Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores; unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando”.
– Sal. 23:5.
Nuestro hermano Pablo hizo una grande y noble declaración cuando escribió a los filipenses. A aquellos que, en las cosas materiales, eran los únicos que lo sostenían, tuvo el coraje de decirles: “Todo lo he recibido y tengo abundancia”.
Pablo no dio hizo ninguna alusión a su necesidad, sino que tomó la posición del acaudalado hijo de un Padre rico, y no tuvo ningún temor que, al hacerlo, pudiese disuadir a los hermanos de futuras remesas.
Puede ser muy pertinente que un apóstol le diga a un incrédulo que está en necesidad: “No tengo plata ni oro”. Pero no sería lo propio decirles las mismas palabras a creyentes que estarían dispuestos a responder a cualquier petición de ayuda.
Es una deshonra para el Señor cuando uno de sus representantes hace conocer sus necesidades de manera que produzca lástima por parte de sus oyentes. Si tenemos una fe viva en Dios, siempre nos gloriaremos en él.
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