Lecciones básicas sobre la vida cristiana práctica.
Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional”.
Rom. 12:1.
En la edificación de un nuevo creyente, el primer problema a resolver es el asunto de la consagración. Pero si él puede o no admitir esta lección depende en gran parte de cuán eficazmente él ha sido salvado. Si el evangelio no se ha presentado correctamente, aquel que viene al Señor Jesús puede considerarse a sí mismo como haciendo a Dios un gran favor. ¡Para una persona como él, convertirse en un cristiano añade mucha gloria a la cristiandad! Bajo tal ilusión, ¿cómo puede alguien hablarle acerca de la consagración? Incluso una reina tiene que ser conducida al punto donde ella ponga con alegría su corona a los pies del Señor. Todos necesitamos darnos cuenta de que somos nosotros los favorecidos por el Señor al ser amados y salvados. Solo entonces podemos dejar todas las cosas gustosamente.
Las bases de la consagración
Veamos primero el Nuevo Testamento. Allí encontramos cómo los hijos del Dios son constreñidos por amor a vivir para el Señor que murió y resucitó por ellos (2ª Cor. 5:14). La palabra «constreñido» significa estar firmemente sujeto o ser rodeado de modo que uno no pueda escaparse. Cuando una persona es movida por el amor, experimentará tal sensación. El amor lo atará y él estará así sin valerse por sí mismo.
El amor, por tanto, es la base de la consagración. Nadie puede consagrarse sin sentir el amor del Señor. Tienes que ver el amor del Señor antes de poder aún consagrar tu vida. Es inútil hablar de consagración si no se ha gustado el amor del Señor. Después de haber visto el amor del Señor, la consagración será la consecuencia inevitable.
Sin embargo, la consagración se basa también en el derecho o prerrogativa divina. Esta es la verdad que encontramos en 1ª Cor. 6:19-20. «¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo».
Hoy, entre los cristianos, este asunto de haber sido comprados por precio no puede ser entendido cabalmente. Pero, para los corintios en el tiempo del imperio romano, esto estaba perfectamente claro. ¿Por qué? Porque en ese tiempo había mercados humanos. Tal como hoy puedes ir al mercado a comprar pollo o pato, así se podía comprar seres humanos en el mercado humano.
La única diferencia era que los precios de los alimentos estaban más o menos establecidos, mientras que, en el mercado humano, el precio de cada alma era establecido haciendo una oferta en la subasta. Aquel que hacía la oferta más elevada obtenía al hombre, y quien poseía al esclavo tenía poder absoluto sobre él. Pablo utiliza esta metáfora para mostrarnos lo que ha hecho nuestro Señor por nosotros y cómo él dio su vida como rescate para comprarnos de nuevo para Dios. El Señor pagó un gran precio – su propia vida. Y hoy, a causa de esa obra de redención, nosotros cedemos nuestros derechos y perdemos nuestra soberanía. Ya no somos de nosotros mismos, porque pertenecemos al Señor; por lo tanto, debemos glorificar a Dios en nuestros cuerpos. Somos comprados por precio, la sangre de la cruz. Puesto que somos comprados, llegamos a ser suyos por derecho, por prerrogativa divina.
Por un lado, por amor, elegimos servirlo; y por otra parte, por derecho, no somos nuestros. Nosotros debemos seguirlo a él; no podemos hacer de otra manera. De acuerdo al derecho de redención, somos suyos; y según el amor que el rescate genera en nosotros, debemos vivir para él. Una base para la consagración es el derecho legal y la otra base es la respuesta de amor. La consagración está, pues, basada en el amor, que sobrepasa al sentimiento humano, así como en el derecho según la ley. Por estas dos razones, no podemos sino pertenecer al Señor.
Significado real de la consagración
Nosotros debemos saber que ser constreñidos por el amor no es todavía la consagración; ni tampoco ver el derecho del Señor constituye aún la verdadera consagración. Después de que alguien ha sido constreñido por el amor y ha visto la prerrogativa del Señor, es necesario hacer algo adicional. Este paso extra nos pone en la posición de la consagración. Siendo constreñidos por el amor del Señor y sabiendo que hemos sido comprados, nos apartamos quietamente de todo para ser enteramente del Señor.
Esta es la consagración descrita en el Antiguo Testamento. Es la aceptación de un oficio santo, el oficio de servir al Señor. «Oh Señor, siendo yo amado, ¿qué más puedo hacer sino separarme de todo para poder servirte? De aquí en adelante, nadie puede utilizar mis manos o mis pies, mi boca o mis oídos, porque estas mis dos manos son para hacer tus obras, mis pies para andar en tu camino, mi boca para cantar tu alabanza, y mis oídos para oír tu voz». Esto es consagración.
Supón que tú compras un esclavo y lo traes a tu hogar. En la puerta de tu casa, el hombre se arrodilla y te rinde homenaje, diciendo: «Amo, tú me has comprado. Hoy atiendo con alegría a tus palabras». Porque el hecho de que tú lo hayas adquirido es una cosa, pero que él se humille delante de ti y proclame su deseo de servirte es algo más. Porque tú lo has comprado, él reconoce tu derecho. Pero, porque tú lo has amado aun cuando él es tal clase de hombre, él se declara enteramente tuyo. Solo esto es consagración.
La consagración es más que el amor, más que la compra; es la acción que sigue al amor y a la compra. En adelante, aquel que se consagra es separado de todo en este mundo, de todos sus amos anteriores. En lo sucesivo, él no hará nada sino lo que su amo le ordene. Él se restringe a hacer solamente las cosas de aquel único dueño. Este es el real significado de la consagración.
El propósito de la consagración
La consagración apunta no a la predicación o al trabajo para Dios, sino a servir a Dios. La palabra «servicio» en el original tiene el sentido de «esperar en», es decir, esperar en Dios para servirle. La consagración no implica necesariamente el trabajo incesante, porque su objetivo es esperar en Dios. Si él quiere que estemos en pie, nos ponemos en pie; si él quiere que esperemos, esperamos; y si él quiere que corramos, corremos. Este es el verdadero significado de «esperar en» él.
Lo que Dios requiere de nosotros es que presentemos nuestros cuerpos a él, no con el fin de subir al púlpito o de evangelizar lejanas tierras, sino de esperar en él. Sin duda, algunos pueden tener que aceptar el púlpito, ya que han sido enviados allí por Dios. Algunos pueden ser constreñidos a ir a tierras distantes, porque han sido comisionados por Dios para ir. El trabajo en sí varía, pero el tiempo consumido sigue siendo el mismo – toda nuestra vida. Necesitamos aprender a esperar en Dios. Ofrecemos nuestros cuerpos para que podamos ser aquellos que sirven.
Una vez que nos convertimos en cristianos, debemos servir a Dios de por vida. Tan pronto como un médico llega a ser un cristiano, la medicina retrocede de ser su vocación a ser su afición. Lo mismo ocurrirá con el ingeniero. La demanda del Señor ocupa la primera prioridad; servir a Dios se convierte en el trabajo principal. Si el Señor permite, puedo desempeñarme en la medicina o en la ingeniería para ganar mi sustento, pero no podré hacer de ellos mi trabajo de vida. Algunos de los primeros discípulos eran pescadores, pero, después que siguieron al Señor, ellos ya no esperaban ser pescadores grandes y exitosos. Puede ser que se les permitiera pescar de vez en cuando, pero su destino fue alterado.
Que la gracia de Dios nos asista, especialmente a los creyentes jóvenes, para que todos podamos ver cómo nuestra vocación ha sido cambiada. Que todos los profesores, doctores, enfermeras, ingenieros e industriales vean que ahora su vocación es servir a Dios. Sus vocaciones anteriores han retrocedido a ser aficiones. Ellos no deben ser demasiado ambiciosos en sus campos específicos, aunque el Señor puede dar a algunos de ellos posiciones especiales. Aquellos que servimos a Dios no podemos esperar ser prósperos en el mundo, porque estas dos cosas son contradictorias. De aquí en adelante, solo debemos servir a Dios; no tenemos otra vía o destino.
En la consagración, nuestra oración es: «Oh Señor, tú me has dado la oportunidad y el privilegio de venir ante ti y de servirte. Señor, soy tuyo. En adelante mis oídos, mis manos y mis pies, siendo comprados por la Sangre, son exclusivamente tuyos. El mundo ya no puede utilizarlos, ni yo tampoco». ¿Cuál es, entonces, el resultado? El resultado será la santidad, porque el fruto de la consagración es la santidad.
En Éxodo 28 tenemos por un lado la consagración y por el otro la santidad al Señor. Necesitamos ser conducidos a ver que después de habernos convertido en cristianos, estamos inutilizados para todo lo demás. Esto no significa que vayamos a ser menos fieles en nuestros trabajos seculares. No, nosotros debemos estar sujetos a las autoridades y cumplir con fidelidad nuestras tareas. Pero hemos visto delante de Dios que nuestra vida debe ser gastada en el camino de servir a Dios; todas las demás labores son secundarias.
Watchman Nee
Traducido de Spiritual Exercise,
(Christian Fellowship Publishers, 2007)