Alexander McLaren
No te des prisa por correr delante de Dios.
Cuando los israelitas iban a cruzar el Jordán, se les dijo que dejaran un gran espacio entre ellos y el Arca que los guiaba; que ellos no sabrían cómo ir, porque no habían transitado aquel camino antes.
Apresurarnos con impaciencia tras los pasos de Dios, puede hacer que nos extraviemos. Permítele ir al frente, para que estés seguro de cuál camino quiere Él que sigas, antes de ir. Y si no tienes certeza de cuál es el camino que Él quiere que tomes, asegúrate de que en ese momento él no quiere que vayas a ningún lugar.
Tenemos que tomar el presente con manos ligeras, a fin de estar preparados para plegar nuestras tiendas y emprender la marcha, si Dios quiere. No debemos presumir una continuidad o echar nuestras raíces tan profundo que se necesite un huracán para removernos
Para aquellos que fijan a su mirada en Cristo, ninguna forma presente de la cual él desee moverles puede ser tan buena como aquella nueva condición a la cual él les hará pasar.
Es difícil abandonar un lugar, aunque sea en el desierto, donde hemos acampado tanto tiempo que ha llegado a ser como un hogar. Podemos mirar con pesar el círculo de cenizas negras en la arena donde nuestro pequeño fuego ardió alegremente. Nuestros pies pueden doler y nuestro corazón mucho más cuando retomamos la marcha, pero debemos atender a encontrarnos con Dios, aceptando el cambio con alegría, a pesar de que el primer aspecto pueda ser duro.
También necesitamos cultivar el hábito de la pronta obediencia. «Me apresuré y no me retardé en guardar tus mandamientos», es el único lema seguro. La obediencia lenta suele ser el germen de una incipiente desobediencia. Es más fácil cumplir nuestro deber cuando primero estamos seguros de él. Viene entonces el impulso que nos permite sortear los obstáculos en la cresta de la ola; mientras que la vacilación y demora nos dejan varados en aguas poco profundas. Si seguimos la columna, hemos de seguirla de inmediato.
Un corazón que espera y busca la dirección de Dios, que aplica el sentido común así como la fe para desentrañar las perplejidades pequeñas y grandes, y está dispuesto a ignorar el presente, aunque éste sea grato, a fin de no perder las indicaciones que dicen: «Levántate, éste no es tu descanso», cumple con las condiciones con las cuales podemos estar seguros de que Él nos guiará por el camino correcto y nos traerá por fin a la ciudad habitable.