Evidencias históricas, culturales y científicas acerca del diluvio universal y su no reconocimiento por parte de la filosofía uniformista y cientificista.
Desde hace más de un siglo, y con el advenimiento de nuevas filosofías, el libro del Génesis bíblico viene siendo criticado por personas y entidades del ámbito secular, pero también por teólogos liberales, tratándolo de mitológico, los primeros, y de simbólico o figurado, los segundos.
De entre los distintos relatos del Génesis, tal vez el que acapara las mayores críticas es el del diluvio. Se señala que una catástrofe planetaria de este tipo no podría haber ocurrido, que va en contra de las leyes naturales, y sería solo un relato mitológico o, a lo más simbólico, pero por ningún motivo se debe considerar literal. Dentro del pensamiento cristiano están, además, quienes lo aceptan parcialmente, pero como un fenómeno local, de menor envergadura, que solo habría afectado a la zona mesopotámica.
Este artículo revisa evidencias históricas, culturales y hallazgos científicos recientes que avalan la historicidad del diluvio descrito en Génesis y agregan antecedentes que respaldan su accionar a nivel global, analizando el contexto filosófico en que está inmersa la sociedad del conocimiento en la actualidad.
Evidencias históricas y culturales del diluvio global
Antes de revisar la influencia de las actuales filosofías que subyacen en la ciencia y en la teología liberal, las que no consideran el relato del diluvio como literal, ni de un nivel catastrófico planetario, es necesario detenerse unos momentos en el contexto histórico y cultural de este relato. Crónicas acerca del diluvio se encuentran en más de 250 culturas distintas a través del mundo1, desde tribus indígenas de América del Norte hasta indígenas de los confines de Sudamérica, y desde culturas antiguas de Mesopotamia y África hasta el continente asiático.
¿Por qué están marcados a fuego los elementos catastróficos de un diluvio en prácticamente todas las culturas antiguas del mundo?
El hecho de que tal cantidad de culturas cuenten con una historia similar, podría considerarse como una gran coincidencia, pero una hipótesis más pertinente sería que todas ellas han sostenido un relato más o menos modificado, pero manteniendo su esencia central, el que se habría originado de una sola cultura ancestral, a la cual le tocó vivir la catástrofe del diluvio. Los sobrevivientes a esa hecatombe, que cambió la escenografía terrestre y eliminó a casi todo el mundo humano y animal restante, era imposible de olvidar, y así se trasmitiría a sus hijos y nietos, de generación en generación.
La antropología sostiene que, uno de los factores claves que hace que una cultura determinada se mantenga en el tiempo, es el de conservar su lenguaje y estructura idiomática; de lo contrario, ésta se desvanece como tal, y lo propio ocurre con su historia. Es a través de su lenguaje que las distintas generaciones de una cultura dada recuerdan y traspasan su folclore e historia. El hecho de que tantas culturas compartan una historia común como la del diluvio, habla de que se debe haber vivido realmente un evento tan colosal, y a este relato histórico original se le fue adosando parte de folclore y mito en las diferentes culturas.
¿Cómo separar el mito de la historia real? Ello requiere que necesariamente se deba ir a los orígenes, a las fuentes primarias del relato donde se generó, en el seno de las primeras culturas. Se ha dicho que la historia del diluvio que relata la Biblia no sería propia, porque habría sido tomada de otras culturas anteriores a la Hebrea. Para contrastar esta afirmación, se ha de recabar información de aquellas culturas humanas más antiguas de las que haya registro.
Si se compara el relato bíblico del diluvio con relatos de una cultura antigua, la más antigua, como lo es la Sumeria (3.500 a.C. aprox.), surgen aspectos muy interesantes. La cultura Sumeria, ubicada al sur de la antigua Mesopotamia, entre los ríos Tigris y Éufrates, habitó una área geográfica considerada como la cuna de la humanidad. De esta cultura se conservan tablillas con escritos cuneiformes, las cuales fueron copiadas después en manuscritos por los representantes de la civilización de Babilonia en esa misma región.
Una investigación que revisó estos diferentes registros sumerios, considerados por la antropología secular como los escritos humanos más antiguos, encontró una importante correlación entre el listado de reyes sumerios anotados en las tablillas y los patriarcas israelitas registrados en los escritos del Génesis bíblico2. La investigación explica que ambos registros se refieren a los mismos acontecimientos en la historia de la humanidad, y ambos coinciden en varios elementos de la historia del diluvio como por ejemplo: que habría sido global, que fue un castigo de Dios por causa del pecado del hombre, que Dios ordenó construir una embarcación para salvar a algunas personas, que también se salvaría a animales, y ambos relatos señalan que se ofrece un sacrificio al final del diluvio.
Sin embargo, el estudio concluye que el escrito bíblico del diluvio no pudo haber sido una copia de los escritos sumerios, porque estos últimos contienen un relato incompleto, respecto a lo que el Génesis señala. Efectivamente, los primeros capítulos del libro del Génesis contienen información numérica completa sobre las edades de los patriarcas bíblicos y sus relaciones cronológicas durante el mundo antediluviano, pero además contienen algo muy importante, una descripción de la condición moral y espiritual que se esperaba tuvieran esos pueblos, lo que es complementado con una historia detallada de ese período.
No hay ningún otro documento en todos los registros existentes del mundo antiguo que proporcione una información tan completa y coherente, como la entregada por el libro de Génesis. En cambio, la descripción sumeria registra un listado numérico reducido e incompleto de la descripción detallada que hace el Génesis. Pero tal vez lo más relevante desde el punto de vista teológico, es que los relatos sumerios carecen de la profundidad espiritual y moral que registra el primer libro de la Biblia, e introducen varios dioses que no aportan en estos aspectos. Estos son sin duda argumentos contundentes respecto a la precisión, confiabilidad y superioridad de la narración bíblica del Génesis respecto al registro más antiguo como lo es el sumerio.
Son los escritos sumerios, por lo tanto (y también otros posteriores), los que distorsionan la historia original del diluvio, incluyendo politeísmo en el relato, lo que efectivamente inicia una transferencia generacional y cultural de esta historia con mezcla de elementos históricos y mitológicos.
El ascenso del cientificismo que todo lo inunda
La Filosofía de las Ciencias señala que no se realiza investigación científica sin contar con supuestos y/o alguna determinada afiliación, consciente o no, a algún tipo de filosofía. No está de acuerdo con esta afirmación el conocido físico teórico británico Stephen Hawking, quien recientemente afirmó que «La filosofía está muerta» (para la ciencia física). Sin embargo, esta obcecación de Hawking se apoya sobre premisas falsas, apelando por una parte a que la ciencia sería objetiva y la única que posee la verdad, y por otra, a que no hay especulación ni reflexión filosófica en la etapa previa a la investigación científica, ni aun al final de ella.
Son muchos los filósofos y científicos que han escrito en forma abundante sobre la inseparable relación entre la filosofía y la ciencia, desde Galileo a Popper, pasando por Newton, Hume, Kant, Poincaré, Einstein, Khun y muchos otros3. Tal vez la estrategia de Hawking al hacer estas declaraciones, sea el generar la mayor provocación posible en el mundo intelectual, con el fin de tener éxito internacional en la venta de sus libros. Porque, de seguro, su alta inteligencia le habrá permitido entender que al hacer esa afirmación tan categórica, no hace sino caer en una contradicción fundamental, puesto que al momento de declararla, ya lo hace desde la filosofía (desde el pragmatismo en este caso).
¿Qué filosofías relacionadas con el conocimiento predominan en la sociedad global del siglo XXI?
Hasta fines del siglo XVII e inicios del siglo XVIII, la cosmovisión de los científicos naturalistas tenía como base el que nuestro planeta había experimentado una enorme catástrofe, como aquella descrita en los capítulos 7 y 8 de Génesis4. Se entendía entonces que la actual superficie de la tierra había sido moldeada por los efectos devastadores de un gran diluvio, y como evidencia de ello estaban los enormes cañones geológicos, las capas sedimentarias en todo el globo y los millones de fósiles enterrados en esas rocas sedimentarias.
Sin embargo, en el primer tercio del siglo XIX surge una nueva filosofía en el ámbito de la geología secular, radicalmente opuesta a la geología creacionista. Esta correspondió a la filosofía uniformista, cuyos postulados son que el pasado siempre ha sido similar al presente, por lo tanto no cabe considerar el catastrofismo bíblico, porque los cambios geológicos han sido graduales5.
A mediados del siglo XIX, la filosofía del uniformismo había sido adoptada por la mayoría de los geólogos. No obstante, un grupo menor de geólogos (naturalistas y creacionistas), a quienes se les tildó de «geólogos escriturales», ofrecieron cierta resistencia a la nueva teoría geológica uniformista, y se atrevieron a levantar su voz en congresos y seminarios científicos, defendiendo la tesis de que lo señalado por el Génesis bíblico era confiable y que la catástrofe del diluvio estaba reflejada en la morfología de la superficie del globo. Sin embargo, estos «geólogos escritura-les» se vieron sobrepasados rápidamente por la nueva cosmovisión uniformista, y de este modo la geología termina por abandonar los antecedentes históricos aportados por el Génesis6.
Pero esta visión uniformista de la geología, se enmarca en un ámbito filosófico más amplio, que se venía gestando desde fines del siglo XVIII. Se trata de varias corrientes seculares que rechazan la cosmovisión con base creacionista. Dos de estas corrientes más importantes de la filosofía de la ciencia fueron el Empirismo (Método o procedimiento de adquirir conocimiento basado en la experiencia y observación de los hechos) y el Positivismo. Ambas corrientes nacidas en Europa, pero esta última con mayor impacto en Norteamérica7.
El positivismo restringe las actividades de la ciencia exclusivamente a los hechos observables y a la determinación de las leyes de la naturaleza, las que «serían las únicas portadoras de conocimiento genuino»8.
En las décadas posteriores, la Revolución Industrial y el desarrollo de la tecnología, colaboraron a que el positivismo exaltara a la ciencia no solo como la única portadora del conocimiento genuino, sino también como la verdadera fuente de la ética, de la política y hasta de la religión. De este modo cobraba vida y se asentaba en forma definitiva el cientificismo, doctrina que reconoce como única fuente de conocimiento verdadero a aquél que procede de las ciencias experimentales.
La ciencia libre de dogmas, creencias y prejuicios ha sido y es muy valiosa, pero lamentablemente el cientificismo y sus dogmas lo permea todo, incorporando ámbitos que no le competen a la ciencia (considerando sus propias limitaciones), como el ético, político, moral o el religioso.
No obstante también los aborda y dicta cátedra sobre ellos, de modo que, cada vez más, políticos, legisladores, gobernantes, clérigos y personas en general, van menospreciando los principios dados por Dios en su Palabra como las guías correctas, para considerar solamente aquellos que la ciencia valida. Estos son preceptos dictados por hombres y mujeres, que son científicos, claro, pero humanos al fin y al cabo, fuertemente limitados en su explicación acerca de las grandes preguntas que el hombre se ha hecho desde siempre.
El cientificismo ha dejado a Dios de lado, pero se ha inventado un dios propio, haciendo una sacralización de todo lo que es científico. De allí que, para la gran mayoría de la gente hoy, la ciencia es poseedora de la verdad.
Es importante reconocer que algunos geólogos más modernos han reconocido que, si bien el uniformismo ha sido un principio básico de la geología, la literatura geológica está plagada de afirmaciones falsas y engañosas esgrimiendo esta teoría9, e identifica 12 falacias que debiesen ser eliminadas de modo que los geólogos se sientan libres de proponer otras hipótesis científicamente razonables.
Sin embargo, por alguna razón, la visión del uniformismo se las ha arreglado para permanecer en la ciencia de la geología, a pesar de no tener asidero científico, del mismo modo que lo ha hecho el gradualismo evolutivo darwiniano en biología.
Curiosamente, el uniformismo geoló-gico y el gradualismo biológico se han retroalimentado sistemáticamente, en un razonamiento circular nutrido por falacias.
De las falacias del uniformismo denunciadas por el geólogo Shea en 1982, aún permanecen las siguientes: El sostener que solo ha habido procesos graduales de cambio en el planeta y que las catástrofes nunca han ocurrido en la tierra, el sostener que los mismos procesos que ocurren hoy han operado en el tiempo geológico, el sostener que la tierra es muy antigua, y que las leyes que gobiernan la naturaleza han sido constantes a través del tiempo.
Ante este escenario, ¿cómo hablar hoy día del diluvio bíblico, si aún dentro de parte de la misma cristiandad ha calado profundo el hecho que el único conocimiento verdadero es aquél que entrega la ciencia? Pero, como se ha revisado brevemente, en ciencia abundan lamentablemente paradigmas errados a partir de los cuales se realiza investigación.
En este sentido, cabe hacer algunas preguntas: ¿Puede una persona que abraza el uniformismo, el naturalismo o el cientificismo interpretar correctamente un mundo que tiene una historia sobrenatural? ¿Cuánto han permeado estas teorías erradas al lector de la Biblia? ¿Cuántos mensajes o discursos cristianos evitan hoy referirse a estos pasajes bíblicos porque el uniformismo les ha susurrado que no cabe lo sobrenatural y podrían entonces quedar en descrédito ante sus oyentes?
Evidencias de intervención sobrenatural en el diluvio
Si se parte de la premisa que el planeta Tierra fue diseñado y creado originalmente por Dios en un acto sobrenatural, resultando en un mundo maravilloso, único e idóneo para el desarrollo de la vida, se sigue que el mismo Creador Todopoderoso lo podía modificar de manera importante, si se tiene en cuenta que su propósito inicial fue alterado por terceros, debiendo ello quedar registrado claramente en la Biblia para el conocimiento del ser humano.
El libro de Génesis (6:13) registra precisamente esto, donde Dios comunica a Noé que ha decidido el fin de todo ser, porque la Tierra estaba llena de violencia, y que la propia Tierra sería también destruida con sus moradores. Son tres los capítulos del Génesis que recogen el accionar de Dios sobre este cataclismo planetario, y también se resume magistralmente en el Salmo 104 (6-9).
En el Nuevo Testamento, la actividad sobrenatural y control divino sobre el diluvio es declarada directamente o inferida de la Biblia en al menos cinco pasajes: en Mateo 24: 37-39; y en Lucas 17:26-27 el Señor Jesucristo comparó el Diluvio con su segunda venida. En Hebreos 11:7 se señala que Noé fue advertido por Dios acerca de las cosas que aún no se veían. En 2ª de Pedro 2:5 se lee que Dios trajo el diluvio porque no perdonó al mundo impío, y en este mismo libro (3:5-6), se señala que, por la Palabra de Dios, el mundo de entonces pereció anegado en agua.
Una interpretación minuciosa e integrada de la información bíblica citada revela que la acción sobrenatural acerca del diluvio es un requerimiento obligado, y existe un texto con clara alusión histórica respecto a los cambios épicos que sufrió la superficie terrestre durante el diluvio. Se trata del Salmo 104: 6-9: «Sobre los montes estaban las aguas. A tu reprensión huyeron; al sonido de tu trueno se apresuraron; subieron los montes, descendieron los valles, al lugar que tú les fundaste. Les pusiste término, el cual no traspasarán; ni volverán a cubrir la tierra». Evidentemente este Salmo no puede ser una referencia al inicio de la Creación, porque la última frase es una clara alusión al pacto que hace Dios después del diluvio de no volver a destruir la Tierra.
Dios de manera sobrenatural levantó las cadenas de montañas en las regiones continentales para equilibrar las nuevas profundidades de las cuencas oceánicas. Por tanto la topografía global del planeta como la vemos hoy, no se habría formado por pequeños cambios graduales en millones de años como señala el enfoque uniformista sino en un enorme y complejo proceso que duró alrededor de un año (el tiempo de duración del diluvio).
Diluvio global
La interpretación del Salmo 104 (6-9) otorga algunas luces para ayudar a resolver uno de los grandes problemas relativos al diluvio, en el sentido de si éste fue local o universal. Se ha dicho que no habría suficiente agua en los océanos y en la atmosfera para cubrir todas las montañas en todo el planeta. Hoy sabemos que hay montes que miden por encima de los 8.800 m de altura, como el Everest. Pero la información entregada por este Salmo permite suponer que estos altos montes fueron elevados producto de los cambios geológicos ocurridos durante el diluvio.
Los fósiles marinos encontrados en las más altas cumbres son evidencia de que no siempre estuvieron a esa gran altura, y por otro lado, fósiles de plantas y animales propios de zonas templadas o subtropicales, y que han sido descubiertos en distintos puntos del globo terráqueo, sugieren que todo el clima de la Tierra antes del diluvio era relativamente similar y benigno, lo que se consigue solo con alturas no mayores a los 2.000 o 2.500 m, entre otros factores10, 11, 12. Esta debió ser la altura máxima antes de que los «montes subieran».
Pero, de todas formas, no habría suficiente agua en los océanos y atmósfera para que sobrepasasen los 2.000 o 2.500 m de altura a nivel planetario. El agua contenida en la atmósfera en forma de nubes solo puede dar cuenta de una lluvia que cubra unos 5 cm de altura en toda la tierra, considerando que los modelos matemáticos señalan que el aire puede contener solo 55 gr de vapor de agua por m3. Estos antecedentes le dan poco respaldo a la teoría del dosel de agua que habría tenido la atmósfera antes del diluvio, y que habría precipitado. La fuente de agua que queda entonces como única opción es aquella que saldría desde el interior de la Tierra.
Fueron rotas todas las fuentes del grande abismo
La Biblia señala que el origen del diluvio se debió en primer lugar a que «fueron rotas todas las fuentes del grande abismo» y luego agrega «y las cataratas de los cielos fueron abiertas». Puede entenderse entonces este orden en la Escritura, no como un proceso independiente, sino relacionado (Interacción océano atmósfera, como lo vemos hoy en otros fenómenos como «El Niño»).
Una vez rotas todas las fuentes de las profundidades abisales marinas, expulsando agua a la superficie por una gran actividad volcánica a nivel planetario (dado que fueron rotas todas las fuentes), el ciclo hidrológico en el planeta pudo haberse incrementado sustancialmente, por una fuerte tasa de evaporación, debido al calentamiento de los mares por acción volcánica. La condensación del agua evaporada se vería facilitada por una colosal presencia de partículas microscópicas en la atmósfera debido a las erupciones volcánicas, generando lluvias torrenciales extraordinarias, que harían precipitar esa enorme cantidad de agua evaporada, en un ciclo que habría durado unos 150 días, de acuerdo al relato bíblico.
De esta forma se podría conciliar el texto «y las cataratas de los cielos fueron abiertas», después del texto que señala: «fueron rotas todas las fuentes del grande abismo». ¿Existen evidencias científicas que avalen esta propuesta?
Una investigación científica reciente, publicada en la revista Science en junio de 2014, hizo un revolucionario descubrimiento13, el que viene a cambiar radicalmente la visión actual del ciclo hidrológico en la Tierra, con dos poderosas pruebas, las que le dan mayor peso a la investigación, porque son independientes entre sí, pero llegan a la misma conclusión. ¿Cuál es esta conclusión? Que, bajo la corteza terrestre, entre unos 400 a 650 kilómetros de profundidad habría tal cantidad de agua acumulada, que sería equivalente a tres veces la suma de todos los océanos que están en la superficie terrestre. Los científicos sospechaban de largo tiempo que podría haber grandes reservas de agua en las profundidades de la Tierra, y llevaban décadas investigándolo, pero hasta hace un año atrás no había mayores evidencias.
Este estudio cambia por completo la comprensión de cómo se formó nuestro planeta y sugiere que el agua que está en la superficie terrestre vendría desde su interior, empujada hacia la superficie por actividad geológica, con participación de volcanes submarinos (lo que recuerda un pasaje de la Escritura en 2ª de Pedro 3:5). Esto, de paso, echa por tierra la hipótesis que el agua de la Tierra había sido depositada por cometas o meteoritos, trayéndola desde el espacio. (Conclusión de los propios investigadores de este estudio).
El estudio combinó los experimentos de simulación hechos sobre la roca del manto bajo altas presiones, a unos 650 km debajo de la superficie de la Tierra, con las observaciones del geólogo Schmandt, utilizando grandes cantidades de datos sísmicos de más de 2.000 sismógrafos en todo Estados Unidos. Finalmente, concluyeron que la clave estaría en una zona llamada de transición, entre 400 y 600 kilómetros de profundidad bajo la superficie de la Tierra, donde el agua almacenada en las rocas del manto contiene un mineral denominado ringwoodita. Se trata de un mineral azul como el zafiro, muy abundante en el manto terrestre, y que actúa como una esponja, absorbiendo gran cantidad de agua en forma química.
«Esta agua no está en una forma familiar para nosotros», declaró Jacobsen, investigador del Departamento de Ciencias Planetarias y Terrestres de la Universidad de North-western (USA). «No es líquida, ni hielo ni vapor. Esta agua está en un cuarto estado, atrapada dentro de la estructura molecular de los minerales en la roca del manto. El peso de 250 km de roca sólida del manto crea una alta presión, y las temperaturas superiores a 2.000° Fahrenheit, hacen que una molécula de agua se divida para formar un radical hidroxilo (OH), que se puede unir a la estructura cristalina de un mineral». Luego agregó que un 1% del peso de la roca del manto situado en la zona de transición con agua, tendría que ser equivalente a casi tres veces la cantidad de agua en los océanos.
Una de las conclusiones de Jacobsen, muy coherente con la expulsión de grandes cantidades de agua del manto terrestre a la superficie como señala la Escritura, es la siguiente: «Este descubrimiento sugiere que el agua de la Tierra pudo haber venido desde dentro, impulsada a la superficie por la actividad geológica».
Esta importante investigación científica de Schmandt y Jacobsen se basa en otro descubrimiento reportado en marzo de 2014 en la revista Nature14, en donde otros científicos descubrieron un trozo de ringwoodita dentro de un diamante extraído desde una profundidad de 650 km, en un volcán en Brasil.
Ese pequeño trozo contenía una importante cantidad de agua unida en forma sólida en el mineral. Esto motivó a Jacobsen a sintetizar la ringwoodita en su laboratorio, haciendo reaccionar el mineral con agua en condiciones de alta presión, dado que el manto superior de la Tierra es rico en este mineral y está sujeto también a altas presiones. Como resultado, generó más de un 1% del peso de la estructura cristalina de la ringwoodita coexistiendo en agua. Casi la misma cantidad de agua que se encontró en la muestra del diamante. De esta manera confirmó experimentalmente lo que los estudios teóricos de simulación habían predicho.
La necesidad de reivindicar a los «geólogos escriturales»
El cientificismo, en la actualidad, considera solo como conocimiento válido lo que se determina a través de las ciencias experimentales, y ha venido menospreciando sistemática-mente en los últimos tres siglos el conocimiento bíblico, en sus aspectos históricos y explicativos de ciertos fenómenos que implicaron la intervención sobrenatural de Dios en el planeta, y que están explícitamente descritos en la Escritura.
Este vuelco radical en el conocimiento científico relativo al origen del agua en la Tierra y de paso, el aporte de evidencias concretas respecto a que efectivamente habría agua suficiente bajo el manto terrestre para cubrir todos los montes, no hace sino afirmar lo señalado por la Biblia. El que saliese el agua atrapada químicamente en minerales bajo la corteza terrestre y cubriera las montañas más altas, fue por mandato divino en el inicio del diluvio, utilizando procesos geológicos para ello, mediante vulcanismo generalizado, al ser rotos los abismos y separarse las placas tectónicas. Luego, y también por mandato divino, las aguas disminuyeron sobre la faz de la Tierra, porque fueron cerradas las fuentes de los grandes abismos (Gén. 8:1-2).
Todo lo revisado indica que para una interpretación correcta de los distintos procesos y fenómenos naturales, se hace necesario que la cosmovisión de la ciencia se vuelva hacia la Escritura, como lo hicieron en su tiempo los geólogos escriturales, porque por encima de la denominada «madre naturaleza», está el Padre Creador, quien es finalmente quien la diseño e instauró sus leyes y principios.
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