Las palabras del Señor Jesús respecto del Espíritu Santo tienen mucha densidad y una profundidad muy grande. Así que, tenemos que revisarlas con sumo cuidado.
El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él».
– Juan 14:23.
El Señor Jesús habla aquí respecto de la promesa del Espíritu Santo. Esto es de una gloria y de una profundidad extraordinarias. El Padre y el Hijo vendrán a morar en los suyos, en la iglesia, y van a hacer morada con ellos.
Gracias a Dios por el Espíritu Santo. Pero esto es algo más profundo aún. En la iglesia no solo habita el Espíritu Santo, sino que, a través de él y en él, también moran en ella el Hijo y el Padre. Es muy importante destacar esta primera persona plural: «Vendremos a él». Podemos decir con toda certeza que entre nosotros está el Padre, está el Hijo y está el Espíritu Santo.
Dios quiso revelarse
Esto es consecuente con el propósito eterno de Dios de darse a conocer al hombre. Si Dios no lo hubiese querido, no tendríamos manera de conocerle. Ahora, este Dios que desea revelarse, es Padre, pero no solo es Padre, sino también Hijo; y no solo Padre e Hijo, sino también Espíritu Santo. Dios es una Trinidad. Por lo tanto, su intención al revelarse es que le conozcamos como Padre, como Hijo y como Espíritu Santo.
Dios quiere que lo conozcamos y entremos en relación plena con él. Para esto fuimos creados, llamados y salvados, para tener una relación personal con Dios el Padre, con Dios el Hijo y con Dios el Espíritu Santo.
Dios habitando
Juan 14:23 alude a cómo la Trinidad, en pleno, viene a habitar en la iglesia. Que el Señor abra nuestros ojos, para valorar este privilegio, porque es algo extraordinario. Dios hizo posible el poder conocerle y tener una relación viva con él, enviándonos el Espíritu Santo. De hecho, el que en rigor vive en nosotros es el Espíritu Santo. ¿Cómo es posible que, en él, hayan venido a morar también en nosotros el Hijo y el Padre? La respuesta a esta interrogante podemos hallarla en el evangelio de Juan.
El Hijo revela al Padre
Los dieciocho primeros versículos de este evangelio conforman un prólogo. El evangelio propiamente tal comienza en Juan 1:19. Pero el prólogo tiene en el versículo 18 esta tremenda declaración: «A Dios (el Padre) nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer». Gracias al Padre por habernos revelado a su Hijo. Esto es verdad. Pero, aquí, el énfasis de Juan es que el Hijo nos reveló al Padre.
El Hijo nos vino a dar a conocer que en Dios existe la persona del Padre. Desde el versículo 1:18 en adelante, Juan se ocupa de contarnos cómo el Hijo vino a mostrar qué carácter tiene el Padre.
«Porque el que Dios envió, las palabras de Dios habla…» (Juan 3:34). El enviado de Dios es el Señor Jesucristo. Y él está diciendo aquí: «Como enviado del Padre, yo no tengo derecho a decir lo que se me ocurra, sino aquello para lo cual fui enviado. Abran bien sus oídos, porque no solo están oyendo mis palabras, sino que, al hacerlo, están oyendo al Padre».
¡Qué experiencia gloriosa estaban viviendo los hombres en ese momento! Ellos tuvieron la vivencia de escuchar las palabras del Padre, por medio del Hijo.
«Respondió entonces Jesús, y les dijo: De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente» (Juan 5:19). En Juan 3:34, Jesús se había referido al hablar, y aquí se refiere al hacer. «Yo nada hago por mí mismo». Si él no hace nada por sí mismo, ¿cómo es que él hizo todo lo que hizo? La respuesta es: «Yo hago lo que veo hacer al Padre». Por lo tanto, no solo las palabras, sino las obras de Cristo, eran las obras del Padre.
Un pensamiento errado
Nosotros vemos al Señor Jesús haciendo misericordia, sanando enfermos, amando a los pecadores. Pero estas no son solo las acciones suyas, sino que él estaba manifestando las obras del Padre. Esto es muy importante, porque en nosotros es probable que se esconda, casi en forma inconsciente, el pensamiento errado de creer que el Señor Jesús es más misericordioso que el Padre, que al haber sido hecho hombre, él podría ser más bondadoso.
Pero, aquí, el Señor nos dice: «No es así. Si ustedes me han visto hacer misericordia, es porque mi Padre es misericordioso». Jesús estaba dando a conocer al que lo envió. Él es la imagen misma de la sustancia del Padre, la réplica exacta. No hay diferencia entre la naturaleza del Hijo y la del Padre.
El juicio justo de Cristo
El versículo 30 de este mismo capítulo dice: «No puedo yo hacer nada por mí mismo». Es la segunda vez que él declara esto, pero ahora lo aplica a otro aspecto: «Según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo». El versículo anterior se refería a todo el hacer de Cristo; pero aquí está dicho de algo más particular, que tiene que ver con emitir juicios.
¿Por qué el juicio de Cristo era justo? ¿A quién oía él antes de juzgar? Al Padre. En cambio, ¿cómo juzgamos nosotros? En el 99,9% lo hacemos según las apariencias; y por eso, nuestro juicio es injusto. En el caso de Jesús, todos sus juicios son justos, porque él juzgaba de acuerdo a lo que oía del Padre. Así que, cuando él emitía juicios, los hombres estaban oyendo los juicios del Padre.
La doctrina del Padre
«Jesús le respondió y dijo: Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió» (Juan 7:16). Jesús tenía una enseñanza muy clara; este fue un elemento vital de su ministerio. Pero aquí él hace una precisión. A aquellos que pudieran estar impresionados por su doctrina, les aclara: «La doctrina que han oído de mí, no es la doctrina de Jesús de Nazaret – es la doctrina del Padre».
Al conocer la doctrina del Hijo, estamos conociendo la enseñanza del Padre. La verdad del Padre es lo que se oía de labios del Hijo. «El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta. El que habla por su propia cuenta, su propia gloria busca» (v. 17-18). ¡Cómo nos desnuda esto a los que nos gusta hablar por nuestra propia cuenta! Jesús no hablaba por cuenta propia.
Jesús habla las palabras del Padre, hace las obras del Padre, emite los juicios del Padre y enseña la doctrina del Padre. En definitiva, cuando los hombres contemplaban a Jesús, ellos estaban viendo al Padre. Esto tiene su clímax en la cruz, donde culmina la revelación plena de Dios Padre. Pero, ya en el capítulo 12, el evangelista Juan empieza a decirnos cuál es el clímax de esto. «Jesús clamó y dijo: El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me envió» (12:44). Suena un poco extraño. La versión NVI dice: «El que cree en mí, cree no solo en mí sino en el que me envió».
Algunos fueron impactados con Jesús en los días de su ministerio terrenal. Y ahora Jesús, que ha venido a revelar al Padre, les dice otra vez: «A ustedes que creen en mí, quiero hacerles una aclaración, y decirles que no solo están creyendo en mí, sino están creyendo en el Padre que me envió».
Viendo al Padre en el Hijo
Y luego, Jesús dice: «Y el que me ve, ve al que me envió» (12:45). Juan 1:18 decía: «A Dios nadie le vio jamás». Y ahora, Jesús está diciendo: «El que me ve, está viendo al que me envió, está viendo al Padre». En los días de su carne, Jesús fue un vaso vacío de sí mismo, para que el Padre pudiera morar en él, llenándolo, para poder expresarse plenamente a través de él.
En el Antiguo Testamento vemos siervos de Dios, a través de los cuales Dios se expresó, pero nunca antes en la historia el Padre se había expresado en plenitud a través de una persona. Vemos cómo Dios se expresa a través de Moisés, pero también vemos a Moisés expresándose a sí mismo. Y eso vale para cualquier otro hombre de Dios. Solo a través de nuestro bendito Señor Jesucristo, el Padre se pudo expresar plenamente, a tal punto que el Hijo dice: «Los que me están viendo a mí, sepan que están viendo ni más ni menos que al Padre».
Camino al Padre
Y en el capítulo 14, ya salimos de toda duda: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí» (14:6). ¿Qué destino tiene este camino? Es el camino al Padre. Sabemos esto, porque en la segunda frase él dice: «Nadie viene al Padre, sino por mí».
Hay un camino para venir al Padre. La buena noticia del evangelio es que el Padre se nos acercó en el Hijo. El Padre está aquí. No dice: «Nadie va al Padre», sino «Nadie viene al Padre». Jesús estaba diciendo: «El Padre está aquí, en mí. Yo soy el camino. Nadie viene al Padre que habita en mí, sino a través de mí».
Miren lo que dice ahora el versículo 7: «Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto». No sé si te has hecho alguna vez esta pregunta: «Cuando estemos en la eternidad, ¿veremos al Padre, o no? ¿Cuál es la respuesta? Sí, lo veremos. ¿Y dónde? En el Hijo.
Por supuesto, objetivamente, el Padre está en el cielo, en su trono, y asimismo el Señor Jesucristo. Pero, en la experiencia subjetiva de tener comunión con el Dios trino, el Padre no puede ser separado del Hijo.
Entonces, al oír: «Sí, vamos a ver al Padre, pero lo veremos en el Hijo», queda un grado de insatisfacción, porque no conocemos plenamente al Hijo. El Señor Jesús, en el versículo 7, dice: «Si me conocieseis…», esto es, «Si me conocieses profundamente, en plenitud». ¿A quién conoceríamos? ¡Al Padre!
Conocimiento pleno
El que conoce al Hijo se encuentra, en él, con el Padre. El Hijo nos acercó al Padre, lo trajo a la tierra, y hoy tenemos acceso al Padre, por medio del Camino que es el Hijo. Nuestro desafío hoy es venir al Hijo, y conocer y profundizar la comunión con él, porque así conoceremos más plenamente al Padre.
«Felipe le dijo: Señor, muéstranos el Padre, y nos basta» (v. 8). Al igual que Felipe, nosotros tenemos la tendencia a separar al Padre del Hijo. El Señor dijo: «¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre? ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino el Padre que mora en mí, él hace las obras. Creedme…». ¿Le creemos a Jesús? Hay un reproche en el versículo 10: «¿No crees que yo soy en el Padre y el Padre en mí?».
«¿No crees…?». Aquí hay una cuestión de fe. ¿Le creemos a Jesús? Entonces, olvidemos la pregunta de Felipe. Sabemos el camino, comprometámonos con Cristo, y nos encontraremos no solo con Jesús, sino también con el Padre.
¿Acaso Jesús está diciendo que él es el Padre? No. Él está diciendo que, en los días de su carne, el Hijo dio a conocer al Padre que moraba en él, y que el Padre se pudo expresar a plenitud a través de él. El Hijo nos dio acceso al Padre, a este Dios a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver.
Sin embargo, el Hijo, después que glorificó al Padre aquí en la tierra, dándolo a conocer, en los capítulos 14, 15 y 16 de Juan, conoce que la hora de ir a la cruz ha llegado, y que él volverá al Padre que lo envió. Nosotros estábamos contentos con la buena noticia de que, en el Hijo, tuvimos acceso al Padre. Pero ahora, si bien el Hijo nos reveló al Padre, pareciera que todo se viene por tierra, porque Jesús dice: «Yo voy al Padre» (14:12).
Objetivamente, hoy día el Hijo está sentado a la diestra de la Majestad en las alturas. Pero él mismo, antes de ir a la cruz, anuncia la venida del otro Consolador. Y esto es lo que viene a completar el cuadro.
Mucho, en pocas palabras
El Señor Jesús dijo mucho respecto del Espíritu Santo –por no decir todo–, con muy pocas palabras. Sus frases en relación al Espíritu tienen mucha densidad, poseen una profundidad teológica y revelacional muy grande. Así que hay que revisarlas con sumo cuidado, palabra por palabra.
«Si me amáis, guardad mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre» ( Juan 14:15). Ese «otro Consolador» es el Espíritu Santo. La expresión «otro Consolador» indica que Jesús es el primer Consolador. Él fue el Consolador de los discípulos hasta ese momento. Pero, antes de volver al Padre, les dice: «Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuese, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré» (16:7).
Podemos inferir de esta declaración que todo lo que fue Jesús para sus discípulos, el Espíritu Santo lo sería para la iglesia. Bendito es el Espíritu Santo, que descendió a morar en la iglesia, y ha permanecido en ella a través de los siglos.
¿Cómo fuimos amados?
Nosotros cantamos exaltando el amor de Dios. Pero, debemos saber que el Padre nos amó, y que el Hijo nos amó, y que el Espíritu Santo nos amó. El amor es transversal a la Trinidad. ¿Cómo nos amó el Padre? «Porque de tal manera amó Dios (el Padre) al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito…». Y, ¿cómo nos amó el Hijo? Dando su vida por nosotros.
Y, ¿cómo nos amó el Espíritu Santo? De esto no estamos tan conscientes. Pero díganme si no es amor que el Espíritu Santo haya venido a morar en una iglesia compuesta por hombres falibles, acompañándonos fielmente a través de los siglos, aunque muchas veces lo hemos contristado, lo hemos apagado o lo hemos ignorado.
¿No les parece que el Espíritu Santo también nos ha amado, y nos ha amado con amor profundo?
El Espíritu morando
Juan 14:17 dice que ese Consolador es «el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce; pero vosotros (los discípulos) le conocéis, porque mora con vosotros y estará en vosotros». Hasta ese momento, el único templo del Espíritu era el Señor Jesús, y como el Espíritu moraba en él, entonces el Espíritu estaba con ellos, porque Jesús estaba con ellos.
Pero la promesa es: «Cuando yo lo envíe, este Espíritu Santo que ahora mora con ustedes, mañana (apuntando a Pentecostés), estará en ustedes». Aquí la preposición no es «con», sino «en ustedes», es decir, estaría morando en sus corazones.
El Señor está a punto de ascender al Padre. Él sabe que la hora de ir a la cruz ha llegado, sabe que será exaltado y va a volver al Padre. No obstante, él dice: «No os dejaré huérfanos. Vendré a vosotros».
Uno pensaría que el Señor diría: «No os dejaré huérfanos porque enviaré al otro Consolador». Pero él dice: «No los dejaré huérfanos porque yo mismo volveré a ustedes». «Vendré a vosotros».
Relacionamos este vendré con la cita del principio: «…vendremos a él, y haremos morada con él», refiriéndose al creyente, o a la iglesia. Y ya sabemos que esto es por medio del Espíritu Santo.
Completando lo que falta
Veamos ahora Juan 16:12-15. Este es un solo discurso que llega hasta el capítulo 17. «Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad». La primera impresión de este texto es que Jesús está diciendo: «Yo todavía tengo mucho que enseñarles a ustedes, pero voy a llegar solo hasta aquí, y cuando envíe al Espíritu Santo, él completará lo que yo tenía que decirles».
Sin embargo, al mirar con más atención, nos damos cuenta que no es eso lo que dice el Señor. Parafraseando, podríamos decir: «Yo aún no he terminado de enseñarles todo; pero, dada su condición espiritual (recuerden que ellos no tenían aún el Espíritu Santo morando en ellos), no puedo ir más allá con ustedes. Así que, en mi revelación, voy a quedar hasta aquí. Luego, cuando venga el Espíritu de verdad, él los guiará a toda la verdad».
Pero, entonces, ¿en qué quedamos? En el versículo 12, el Señor les promete que más adelante él mismo completará la revelación, y luego, en el versículo 13, pareciera que es el Espíritu Santo quien completará lo que Jesús comenzó. Sin embargo, todo se entiende claramente al seguir leyendo: «Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta».
En otras palabras, les está diciendo: «Yo les he enseñado a ustedes hasta este punto, pero luego continuaré enseñándoles todo lo que tengo para ustedes, por medio del Espíritu Santo».
Punto clave: la misma actitud
Entonces, la pregunta es cómo el Señor lo hará. Y aquí está el punto clave: porque, cuando el Espíritu Santo viniera, él no hablaría por su propia cuenta.
Hay una frase de Jesús dicha tres veces en el evangelio de Juan. Él no hablaba por su propia cuenta. Ahora, la cuarta vez que aparece en este evangelio, es atribuida al Espíritu Santo. Qué profundidad hay en esta pequeña frase. «Soy yo, aunque es el Espíritu Santo el que estará guiándoles a la verdad; porque cuando él esté ejerciendo su ministerio, él no hablará por su propia cuenta».
Percibimos que la misma actitud que vimos en Cristo ahora está en el Espíritu Santo. Dijimos que el Hijo fue un vaso vacío de sí mismo, de tal manera que el Padre pudo expresarse a través de él plenamente. Y ahora Jesús nos está diciendo que, cuando él envíe al Espíritu Santo, éste vendrá con la misma actitud con que vino el Hijo. Así como el Hijo no habló por su propia cuenta, para que el Padre fuese glorificado, el Espíritu Santo tampoco habla por su propia cuenta, para que el Hijo sea glorificado.
Y, si el Espíritu no habla por su propia cuenta, ¿qué hablará, entonces? Porque Jesús está diciendo que él los guiará a la verdad, pero no hablará por su propia cuenta. Entonces, sigamos leyendo, palabra por palabra. «Porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere».
¿De quién habíamos visto esta cualidad? Del Hijo. Y ahora vemos esta virtud en el Espíritu Santo. Él no habla por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, ahora de parte del Hijo, así como el Hijo hablaba exclusivamente todo lo que oía del Padre. ¡Aleluya!
Glorificando al Hijo
El Hijo da a conocer al Padre y el Espíritu Santo da a conocer al Hijo. Y lo da a conocer, no hablando por su propia cuenta, sino hablando todo lo que oyere del Hijo. Esto es muy claro.
Veamos la primera frase del versículo 14. ¿Qué dice el Señor acerca del Espíritu Santo? «Él me glorificará». Como el Hijo glorificó al Padre, así el Espíritu Santo glorifica al Hijo. Y para que el Padre fuese glorificado, el Hijo tuvo que venir con una actitud: No hacer nada por sí mismo, no hablar nada por su propia cuenta.
El Espíritu Santo glorifica al Hijo no hablando por cuenta propia, sino hablando todo lo que oye del Hijo. «Él me glorificará». Si no estuviera el Espíritu Santo en la iglesia, ésta no podría glorificar al Hijo. ¡Bendito sea Dios, porque en la iglesia mora el Espíritu Santo!
¿Cómo el Espíritu Santo va a glorificar a Cristo? «…porque tomará de lo mío, y os lo hará saber». Así como por el Hijo pasó en forma plena el Padre, así, por medio del Espíritu Santo, fluye en forma plena el Hijo. ¡Qué maravilloso! Y para cerrar el círculo y volver a la primera parte del evangelio de Juan, Jesús termina diciendo: «Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber».
Comunión con el Padre
El Espíritu Santo toma lo de Cristo y nos lo hace saber; pero en el fondo, cuando toma lo de Cristo, está tomando lo del Padre. ¡Qué glorioso! Repito, estoy hablando solo circunscrito a este efecto de tener comunión con Dios, de tener la experiencia personal con Dios, que es un Dios trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Como ya dijimos antes, si alguien quiere tener comunión con el Padre, si quiere ubicar al Padre en algún lugar y poder encontrarse con él, ese lugar es el Hijo.
Comunión con el Hijo
Ahora, podríamos decir con la misma firmeza que, si queremos tener comunión con el Hijo y queremos conocerle y establecer una relación personal con el Hijo, no podemos obviar al Espíritu Santo. Para este efecto, no hay comunión con el Hijo sin el Espíritu. Necesariamente, dependemos del Espíritu Santo. Así como al Padre lo localizamos en el Hijo, al Hijo lo localizamos en el Espíritu Santo, porque es en el Espíritu que el Hijo se manifestó a nosotros ahora; no en los días de su carne, sino ahora.
La actitud del Hijo con respecto al Padre, es la misma actitud que tiene ahora el Espíritu Santo con respecto al Hijo, vaciado de sí mismo, para que ahora sea el Hijo el que, por medio del Espíritu Santo, se exprese plenamente a los suyos.
Yendo un poco más lejos, podríamos aplicar esas palabras que dijo Cristo en Juan 14:7: «Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais». Podríamos tomar esas palabras y aplicarlas ahora al Espíritu Santo y decir: «Si conociésemos al Espíritu Santo, conoceríamos al Hijo».
Conociendo al Espíritu Santo
Si queremos conocer y tener comunión con el Hijo, tenemos que conocer al Espíritu Santo. Cuando la iglesia comienza a llenarse del Espíritu y a vivir en él, entonces veremos y conoceremos al Hijo; y viendo al Hijo, veremos también al Padre.
El Hijo está en el Espíritu, y el Padre está en el Hijo. El Hijo da a conocer al Padre, y el Espíritu Santo da a conocer al Hijo. Por supuesto, el propósito de Dios es que conozcamos al Hijo, es que nos llenemos de Cristo. Creo que nuestro error ha sido pretender ir al Hijo ignorando al Espíritu Santo, y no podemos estar llenos de Cristo a menos que primero estemos llenos del Espíritu.
Llenos del Espíritu
Solo estando llenos del Espíritu estaremos llenos de Cristo, y al ser llenos de Cristo, estaremos llenos del Padre. Es claro en el evangelio de Juan que este es el proceso. El Hijo nos dio a conocer al Padre, y ahora, Jesús nos está diciendo que el Espíritu Santo lo dará a conocer a él. «Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber». Pero, así como no podemos ignorar al Hijo si queremos llegar al Padre, tampoco podemos ignorar al Espíritu Santo si queremos llegar al Hijo.
Comenzamos con Juan 14:23, haciendo alusión a la promesa del Señor: «Mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él».
El Señor Jesús dijo esto en virtud de que él iba a enviar al Espíritu Santo. El Espíritu Santo está aquí, y si él está aquí, en él también está el bendito Hijo de Dios. Y si el Hijo de Dios está aquí en el Espíritu Santo, el Padre también está aquí. Pedimos perdón al Padre si hemos ignorado o hemos contristado al Espíritu Santo.
Somos radicales al decir que nadie puede venir al Padre sin el Hijo. Es una verdad absoluta. Jesús es el camino al Padre. Pero no hemos tenido el mismo celo y la misma fuerza para afirmar que el camino al Hijo es el Espíritu Santo.
Libertad y espacio
En pocas palabras, Cristo dijo cosas de tal profundidad, que probablemente todavía no podemos aquilatar toda la gloria de lo que él está diciendo aquí. Les invito a que sigamos expectantes, abiertos al testimonio de las Escrituras, para que el Señor nos dé el equilibrio que necesitamos, y pueda el Espíritu Santo tener la libertad y el espacio suficiente para glorificar al Hijo así como el Hijo glorificó al Padre.
El Padre y el Hijo han venido a morar en la iglesia, por el Espíritu Santo. Este es el proceso por el cual, en la persona del Espíritu, el Padre y el Hijo también están presentes. El Hijo dio a conocer al Padre, y el Espíritu Santo está dando a conocer al Hijo. ¡Aleluya! El camino al Padre es el Hijo, y el camino al Hijo es el Espíritu Santo.
Como iglesia del Señor, necesitamos ser llenos del Espíritu Santo, permitir que él nos llene, tome su lugar y tome el gobierno de la iglesia. Que él nos presida, él nos dirija, él nos guíe, él tome el control de nosotros. La iglesia necesita perder el control y devolvérselo a quien le pertenece –al Espíritu Santo de Dios– para que entonces Cristo sea verdaderamente cabeza de la iglesia. No pretendamos que él lo sea si la iglesia no está llena del Espíritu Santo y dirigida por el Espíritu Santo.
Síntesis de un mensaje oral impartido
en El Trébol (Chile) en enero de 2015.