Cada pasaje de las Sagradas Escrituras tiene su propia grandeza; no obstante, hay capítulos que destacan por sobre los demás por lo que apelan al corazón humano.
El Salmo 103
Este es un salmo de pura adoración. No hay en él ni una sola petición. Es uno de los salmos atribuidos a David, y en él no expresó ningún deseo, sino que, de principio a fin, vació su alma en alabanza y acción de gracias. La alabanza entendida debidamente, en el sentido más simple de la palabra, es una rara ocupación: se alaba a Dios por lo que es él; la acción de gracias es la adoración a Dios por lo que él ha hecho por nosotros; en ambas, el alma adora.
La adoración bien entendida, en el sentido más simple de la palabra, es una ocupación algo rara; por supuesto, hay un sentido en el cual nuestros servicios pueden ser considerados en su totalidad como adoración divina. En ellos, sin embargo, hacemos mucho más que adorar. No obstante, la función más alta de la personalidad humana no es la oración, sino la alabanza. En otro salmo (50:23), tenemos una declaración muy importante: «El que sacrifica alabanza me honrará».
Leyendo esto, cabe preguntarse: ¿cómo puede afirmarse que por medio de cualquiera de nuestros actos puede Dios ser glorificado? Sin embargo, así se afirma, y no hay duda alguna que así es. Tal vez la alabanza es rara, porque en cierto sentido es difícil. La dificultad salta a la vista en el hecho de que en nuestros himnarios encontramos muy pocos que expresen únicamente alabanza; es decir, himnos en los cuales no haya peticiones, sino que al cantarlos, estemos dirigiéndonos a Dios en términos de alabanza por lo que él es, y de acción de gracias por sus beneficios.
Esto no es hablar desdeñosamente de nuestros himnarios. El mismo hecho se nota en los ciento cincuenta salmos del Salterio. Cada salmo o himno dirigido a Dios, sea en oración o en alabanza, es de valor. Únicamente estoy pensando en el ejercicio de la alabanza en sí misma, como cosa aparte de la oración que participa de la naturaleza de la petición.
El salmo que consideramos, repito, es un salmo exclusivamente de alabanza. Todos los estudiantes del Salterio deben reconocer que estos salmos fueron escritos para usarse principalmente dentro del templo. Hay ciertas notas musicales que por sí mismas prueban esto; pero aparte de ello, su misma estructura con frecuencia es tal, que se presta a interpretación musical. Así sucede de una manera notable en este salmo.
Estructura del salmo
El acorde de la nota dominante se da en la frase con la cual comienza, y se repite en la frase final. Así comienza: «Bendice, alma mía, a Jehová». Y termina así: «Bendice, alma mía, a Jehová». Entre este acorde de la nota dominante dado al principio, y su repetición al final, todo el movimiento intermedio es fiel a esta intención declarada.
La observación de la estructura del salmo nos deja ver dos métodos distintos, o movimientos. Los primeros cinco versículos constituyen un solo. Ningún pronombre en plural se encuentra en ellos. Del versículo 6 al 18, el salmo se transforma en un coro, en el cual se unen distintas voces, como lo demuestran los pronombres en plural. Luego, del versículo 19 hasta el final, otra vez escuchamos un coro grandioso, pero el volumen del sonido de la música se aumenta con voces angelicales, y lo refuerza todo el universo de Dios. Luego, rápidamente, cesa la pluralidad de las voces humanas, de las voces angélicas y de la música universal, y la nota final vuelve otra vez a cantarse como un solo: «Bendice, alma mía, a Jehová».
Todo el movimiento es de alabanza expresada a Jehová. Este es el único nombre de Dios empleado en el salmo. Ocurre once veces. Dios nunca es mencionado por las palabras Elohim o Adonai. Solo una vez en el curso del salmo se emplea un símil, cuando dice: «Como el padre se compadece de los hijos». La alabanza, entonces, se dirige a Dios, según se revela en el nombre que habla para siempre de su gracia, según llega él a ser todo lo que su pueblo necesita, a fin de llenar esa necesidad.
Quedamos sorprendidos por el fondo de este salmo, en la medida en que se revelan las condiciones con las cuales David estuvo familiarizado. Sin detenernos en este asunto, podemos agrupar ciertas palabras que se emplean para referirse a dichas condiciones: «iniquidades, enfermedades, destrucción, deseos, los oprimidos, nuestros pecados, nuestras transgresiones, nuestra condición, como polvo».
Todas éstas son cosas con las cuales estamos familiarizados y expresan la conciencia de la fragilidad, el riesgo y el peligro humanos; no obstante, la impresión que recibimos al leer el salmo no es en cuanto al hecho mismo de estas cosas, sino a la relación que el hombre guarda con tales experiencias por medio de la actividad de Dios. De principio a fin, se celebra la victoria sobre tales cosas, por medio de la gracia divina.
La voz del salmista
En el primer tiempo de este salmo, como ya hemos dicho, solo un hombre es el que canta. En el curso de él, el nombre de Jehová se menciona dos veces, y ligado con él, un pronombre relativo «quien», o «el que», que ocurre cinco veces. El nombre indica la Persona a quien el salmista se está dirigiendo; y la repetición del pronombre «quien» revela las razones de la alabanza.
«Bendice, alma mía, a Jehová,
y bendiga todo mi ser su santo nombre.
Bendice, alma mía, a Jehová,
y no olvides ninguno de sus beneficios.
Él es quien perdona todas tus iniquidades,
el que sana todas tus dolencias;
el que rescata del hoyo tu vida,
el que te corona de favores y misericordias;
el que sacia de bien tu boca
de modo que te rejuvenezcas como el águila».
Es interesante notar que el salmista estaba hablando consigo mismo, y hablando acerca de Jehová. Se estaba exhortando a alabar y a adorar a Jehová, y dio las razones para ello.
Al considerar la primera invocación: «Bendice, alma mía, a Jehová», es necesario recalcar el significado de la palabra «alma». La palabra así traducida aquí es la palabra hebrea nephesh. Cuando hablamos en nuestros días del alma, lo hacemos con mucha frecuencia refiriéndonos al espíritu; pero la palabra hebrea significa mucho más.
Si la examinamos cuando se usa por primera vez en Génesis 2, tendremos más luz acerca de su significado. El hombre surgió hecho de polvo y deidad, por la mano creadora de Dios; y se dice que cuando Dios sopló aliento de vida, se convirtió en «alma viviente», esto es, nephesh. Así, la palabra se refiere a toda la personalidad, por consiguiente, el salmista estaba invocando la suma total de su ser, para adorar a Jehová. Luego, reconociendo que dentro de la unidad de la personalidad hay diversidad agregó: «Y bendiga todo mi ser su santo nombre».
De esta manera, en el salmo que estamos considerando, un ser viviente estaba exhortándose en la totalidad de su personalidad, dentro de la armonía de cada elemento diferente de la personalidad, a bendecir a Jehová. Ello constituye una revelación perfecta de la verdadera actividad de la adoración. En tal acto, los diversos elementos de la personalidad formando una sinfonía, adoran. Y es así como en el llamamiento del principio, la unidad del ser se dirige a la diversidad de fuerzas, y las llama a una coordinación perfecta, con el fin de adorar.
Razones para la alabanza
Se dan las razones para tal adoración, introducidas por el «quien», que relaciona el pensamiento con la persona de Jehová, la primera de ellas es: «Quien perdona todas tus iniquidades».
- La purificación moral
La primera razón para adorar, y siempre es la primera, es la de la purificación moral. Aquí es donde comienza siempre la actividad de Dios en favor del hombre pecador. Este hecho es recalcado en muchos de los salmos, y tal vez de una manera notable en el salmo 32, al cual posiblemente puede referirse.
- La sanidad de las dolencias
La segunda razón se expresa en la frase: «…el que sana todas tus dolencias». La palabra «todas» indica que no solo se hace referencia a las dolencias del cuerpo, sino también a las del espíritu y de la mente. Todo lo que hay en la personalidad que reclame salud, solo puede encontrarse por medio de la actividad de Dios.
La enfermedad es frustración, tanto física, como mental y espiritual. El salmista declara aquí que es Jehová quien sana toda dolencia, de donde el significado sencillo de esto es que en todo lugar donde hay salud, es Jehová quien la proporciona.
- Sustento y preservación de la vida
La siguiente razón está expresada con las palabras: «Quien rescata del hoyo tu vida». La palabra «rescata» significa aquí, preserva; no es tanto la idea de hacer volver la vida del reino de la destrucción, sino de defenderla de ese reino. Encontramos la misma idea en el salmo 23: «Confortará mi alma», frase que traducimos, para su mejor interpretación así: «Él renovará continuamente mi personalidad». Así pues se celebra el perpetuo sustento y preservación de la vida, por medio de la acción de Jehová.
- Coronación de la vida por el amor
Y de nuevo: «El que te corona de favores y misericordias». Esta es una declaración muy general, pero grande, ya que muestra a la vida preservada de la destrucción, y coronada con toda la ternura de las misericordias divinas.
- La satisfacción de la vida en sus deseos más profundos
Por último llegamos a las palabras: «El que sacia de bien tu boca». Aquí hacemos un alto en la palabra «boca». Las notas marginales de las versiones revisadas dicen: «tus años»; o «tu plenitud de vigor». La palabra «boca» no es satisfactoria. Si leemos «plenitud de vigor», tenemos que preguntar qué se quiere decir exactamente con eso. Se hace entonces referencia, incuestionablemente, a la fuerza y gloria centrales de la personalidad. En este sentido, tal vez sea permisible la palabra «boca», si representa el clamor para ser alimentado, el cual a su vez expresa deseo.
Creo que en este término, «deseo», tenemos la mejor interpretación del pensamiento hebreo. Es siempre la cosa más grande y céntrica de la personalidad. No la inteligencia, que es valiosa y necesaria; no la emoción, que es gloriosa e inevitable; no la voluntad, que es central y decisiva; sino esa conciencia que resulta de la inteligencia apelando a la emoción y dirigiendo la voluntad; esto que solo puede ser expresado por la idea de deseo, o la conciencia de necesidad que demanda ser atendida. Esto, dice el salmo, es lo que Jehová satisface con bien.
Resumiendo, entonces, diremos que la personalidad es llamada a ofrecer su alabanza a Jehová por razón de la purificación moral, de la sanidad de las dolencias, de la preservación de la vida de las fuerzas destructoras, de la coronación de la vida por el amor, y de la satisfacción de la vida en sus deseos más profundos.
Un coro de alabanza
La segunda división de este salmo se distingue por declaraciones generales con pronombres en plural, y constituye, como hemos dicho, un coro. Hay en él cuatro tiempos, y se dan cuatro razones para la alabanza en conjunto. Están indicados por el empleo del nombre de Jehová, cuatro veces.
La primera razón es que se tributa alabanza, porque Jehová gobierna, y la encontramos en los versículos 6 y 7, particularmente en la frase: «Jehová es el que hace justicia»; frase que señala realmente dos hechos: primero, que su gobierno es justo; y segundo, que es real. Dios no hace leyes únicamente, sino que las aplica. Además, una cualidad especial en el gobierno divino es su cuidado por los vejados y oprimidos.
La segunda razón para alabar a Jehová, es por su paciencia; porque él es misericordioso y clemente, lento para la ira; porque su misericordia es tan grande como la altura de los cielos sobre la tierra; porque aleja de nosotros nuestras rebeliones cuanto está lejos el oriente del occidente.
La tercera razón, en los versículos 13 al 16, es por su compasión. Es aquí donde se compara a Dios con un padre. Es muy hermosa la declaración: «Porque él conoce nuestra condición; se acuerda de que somos polvo». A menudo olvidamos el hecho de la fragilidad inherente. Dios nunca lo olvida, y todos sus actos hacia nosotros son afectados por este recuerdo. Y la última razón para alabarle en coro es por las mercedes que de él recibimos.
La alabanza universal
Llegamos así al último gran tiempo que comienza con la declaración: «Jehová estableció en los cielos su trono; y su reino domina sobre todos». En tales palabras se reconoce la soberanía del Dios de la gracia, y en vista de ello, se llama a los ángeles a unirse en la adjudicación de la alabanza. Y más adelante, a los ministros de Dios. Por supuesto, puede esto referirse a los ángeles, pero se incluye a otros seres además de los que ya tenemos conocimiento.
El llamamiento intenta incluir todo lo que hay en el universo, que de alguna manera cumple con la palabra, y hace lo que a Dios agrada, en la celebración de Su gracia y gobierno. Por último, sintiendo que todavía pudiera haber música no expresada por seres inteligentes, el salmista llama a la Naturaleza, a todos los seres animados e inanimados, para unirse en la alabanza. «Bendecid a Jehová, vosotras todas sus obras, en todos los lugares de su señorío». Cesa de pronto el coro; y el salmista termina, de pie en medio del universo sonoro, con la expresión: «Bendice, alma mía, a Jehová».
Todo este salmo expresa y recalca una verdad: Conocer a Dios es sentirse impulsado inevitablemente a adorarle; aquellos que no le adoran, es porque no le conocen.
El salmo nos enseña, además, en su método mismo y en el movimiento que sigue, que la adoración individual está a tono con el infinito. Donde quiera que adoramos a Dios en espíritu y en verdad, estamos en armonía con toda la creación, unida para bendecir el nombre santo de Aquel que se sienta sobre el Trono.
Cerramos nuestra meditación trayendo a la memoria la frase con la cual se abre el salmo; la que nos enseña que la adoración no es involuntaria, ni automática; sino que requiere preparación y coordinación de todas nuestras fuerzas. El santuario, nunca es un lugar de siesta. «Bendice, alma mía, a Jehová».
De Los Grandes Capítulos de la Biblia