Porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida».
Mat. 7:14.
En un sentido, el camino al cielo es muy seguro; pero en otros aspectos, ¡no hay otro camino tan peligroso! Es acosado con dificultades. Un mal paso, y nosotros caemos. ¡Y cuán fácil es dar ese paso traicionero, si la gracia está ausente!
¡Qué resbaladiza es aquella ruta que algunos de nosotros tenemos que pisar! ¡Cuántas veces tenemos que exclamar con el Salmista: «En cuanto a mí, casi se deslizaron mis pies; por poco resbalaron mis pasos».
Si fuésemos fuertes andinistas, conocedores del terreno, esto no importaría mucho; pero en nosotros mismos, cuán débiles somos. Aun en los mejores caminos, de pronto vacilamos. En los senderos más lisos, rápidamente resbalamos. Nuestras endebles rodillas apenas pueden soportar nuestro peso tambaleante. Una brizna puede hacernos tropezar y un guijarro puede herirnos.
No somos más que infantes, dando temblorosamente nuestros primeros pasos en el caminar de la fe. Nuestro Padre celestial nos sostiene por los brazos, o rodaríamos por tierra.
¡Oh, si somos guardados de la caída, cuánto debemos bendecir la paciencia, el poder y la sabiduría de Dios, que vigila sobre nosotros a cada instante y día a día!
Piense – cuán propensos somos a pecar, cuán inclinados a escoger caminos peligrosos, cuán fuerte es nuestra tendencia a la caída. Y estas reflexiones nos harán cantar más dulcemente que nunca, dando gloria » …a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría» (Judas 24).
Tenemos muchos adversarios que intentan derribarnos y destruirnos. El camino es áspero – ¡y nosotros somos débiles! Pero, además de esto, los enemigos acechan emboscados, y se apresuran, cuando menos lo esperamos, para hacernos tropezar o lanzarnos en el precipicio mortal más cercano.
¡Sólo un brazo todopoderoso puede preservarnos de estos enemigos no vistos que buscan destruirnos a cada paso! Su brazo está comprometido para nuestra defensa. Fiel es aquel que lo ha prometido, y él puede guardarnos de caer. ¡Así, pues, con una profunda conciencia de nuestra absoluta debilidad, podemos creer firmemente en nuestra perfecta seguridad!