Muchos cristianos tienen la esperanza de que toda la iglesia del Señor vuelva al principio, como fue en la iglesia primitiva. El Señor nos muestra en las cartas a las iglesias del Apocalipsis que, en su retorno, él encontrará a los cristianos en cuatro situaciones diferentes: Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea. El Señor nos hace saber que la iglesia no gozará más de aquella unidad de todos los cristianos como en el principio. Tanto es así que el Señor llama a vencedores en cada una de ellas. Él dice: «Al que venciere…».
Por causa de la caída, el Señor nos habla sobre su restauración, y toda restauración tiene que ser hecha en su totalidad. Muchos de nosotros hemos restaurado algunas cosas visibles en nuestros medios, pero el Señor hará una restauración completa de todas las cosas (Hech. 3:21). Si restauramos hasta el 50 o 70%, esta acción no estará completa. Esto nos enseña que el Señor restaurará la expresión más pura de su comunión con el hombre en esta tierra: el testimonio del Señor visto en el principio, en la iglesia primitiva.
La iglesia primitiva es el agua más pura; es la expresión más sencilla de la comunión del Señor con el hombre en esta tierra en tiempos de caída. A aquel Jesús que había sido muerto, Dios lo resucitó y lo hizo Señor y Cristo. Nunca los hombres habían disfrutado algo tan tremendo: el Padre y Cristo haciendo morada en ellos por su Espíritu.
Cuando el Señor nos habla en Apocalipsis 1, versos 17 y 18, que él es el primero, no se está refiriendo al principio de la creación, sino al principio después de su resurrección. Él dice: «Yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo…». No es por casualidad que el Señor envía a los Efesios la primera de las cartas a las iglesias del Apocalipsis, para que vuelvan al primer amor. Allí está el primero, el principio, el Señor Jesucristo mismo, la más pura expresión de su persona.
Muchos miran a las señales, a las maravillas y a las obras que hacían los hermanos en la iglesia primitiva, cuando repartían sus bienes con aquéllos que no tenían; pero este no es el principio, sino la consecuencia. El principio es el amor:«Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor. Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras…» (Ap. 2:4-5).
Algunos reclaman que hoy no son vistas las señales que eran hechas en el principio. Hay un camino necesario para esta restauración, y aun más excelente, que ha sido enseñado por el Espíritu: «Amaos los unos a los otros». Podemos decir que tenemos todo, pero si no tenemos amor, nada somos. Somos ciegos, desnudos y miserables, y estamos prontos a ser vomitados de Su boca. Que nuestro amor no sea de labios como una poesía, ni de palabras como expresando conocimiento, sino por obras y en verdad.
268