Porque no para siempre será olvidado el menesteroso, ni la esperanza de los pobres perecerá perpetuamente”.
– Sal. 9:18.
Las ideologías humanas han fracasado en su conquista de un paraíso terrenal. Han buscado infructuosamente hacer justicia a los pobres de la tierra, instaurando sistemas de gobierno que se han vuelto contra quienes pretendían favorecer.
Sin embargo, los pobres y menesterosos tendrán una victoria final. Años y siglos de injusticias no habrán sido en vano. Sin embargo, la justicia y la vindicación no vendrán de un gobernante terreno ni de un sistema político, sino del Dios de toda misericordia y consolación. De Aquél que, siendo rico, por amor a nosotros, se hizo pobre, para que nosotros, en su pobreza, fuésemos enriquecidos.
Quedarán vengados los sufrimientos de quienes soportaron toda una vida de despojo, de humillación. Serán vengados del rostro ceñudo del rico prepotente, del esquilmador, del avaro maldiciente, del despojador de los bienes y de los hijos.
Y no será un asunto de ideología. Será un asunto de justicia divina, la misma que opera en el episodio del rico y Lázaro. Al rico se le dijo: “Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también males, pero ahora éste es consolado aquí, y tú atormentado”.
¡Qué gozo será el de millones de pobres, levantados al gozo del Señor! ¡Cuántas lágrimas de gozo lavarán sus heridas y disiparán sus miradas de dolor! Cuántos rostros, que nunca se atrevieron a mirar de frente, verán sin temor a Aquél que levantará su cabeza para siempre.
La recompensa no se recibe aquí. Hoy, no hay rebelión ni vindicación posible. Este tiempo no es de victorias, sino de humillación. “Si sufrimos (aquí), reinaremos con él”. La visión de esta realidad lleva al cristiano a esperar confiadamente el tiempo de la vindicación de Dios.
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