Lecciones básicas sobre la vida cristiana práctica.
Y por esto procuro tener siempre una conciencia sin ofensa ante Dios y ante los hombres».
– Hechos 24:16.
El hábito necesario de confesión y restitución
Después que hemos creído en el Señor, necesitamos cultivar el hábito de pedir perdón y hacer restitución. (No nos referimos aquí a las cosas del pasado; nos hemos ocupado de este tema con anterioridad. Ver revista N° 64, Terminando con el pasado).
Si ofendemos o herimos a alguien, debemos aprender a enmendar nuestras faltas mediante la confesión o la restitución.
Si confesamos a Dios y pedimos perdón a los hombres, nuestra conciencia se mantendrá sensible y despierta. De lo contrario nuestra conciencia se endurecerá, y una conciencia dura es incapaz de recibir luz de Dios. La luz no brilla con facilidad sobre una persona cuya conciencia se ha endurecido.
Evan Roberts, el famoso evangelista galés, solía preguntar a las personas: «¿Cuándo fue la última vez que pediste perdón?». Si aquello ocurrió hace mucho tiempo, algo anda mal. Es inconcebible que puedas vivir durante años sin ofender a alguien.
Lo más probable es que hayamos ofendido a otros sin tener conciencia de nuestros pecados. Siendo así, nuestra conciencia está en oscuridad, desprovista de luz y de sensibilidad.
«¿Cuándo fue la última vez que pediste perdón?». Al percibir la duración del lapso de tiempo, podemos verificar si hay algo entre la persona y su Dios. Si el lapso de tiempo ha sido grande, sabemos que aquel espíritu carece de luz. Pero si recientemente ha pedido perdón a alguien, entonces sabemos que su conciencia es sensible.
Los nuevos creyentes deben apreciar la importancia de una conciencia sensible, porque solo esto nos permite vivir en la luz de Dios. Con una conciencia sensible, podemos seguir condenando nuestros pecados como pecados. Muchas veces tendremos que confesar nuestros pecados a Dios y también pedir perdón a los hombres.
Pecados que requieren confesión
¿Por cuál tipo de pecados necesitamos pedir perdón? No todos los pecados requieren ser confesados a los hombres, pero debemos reconocer aquellos que dañan o lastiman a otros. Si yo peco, y lo que hago causa pérdida a mi hermano o a un incrédulo, debería expresar mi pesar a esa persona. No solo debo confesar a Dios, sino también pedir perdón a la persona implicada.
Podemos pedir a Dios que perdone nuestros pecados, pero ¿cómo podemos pedirle que nos perdone en nombre de otras personas? Sin duda, debemos confesar a Dios y pedirle que nos perdone, pero también debemos hacerlo con aquellos a quienes hemos herido. Es muy importante que nunca tengamos la idea de que es suficiente con pedir el perdón de Dios para cubrir nuestras ofensas contra los demás.
Por otra parte, es absolutamente innecesario pedir perdón por pecados que no están relacionados con los hombres. Los jóvenes creyentes deben ser guardados de la exageración, de ir demasiado lejos. Sea cual sea el pecado, éste es cometido contra Dios, pero, si no está asociado con el hombre, necesita solo ser confesado a Dios, pero aquello que es un pecado contra el hombre necesita ser confesado al hombre.
No ofendas fácilmente a las personas; en especial, no ofendas a un hermano. Pero si lo haces, caerás bajo un juicio del cual es difícil ser liberado. El Señor lo dice enfáticamente: «Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, entre tanto que estás con él en el camino…» (Mateo 5:25). ¿Cómo? «Entre tanto que estás con él en el camino». Hoy todos estamos aún en el camino. Ni él ni tú han muerto. Ambos viven y, por lo tanto, siguen en el camino. Así que reconcíliate con él rápidamente.
La práctica de Mateo 5:23-26
Tratar con todas las deudas
El «último cuadrante» mencionado en Mateo 5:26 no se refiere a una cantidad real de dinero; más bien sugiere que si cualquier deuda no es cancelada, la persona todavía no es libre.
Reconcíliate primero con tu hermano
Veamos más de cerca este pasaje. «Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti…» (v. 23). Aquí se refiere en especial a los asuntos entre los hijos de Dios, entre hermano y hermano.
Es cuando tú estás entregando tu ofrenda en el altar, no cuando estás orando. En ese preciso momento recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti. Esto, sin duda, es la guía de Dios. Con frecuencia, en los asuntos de esta naturaleza, el Espíritu Santo recuerda cierto incidente o pone un pensamiento determinado en tu mente. Cuando así ocurra, no deseches el pensamiento como si fuera simplemente algo fugaz. Más bien, trata fielmente con él.
Si recuerdas cómo se siente tu hermano, debe ser porque tú le has ofendido. Dicha deuda puede ser o no de carácter material; no obstante, es una deuda. Tú puedes haberle ofendido por un hecho injusto relativo a cosas materiales o inmateriales; si es así, entonces él tiene algo contra ti. Si un hermano o una persona a quien has ofendido gime y clama a Dios por causa tuya, entonces tú estás seriamente obstaculizado ante los ojos de Dios.
Si estás a punto de entregar tu ofrenda en el altar y te acuerdas que un hermano tiene algo contra ti, es mejor que no sigas adelante. Deja tu ofrenda, porque es correcto dejarla ante Dios con el fin de ofrecerla más tarde. «Reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda» (v. 24).
Aunque la ofrenda es para Dios, primero debe haber reconciliación con el hombre. Quien es incapaz de reconciliarse con una persona, no puede venir a Dios y ofrendar. «Reconcíliate con tu hermano», significa aplacar la ira, ya sea pidiendo perdón o haciendo restitución. Tú debes pedirle perdón o pagar la deuda de manera que él quede razonablemente satisfecho.
Cómo pedir perdón y hacer restitución
Ahora, veamos cómo debemos confesar y pedir perdón, y cómo debemos hacer restitución.
- El alcance del pecado
En el hecho de pedir perdón o restituir, el pecado mismo determina el ámbito de la confesión o de la restitución. No es necesario irse a los extremos. Deseamos que hermanos y hermanas actúen de acuerdo con la palabra de Dios y no se excedan. Es en la desmesura que Satanás tiene fundamento para iniciar su ataque.
El alcance de la disculpa debería ser tan amplio como el alcance del pecado. Si el pecado fue contra todos, se debería confesar a todos. Si fue contra una persona, se confesará solo a esa persona. Confesar a una persona cuando el pecado es contra todos, no es suficiente; confesar a todos cuando se pecó contra una persona es exageración.
El alcance del pecado determina el ámbito de la confesión. Por supuesto, dar testimonio es otro asunto. Yo he pecado con frecuencia de manera personal, pero a veces quiero dar testimonio de ello a los hermanos y hermanas. Esto es algo nuevo, a ser tratado por separado. Pero en cuanto a la confesión y la restitución, estos dos son definidos en su alcance. Este punto debe ser observado cuidadosamente.
- La injusticia de inculpar a otros
Si dos personas pecan juntas, por ejemplo, robando o usando falsedad para obtener algo, entonces quien confiesa o hace restitución no debería incriminar al otro. Sea cual sea el conocimiento que tengamos, esto es algo confidencial.
El que viola la confianza es injusto. Si alguien me informa de un determinado asunto, es como si me confiara una suma de dinero. No puedo vender mi confianza, porque sería injusto.
Recuerda, es injusto revelar cualquier asunto que alguien te haya confiado. Así que, al hacer confesión o restitución, no incrimines a la otra persona, para que no seas injusto.
- Pecados que no deben ser confesados
Hay ciertos pecados que no deberían ser confesados. No debes confesar para apaciguar tu propia conciencia, si aquel que oye tu confesión perderá su paz como resultado. No debes buscar tu propia paz, a costa de quitar la paz a otro.
Por ejemplo, supongamos que una jovencita hizo algo terriblemente malo, pecando contra su madre, pero su madre no se enteró de ello. Su madre, siendo un miembro de la iglesia, está insegura de su salvación y, además, tiene un carácter terrible. La hija, habiendo sido iluminada por Dios, tiene conciencia de su pecado; se siente terriblemente mal y está constantemente preocupada por ello, así que lo confiesa a su madre.
Tras la confesión, la hija tiene paz en su corazón. Pero la madre, desde ese día, se perturba tanto que pierde el control y anda enfurecida día y noche. La madre pierde su paz, mientras la hija recupera la suya. El principio es nunca ganar la paz al precio de la paz de otro.
- Consultar con los hermanos responsables
En relación a la confesión, los nuevos creyentes deberían aprender a consultar con frecuencia a los hermanos responsables de la iglesia. Así, bajo la protección de la iglesia, ellos pueden conducirse en todo adecuadamente y sin excesos. Deben confiar en los hermanos responsables, a fin de ser instruidos en cuanto a cuáles cosas deben ser confesadas y cuáles no.
- Cartas de restitución
En cuanto a la restitución, es posible que tú no tengas los recursos para pagar. Hacer restitución es una cosa, pero ser capaz de pagar es otra cosa. Si no puedes pagar, entonces debes escribir una carta de restitución, diciendo honestamente: «Pagaré, pero no puedo hacerlo ahora. Perdóname, por favor. Tan pronto como pueda, saldaré mi deuda». Esto, también, por supuesto, debe cumplirse.
- Conciencia limpia
Finalmente, es importante no caer bajo acusación excesiva al hacer confesión. Esto es algo absolutamente posible. Cada persona necesita valorar cómo la sangre del Señor limpia su conciencia. A través de su muerte, puedes tener una conciencia limpia de ofensa delante de Dios. La muerte del Señor te permite acercarte a Dios. Tal es la realidad.
Por otra parte, también debes saber que, para ser una persona limpia ante los ojos del mundo, debes batallar con tus pecados. Si pecas contra las personas en cosas materiales o en otros asuntos, debes estar dispuesto a tratar con ellos. Sin embargo, nunca permitas que Satanás te ataque con acusación excesiva.