Cada pasaje de las Sagradas Escrituras tiene su propia grandeza; no obstante, hay capítulos que destacan por sobre los demás por lo que apelan al corazón humano.
Deuteronomio 32
Los últimos nueve versículos de este capítulo son historia que habla en primer lugar de las palabras de Moisés al pueblo con respecto al cántico; y en segundo lugar de las palabras dirigidas por Dios a Moisés con respecto a su muerte.
El gran poema registrado aquí, ha sido descrito como «el canto del cisne» de Moisés. Esto no es estrictamente exacto, si por «canto del cisne» se quiere decir el último canto antes de la muerte, porque en el capítulo siguiente tenemos la bendición de Moisés, que también reviste la forma de un cántico. Los dos pasajes juntos pueden ser llamados su «canto del cisne». Es un hecho muy interesante que Moisés haya completado su obra componiendo dos cánticos.
Su vida abarca tres periodos claramente marcados: los primeros cuarenta años pasados en la corte de Faraón, durante los cuales fue educado en toda la ciencia de los egipcios; los segundos cuarenta años pasados en el silencio, en la soledad majestuosa del desierto, como pastor; y los últimos cuarenta años pasados en medio del alboroto del pueblo a quien guió y gobernó bajo la autoridad divina.
Cántico y bendición
Durante este último periodo, Moisés recibió el gran ritual de su religión y el sistema de leyes finalmente transmitidas en una serie de discursos de despedida, que están anotados en el libro de Deuteronomio. Cuando todo lo hubo terminado, escribió dos cánticos que dejó a su pueblo, y que nos legó también a nosotros. Es casi seguro que éstos no fueron los únicos cantos que escribió Moisés, porque debe atribuírsele el Salmo 90, y personalmente creo que escribió el Salmo 91.
En cierto sentido, los capítulos 32 y 33 de Deuteronomio debieran considerarse juntos; si lo hiciéramos, descubriríamos un contraste muy notable e interesante entre el cántico del capítulo 32 y la bendición del capítulo 33. La bendición expresa las glorias de Israel idealmente consideradas; en ella no hay ninguna sombra ni nube sobre el horizonte. Su última estrofa comienza con esta exclamación reveladora: «Bienaventurado tú, oh Israel».
Sombras sobre un fondo de luz
En el cántico que ahora consideramos, encontramos algo totalmente diferente. Está lleno de sombras y de nubes de tempestad; pero las sombras y las nubes cargadas de tempestad son colocadas igualmente sobre la luz de un fondo glorioso.
La tempestad y las sombras son creadas por las confesiones acerbas de la infidelidad de Israel, en tanto que el primer plano de gloria se encuentra en la celebración de la fidelidad de Dios.
Desde el principio hasta el fin, nos damos cuenta de ambas cosas colocadas una en contra de la otra. Podemos decir, haciendo un sumario muy general, que el cántico celebra la fidelidad de Dios y confiesa la infidelidad de su pueblo.
Dividamos el cántico en las partes que lo constituyen. Los versículos 1 al 3 son un prólogo; en los versículos 4 al 6 se expone el tema; del versículo 7 al 28 se hace un examen histórico, como ilustración del tema; del versículo 29 al 43, hay una visión profética terrible, terminando con una frase que ilumina las tinieblas.
Audacia del cantor
Es mi propósito estudiar el cántico en forma general, deteniéndome en ciertos puntos céntricos de luz y de belleza. El prólogo, en los versículos 1 al 3, es perfecto e importante:
«Escuchad, cielos, y hablaré;
y oiga la tierra los dichos de mi boca.
Goteará como la lluvia mi enseñanza;
destilará como el rocío mi razonamiento;
como la llovizna sobre la grama,
Y como las gotas sobre la hierba;
porque el nombre de Jehová proclamaré.
Engrandeced a nuestro Dios».
Cuando nos damos cuenta de que ésta es solo la introducción de todo lo que el cántico va a celebrar, nos enteramos de lo que bien podemos llamar la audacia del cantor. Esta audacia, no obstante, se vindica ante lo que el cantor ha hecho.
Como lluvia y rocío
Quiero decir que no se encuentra ningún otro poema donde el poeta principie por hacer un llamamiento a los cielos y a la tierra para que escuchen, y por declarar que lo que tiene que decir será fertilizante como la lluvia y como el rocío. La garantía de tal afirmación se encuentra en las últimas palabras del prólogo: «Porque el nombre de Jehová proclamaré. Engrandeced a nuestro Dios».
La palabra «Porque» es la clave. Es decir, el cantor se atreve a afirmar lo que afirma sobre su cántico, por el tema que trata, que es el nombre de Jehová y la grandeza de Dios.
Luego viene la elaboración del tema; y su fuerza puede inferirse fijándose en las primeras palabras del versículo 4: «La Roca», que están colocadas en contraste con una expresión del versículo 5, «sus hijos».
Contrastes de fidelidad
Con respecto a la Roca, dice que su obra es perfecta, que todos sus caminos son rectitud; que es Dios de verdad y no hay ninguna iniquidad en él, y que es justo y es recto. Con respecto al pueblo, representado por la expresión «sus hijos», dice que se han corrompido y que son generación torcida y perversa.
Se ve así, como indicamos al principio, que el tema trata de la fidelidad de Dios en contraste con la infidelidad de su pueblo.
Toda la historia anterior nos capacita para comprender este contraste, como Moisés lo percibió. Por cuarenta años había andado con este pueblo y estaba familiarizado con sus tendencias y sus actitudes; y se dio cuenta de que dichas tendencias y actitudes estaban caracterizadas por la infidelidad y la desobediencia; mientras que en su comunión con Dios, al que el historiador declara posteriormente haber conocido cara a cara, no descubrió sino fidelidad, justicia y rectitud.
La Roca
Detengámonos por un momento en la interesante expresión «la Roca». Nuestros traductores han puesto con mayúscula, con toda propiedad, la palabra «Roca». Si echamos una mirada al versículo 18, nos hallamos con que: «De la Roca que te crió te olvidaste», donde otra vez el término que estamos considerando va con mayúscula. Y de nuevo se repite en el versículo 30: «Si su Roca no los hubiese vendido». Y en el versículo 31 se dice: «La roca de ellos no es como nuestra Roca».
Surge aquí, entonces, una expresión figurativa en las Escrituras, que se refiere a Dios. Esta es una cuestión de mucha importancia, no solo por su uso en el cántico, sino en todas las Escrituras subsiguientes.
Esta es la primera ocasión, entonces, en que la palabra Roca se usa como figura de lenguaje. Pero, si examinamos todo el Antiguo Testamento y hacemos una lista de los pasajes en donde se utiliza la palabra Roca, figuradamente, la encontraremos unas cuarenta veces, y siempre representando a la Deidad.
Alguien que investigue este asunto puede mencionar el pasaje de Isaías: «Y será aquel varón… como sombra de gran peñasco en tierra calurosa» (32:2). ¿A qué hombre se refiere? No necesitamos detenernos en esto. En este capítulo se emplea la palabra reservada para representar a la Divinidad, al hacer referencia a los falsos dioses, y aunque los traductores la han escrito con minúscula, es una figura que se aplica a Dios.
Está bien que recordemos esto cuando, en nuestras disertaciones, lleguemos al punto de la historia donde se declara que nuestro Señor dijo: «Sobre esta Roca edificaré mi iglesia».
Puede decirse, entonces, que el tema del cántico es la firmeza de esta Roca y la inestabilidad del pueblo, que, aun así, pretende que Dios es su Roca.
Recordar y meditar
Habiéndose enunciado el tema, viene en seguida el examen histórico, el cual comienza con un llamamiento: «Acuérdate de los tiempos antiguos, considera los años de muchas generaciones; pregunta a tu padre, y él te declarará; a tus ancianos, y ellos te dirán» (v. 7). El llamamiento es a recordar y a meditar.
Esta revisión histórica se divide en tres partes: la primera, de los versículos 8 al 14, en que se menciona a Jehová y se registran sus hechos; la segunda, de los versículos 15 al 18, que es la respuesta del pueblo; y la tercera, de los versículos 19 al 27, donde se describen las actitudes de Jehová.
En un pasaje caracterizado por una gran ternura y una gran belleza de sugestiones poéticas, se expresa la principal relación de Jehová con su pueblo y su constante cuidado de él. «Le halló en tierra de desierto, y en yermo de horrible soledad; lo trajo alrededor, lo instruyó, lo guardó como a la niña de su ojo» (v. 10).
El águila como figura
Después viene la ilustración maravillosa de las águilas. Moisés sacó esta ilustración de su permanencia en la península sinaítica, cuando fue pastor por cuarenta años. Sin duda alguna, en la soledad de aquella tarea, había observado constantemente a las águilas, y ahora hace uso de la figura.
Sin embargo, está bien recordar que cuarenta años antes, cuando Dios lo llamó para ser su instrumento en la liberación de la esclavitud de este pueblo, él usó la misma figura: «Vosotros visteis lo que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a mí» (Éx. 19:4). Entonces, desde el principio, Moisés pudo entender la figura, por razón de su familiaridad con los hábitos de las águilas; y ahora, en su cántico, hace uso de ella.
Al examinar este pasaje necesitamos observar con todo cuidado los pronombres que se emplean, así como su género: «Como el águila que excita su nidada, revolotea sobre sus pollos, extiende sus alas, los toma, los lleva sobre sus plumas» (v. 11).
Tenemos que admitir que todo esto es descriptivo de las águilas. Los primeros dos versos nos revelan la acción del águila madre: «Como el águila que excita su nidada, revolotea sobre sus pollos». Los siguientes dos describen la acción del padre: «Extiende sus alas, los toma, los lleva sobre sus plumas».
Probando y enseñando
El cuadro es el de un nido de águila, donde hay aguiluchos cuidados por sus padres. La tarea de la madre es la de despertar a los aguiluchos, poner en movimiento al nido, revolotear sobre los polluelos y lanzarlos al aire desde lo alto. Tan luego como han sido despertados y lanzados al aire, y han comenzado a caer, el padre extiende sus alas, se precipita sobre ellos, los toma, y los lleva sobre sus plumas de vuelta al nido.
No hay duda que Moisés observó este ir y venir de las águilas, y ahora dice que esa es la forma en que Dios trata a su pueblo; dejándolos caer en lugares nuevos e insospechados, despertándolos, poniéndolos en movimiento, pero rescatándolos eternamente, y llevándolos sobre sus plumas. Entendemos que, en el caso de los aguiluchos, termina hasta que ellos saben usar de sus alas y están capacitados para usarlas en el vuelo.
Una sátira
La sátira mordaz con que se inicia la siguiente división, es casi terrorífica: «Pero engordó Jesurún, y tiró coces» (v. 15). Así se describe la prosperidad del pueblo como resultante del hecho de que Jehová lo hizo subir sobre las alturas de la tierra, lo hizo que chupase miel de la peña, y aceite del duro pedernal; la grosura de los corderos y de los carneros de Basán, y también de machos cabríos, con lo mejor del trigo y la sangre de la uva. Sin embargo, «engordó Jesurún, y tiró coces».
A pesar de las múltiples bendiciones que Dios les dio, y de la prosperidad que les vino como consecuencia, se rebelaron contra él. La aplicación de esta afirmación satírica e inclusiva, va hasta el versículo 27, y todo es resumido finalmente en las palabras: «Porque son nación privada de consejos, y no hay en ellos entendimiento» (v. 28).
Pueblo que falla
La bondad de Dios había ocasionado el orgullo de la posesión, y sus enseñanzas no habían sido comprendidas. La Roca permanece inalterable, pero el pueblo ha fallado en su fidelidad.
Llegamos a la división final, que se inicia con el versículo 29, aquella que contiene la perspectiva profética. Moisés iba a dejarlos; mira ahora hacia los años del futuro en la historia de su pueblo, y comienza expresando un gran anhelo: «¡Ojalá fueran sabios, que comprendieran esto, y se dieran cuenta del fin que les espera!» (v. 29).
Si lo hicieran, serían un pueblo invencible: «¿Cómo podría perseguir uno a mil, y dos hacer huir a diez mil, si su Roca no los hubiese vendido, y Jehová no los hubiera entregado?» (v. 30).
Todo el fracaso del futuro se debería al hecho de que Dios los entregaría por el momento, debido a su confianza en los dioses falsos. Es aquí donde se refiere a los falsos dioses bajo la figura de una roca, colocándolos en contraste con el Dios verdadero, bajo la misma figura, en las palabras: «Porque la roca de ellos no es como nuestra Roca, y aun nuestros enemigos son de ello jueces» (v. 31).
Sigue la descripción de la vida que confía en la roca falsa: «Porque de la vid de Sodoma es la vid de ellos, y de los campos de Gomorra; las uvas de ellos son uvas ponzoñosas, racimos muy amargos tienen. Veneno de serpientes es su vino, y ponzoña cruel de áspides» (v. 32-33).
Juicio seguido de misericordia
En seguida viene la tremenda declaración de que Dios ha determinado entrar en juicio con los suyos y con todas las naciones vecinas. Las declaraciones revelan una necesidad creada por la infidelidad de aquellos por quienes Dios había hecho cosas tan maravillosas.
Las terribles palabras del juicio y del castigo venidero, terminan en forma extraña e interesante: «Alabad, naciones, a su pueblo, porque él vengará la sangre de sus siervos, y tomará venganza de sus enemigos, y hará expiación por la tierra de su pueblo» (v. 43).
Estas palabras revelan juicio, seguido de misericordia. El propósito de toda la corrección es la realización final del supremo bienestar de su pueblo. Él vengará y hará expiación.
Propósito más elevado
Es posible que uno de los cantores de Israel, alguno de los salmistas, haya contemplado este cántico con penetración espiritual, cuando escribió estas grandiosas palabras: «Misericordia y juicio cantaré».
Todos estamos siempre listos a cantar misericordia; pero el corazón nunca está bien dispuesto a cantar juicio. Sin embargo, si conocemos a Dios y entendemos su disciplina, comprenderemos que, a través de las circunstancias de dolor y de prueba, el propósito de cada juicio es la realización final de lo más elevado.
Este cántico celebra la bondad de Dios para su pueblo. Dios lo encontró en desierto horrible, lo adiestró en forma progresiva, y lo condujo, por medio de la disciplina, al desarrollo del propósito que tenía para él.
Es en la disciplina donde mejor se puede ver la bondad de Dios. Él no permite que su pueblo permanezca en el fracaso y en el desastre; no le permite arrellanarse en el letargo de la comodidad, sino que lo inquieta, a fin de descubrir sus potencias y a fin de que las realice.
El dolor de Dios
No podemos estudiar este cántico sin sentir el dolor del corazón de Dios frente a las infidelidades de su pueblo.
Concluyamos, regresando por un momento al versículo 19 del capítulo anterior, donde se leen estas palabras: «Ahora pues, escribíos este cántico, y enséñalo a los hijos de Israel; ponlo en boca de ellos, para que este cántico me sea por testigo contra los hijos de Israel» (Dt. 31:19).
Y luego, miremos el último versículo del capítulo 31: «Entonces habló Moisés a oídos de toda la congregación de Israel las palabras de este cántico hasta acabarlo» (v. 30).
Un cántico memorial
Esta mirada retrospectiva nos da la razón del cántico. Dios le ordenó a Moisés escribirlo y entregarlo al pueblo. Lo que para mí es muy sugestivo es que, una vez que Moisés les dio el ritual y les dio también la ley, Dios le ordenó que les diera un cántico.
Un cántico vivirá por más tiempo en la memoria, y producirá más resultados que la observancia de un ritual o de códigos de ética. Los himnos de los siglos son los instrumentos supremos para conservar en la memoria del hombre la fidelidad de Dios, y obligarlo a enfrentarse con su propia infidelidad.
De Los Grandes Capítulos de la Biblia.