El Antiguo Testamento describe a una nación. El Nuevo Testamento describe a un Hombre. La nación fue establecida y sustentada por Dios para que trajese a aquel Hombre al mundo.
Dios mismo se hizo hombre para dar al género humano una idea concreta, definida y palpable de lo que es la Persona que debemos tener en mente cuando pensamos en Dios. Dios es tal como Jesús. Jesús es Dios encarnado, en forma humana.
Su aparición en la tierra es el acontecimiento central de toda la historia. El Antiguo Testamento proporciona el escenario para ese aparecimiento. El Nuevo Testamento lo describe.
Como hombre, Jesús vivió la vida más peculiarmente bella que se haya conocido. Él fue el hombre más bondadoso, más tierno, más amable, más compasivo que haya existido. Amaba a las personas. Detestaba verlas afligidas. Le gustaba perdonar. Se deleitaba en ayudar. Obraba milagros asombrosos para alimentar al pueblo hambriento. Aliviando a los que sufrían, se olvidaba de comer. Multitudes cansadas, vencidas por los dolores, de corazón afligido, venían a él y encontraban cura y alivio. De él, y de ningún otro, se ha dicho que, si fuesen registradas todas sus obras de bondad, el mundo no podría contener los libros. Jesús fue este tipo de hombre. Y Dios es esta clase de Persona.
Después, él murió en una cruz, para quitar el pecado del mundo, haciéndose el Redentor y Salvador del hombre. Y más aun, resucitó de los muertos y ahora vive. Sin embargo, él no es solo un personaje histórico, sino una Persona viva. Él es el hecho más relevante de la historia y la fuerza más vital en el mundo de hoy.
Toda la Biblia se desarrolla en torno a esta bella historia de Cristo y de su promesa de vida eterna, hecha a todos aquellos que lo aceptan. La Biblia fue escrita solamente para que el hombre crea, comprenda, conozca, ame y siga a Cristo.
Cristo, el centro y la razón de ser de la Biblia, es el centro y la razón de ser de nuestras vidas. Nuestro destino eterno está en sus manos. De aceptarlo o de rechazarlo depende, para cada uno de nosotros, la gloria eterna o la ruina eterna, el cielo o el infierno; o uno, u otro. La más importante decisión que alguien pueda ser llamado a tomar es la de resolver, en su corazón, definitivamente, la cuestión de su actitud para con Cristo. De eso depende todo.
Ser creyente es una cosa gloriosa, el más elevado privilegio de la raza humana. Aceptar a Cristo como Salvador, Señor y Maestro, empeñarse sincera y piadosamente por seguirlo en el camino de la vida que él enseñó, es, cierta y decididamente, el modo más razonable y más satisfactorio de vida. Eso significa paz, paz de espíritu, contentamiento de corazón, perdón, gozo, esperanza, vida, vida aquí y ahora, vida abundante, vida que nunca tendrá fin.
Henry Halley (1874-1965)
Maestro bíblico norteamericano.
Tomado de Manual Bíblico