Solo estamos a salvo de la inundación escondidos en Cristo, cuando él es nuestra morada y nuestro refugio.
Dijo luego Jehová a Noé: Entra tú y toda tu casa en el arca».
– Génesis 7:1.
La historia del arca nos es familiar desde la infancia, y prestó interés a nuestras primeras lecciones. Su solo nombre hace revivir en nosotros las tiernas instrucciones de la madre o de un maestro diligente. Nos hace recordar las primeras páginas de nuestra primera Biblia y nos vuelve a llevar a los bancos de la clase de nuestra niñez.
Así, en un país cristiano, casi todos han ponderado en su juventud el trágico fin de aquel mundo miserable. Muchos repasan con cuidado cada detalle del relato hasta que cobra el realismo de una escena presenciada. Pero no se adentran más, y juguetean caprichosamente con la historia. Ponen los pies en el umbral del palacio de la verdad, pero no penetran en las amplias cámaras donde Dios da la luz. Son como Agar: el pozo de agua está cerca y, aunque tienen sed, no lo pueden ver.
Lector, no te engañes. La Biblia es como un espejo en tus manos, para que en él veas el corazón de un Salvador amoroso y las obras de un Salvador poderoso. Cristo es el tesoro que encierran las Escrituras, y si lo ganas serás, para siempre, sabio y rico. Pero si no lo tienes, toda riqueza es penuria y todo conocimiento locura insólita. Sigue este principio y nunca cierres las páginas sagradas hasta obtener la sonrisa de Aquel que es el gozo del cielo.
Ven con un deseo santo para recibir la luz de la vida. Juntos, contemplemos el arca. Jesús está allí con toda la gloria de su amor redentor.
«Hazte un arca de madera de gofer». Esto no es premeditación humana, sino voz del cielo. «Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal». El pecado desmedido, triunfador, incesante, era el vapor que se elevaba de la tierra.
Pero, ¿es que el pecado puede insolentarse sin que el castigo descienda? ¡Imposible! El pecado es la cosa abominable que Dios odia, y no puede progresar sin desencadenar la venganza divina. La prueba es ésta: El santo y justo Dios proclama: «He decidido el fin de todo ser».
Una voz de alarma
¿Podría alguien imaginar que la amenaza era vaga y que no daba una voz de alarma definida? El juicio de Dios no saca su espada hasta que las trompetas han dado su claro sonido. Mira la siguiente nota: «Y he aquí que yo traigo un diluvio de aguas sobre la tierra». Para que todos supiesen que la tragedia se estaba formando. Para que todos escuchasen el tañido fúnebre de una campana.
Dios es justo. No hiere sin causa ni aviso. No obstante, parece que aunque el anuncio fue claro, solo lo emitieron los labios de un predicador. Pero, ¿quién puede contar la multitud de mensajes que a través de las edades se han apiñado en torno a nuestro mundo, testificando que el día del juicio y de la perdición de los hombres inicuos se acerca? Hemos oído decir con frecuencia que el lecho del pecado es la hoguera eterna.
El castigo amenazador se movió con pasos lentos. La longanimidad de Dios soportó con paciencia. Los años se sucedieron; el sol continuaba brillando y los cielos aparecían despejados. Ciertamente, si el plazo del arrepentimiento hubiese creado el don de arrepentirse, el mundo se habría vestido con cilicio y penitencia. Pero debe haber algo mucho más potente que una mera oportunidad para que un alma sienta, confiese y abandone sus pecados. Si el hombre no es sujetado desde lo alto, se precipita en su culpabilidad. A veces una pausa prolongada no es sino una iniquidad prolongada.
Un llamado personal
Te ruego que tú mismo te apliques esto. No me es dado el conocer tus tiempos, tus avisos o tus llamamientos. Pero tiempo ya tienes, y avisos ya has tenido; y cada momento constituye un llamamiento. Dime: ¿Te ha conducido la bondad de Dios al arrepentimiento? Que la conciencia conteste. Créeme, un alivio no es un perdón. Una ejecución aplazada no es una ejecución anulada. A Agag se le perdona hoy para que muera mañana de forma más señalada. Si aún estás alejado de Dios, derrama ahora tus lágrimas y tus oraciones antes de que vayas al lugar donde nunca se cesa de llorar y donde jamás se eleva una oración.
La construcción del arca progresa en medio de esta inundación inmensa del mal. Noé había oído bien el mandamiento: «Hazte un arca». Algo sorprendente. Tenía que proveer algo para protegerse de un castigo nuevo y desconocido. La razón podría inquirir el porqué. La experiencia, que no tenía parangón, arrojaría sombras de dudas; y el prejuicio, con sus mil sofisterías, sugeriría que era muy improbable, si no imposible. Pero aquel hombre de Dios estaba persuadido y actuó; se preparó y fue salvado.
Podemos imaginar que el ridículo y la mofa amagarían aquellos días de esperanzada labor, y que muchos se burlarían de su inquebrantable empeño. Esta es la lucha constante de la fe. El hombre natural no entiende sus motivos, sus esperanzas, sus acciones; pero ella posee un oído sensible y un ojo rápido para ver la mano guiadora de Dios. Sabe bien en quién ha creído, y su certeza es más firme que todas las conclusiones de la razón o los testimonios de los sentidos. Por ello, nada la conmueve; arrolla toda dificultad y, abrazando la cruz, gana la corona de la vida.
Escapando de la ira
Al fin suena la hora postrera. La copa de iniquidad está ya hasta rebosar y, ¿quién podrá parar la diestra del Señor? Las nubes se apretujan y derraman torrentes incesantes. ¿Dónde están ahora las chanzas, los vituperios, la incredulidad insolente? A veces la verdad de Dios se descubre demasiado tarde y solo se cree en la destrucción cuando la víctima siente su zarpazo. Ya no queda refugio. El edificio más encumbrado, la cima de la roca más elevada, todo, es una tumba inundada. La tierra parece un remolino de desesperación, y luego, solo queda el silencio de la vida ausente.
Estos son los hechos solemnes. Cuando no hay temor de la ira que ha sido anunciada, es imposible escapar de ella. Pero, ¡escucha!, porque cada gota de aquel inmenso diluvio tiene una voz para aquel mundo inicuo y su muerte angustiosa. La palabra de Dios responde de igual modo: tan cierto como que los hombres andan sobre aquella misma tierra, así también estallará la llamarada final. Pero, ¡si no esperamos tal momento! El dormitar desprevenido es señal de que está cerca. Pronto vendrá y pasará. Pronto recibiremos nuestra parte.
Lector, ¿te encontrará aquella hora en el Arca de la salvación, o retorciéndote en las olas de los condenados? Reflexiona. Este mundo decrépito y cegado por el pecado avanza hacia el abismo de su ruina. ¿Estás, pues, seguro en el puerto protector, o estás desprotegido, como una barquilla en medio del océano rugiente?
¿Sabes por qué te pregunto esto? Porque quisiera que estuvieses a salvo, y fueras feliz, y tuvieras paz y bendición para siempre. Pero no hay abrigo, ni felicidad, ni paz, ni bendición, fuera del Arca del Evangelio, que es Cristo Jesús.
Cristo, el Arca del Evangelio
¡Contémplale! ¿Qué es el arca sino un emblema de su completa redención? Jesús es la salvación de todo peligro, el refugio en las alturas, la roca protectora. Es el palacio duradero cuyo fundamento fue puesto en la eternidad; edificado en el cumplimiento de los tiempos sobre las llanuras de la tierra. Jesús es el resguardo elevado que, habiéndolo Dios decretado, nombrado y provisto, ha sido entregado a los hijos de los hombres. Es cobijo tan seguro que los rayos del juicio divino caen sin peligro alrededor suyo, y las rabiosas tormentas de venganza, y las olas furiosas de la ira no hacen más que consolidar su fortaleza. Y tiene que ser así, porque este lugar de reposo es el Dios poderoso. Nuestra salvación es el siervo de Jehová. Nuestro glorioso santuario es el glorioso Jesús.
El Arca está cerca de ti, a tus pies. Sus puertas están abiertas de par en par, y todo te invita, más aún, te ordena que entres. El dedo de Dios ha escrito sobre la puerta que, aquel que entre, está a salvo para siempre. No hay poderes en la tierra ni en el infierno que puedan dañar a los rescatados.
Pensamientos engañosos
¿Vacilas? Lástima, porque hay demasiados rostros que proclaman con huellas de preocupación mundana la frivolidad, indiferencia, profanidad y pecado heredados de sus antepasados. ¿Por qué quieres suicidarte? ¡Oh, si yo pudiera penetrar en lo hondo de tu corazón para detectar la duda fatal que destila allí su opio!
Con estos argumentos descubrirás los enemigos mortales que habitan en ti. La inquietud se calma, a veces, con la idea necia que asegura que somos como los demás. Si estamos en peligro, ¿quién no lo está? ¿Va a perecer esta inmensa multitud? Dios es misericordioso y no puede descargar ese castigo inconcebible. Tal pensamiento es engañoso. Los números no pueden cambiar la verdad divina o el carácter del pecado, ni pueden construir una barca para flotar en las olas de fuego.
La juventud, si llega a pensar, cree que los años venideros brindarán algún refugio, pero este es un sueño banal. ¿Acaso puede la fe surgir de la incredulidad envejecida? La humanidad, en su infancia, no fue suficiente para detener el diluvio. ¿Quién podría contar las cunas que devoró?
Si eres joven, sé prudente y no rías por un poco de tiempo para luego gemir por una eternidad sin límite.
Otros se creen a salvo porque han aprendido las verdades del cristianismo. Hace tiempo que estudiaron el Arca y durante muchos días constituyó su visión y su tema principal. Pero esto no salva. Los que confían en un mero conocimiento mental hallarán que su memoria es como un filo agudo para el roer del gusano que no muere.
Tal vez te acerques mucho por medio de ritos, cultos y ordenanzas, tanto, que parezca que has puesto tus manos en la gracia salvadora.
También muchos tocaron el arca, y eso fue todo. Cuando las aguas crecieron, quisieron asirse a ella con mano agónica. En vano. Estaban fuera, y ahí todo es muerte.
Algunos esperan poder orar y clamar antes de que sea demasiado tarde. Pero, ¡cuántos se hundieron gritando inútilmente en demanda de auxilio!
Quizá seas agraciado en dones, en talento, en posición, en diligencia, en amor propio o en aplauso ante los hombres. Pero del mismo modo que los picos que horadaban las nubes se doblegaron ante el diluvio, así también las más altas pretensiones son como polvo ante el gran trono blanco.
¿Sigues manteniendo aún la esperanza de que en el último instante podrás hallar algún medio de escape? Muchas cosas se inventaron cuando el diluvio empezó su obra devastadora, pero todo fue como hojarasca.
Una provisión real y sólida
Lector, no te dejes engañar, en el negocio de la vida de tu alma, por estos impostores disfrazados. Vuélvete a la verdad de Dios. Busca la única provisión real y sólida que la Biblia señala con brazo extendido. Solo hay un nombre bajo los cielos, dado a los hombres, por el cual se puede ser salvo. Solo hay un refugio. Solo estamos a salvo encerrados y envueltos en Cristo. Solo estamos por encima del peligro cuando él es nuestra morada, el Arca.
No descanses hasta que hayas traspasado el umbral del Arca descendida del cielo. «Ciertamente en la inundación de muchas aguas no llegarán éstas a él» (Sal. 32:6).
De El Evangelio en Génesis