceptas lo que se te da, como una dádiva inmerecida, tomarás el mejor camino.
«El reino de Dios se ha acercado; arrepentíos», significa: Deja a un lado tu arrogancia, tu orgullo, tus esfuerzos e intentos inútiles y solamente cree, confía, porque Dios te ama. No necesitas ganarte su favor; él te ama y él quiere salvarte. «Él entonces descendió, y se zambulló siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del varón de Dios; y su carne se volvió como la carne de un niño, y quedó limpio» (v. 14).
¿No es maravilloso el evangelio? Recibimos lo que no merecíamos; se nos da lo que nunca pudimos obtener por nosotros mismos. Es un regalo, de pura gracia.
Una conversión real
«Y volvió al varón de Dios, él y toda su compañía, y se puso delante de él, y dijo: He aquí ahora conozco que no hay Dios en toda la tierra, sino en Israel» (v. 15). Este hombre se convirtió de los ídolos al Dios vivo y verdadero. Esos ídolos, que en apariencia le habían dado todo, en realidad no le habían dado nada.
«Te ruego que recibas algún presente de tu siervo». Pero el profeta no aceptó. La salvación no se puede comprar. Aun después de que hemos sido salvos, no tenemos que pagarla. Sigue siendo gracia hasta el final.
«Entonces Naamán dijo: Te ruego, pues, ¿de esta tierra no se dará a tu siervo la carga de un par de mulas? Porque de aquí en adelante tu siervo no sacrificará holocausto ni ofrecerá sacrificio a otros dioses, sino a Jehová. En esto perdone Jehová a tu siervo: que cuando mi señor el rey entrare en el templo de Rimón para adorar en él, y se apoyare sobre mi brazo, si yo también me inclinare en el templo de Rimón; cuando haga tal, Jehová perdone en esto a tu siervo. Y él le dijo: Ve en paz» (17-19).
¡Cómo cambió el corazón de este hombre! Conoció al verdadero Dios, y ahora, en lugar de ser Naamán el poderoso, ante el cual los demás debían inclinarse, se inclina ante el verdadero Dios. Esto es el evangelio, que nos liberta de los ídolos opresivos del mundo, para adorar al único y verdadero Dios.
El evangelio tradicional
El Señor había llamado doce discípulos para la predicación del evangelio. Ellos no solo aprendieron el contenido del mensaje, sino también cómo anunciar el evangelio a otras personas. Veamos, pues, cómo Jesús predicaba el evangelio.
Antes, quisiera contar algo personal. Cuando yo era joven, había en la iglesia un fuerte énfasis en la evangelización. El evangelismo era un tipo de metodología que era necesario aprender para predicar. La idea de evangelizar iba asociada con una metodología que consistía básicamente en identificar los «cuatro pasos para ser salvo», o las cuatro leyes espirituales. Es decir, una presentación sistemática de la teología del evangelio.
Yo tenía quince años cuando me convertí, y esto era para mí un problema. Por ejemplo, cuando iba al colegio, en el microbús, iba pensando si tenía que hablarle a quien iba a mi lado de aquellos cuatro pasos para la salvación. Yo era muy tímido, por lo cual solo un par de veces me atreví a abordar a alguien.
Otra estrategia era la campaña, donde había un predicador, música y gente que acudía a oír. No es que haya algo errado en hacer esto; pero, estrictamente hablando, el evangelio no es eso. Los métodos del evangelismo tradicional pueden servir o no, de acuerdo a la situación, el contexto histórico o cultural, etc., porque suponen que las personas a quienes predicamos tienen algún conocimiento previo de Dios.
Problemática del mundo actual
Si le digo a alguien que es un pecador, yo supongo que esa persona entiende lo que es ser un pecador, de acuerdo con el método de las cuatro leyes espirituales. El problema es que hoy el mundo no entiende lo que es ser un pecador, porque ni siquiera sabe quién es Dios, ni qué significa pecar contra él.
Si hoy partimos con esta estrategia, es probable que los resultados sean más precarios. Tiempo atrás, al anunciar el evangelio, bastaba a veces hablar con las personas por 15 o 20 minutos, y ellas hacían una decisión y se entregaban al Señor.
Pero los jóvenes de hoy saben que eso ya no ocurre tan fácilmente, porque cuando le decimos a alguien que es un pecador, éste se puede ofender, o acusarnos de irrespetuosos e intolerantes, tal como se piensa en la actualidad.
El mundo cambió. La visión cristiana del mundo, antes compartida por la mayoría de las personas en nuestra sociedad, ya no lo es más. Muchos poseían un trasfondo religioso, y tenían una idea de quién era Dios, el pecado, el infierno y la salvación. Existía aún una cosmovisión cristiana culturalmente dominante.
Pero hoy ya no es así. Sobre todo, es probable que las personas menores de treinta años no tengan la menor idea de estas cosas, o sólo las sepan como una especie de historia antigua, pero sin valor para su vida.
Entonces, predicar el evangelio no es necesariamente hablar de los cuatro pasos o alguna metodología similar. Por esta razón, necesitamos volver a Jesucristo, el maestro de los evangelistas. En él aprendemos cómo predicar las buenas nuevas. Hay un pasaje breve que nos puede ayudar en este caso: la historia de aquel hombre pequeño llamado Zaqueo.
El amigo de los pecadores
Una de las cosas que irritaba a los líderes religiosos de su tiempo era que Jesús se asociaba con las personas más viles de la sociedad. Claro, a veces se sentaba a la mesa con los ricos e influyentes, pero en general, él prefería estar con los más desposeídos y rechazados, y no lo hacía desde una posición de condescendencia. La condescendencia consiste en mezclarse con personas a quienes consideras inferiores, y que en el fondo de tu corazón miras en menos. Pero, Jesús no actuaba así.
Watchman Nee, quien fue usado por Dios para establecer la iglesia en muchos lugares en China, dice que el Señor le dio una visión de cómo presentar a Cristo al mundo: como el amigo de los pecadores. Un amigo es alguien que se pone a tu lado y que empatiza, que se aproxima a ti, no de manera condescendiente, sino de igual a igual. En este contexto veamos quién era Zaqueo.
Zaqueo era el jefe de los publicanos, una clase de personas odiadas por la sociedad judía. En primer lugar, ellos se aprovechaban de la tragedia de su nación; eran traidores y explotadores de su pueblo. En nuestros días, ellos serían odiados por todo el mundo, incluyéndonos a nosotros.
Israel estaba bajo el dominio y la cruel opresión del imperio romano. Y los romanos escogían entre los judíos a hombres que se ofrecían para el trabajo sucio de cobrar elevados impuestos para el César.
No conformes con ello, estos recaudadores, los publicanos, cobraban en exceso, y este dinero extra era para su beneficio propio. Por lo tanto, se enriquecían a costa del sufrimiento de sus hermanos.
¿Considerarías que ellos eran dignos de ser amados? Nadie los saludaba en la calle ni se mezclaba con ellos; pero a los publicanos no les importaba eso, pues tenían el favor de los romanos. Entretanto, el pueblo moría de hambre y era oprimido. Para todo judío, un publicano era un ser detestable y abominable.
Un llamado de amor
Pero este publicano, Zaqueo, quería conocer a Jesús. Mas, a causa de su baja estatura, él pensó que le sería difícil ver a Jesús en medio de la multitud, por lo cual tuvo la ocurrencia de subirse a un árbol sicómoro. De seguro, lo hizo evitando que alguien lo notara. Inesperadamente, Jesús, al pasar, alzó su vista y la fijó en Zaqueo. Lo miró, lo reconoció, y dijo algo incomprensible e impensable para Zaqueo y para cuantos estaban allí. «Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa» (Luc. 19:5).
Ningún judío entraba a la casa de un publicano. Era una deshonra mezclarse con los opresores del pueblo. Pero Jesús dijo aquello en alta voz, no en secreto, sino delante de toda la multitud, identificándose con un hombre despreciable para todos.
De esto se trata el evangelio. Jesús no lo condenó ni le enrostró su maldad. Él sabía de todo ello, pero también sabía que cada uno de nosotros, incluyendo a hombres como Zaqueo, es más amado por Dios de lo que jamás nos atreveríamos a esperar.
Por causa de ese amor y esa compasión divina, Jesús habló así delante de todos, aun arriesgando que el rechazo social hacia su persona fuese aún mayor. Y luego fue a casa de aquel hombre. Lo asombroso es que no se nos dice que Jesús esa noche explicara a Zaqueo los cuatro pasos de la salvación de manera explícita. Porque Él era el evangelio. Sus obras eran el evangelio. Al decir: «Voy a tu casa», Jesús le estaba diciendo: «Dios te ama a pesar de todo».
Además, de una manera práctica, más que anunciarle que Dios le amaba, Jesús le dice: «Voy a cenar a tu casa». Ese fue un acto de amor concreto y visible.
Y fue tan impactante que, sentado a la mesa, Zaqueo estuvo todo el tiempo mirando a Jesús y pensando cómo era que aquel hombre había venido a su casa. Su conciencia pecadora comenzó a ser remecida por el amor de Jesús, y de pronto vio todo con claridad: él era un pecador malvado; pero había salvación en Jesús.
«Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado» (v. 8). «Reconozco que soy un pecador, que he dañado y que he robado el pan y la comida a muchos; pero me arrepiento, y devolveré a todos lo que les arrebaté». Entonces Jesús le dijo: «Hoy ha venido la salvación a esta casa» (v. 9).
Nuestra tarea hoy
A veces, tú dices: «Yo no tengo la capacidad de hablar con elocuencia, de presentar con eficacia el plan de salvación». Probablemente no; pero tú también puedes amar. Puedes ser amistoso, puedes ser compasivo, puedes hablar a los que nadie habla; puedes acercarte a los rechazados, a los despreciables; puedes extender tu mano con amor a los que no merecen ser amados.
Tú puedes invitarlos a tu casa o visitarlos, puedes asociarte con los pecadores, porque de esto se trata el evangelio. Y no con la actitud condescendiente del religioso que se cree justificado en sí mismo, sino con la actitud de Cristo, que se identifica con los pecadores. Predicar el evangelio no es solo anunciar el plan de salvación. Hay que hacerlo, sí; pero es necesario darlo a conocer no solo con nuestras palabras, sino con nuestra vida, tal como lo hizo Jesús.
Si piensas que es difícil acercarse a personas pecadoras, mira lo que dice la Escritura respecto a nosotros, en Tito 3:1: «Recuérdales que se sujeten a los gobernantes y autoridades, que obedezcan, que estén dispuestos a toda buena obra. Que a nadie difamen», aun cuando haya razón para hablar mal de alguien. «Que no sean pendencieros», que no vivan discutiendo. El evangelio no se predica ganando discusiones, aunque éstas sean por cuestiones morales. No, «sino amables».
Cristo era amable, y nosotros hemos de ser amables como él. «…mostrando toda mansedumbre para con todos los hombres». Y, ¿cuál es la razón de todo esto? ¿Olvidamos quiénes éramos antes de que el Señor nos alcanzara? ¿Olvidaste de dónde nos rescató el Señor?
«Porque nosotros también éramos en otro tiempo insensatos», personas sin sabiduría; pero eso no impidió que el Señor llegara hasta nosotros. «…rebeldes», que no reconocen ni se sujetan a ninguna autoridad, pero él nos amó. «…extraviados», esto es, perdidos; pero, tan lejos como estábamos, él nos buscó y nos encontró. No fuimos nosotros a él; él vino hasta nosotros.
«…esclavos de concupiscencias y deleites diversos». Había pecados vergonzosos que nos esclavizaban. «…viviendo en malicia y envidia». Teníamos malas intenciones respecto a los demás. Pero él nos salvó y no se avergonzó de nosotros. ¿Crees que el evangelio es para las personas buenas? Aun siendo nosotros «…aborrecibles», difíciles de amar, Cristo nos amó. «…y aborreciéndonos unos a otros». No éramos personas atractivas, ni fáciles de ser amadas; pero él insistió hasta ganar nuestro corazón.
Y aquí está el resumen: «Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres…» (v. 4). Dios ama a todos los hombres, sin importar quiénes son o cómo son. ¿Cómo puedes cambiar eso? «…nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho…». Todo lo que hicimos fue ofenderlo, rechazarlo y aun odiarlo. A pesar de eso, él nos salvó eternamente.
Palabra fiel
Ese es su amor. No por lo que hubiésemos hecho, «sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo» (v. 5). No solo nos perdonó, sino que nos dio su propia vida, para que viviésemos libres del poder del pecado, por medio de su Espíritu, «el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna» (v. 6-7).
«Palabra fiel es esta, y en estas cosas quiero que insistas con firmeza…» (v. 8). Vivimos un tiempo en que las palabras parecen no valer nada. Los hombres usan el lenguaje para manipular a otros, sin que les importe la verdad. Pero el evangelio es una palabra fiel. «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mat. 24:35). Si el Señor nos dice que nos ama y que quiere salvarnos, es exactamente lo que él hará, porque él es fiel y verdadero. No hay otra palabra tan fiel y verdadera en el mundo como la palabra del evangelio.
Que el Señor nos ayude. Que el evangelio renazca con poder y con gloria en nuestros corazones. Que nos llenemos del gozo de la salvación, no solo para nosotros, sino para comunicar al mundo el mensaje de la salvación eterna: «Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero» (1 Tim. 1:15).
Síntesis de un mensaje oral impartido en Temuco (Chile), en septiembre de 2017.