Nunca hubo una generación tan falta de compromiso con el Señor como ésta.
Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor».
– Apoc. 2:1-7.
Necesitamos tocar el corazón del Señor en estas palabras. El texto original podría traducirse: «Pero tengo contra ti, que dejaste morir en tu corazón el amor que tenías por mí». Estas palabras tienen que conmovernos profundamente.
No solo cánticos
¿Cuál fue la última vez que te volviste al Señor Jesús, y le dijiste que lo amabas profundamente? No hablamos del contexto en las reuniones, donde elevamos cánticos que exaltan su nombre, y también le decimos cuánto lo amamos. No en este ambiente, sino en tu casa, cuando estás solo, libre para pensar lo que deseas, ¿cuándo fue la última vez que dijiste: «Oh, amado de mi alma, tengo nostalgia de ti»?
«Si fueren destruidos los fundamentos, ¿qué ha de hacer el justo?» (Sal. 11:3). Cuando miramos textos como éste, no debemos mirar al mundo, debemos volver la mirada hacia el pueblo de Dios, hacia nosotros, y preguntarnos: ¿Por qué no tenemos un testimonio adecuado para este tiempo del fin? ¿Por qué las personas no están viendo a Jesucristo en nuestras vidas? Hermanos, esto es muy solemne.
«Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor». Estas palabras tienen que penetrar en nuestro corazón, para que en este tiempo del fin seamos preparados para recibir a nuestro amado Señor Jesucristo.
Lección de la historia
Antes de revisar el pasaje leído, volvamos a un hecho histórico aproximadamente 600 años antes de Cristo, en el libro de Jeremías. El profeta procuraba librar a Jerusalén de la destrucción final. La ciudad ya había sido invadida dos veces por Nabucodonosor, y dos grupos de cautivos habían sido llevados a Babilonia.
Jeremías, con todas sus fuerzas, buscaba salvarles de la ruina. Este es el contexto del capítulo 2. «Vino a mí palabra de Jehová, diciendo: Anda y clama a los oídos de Jerusalén, diciendo: Así dice Jehová: Me he acordado de ti, de la fidelidad de tu juventud, del amor de tu desposorio, cuando andabas en pos de mí en el desierto, en tierra no sembrada» (Jer. 2:1-2).
¿Logramos tocar el amor de Dios en relación a su pueblo? Pero, ¿cuál fue la respuesta de ellos? «Oíd la palabra de Jehová, casa de Jacob, y todas las familias de la casa de Israel. Así dijo Jehová: ¿Qué maldad hallaron en mí vuestros padres, que se alejaron de mí, y se fueron tras la vanidad y se hicieron vanos?» (v. 3-4). ¿Percibimos la respuesta del pueblo de Israel con respecto al amor de Dios?
«¿Acaso alguna nación ha cambiado sus dioses, aunque ellos no son dioses? Sin embargo, mi pueblo ha trocado su gloria por lo que no aprovecha. Espantaos, cielos, sobre esto, y horrorizaos; desolaos en gran manera, dijo Jehová. Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua» (v. 11-13).
Aquí, de nuevo, vemos el lamento del corazón del Dios del pacto. Aun las naciones que adoraban falsos dioses no eran infieles a ellos. Entonces, sí, debemos horrorizarnos, porque el pueblo de Israel, que tenía como Dios al verdadero Señor, lo abandonó. Esto debe hablarnos solemnemente.
Ahora, a partir de Jeremías, volviendo cien años en la historia, tenemos el libro de Oseas, otro siervo levantado por el Señor, para que, a través de la profecía, aquel pueblo pudiese entender cuánto Dios lo amaba. Pero, aun así, el pueblo se mantuvo en resistencia. Allí vemos al profeta luchando con todas sus fuerzas:
«Cuando Israel era muchacho, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo. Cuanto más yo los llamaba, tanto más se alejaban de mí; a los baales sacrificaban, y a los ídolos ofrecían sahumerios. Yo con todo eso enseñaba a andar al mismo Efraín, tomándole de los brazos; y no conoció que yo le cuidaba. Con cuerdas humanas los atraje, con cuerdas de amor; y fui para ellos como los que alzan el yugo de sobre su cerviz, y puse delante de ellos la comida» (Os. 11:1-4).
Dios quería establecer un relacionamiento de amor con su pueblo. ¿Y cuál fue la respuesta? Rebeldía, corrupción. Ellos abandonaron al Dios del pacto.
Al leer este pasaje, pensemos en el Dios del pacto, con aquel cuidado amoroso, enseñando a andar a su pueblo al que tanto amaba. Y, ¿cuál fue la respuesta? Oseas 6:4 dice: «¿Qué haré a ti, Efraín? ¿Qué haré a ti, oh Judá? La piedad vuestra es como nube de la mañana, y como el rocío de la madrugada, que se desvanece».
Declaración sincera
¿Qué clase de amor hemos tenido para con nuestro Señor? ¿Es un amor seguro? Pregunto otra vez: ¿Cuál fue la última vez que le dijimos al Señor que lo amábamos con todo tu corazón, y que él es nuestro primer amor? Volvamos nuestros ojos a nuestra realidad, para que el Señor pueda mostrarnos aquello que realmente nos falta.
Creo que la mayor necesidad de la iglesia del Señor en todos los tiempos es aprender lo que significa tenerlo a él como el primer amor. ¡Cuántos han desistido! ¡Cuántas familias desalentadas! ¡Cuántas iglesias sufriendo!
Viendo el testimonio de la iglesia, creo que estamos viviendo el momento más crucial en su historia.
Y al decir «el testimonio de la iglesia», no pienso en asambleas específicas, sino en el pueblo de Dios como un todo. Nunca hubo una generación tan apática, tan mundana, tan tibia, tan falta de compromiso con el Señor, como ésta.
Esta es una palabra de exhortación a todos los corazones. Se ha dicho que esta es la peor generación de cristianos de todos los tiempos. No pienses en tu única realidad; mira hacia el pueblo de Dios, y reflexiona: ¿Dónde están aquellos que realmente aman al Señor, aquellos que aman verdaderamente a sus hermanos o aquellos que realmente aman a las almas perdidas que están fuera? Esa es la gran interrogante.
La iglesia ha perdido su voz profética, porque no ha tenido una vida profética. Una vida profética no es una vida de ruido, sino una vida de amor delante del Señor. Porque, si amamos al Señor, tendremos nuestros oídos abiertos, y oiremos: «Este es el camino; anden por él. Esto es lo que quiero que ustedes hagan».
Una vida en su presencia
Hermanos, esta es la realidad. Ya no estamos viviendo la presencia de Cristo en medio de su pueblo.
¿Dónde está el sentido de la presencia de su gloria en su pueblo? Lo que nos falta a todos es una vida de devoción, una vida más allá del velo, una vida en una expectativa ascendente, una vida en la presencia del Señor. Solo haciendo esto oiremos su voz y podremos cumplir con sus demandas. ¡Oh, cuánta ayuda necesitamos!
Es bueno leer sobre los avivamientos del pasado, cuando el Señor levantó hombres como John Wesley y George Whitefield. Whitefield fue muy usado por Dios en el siglo XVIII. Se dice que él rara vez subió a predicar sin tener plena conciencia de la unción del Espíritu Santo. A menudo, cuando estaba ministrando la palabra, él callaba, mientras toda la asamblea también quedaba en silencio. Y entonces él decía: «Hermanos y hermanas, el Señor está presente». Y una ola de quebrantamiento y de amor invadía esa asamblea. ¡Qué precioso testimonio!
Pero lo más hermoso en el corazón del Señor es que él no busca simplemente algunos hombres especiales en este tiempo. Él quiere que toda su asamblea esté llena de su presencia, que toda su iglesia exprese la realidad de Su amor. ¡Qué impacto causaríamos en la sociedad! Sin embargo, antes de que impactemos el mundo, la iglesia necesita ser realmente quebrantada, para que el Señor muestre, en nuestro corazón, aquello que él desea.
Apostasía, su significado
No hay duda alguna, mirando en un contexto general, que estamos a la entrada de la gran apostasía. Apostasía no significa simplemente volver las espaldas a Dios, sino que se relaciona con los hombres volviéndose hacia sí mismos. Este es el peor mal – cuando el hombre hace de sí mismo el centro de todas las cosas.
Miremos a nuestro alrededor, al pueblo que Dios tanto ama. ¿Qué está ocurriendo? No es nuestra intención aquí poner los ojos en otras realidades y criticarlas, sino volver nuestra atención hacia nosotros mismos. ¿Qué quiere el Señor para nosotros en este tiempo del fin? Esa es la gran interrogante.
En la iglesia primitiva, había tres grandes realidades presentes: un amor ardiente por el Señor, un real sentimiento de amor por los hermanos, y un amor genuino por las almas perdidas. ¿Será que estamos aprobados o reprobados en esto?
Desafiados por la Palabra
Cuando el Señor reúne a su pueblo, él quiere hablarnos. En el retiro anterior, ¿cuál fue la Palabra minis-trada? Aun más, ¿qué impacto trajo ella a tu corazón? ¿Qué cambio han visto los demás en ti tras esa Palabra? Si no sabemos responder estas preguntas, solo nos habremos reunido para estudiar.
Necesitamos ser desafiados por la Palabra. No podemos dar vuelta la página en tanto esas realidades no se hayan tornado experiencias en nuestro corazón. Necesitamos el socorro del Señor, para que podamos experimentar lo que significa tener al Señor Jesucristo como el primer amor.
¿Sabes que el Señor Jesucristo nos tiene a nosotros como su primer amor, y para siempre seremos su primer amor? ¿Has pensado que, por la eternidad, el Señor Jesucristo llevará las marcas de la cruz sobre su santo cuerpo, como una señal de amor? Tú y yo obtendremos un cuerpo glorificado, igual al suyo; pero no llevaremos las marcas. Él sí, como prueba de su grande y eterno amor.
El Señor Jesucristo vino a este mundo como el gran Redentor, como el Médico de los médicos; como Señor de señores y Rey de reyes. Pero, ¿saben qué es lo más admirable? Que él vino como el Novio. Porque él desea tener una novia. Y, ¿de qué manera un novio y una novia se relacionan? A través del amor, a través de la intimidad. Entonces, él nos tiene como su gran y primer amor. ¡Eso es maravilloso!
En Apocalipsis capítulo 2, tenemos las siete cartas a las iglesias de Asia Menor. Hay tres maneras de explicar el propósito de ellas. La primera de ellas sería que fueron escritas solo a iglesias históricas de su época. Sabemos que en Asia Menor había otras iglesias, por ejemplo, Colosas y Hierápolis. Pero el Espíritu Santo escogió estas siete, porque tenía un propósito mayor, no un mero registro histórico.
La segunda interpretación es que estas cartas representan periodos de la historia de la iglesia. Los hermanos de la visión dispensacionalista creen que Éfeso representa la iglesia primitiva del primer siglo, mientras Esmirna, desde el segundo siglo hasta el inicio del siglo IV, sería la iglesia sufriente. Luego Pérgamo, desde el siglo IV al VI, la iglesia mundana.
En los inicios del siglo VI, Tiatira representaría el catolicismo, que se prolonga hasta nuestros días. Luego Sardis, marcaría el inicio del movimiento protestante, desde el siglo XVI hasta hoy. Después, Filadelfia, desde los albores del siglo XIX, hasta nuestros días, y Laodicea, desde finales del siglo XIX hasta hoy.
Siete condiciones
Esta sería la segunda manera de leer e interpretar estas cartas. Pero hay una tercera, en la cual nos detendremos ahora: que estas iglesias nos presentan un cuadro de siete condiciones de la vida de la iglesia en todas las generaciones, incluyendo la nuestra. Entonces, leeremos este libro a partir de este pensamiento.
Mirando específicamente la carta a Éfeso, necesitamos también hacer algunas acotaciones con respecto a esta ciudad, la más importante y más rica de Asia Menor. Tenía aproximadamente 500.000 habitantes. Situada cerca del Mar Egeo, era un centro de comercio marítimo, y una ciudad muy mística. Allí había un templo dedicado a la diosa Diana, cuyas dimensiones eran enormes, y no era solo un centro de idolatría, sino un lugar de depravación.
Éfeso era un lugar de tinieblas. Y, exactamente en este ambiente, el Señor estableció la luz, uno de los más bellos testimonios de la iglesia de todos los tiempos. Cuando aquellos que siguen al Señor son fieles, la luz irá siempre guiándolos. Sin embargo, llegó un momento en que el Señor pidió cuentas a la iglesia, y ella había abandonado su primer amor. Esto puede ocurrir en cualquier asamblea, por más firme que ella esté. Necesitamos revisar nuestro propio corazón. ¿Hemos amado al Señor adecuadamente? Esa es la gran pregunta.
Juicio a Su casa
¿Por qué los capítulos 2 y 3 de Apocalipsis no fueron puestos al final del libro de Apocalipsis, sino al comienzo? En 1a Pedro 4:17, vemos cómo el Espíritu Santo sabe cómo hacer todas las cosas de una manera adecuada. «Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios, y si primero comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios?». El juicio comienza por la casa de Dios; después, las naciones.
Ahora veremos otro aspecto. Leamos los primeros versículos de Apocalipsis 1, que nos ayudarán trayendo riqueza a nuestro corazón, para comprender el dolor que había en lo íntimo de nuestro Señor.
«Yo Juan, vuestro hermano, y copartícipe vuestro en la tribulación, en el reino y en la paciencia de Jesucristo, estaba en la isla llamada Patmos, por causa de la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo. Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta, que decía: Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último. Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a las siete iglesias que están en Asia: a Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea. Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete candeleros de oro» (1:9-12).
El emperador Domiciano había enviado a Juan al exilio a la isla de Patmos. Allí, los cielos se abrieron y el Señor dio toda esa revelación al corazón de Juan. ¡Qué exilio más glorioso! Allí el Señor mostró su corazón a Juan.
En el versículo 12, cuando Juan se vuelve para ver quién le habla, lo primero que ve son siete candeleros. El precioso pasaje de Apocalipsis 1:13-18 es la visión de Cristo glorificado.
Su gloria «en» nosotros
Juan tenía sus ojos abiertos, y vio al Cristo glorioso. Cuando el Espíritu Santo abre nuestros ojos para ver una medida más de Cristo, nunca más seremos los mismos. Nuestro amor por él aumentará; nuestra pasión por él será más grande. La iglesia nunca más será la misma cuando experimente la gloria, la presencia misma de Cristo, en medio de ella. Esta es nuestra gran realidad.
Juan vio siete candeleros, y en medio de ellos ve a Cristo glorificado. Aquí hay una gran lección: la única manera de ver a Cristo es en la iglesia y por medio de ella. Por eso, él está en medio de los candeleros. No hay manera de expresar al Señor sino a través de esta realidad en medio nuestro. Para entenderlo, leamos 2a Tes. 1:10, 12. «…cuando venga en aquel día para ser glorificado en sus santos y ser admirado en todos los que creyeron (por cuanto nuestro testimonio ha sido creído entre vosotros) … para que el nombre de nuestro Señor Jesucristo sea glorificado en vosotros, y vosotros en él, por la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo».
Sabemos que la iglesia es la plenitud de Cristo, así como él es la plenitud de Dios. La frase: «cuando él venga», nos habla del Señor Jesús, «para ser glorificado en sus santos». No «por» sus santos, sino «en» sus santos. ¿Dónde se verá la gloria del Señor? En la iglesia. Luego dice: «y ser admirado «en» todos los que creyeron», no «por» todos los que creyeron. ¿Dónde el mundo admirará a Cristo? ¡A través de la iglesia!
Este mismo pensamiento está en el versículo 12. «…para que el nombre de nuestro Señor Jesucristo sea glorificado «en» vosotros», no «por» vosotros. Sí, nosotros debemos adorar a nuestro Señor y darle toda la gloria. Fuimos creados y regenerados, para darle la adoración que solo él merece. Nuestro testimonio es la expresión de Cristo mismo. El mundo verá a Cristo a través de nuestro testimonio, y las personas podrán tocar a Cristo en nosotros. Que el Señor nos socorra.
El aroma del primer amor
«Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor». ¿Qué significa realmente el Señor Jesucristo para ti? ¿Qué significan las palabras «el primer amor»? No es una escala de valores del amor. Este primer amor alude al mejor, al más puro de los amores. Significa que esta expresión del amor tiene una preeminencia absoluta. Y será valioso para nuestros corazones mirar una escena de las Escrituras donde veremos a alguien que realmente discernía lo que significa tener el primer amor, refiriéndose a Cristo.
«Pero estando él en Betania, en casa de Simón el leproso, y sentado a la mesa, vino una mujer con un vaso de alabastro de perfume de nardo puro de mucho precio; y quebrando el vaso de alabastro, se lo derramó sobre su cabeza. Y hubo algunos que se enojaron dentro de sí, y dijeron: ¿Para qué se ha hecho este desperdicio de perfume? Porque podía haberse vendido por más de trescientos denarios, y haberse dado a los pobres. Y murmuraban contra ella» (Mar. 14:3-5).
Este escenario nos muestra claramente a alguien que conoció al Señor y lo tuvo como su primer amor. Había varias personas en aquel ambiente; todos estaban delante de Jesús, pero esta mujer vio algo que los demás no vieron. Sus ojos, por la bondad de Dios, habían sido abiertos. Lo que impresiona es que había discípulos del Señor allí; pero ellos solo vieron un desperdicio, vieron trescientos denarios, un vaso de alabastro que era quebrado, pensaron en los pobres y, sin embargo, no vieron al Señor Jesucristo como lo vio aquella mujer.
Ella tomó el vaso de alabastro de alto precio, lo quebró y derramó su contenido en los pies del Señor. Eso tiene un significado muy profundo. El vaso mismo ya era algo muy precioso; venía de una ciudad llamada Alabastrum, de Egipto, donde se producía aquella piedra preciosa. Era un vaso especial, pequeño, que contenía un rico perfume de nardo puro, que provenía de Oriente.
Cuando los judíos tenían una hija mujer, adquirían un vaso de alabastro con rico perfume, y lo daban a ella para su día de bodas, como una especie de dote. Entonces el novio entraría en la casa, y la joven tomaría el vaso, lo quebraría a los pies de su novio, derramando ese perfume que llenaría todo el ambiente.
Eso significaba amor, honra y unión. Al quebrar el vaso, ella estaba diciendo: «Yo te amo para siempre, te honraré para siempre, y me uniré para siempre contigo». En este contexto debemos mirar este pasaje. Cuando ella quebró su vaso, el ungüento fue derramado a los pies del Señor y todo el ambiente fue perfumado. Entonces, ella estaba diciendo exactamente aquellas tres palabras, derramándose en amor profundo delante del Señor. Con ese gesto, estaba diciendo que ella honraba al Señor, y que quería una vida de unión para siempre con Él.
Eso es maravilloso. Noten que ella vio algo diferente en aquel ambiente. ¡Cuántas veces nosotros estamos viendo tantas cosas a nuestro alrededor, pero no estamos mirando al Señor Jesucristo! Hermanos, ¿es él realmente nuestro primer amor? ¿Nos hemos derramado delante de él y hemos hecho estas declaraciones? Este es el mayor gesto de amor, que podemos ver a través de esa mujer. Y esto debe tocar nuestro corazón.
Pero el texto sigue hablándonos. Cuando todos se indignaron con la mujer, el versículo 6 dice: «Pero Jesús dijo: Dejadla, ¿por qué la molestáis? Buena obra me ha hecho». Impresionan las palabras firmes del Señor a aquellos que reprobaban a la mujer. De una manera maravillosa, las Escrituras registran esto: « Siempre tendréis a los pobres con vosotros, y cuando queráis les podréis hacer bien; pero a mí no siempre me tendréis. Esta ha hecho lo que podía; porque se ha anticipado a ungir mi cuerpo para la sepultura» (v. 7-8).
Versículo 9: « De cierto os digo que dondequiera que se predique este evangelio, en todo el mundo, también se contará lo que ésta ha hecho, para memoria de ella». Nosotros estamos recordando lo que ella hizo. ¿Por qué el Señor pidió que esto fuese registrado, y el Espíritu Santo trajo esta revelación? Creo que el Señor tenía el verdadero vaso de alabastro, santo y puro – su cuerpo, que sería quebrado por nosotros. Su vida sería derramada, y nos llenaría con su precioso perfume.
Cuando la mujer quebró su vaso, el aroma invadió todo el ambiente. Pero, cuando el verdadero Vaso de alabastro fue quebrado, y el santo cuerpo de Jesús fue molido, de él salió vida, y ella perfumó a esta humanidad envuelta en tinieblas. Esto debe impactar nuestros corazones. Entendemos el gesto de expresión del primer amor de esta mujer, ¿pero, tú y yo, entendemos el gesto del Señor Jesús, sellándonos para siempre como su primer amor?
Heridas de amor
El Señor siempre nos tendrá como su primer amor. Por la eternidad, él llevará las marcas de la cruz en sus manos, una señal de su amor por nosotros. ¡Alabado sea su nombre!
«Y le preguntarán: ¿Qué heridas son estas en tus manos? Y él responderá: Con ellas fui herido en casa de mis amigos» (Zac. 13:6). Esto nos impresiona mucho.
¿Saben cuál es la fuerza de este texto en su versión original? «Son las heridas con las cuales fui herido en la casa de mis amados amigos». Eso debe conmovernos. Este es nuestro amado Señor Jesucristo, que dio su vida por nosotros, escogiendo el camino de la cruz por amor a ti y por amor a mí. Esto es maravilloso.
Nadie podía quitarle la vida a él, nadie podía tocar su vida. Solo por tocar el arca, había una pena de muerte en el Antiguo Pacto. ¡Cuánto más si alguien tocara a aquel que es el Santo de los santos! Entonces, los hombres no tocaron a Jesús solo porque ellos quisieron hacerlo, sino porque nuestro Amado se entregó. Leamos la palabra de Dios en el evangelio de Mateo 27. El escenario aquí es la crucifixión del Señor.
«Y los que pasaban le injuriaban, meneando la cabeza, y diciendo: Tú que derribas el templo, y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz… A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar; si es el Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, y creeremos en él. Confió en Dios; líbrele ahora si le quiere; porque ha dicho: Soy Hijo de Dios (v. 39-44).
Esto también debe conmovernos. Aquellos que le estaban injuriando, pensaban que él estaba sujeto por los clavos en aquella cruz. Sin embargo, él tenía todo poder para impedir su crucifixión. Recuerden que, la noche anterior, él estaba en el huerto de Getsemaní, cuando fue apresado, y muchos querían defenderlo, entre ellos, Pedro. ¿Y cuál fue la reacción del Señor Jesús? Dijo palabras impresionantes: «¿No pensáis que yo podría pedir a mi Padre, y él enviaría más de doce legiones de ángeles? Pero entonces, ¿cómo se cumplirían las Escrituras?» (Mt. 26:53-54).
No fueron los hombres quienes mataron a Jesús. La palabra de Dios dice que ellos fueron responsables; pero antes de eso, el Señor se entregó para morir. Nadie podía tocarlo; no fueron los clavos que lo aseguraron en aquella cruz, sino su amor por su amada iglesia. Eso nos dice que él siempre nos tendrá como su primer amor. ¡Qué maravilloso!
Hermanos «ángeles»
«Escribe al ángel de la iglesia en Éfeso: El que tiene las siete estrellas en su diestra, el que anda en medio de los siete candeleros de oro, dice esto» (Apoc. 2:1). Ésta y las otras cartas de Apocalipsis fueron dirigidas a ángeles. ¿Quiénes son ellos? Creo que no se trata de seres angelicales, sino de aquel o aquellos hermanos que representan moralmente a una iglesia en estado de decadencia.
Otro detalle importante: es el Señor quien tiene en su mano derecha las siete estrellas y los siete ángeles. Esto significa que tales ángeles no tienen autoridad en sí mismos. La autoridad viene de lo alto, viene de la diestra del Señor. Ellos deben estar en las manos del Señor para poder ser usados. Si volvemos en la historia unos treinta o cuarenta años atrás, vemos que las cartas eran escritas a las iglesias o a los santos. Pero aquí, ellas son dirigidas a las estrellas, o a los ángeles. Veamos algunos ejemplos.
«Pablo, apóstol (no de hombres ni por hombre, sino por Jesucristo y por Dios el Padre que lo resucitó de los muertos), y todos los hermanos que están conmigo, a las iglesias de Galacia» (Gál. 1:1-2). Pablo estaba escribiendo a las iglesias de la región de Galacia. «Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, a los santos y fieles en Cristo Jesús que están en Éfeso: Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo» (Ef. 1:1-2). Pablo escribe a los santos que viven en Éfeso. Y en Apocalipsis se habla del mismo contexto de la iglesia en Éfeso.
En Apocalipsis, tres o cuatro décadas después, esta iglesia ha caído en una profunda decadencia. Cuando Pablo escribió a los efesios, él estaba preso en Roma. Allí, el Señor trajo revelación de verdades tan elevadas como aquella acerca de la iglesia del Señor. Esa carta fue escrita a todos los santos, no a un ángel.
Esta palabra no es solo para aquel siglo; es para nuestro corazón. Las cartas dirigidas a iglesias nos muestran algo impresionante. Veamos Salmos 73:25. «¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra». ¡Qué hermoso! Esta es la realidad de una iglesia normal. El Señor Jesucristo es la Cabeza. No hay otro que deseemos. Ningún otro puede darnos gozo, sino el Señor. Esa es la normalidad. Las siete cartas fueron dirigidas a los ángeles y no a las iglesias, por aquel estado de decadencia.
Regresemos al texto base. «Escribe al ángel de la iglesia en Éfeso: El que tiene las siete estrellas en su diestra, el que anda en medio de los siete candeleros de oro» (Apoc. 2:1). Aquí vemos un movimiento del Señor en medio de sus iglesias. Recuerden, en el versículo 1:13, él estaba en medio de las iglesias. Ahora él «anda» en medio de ellas. Y este andar en medio de las iglesias es con sus ojos como llama de fuego. Él está examinando atentamente. Este pasaje nos hace mirar a la función del sacerdote en el Antiguo Pacto.
La obra de la cruz
En el Lugar Santo del tabernáculo, había un candelabro de oro puro, que debía permanecer constantemente encendido. El sacerdote, con unas tijeritas, entraba a limpiar los pabilos y abastecer el aceite, a fin de que la luz brillase. La luz no pertenecía al candelabro, aunque venía de él. Sin el cuidado del sacerdote, el pabilo daría llamas oscuras y mal olor. Esto nos habla del testimonio. Las tijeritas o despabiladeras apuntan a la obra de la cruz.
No es posible que un candelabro brille y dé un buen aroma sin el cuidado del Sumo sacerdote, el Señor Jesucristo. Entonces, desde el momento en que nacimos de nuevo, nosotros entramos en el camino de la cruz, para ser de continuo trabajados por ella, y así poder manifestar a Cristo. La cruz es atemporal, está fuera del tiempo, y sin ella no hay nuevo nacimiento.
Sin cruz, no hay iglesia; sin cruz, no hay reino. Todos los que nacimos de nuevo, entramos en la universidad de la disciplina del Señor, pues necesitamos ser tratados por la cruz. No hay otro medio para que manifestemos a Cristo, sino el camino de la cruz. Entonces, el Espíritu Santo está haciendo y hará algunos arreglos en tu vida y en mi vida, para que seamos confrontados, a fin de que nuestra carne sea siempre mantenida en la cruz, nuestro ego sea humillado, y solo aparezca Cristo Jesús.
Este es el camino de la cruz. Cuando pasamos por tribulaciones, esto no tiene nada de errado; éste es el plan de Dios. Él tiene algunos caminos increíbles para nuestras vidas, y nos envía sus mejores regalos, en forma de tribulaciones. ¿Y cuál es el mejor regalo que él tiene para ti y para mí? La formación del carácter de su Hijo. Dios no desistirá de esto. ¿Qué está buscando él en medio nuestro? ¿Si sabemos mucho acerca de la Biblia? ¿Si conocemos mucho sobre Jesús? No, él está buscando a su Hijo; él quiere ver la expresión de su Hijo en medio de su pueblo.
Conocidos en profundidad
«Yo conozco tus obras, y tu arduo trabajo y paciencia; y que no puedes soportar a los malos, y has probado a los que se dicen ser apóstoles, y no lo son, y los has hallado mentirosos; y has sufrido, y has tenido paciencia, y has trabajado arduamente por amor de mi nombre, y no has desmayado» (Apoc. 2:2).
¡Qué impresionantes son estas palabras! La primera expresión es «Yo conozco». Hallamos esta misma palabra en todas las cartas. Aquel que tiene ojos como llama de fuego nos está mirando ahora a todos. «Te conozco a ti. Conozco esta asamblea, conozco aquella iglesia». Estamos ante la mirada penetrante del Señor Jesús.
Y lo que nos impresiona es que el Señor hace siete elogios a la iglesia en Éfeso. Si pudiésemos volver en el tiempo para visitar esa asamblea, quedaríamos muy impresionados con su testimonio. Aprenderíamos mucho con aquellos hermanos, y es posible que no veríamos allí lo que el Señor vio – que ellos estaban abandonando el primer amor. Esto debe tocarnos profundamente.
Que el Espíritu continúe socorriéndonos. Amén.
Síntesis de dos mensajes orales impartidos en El Trébol (Chile), en enero de 2017.