Salmo 119.
El término «vivificar» aparece diez veces en este salmo, en diversas formas: ocho en imperativo (“vivifícame”: 25, 40, 88, 107, 149, 154, 156 y 159), y dos en pretérito perfecto (“me has vivificado”: 50, 93).
En todos ellos, se asocia con la palabra de Dios o con sus mandamientos, aunque en siete de ellos esta asociación es directa, y en los restantes tres es indirecta. En el versículo 40, se relaciona con la justicia de Dios, en tanto en los versículos 88 y 159, con la misericordia de Dios. Sea como fuere, aun estos tres casos tienen, en su contexto, una alusión a la Palabra o a los mandamientos de Dios.
La palabra de Dios vivifica. Es notable que este salmo, ubicado en el corazón del Antiguo Pacto, con muchas alusiones a la ley, haga resaltar este aspecto de la vida y del vivificar de la Palabra. Sin embargo, este vivificar no está asociado con la ley, porque sabemos, por Gálatas 3:21, que la ley no puede dar vida. Aquí, la vida y el vivificar no aparecen ligados a la ley, sino a los mandamientos de Dios (40, 93, 159), a la Palabra (25, 107, 154), a los juicios de Dios (149, 156), a sus dichos (50) y a sus testimonios (88).
El Señor Jesús dijo que sus palabras son espíritu y son vida (Juan 6:63). Por eso, el salmista era vivificado por la Palabra, y por tal razón, pedía ser vivificado por ella. Anticipadamente, él recibía el efecto de la Palabra viva que había de venir al mundo, tal como los judíos en el desierto bebieron anticipadamente de Cristo (1 Cor. 10:4).
Efectivamente, en el versículo 50 de este salmo, lo mismo que en el 93, el salmista da testimonio de haber sido vivificado por la palabra viva de Dios.
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