La enfermedad del ciego de nacimiento, según nos relata Juan, fue para que las obras de Dios se manifestasen en él. Y esto se cumplió cabalmente. La sanidad de este hombre no solo es un hecho milagroso del Señor, sino que es también una metáfora de la ceguera espiritual, y de cómo ella es sanada. Luego que este hombre fue sanado, su visión del Señor Jesucristo pasó por tres etapas, al final de las cuales, el Señor mismo se reveló a él.

Cuando las gentes lo interrogaban acerca de quién lo sanó, él dijo: «Aquel hombre que se llama Jesús». Su conocimiento es vago e insuficiente. La segunda vez que es interrogado, esta vez por los fariseos, él contesta de Jesús que era «profeta». Aquí vemos que la luz comienza a manifestarse en él. Más adelante, cuando los fariseos le apremian más, el hombre se vuelve más osado, hasta el extremo de decir: «Si éste no viniera de Dios, nada podría hacer», lo cual implica, por un lado, aceptar el riesgo de dar un testimonio favorable a Jesús, y por otro, declarar derechamente que Él venía de Dios. Luego de este testimonio, los judíos le expulsan de la sinagoga. Cuando oyó Jesús que le habían expulsado, lo buscó, lo halló y le dijo: «¿Crees tú en el Hijo de Dios?», y se reveló a él.

Aquí hay cosas muy importantes que destacar. Primero, que la luz espiritual, la revelación, es gradual. Aunque el ciego quedó sano inmediatamente de su ceguera, el conocimiento espiritual pasó por etapas de mayor luz cada vez. Segundo, que recibe más luz quien es consecuente con la luz que ha recibido. El hombre se mantuvo firme en medio del abandono de que fue objeto por parte de sus padres, y de la hostilidad por parte de los judíos. No temió ante las amenazas que se cernían sobre él. Su gratitud y su deseo de honrar a quien lo había sanado pudieron más que toda otra consideración.

Tercero, que esa luz recibida lo fue, literalmente, «sacando» de la sinagoga. La discusión final con los fariseos lo ubica en un bando totalmente distinto de aquellos que le interrogan. Por eso, no debió sorprenderle que le expulsasen. Cristo no era aceptado en las sinagogas como el Cristo; en ese ambiente no había lugar para él.

Cuarto, que Cristo se le reveló cuando él estaba afuera. Solo afuera de ese sistema formalista y opresivo, el hombre pudo conocer realmente quién era Jesús. Adentro, solo Moisés era reconocido como profeta («Nosotros discípulos de Moisés somos»), Jesús no era nadie. El Señor no descalificó las sinagogas, aunque eran una institución ajena a la ley misma, surgida en tiempos del cautiverio babilónico. Sin embargo, el hecho de no fustigarlas no significaba que las respaldara. En ellas se leían la Ley y los profetas – que daban testimonio de él; sin embargo, él mismo no era creído.

Los sistemas religiosos ahogan la vida y apagan la luz espiritual. Los hombres allí se vuelven defensores de grandes hombres del pasado, pero olvidan y desconocen la verdadera religión y su verdadero Dios. Los hombres honestos aman la luz, pero no todos están dispuestos a pagar el precio por ella. Por eso la medida de luz no aumenta, y Jesús no es verdaderamente conocido.

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