Un análisis al problema del mal como obstáculo para creer en la existencia de Dios.
El problema del mal es, sin duda, el mayor obstáculo para creer en la existencia de Dios. Al ponderar tanto la extensión como la profundidad del sufrimiento en el mundo, ya sea debido a la inhumanidad del hombre hacia el hombre, o a los desastres naturales, debo confesar que me resulta difícil creer que Dios existe. No hay duda de que muchos de ustedes han sentido lo mismo. Tal vez todos deberíamos ser ateos.
Pero este es un paso a tomar bastante grande. ¿Cómo podemos estar seguros de que Dios no existe? Tal vez hay una razón por la cual Dios permite todo el mal en el mundo. Tal vez, de alguna manera, todo se inscribe en un gran esquema de cosas, que solo podemos discernir vagamente y de algún modo. ¿Cómo lo sabemos?
Como teísta cristiano, estoy convencido de que el problema del mal, terrible como es, no constituye al final una refutación de la existencia de Dios. Por el contrario, creo que el teísmo cristiano es la última esperanza del hombre para resolver el problema del mal.
Con el fin de explicar por qué me siento así, será útil establecer algunas distinciones, para hacer más claro nuestro pensamiento. En primer lugar, hay que distinguir entre el problema intelectual del mal y el problema emocional del mal. El problema intelectual del mal tiene que ver con dar una explicación racional sobre cómo Dios y el mal pueden coexistir. El problema emocional, con cómo resolver el disgusto emocional de las personas con un Dios que permite el sufrimiento.
Ahora, vamos a ver primero el problema intelectual del mal. Hay dos versiones de este problema: En primer lugar, el problema lógico del mal; y en segundo lugar, el problema probabilístico del mal.
De acuerdo con el problema lógico del mal, es lógicamente imposible para Dios y el mal coexistir. Si Dios existe, entonces el mal no puede existir. Si el mal existe, entonces Dios no puede existir. Dado que el mal existe, se sigue que Dios no existe.
Pero, el problema con este argumento es que no hay razón para pensar que Dios y el mal son lógicamente incompatibles. No hay una contradicción explícita entre ellos. Pero si el ateo quiere decir que hay algunas contradicciones implícitas entre Dios y el mal, entonces debe asumir algunas premisas ocultas que ponen de manifiesto esta contradicción implícita. Pero, el problema es que ningún filósofo ha sido capaz de identificar tales premisas. Por lo tanto, el problema lógico del mal no demuestra ninguna incompatibilidad entre Dios y el mal.
Pero más que esto: En realidad podemos probar que Dios y el mal son lógicamente consistentes. Observe, el ateo presupone que Dios no puede tener razones moralmente suficientes para permitir el mal en el mundo. Pero esta suposición no es necesariamente cierta. En tanto sea posible que Dios halle razones moralmente suficientes para permitir el mal, se sigue que Dios y el mal son lógicamente consistentes. Y, sin duda, esto parece al menos lógicamente posible. Por lo tanto, estoy muy contento de estar en condiciones de informar que existe un amplio consenso entre los filósofos contemporáneos de que el problema lógico del mal ha sido disuelto. La coexistencia de Dios y el mal es lógicamente posible.
Pero no estamos fuera de peligro todavía. Porque ahora nos enfrentamos al problema probabilístico del mal. De acuerdo a esta versión del problema, la coexistencia de Dios y el mal es lógicamente posible; sin embargo, es altamente improbable. El alcance y la profundidad del mal en el mundo son tan grandes, que resulta improbable que Dios pudiese tener razones moralmente suficientes para permitirlo. Por lo tanto, dado el mal en el mundo, es improbable que Dios exista.
Ahora bien, este es un argumento mucho más poderoso, y por lo tanto quiero centrar nuestra atención en él. En respuesta a esta versión del problema del mal, quiero proponer tres puntos principales:
1. No estamos en una buena posición para evaluar la posibilidad de que Dios no tenga razones moralmente suficientes para los males que acontecen. Como personas finitas, somos limitados en cuanto a tiempo, espacio, inteligencia y perspicacia. Pero el Dios trascendente y soberano ve el fin desde el principio y ordena la historia providencialmente, de modo que sus propósitos se completen, en última instancia, a través de las decisiones humanas libres. Con el fin de conseguir sus fines, Dios pudiera tener que tolerar ciertos males en el camino. Males que nos parecen sin sentido dentro nuestro limitado marco de referencia, podrían verse como correctos dentro del marco de referencia más amplio que Dios posee. Tomo prestada una ilustración desde un campo en desarrollo de la ciencia, la Teoría del Caos: En ella, los científicos han descubierto que ciertos sistemas macroscópicos, como por ejemplo, los sistemas de clima o las poblaciones de insectos, son extraordinariamente sensibles a las más pequeñas perturbaciones. El aleteo de una mariposa sobre una rama en el África occidental puede establecer un movimiento de fuerzas que con el tiempo se convierta en un huracán sobre el Océano Atlántico. Sin embargo, es imposible, en principio, para cualquier persona que observa la mariposa palpitar en una rama, predecir ese resultado. El brutal asesinato de un inocente, o un niño muriendo de leucemia, podría producir una especie de efecto dominó a través de la historia, de tal manera que la razón moralmente suficiente por la cual Dios lo permite pudiera no emerger hasta muchos siglos más tarde y tal vez en otro mundo. Cuando usted piensa en la providencia de Dios a través de toda la historia, puede ver cuán imposible es para observadores limitados especular sobre la probabilidad de que Dios no tenga una razón moralmente suficiente para permitir que un cierto mal acontezca. No estamos en una buena posición para evaluar tales probabilidades.
2. La fe cristiana implica doctrinas que aumentan la probabilidad de la coexistencia de Dios y el mal. De este modo, estas doctrinas disminuyen cualquier improbabilidad de la existencia de Dios debido a la existencia del mal. ¿Cuáles son algunas de estas doctrinas? Permítanme mencionar cuatro:
a. El objetivo principal de la vida no es la felicidad, sino el conocimiento de Dios. Una de las razones por las que el problema del mal parece tan desconcertante, es que tendemos a pensar que si Dios existe, entonces su meta para la vida humana es la felicidad en este mundo. El papel de Dios consistiría en proporcionar un ambiente cómodo para su mascota humana. Pero esto es falso desde el punto de vista cristiano. No somos animales domésticos de Dios, y el fin del hombre no es la felicidad en este mundo, sino el conocimiento de Dios, que en última instancia, traerá la realización humana verdadera y eterna. Muchos de los males que ocurren en la vida tal vez sean completamente inútiles en lo que respecta a la meta de producir la felicidad humana en este mundo, pero pueden estar justificados con respecto a producir el conocimiento de Dios. El sufrimiento humano inocente es una oportunidad para profundizar la dependencia y confianza en Dios, ya sea por parte de la víctima o de los que la rodean. Por supuesto, que el propósito de Dios se logre a través de nuestro sufrimiento dependerá de nuestra respuesta. ¿Responderemos a Dios con ira y amargura, o nos volveremos a Él con fe en busca de la fuerza necesaria para resistir?
b. La humanidad se encuentra en un estado de rebelión contra Dios y su propósito. En lugar de someterse y adorar a Dios, la gente se rebela contra Dios para seguir su propio camino. Se encuentra así alejada de Dios, moralmente culpable ante él, y anda a tientas en la oscuridad espiritual, persiguiendo los falsos dioses de su propia creación. Los terribles males humanos en el mundo son testimonio de la depravación del hombre en este estado de alienación espiritual de Dios. El cristiano no está sorprendido por la maldad humana en el mundo; por el contrario, la espera. La Biblia dice que Dios ha entregado a la humanidad al pecado que ésta ha elegido. Él no interfiere para detenerlo, sino que permite que la depravación humana siga su curso. Esto solo da ocasión de aumentar la responsabilidad moral de la humanidad ante Dios, así como nuestra maldad y nuestra necesidad de perdón y purificación moral.
c. El conocimiento de Dios fluye hacia la vida eterna. Desde el punto de vista cristiano, esta vida no es todo lo que hay. Jesús prometió vida eterna a todos los que depositan su confianza en él como su Salvador y Señor. En la otra vida, Dios recompensará a los que han sobrellevado su sufrimiento con valor y confianza, con una vida eterna de gozo indescriptible. El apóstol Pablo, que escribió gran parte del Nuevo Testamento, vivió una vida de increíble sufrimiento. Sin embargo, él escribió, «No os desaniméis. Pues esta aflicción leve y momentánea nos está preparando para un eterno peso de gloria más allá de toda comparación, porque no miramos las cosas que se ven, sino las cosas que son invisibles, porque las cosas que se ven son temporales, pero las cosas que no se ven son eternas «(2ª Cor. 4:16-18 ). Pablo imagina una escalera en la que, por así decirlo, todos los sufrimientos de esta vida se colocan de un lado, mientras que del otro lado se coloca la gloria que Dios va a otorgar a sus hijos en el cielo. El peso de la gloria es tan grande que está, literalmente, más allá de la comparación con el sufrimiento. Por otra parte, cuanto más tiempo pasemos en la eternidad, tanto más los sufrimientos de esta vida se reducirán a un momento infinitesimal. Es por eso que Pablo podía llamarlos «una aflicción leve y momentánea» que quedaba simplemente abrumada por el océano de la eternidad divina y la alegría que Dios derrama en los que confían en él.
d. El conocimiento de Dios es un bien inconmensurable. Conocer a Dios, la fuente de una bondad y amor infinitos, es un bien incomparable y la realización de la existencia humana. Los sufrimientos de esta vida ni siquiera se pueden comparar con ello. Por lo tanto, la persona que conoce a Dios, sin importar lo que sufre ni cuán terrible es el dolor, todavía puede decir, «Dios es bueno para mí», simplemente por el hecho de que conoce a Dios, el bien incomparable.
Estas cuatro doctrinas cristianas reducen en gran medida cualquier improbabilidad que el mal parece arrojar sobre la existencia de Dios.
3. En relación al alcance total de la evidencia, es probable la existencia de Dios. Las probabilidades son relativas al trasfondo que se considera. Por ejemplo, supongamos que Joe es un estudiante de la Universidad de Colorado. Supongamos ahora que se nos informa que el 95% de los estudiantes de la Universidad de Colorado esquía. Según esta información, es muy probable que Joe esquíe. Pero supongamos que también nos informamos que a Joe le falta una pierna y que el 95% de los amputados de la Universidad de Colorado no esquía. ¡De repente, la probabilidad de que Joe sea un esquiador ha disminuido drásticamente!
Del mismo modo, si todo lo que cuenta como trasfondo es el mal en el mundo, entonces no es de extrañar que la existencia de Dios parezca improbable en relación a ello. Pero esa no es la verdadera cuestión. La pregunta real es si la existencia de Dios es improbable en relación con toda la evidencia disponible. Estoy convencido de que, si tenemos en cuenta la evidencia total, entonces la existencia de Dios es muy probable.
Permítanme mencionar tres piezas de evidencia:
a. Dios provee la mejor explicación de por qué existe el universo en lugar de nada. ¿Alguna vez se preguntó por qué existe algo en absoluto? ¿De dónde viene todo? Por lo general, los ateos han dicho que el universo es eterno e incausado. Sin embargo, los descubrimientos en astronomía y astrofísica de los últimos 80 años lo han vuelto improbable. De acuerdo con el modelo del Big Bang del universo, toda la materia y la energía, de hecho, el espacio físico y el tiempo mismos, comenzaron a existir en un momento dado hace unos 13.5 mil millones de años. Antes de ese momento, el universo simplemente no existía. Por lo tanto, el modelo del Big Bang requiere la creación del universo de la nada.
Ahora bien, éste tiende a ser muy embarazoso para un ateo. Quentin Smith, un filósofo ateo, escribe:
La respuesta de los ateos y agnósticos a este desarrollo ha sido relativamente débil, de hecho, casi invisible. Un incómodo silencio parece ser la norma cuando la cuestión se plantea entre los no-creyentes… La razón de la vergüenza de los no-teístas no es difícil de encontrar. Anthony Kenny la sugiere en esta declaración: «Un defensor de la teoría [Big Bang], al menos si es un ateo, debe creer que la materia del universo surgió de la nada y por nada.
No hay tal dificultad para el teísta cristiano, puesto que la teoría del Big Bang no hace sino confirmar lo que siempre ha creído: que en el principio Dios creó el universo. Ahora bien, este es el punto, ¿Qué es más plausible?: ¿Que el teísta cristiano esté en lo correcto o que el universo viniese a existir sin causa, de la nada?
b. Dios provee la mejor explicación del orden complejo en el universo. Durante los últimos 40 años, los científicos han descubierto que la existencia de vida inteligente depende de un equilibrio complejo y delicado de las condiciones iniciales presentes en el mismo Big Bang. Ahora sabemos que universos prohibitivos de vida son mucho más probables que cualquier universo que permita la vida, como el nuestro. ¿Cuánto más probables?
La respuesta es que las posibilidades de que el universo pudiese permitir la vida son infinitesimales, al punto de ser incomprensibles e incalculables. Por ejemplo, un cambio en la fuerza de gravedad o en la fuerza atómica débil por sólo una parte en 10100 habría impedido un universo que permita la vida. La llamada constante cosmológica «lambda», que impulsa la expansión inflacionaria del universo y es responsable de la aceleración en la expansión del universo (recientemente descubierta), está ajustada en alrededor de una parte en 10120. El físico de Oxford, Roger Penrose, calcula que las probabilidades de que las condiciones especiales de baja entropía en nuestro universo (de las que dependen nuestras vidas) surgieran por casualidad, son al menos tan pequeñas como una parte en 1010(123). Comenta Penrose, «no puedo ni siquiera recordar haber visto otra cosa en física cuya precisión se acerque ni remotamente a algo como una parte en 1010(123).» Hay múltiples cantidades y constantes que deben ser ajustadas con un grado similar de exactitud para que el universo permita la vida. Y no es sólo que cada cantidad debe estar exquisitamente ajustada, las proporciones entre unas y otras también deben estar ajustadas. Así la improbabilidad se multiplica de improbabilidad en improbabilidad hasta que nuestras mentes se tambalean con números incomprensibles.
No hay ninguna razón física por la cual estas constantes y cantidades deban poseer los valores que tienen. El una vez agnóstico físico Paul Davies, comenta: «A través de mi labor científica he llegado a creer más y más fuertemente que el universo físico existe lado a lado con un ingenio tan sorprendente, que no puedo aceptarlo simplemente como un hecho bruto». «Del mismo modo», observa Fred Hoyle, «una interpretación de sentido común de los hechos sugiere que un súper intelecto ha jugado con la física.» Robert Jastrow, ex jefe del Instituto Goddard de Estudios Espaciales, llama a esto la evidencia más poderosa a favor de la existencia de Dios surgida alguna vez de la ciencia.
La opinión que los teístas cristianos han mantenido siempre, que hay un diseñador inteligente del universo, parece tener mucho más sentido que el punto de vista ateo de que el universo, cuando comenzó a existir sin causa de la nada, pasó simplemente a existir por casualidad, ajustado con una precisión incomprensible a fin de permitir la existencia de vida inteligente.
c. Los valores morales objetivos en el mundo. Si Dios no existe, se sigue que los valores morales objetivos no existen. Muchos teístas y ateos están de acuerdo por igual sobre este punto. Por ejemplo, el filósofo de la ciencia Michael Ruse explica:
«La moralidad es una adaptación biológica, no menos de lo que lo son las manos, los pies y los dientes. Considerado como un conjunto racionalmente justificable de afirmaciones sobre algo objetivo, la ética es ilusoria. Soy consciente de que cuando alguien dice «Ama a tu prójimo como a ti mismo,» piensa en una referencia por encima y más allá de sí mismo. Sin embargo, dicha referencia carece realmente de fundamento. La moralidad es simplemente una ayuda a la supervivencia y la reproducción. . . y otorgarle un significado más profundo es ilusorio».
Friedrich Nietzsche, el ateo más grande del siglo 19, que proclamó la muerte de Dios, entiende que la muerte de Dios significa la destrucción de todo significado y valor en la vida.
Creo que Friedrich Nietzsche tenía razón. Pero debemos ser muy cuidadosos en este punto. La pregunta aquí no es: «¿Tenemos que creer en Dios con el fin de llevar una vida moralmente recta?». No estoy reivindicando el que debemos. Tampoco es la pregunta: «¿Podemos reconocer los valores morales objetivos sin creer en Dios?». Pienso que podemos.
Más bien la pregunta es: «Si Dios no existe, ¿existen los valores morales objetivos?». Tal como Ruse, no veo ninguna razón para pensar que, en ausencia de Dios, la moral de rebaño desarrollada por el homo sapiens sea objetiva. Después de todo, si no hay Dios, entonces ¿qué hay de tan especial en los seres humanos? No son más que subproductos accidentales de la naturaleza que han evolucionado en un tiempo relativamente reciente, sobre un punto infinitesimal de polvo perdido en algún lugar de un universo hostil y sin sentido, y que están condenados a perecer de forma individual y colectiva en un tiempo relativamente breve. Desde el punto de vista ateo, ciertas acciones, como por ejemplo, la violación, no son socialmente beneficiosas, y así, en el curso del desarrollo humano, se ha convertido en un tabú. Pero esto no contribuye absolutamente en nada a probar que la violación es realmente mala. Desde el punto de vista ateo, no hay nada realmente malo en violar a alguien. Por lo tanto, sin Dios no hay un bien y mal absolutos que se impongan a nuestra conciencia.
Pero el problema es que los valores objetivos sí existen, y muy en el fondo sabemos que es así. No hay más razón para negar la realidad objetiva de los valores morales, que para negar la realidad objetiva del mundo físico. Acciones como la violación, la crueldad y el maltrato infantil, no son sólo un comportamiento socialmente inaceptable. Son abominaciones morales. Algunas cosas están verdaderamente equivocadas.
Así, paradójicamente, el mal sirve de hecho para demostrar la existencia de Dios. Porque si los valores objetivos no pueden existir sin Dios y los valores objetivos sí existen, como se desprende de la realidad del mal, entonces se sigue inevitablemente que Dios existe. Así, aunque el mal, en un sentido, pone en cuestión la existencia de Dios, en un sentido más fundamental demuestra la existencia de Dios, puesto que el mal no podría existir sin Dios.
Estos puntos son solo parte de la evidencia de que Dios existe. El destacado filósofo Alvin Plantinga ha expuesto dos docenas de argumentos a favor de la existencia de Dios. La fuerza acumulada de estos argumentos hace que sea probable que Dios exista.
En resumen, si mis tres tesis son correctas, entonces el mal no hace improbable la existencia del Dios cristiano. Por el contrario, teniendo en cuenta el alcance de la evidencia, la existencia de Dios es probable. Por lo tanto, el problema intelectual del mal no puede derrocar la existencia de Dios.
Pero esto nos lleva al problema emocional del mal. Creo que la mayoría de las personas que rechazan a Dios a causa de la maldad en el mundo, en realidad no lo hacen debido a dificultades intelectuales. Tienen, más bien, una dificultad emocional. A estas simplemente no les gusta un Dios que permita que ellos u otros sufran, y por lo tanto, no quieren tener nada que ver con él. El suyo no es más que un ateísmo de rechazo. ¿La fe cristiana tiene algo que decir a estas personas?
¡Ciertamente que sí! Porque nos dice que Dios no es una lejana tierra del ser o un Creador impersonal, sino un Padre amoroso que comparte nuestros sufrimientos y heridas. El profesor Plantinga ha escrito:
Tal como el cristiano ve las cosas, Dios no permanece de brazos cruzados observando fríamente el sufrimiento de sus criaturas. Él entra en acción y comparte nuestro sufrimiento. Él soporta la angustia de ver a su Hijo, la segunda persona de la Trinidad, enviado a la amarga, cruel y vergonzosa muerte de cruz. Cristo estaba dispuesto a soportar las agonías del infierno mismo… con el fin de vencer al pecado, la muerte, y los males que afligen a nuestro mundo; y nos confiere una vida más gloriosa de lo que podemos imaginar. Estaba dispuesto a sufrir por nosotros; a aceptar sufrimientos de los cuales no podemos hacernos ni la idea más remota.
Usted ve, Jesús soportó un sufrimiento más allá de toda comprensión: Él llevó el castigo por los pecados de todo el mundo. Ninguno de nosotros puede comprender ese sufrimiento. Aunque era inocente, Él voluntariamente tomó sobre sí el castigo que no merecía, ¿y por qué? Porque nos ama. ¿Cómo podemos rechazar a Aquel que dio todo por nosotros?
Cuando comprendemos su sacrificio y su amor por nosotros, el problema del mal se pone en una perspectiva completamente diferente. Ahora vemos claramente que el verdadero problema del mal es el problema de nuestro mal. Llenos de pecado y moralmente culpables ante Dios, la pregunta que enfrentamos no es cómo Dios puede justificarse a sí mismo ante nosotros, sino ¿cómo podemos nosotros ser justificados delante de él?
Así, paradójicamente, a pesar de que el problema del mal es la mayor objeción a la existencia de Dios, al final del día, Dios es la única solución al problema del mal. Si Dios no existe, entonces estamos perdidos sin esperanza en un vida llena de sufrimiento gratuito e irredimible. Dios es la respuesta final al problema del mal, porque Él nos redime del mal y nos lleva al gozo eterno de una inconmensurable buena comunión consigo mismo.
William Lane Craig
Traducido de: www.reasonablefaith.org