«Me dijeron que no creyera en Jesús. Pero nadie me dijo en qué debería creer».
Joseph Steinberg
Mis padres no habrían podido escoger un tiempo peor para mudarnos, pensé. Es verano; y no conozco a nadie en la vecindad. Yo podía ver a algunos tipos jugando básquetbol a poca distancia de allí. El pensamiento de ir a ellos me sobrecogió, pero comprendí que yo tendría que hacer el primer movimiento – Ellos no iban a venir a mí.
«¡Oye!». Mis pensamientos fueron interrumpidos por un chico en la puerta de la casa vecina. Yo no lo había notado, sentado pasos más atrás. Él se acercó caminando, y nos encontramos en el medio.
«Me llamo Mark».
«Yo soy Joseph».
Al poco rato, Mark me contaba que él había estado en las drogas y tenía muchos problemas, pero entonces oyó hablar de Jesús, de cómo él murió en la cruz para salvarnos del pecado, cómo él resucitó, y cómo cualquiera que cree en él vivirá para siempre.
«Eso es lo que yo creo», dijo él. «¿Qué crees tú?».
«Bueno», dije, «yo soy judío. Yo no creo en Jesús».
«Te pregunté en qué crees, no en lo que no crees», replicó.
No supe qué decir. Siendo miembro de una de las pocas familias judías en Richmond, Virginia, yo me preguntaba mucho por mis creencias. «Yo no creo en Jesús» era mi respuesta normal, y eso por lo general impedía a las personas sondear más profundo.
Mark se dio cuenta de mi vacilación y me preguntó si yo alguna vez había leído la Biblia. Yo sacudí mi cabeza. «Deberías hacerlo», me dijo.
Conversamos largo rato. Yo estaba muy interesado en todo lo que él decía. Yo siempre me había preguntado si había un Dios. A menudo me desvelaba preguntándome qué pasaría cuando yo muriera. Aunque mis padres y yo teníamos mucha confianza, nunca hablábamos sobre cosas como ésas. Sólo íbamos a la sinagoga unas pocas veces al año, por las fiestas judías. Así que yo nunca había tenido respuesta a mis preguntas.
Mark picó mi curiosidad. Él me hizo querer averiguar lo que era realmente la Biblia. Horas más tarde, yo tomé la Biblia hebrea de mi padre, el Tenach. Básicamente, es igual que el Antiguo Testamento de la Biblia que leen los cristianos, pero los libros están en orden diferente.
Me acosté y abrí el libro, recordando algo que Mark había dicho: «Si decides leer la Biblia, ¿por qué no oras antes de hacerlo, y le pides a Dios que te muestre si es o no verdad?». Y eso es lo que hice. Y desde ese día en adelante empecé a leerla casi todos los días. El lenguaje parecía algo pasado de moda, pero algo me mantuvo haciéndolo.
¿Leer el Nuevo Testamento?
Mark y yo estábamos haciéndonos buenos amigos. Y cuando nos veíamos, yo estaba muy interesado acerca de las cosas de Dios. Le hacía montones de preguntas. Quería saber lo que significaba vivir para siempre con Dios, como él decía. Todavía tenía temor de lo que sucedería cuando yo muriera.
También les hacía preguntas a mis padres, pero ellos no tenían muchas respuestas. Ninguno de los dos había leído mucho del Tenach alguna vez, y lo que me dijeron no coincidía con lo que yo estaba leyendo por mi cuenta.
La mayoría de mis preguntas eran sobre el Mesías. Yo había oído que cuando él viniera, traería paz a la tierra. Todos nos llevaríamos bien, y todo sería perfecto. Mark, por supuesto, afirmaba que el Mesías ya había venido, y que Jesús era el Mesías.
«¡Pero es obvio que no tenemos paz mundial!», objeté.
«Jesús vino a traer la paz entre nosotros y Dios», explicó Mark. Yo me preguntaba si eso era posible.
Mark me animó a que leyera el Nuevo Testamento. Él dijo que eso me mostraría cómo Jesús encajaba en la descripción del Mesías del Antiguo Testamento.
Yo tenía un Nuevo Testamento. Lo había obtenido en el cuarto grado, cuando los Gedeones vinieron a mi escuela y los repartieron. Mi maestro dijo: «Niños, ustedes no tienen que tomar uno si no lo quieren». Mi primer pensamiento fue que yo era judío, y nosotros no leíamos ese libro. Pero todos los demás estaban tomando uno, y no quise dar la nota discordante. Así que tomé uno, pero nunca lo abrí. Lo puse en una caja de zapatos cuando llegué a casa.
Me pegué al Antiguo Testamento, y lo leí por aproximadamente un año. Todo el tiempo, Mark siguió diciendo: «Necesitas leer el Nuevo Testamento. Debes permitir que Jesús entre en tu corazón y te dé una nueva vida». Él mencionaba algo sobre un «nuevo pacto», y agregaba que yo necesitaba incorporarme a él.
Eso me confundía. «Dios», oré, «no entiendo. ¿Por qué necesito un nuevo pacto? ¿Por qué una nueva vida? ¿Por qué leer el Nuevo Testamento? ¿Por qué nuevo, nuevo, nuevo?».
Pronto tuve mi respuesta.
Pocos días después, yo estaba leyendo a Jeremías, y me encontré con estos versículos: «He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto que hice con sus padres… porque ellos invalidaron mi pacto. Pero este es el pacto que haré: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón…» (Jer. 31:31-33). Mi corazón empezó a palpitar rápidamente, como si esos tres versos saltaran hacia mí.
El profeta Jeremías estaba diciendo que Dios haría un nuevo pacto. ¿Por qué? Porque nosotros rompimos el viejo. Este nuevo pacto sería mejor, porque no estaría en tablas de piedra; Él iba a escribir sus palabras en nuestros corazones. Pensé que quizás eso era lo que Mark quería decir acerca de Jesús viviendo en su corazón.
Súbitamente, quise hablar con Mark. Quería hacerle más preguntas sobre Jesús. Pero recordé que él estaba fuera de la ciudad. Las vacaciones de verano recién habían empezado, y él había salido por una semana. ‘Yo no puedo esperar tanto’, pensé.
Entonces recordé el pequeño Nuevo Testamento.
Preparado para algo nuevo
Yo estaba nervioso cuando tomé la caja de zapatos de encima del armario, pero también estaba muy entusiasmado. Durante los próximos tres días, leí el Evangelio de Mateo, y me asombró. Toda mi vida yo me había imaginado a Jesús como alguien débil, sin mucho propósito. Yo pensaba de él como de alguien que transita sin rumbo fijo por la calle. Y cuando hubo problemas con los romanos, los judíos dijeron: «Ellos quieren matar a uno de nosotros. Démosles a Jesús. Él es un debilucho. Él no dirá nada. Crucifiquémosle».
Yo no estoy seguro de dónde venía esa idea, pero pronto fue reemplazada con el Jesús real que usaba su poder para mostrar su amor, sanando a los enfermos, alimentando a los hambrientos y defendiendo a los desamparados.
Pero lo que realmente me impactó fue la determinación de Jesús para ir a la cruz y morir. Nadie lo forzó a hacerlo. Si lo que Mateo decía era verdad, Jesús escogió morir, y él tenía un motivo – pagar por el pecado del mundo.
Esa tarde, cuando terminé de leer Mateo, yo supe que tenía que hacer una elección. O Jesús era el Mesías o no lo era. Si no lo era, yo no debería creer en él ni en ningún otro. De mi lectura del Antiguo Testamento, yo sabía que pasan cosas malas cuando los judíos rendimos culto a falsos dioses – plagas y toda clase de problemas. Pero si Jesús era el Mesías, yo sabía que la cosa más judía que yo podría hacer era creer en él. Así que oré: «Dios, quiero hacer un trato contigo. Necesito saber de Jesús en mi vida. Si él es el Mesías, muéstramelo y seguiré creyendo. Si él no es, muéstramelo, y lo rechazaré».
Entonces me arrodillé al lado de mi cama, junté mis manos y dije: «Jesús, por favor entra en mi corazón y sé mi Señor y Salvador. Sé mi Mesías. Dios, por favor, perdona mis pecados. Quiero conocerte de verdad. Yo quiero tener el tipo de relación que Mark tiene contigo. Amén».
Un par de días más tarde, Mark regresó. Yo no podía esperar más para decirle lo que había pasado. En cuanto vi su automóvil, corrí hasta su casa. Apenas pasada la puerta, grité: «¡Mark, Mark, yo creo en Jesús!». Le conté todo, y por supuesto él estaba emocionado.
Hablamos durante algún tiempo, entonces él dijo: «Esto es muy grande. ¡Ahora tú puedes venir a la iglesia conmigo!». Mi sonrisa se desvaneció. «Pero entonces yo tendría que contarles a mis padres lo que he hecho», le dije. Mark no entendió. Él nunca había oído la palabra judía para las personas que se han vuelto creyentes –meshumed– que significa «apóstata» o «traidor». Yo sabía que eso era lo que mi familia sentiría por mí si ellos lo averiguaban, y aquello me aterró.
Hablando con mamá y papá
Durante seis meses, no dije nada a mi familia. Entonces, un viernes por la noche, se presentó mi oportunidad. Mi mamá, mi papá y mi hermano fuimos a una pizzería, y mientras esperábamos por nuestra comida, alguien puso un tema musical llamado «El Diablo bajó a Georgia» en la máquina de discos.
La mamá dijo: «No entiendo esa canción. Sin embargo, ¿por qué querría el diablo robar un alma?». «Bueno», dije yo, «quizás el diablo es real». Así que mi familia entró en este tema de conversación. Y en algún punto yo dije a mi papá: «Bueno, ¿cuál es la diferencia que tú ves entre los cristianos y judíos?». «Los cristianos creen en Jesús y las personas judías no», explicó él.
«Bien, yo supongo entonces que eso me hace un cristiano». El dolor nubló los ojos de mi padre de una forma que yo nunca había visto. Si yo hubiera clavado un puñal en su corazón, creo que le habría causado menos dolor que cuando dije esas palabras. «Espero no haberte herido, papá», dije. «Pues, ya lo has hecho», me respondió. Y no habló ninguna palabra más en el resto de la comida.
Al día siguiente, cuando desperté, mi primer pensamiento fue la forma en que él me había mirado cuando le dije que yo era un creyente en Jesús. Un nudo se formó en mi garganta. Yo me sentía como si hubiera sido desechado por una novia. Pero éste es tu papá. ¡No seas ridículo; todo va a estar bien!
Me levanté, me vestí y fui arriba. Yo sabía que mis padres regresarían pronto del mercado – era su ritual de la mañana del sábado. Vi por la ventana cuando entraron el auto a la cochera. Corrí para ayudar a llevar los comestibles. Mi padre pasó junto a mí como si yo fuera un fantasma, como si yo no existiese.
Las lágrimas brotaron de mis ojos, y fui a la casa vecina a contarle a Mark lo que había pasado. Apenas había terminado el relato cuando mi hermano llamó a la puerta. «Papá quiere que vengas a casa», dijo él. Cuando volví, mi papá me dijo que me prohibía volver a ver a Mark. «Mientras vivas bajo nuestro techo», agregó mi mamá, «tú no irás a la iglesia ni tendrás amigos cristianos».
El fuego del Refinador
Me gustaría decir que yo estaba muy dichoso, porque Dios estaba conmigo, pero durante los próximos cuatro años pasé por tiempos muy difíciles. Yo tenía que luchar todos los días por mi fe. Tenía que esconder mi Biblia, por temor a que me la quitasen. Y a causa de su herida, mi papá rara vez me dirigía la palabra. En algunas ocasiones, yo salí furtivamente y asistí a la iglesia con Mark. Pero el pastor me dijo que estaba errado al romper las reglas de mis padres. Entonces, yo traté de conseguir algunos sermones grabados, y los escondía en una caja de calcetines. Esos años fueron intensos, pero mirando atrás, yo no los transaría por nada, porque ellos afianzaron mi fe. Yo llegué a tener más y más certeza de que Jesús era quien afirmaba ser, lo cual me hizo consagrarme decididamente a él.
En mi último año de secundaria, mis padres se trasladaron a Florida, y yo me quedé en Virginia para terminar el año académico. En ese tiempo, averigüé que yo no era el único judío que creía en Jesús. Me encontré con alguien que me puso en contacto con Judíos para Jesús, un ministerio que comparte del Mesías Jesús con personas judías. Me comuniqué con ellos y terminé uniéndome a su grupo musical. Después de graduarme de la escuela secundaria, viajé con ellos durante un par de años dando conciertos evangelísticos. Entonces decidí ir a un instituto bíblico.
Eventualmente, mi relación con mis padres mejoró. Ellos aún no creen en Jesús, pero me aman, y nos llevamos bien de nuevo. Ahora entiendo mejor por qué fue tan duro para ellos aceptar mi fe en Jesús. En cierto modo, ellos asocian al cristianismo con todas las persecuciones que judíos han experimentado en el pasado, como lo que ocurrió durante las Cruzadas y el Holocausto. Ellos todavía no entienden que Jesús cumplió las profecías del Antiguo Testamento, y que seguirle a Él era la cosa más judía que yo podría hacer. Él es el Príncipe de Paz, tal como mis padres me dijeron que sería el Mesías. Y él hizo algo aun mayor que traer paz al mundo. Él la trajo a mi corazón.
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