Semblanza de Casiodoro de Reina, principal traductor de la Biblia conocida como Reina-Valera, un inestimable monumento espiritual de la lengua española.
Su nombre es ampliamente conocido en el mundo cristiano de habla hispana – aunque no tanto su historia. Asociado a la Biblia de mayor prestigio y difusión, muchos le han llegado a atribuir a su versión de la Biblia el carácter de «inspirada».
Casiodoro de Reina y su adláter Cipriano de Valera – en la versión de su Biblia tal como es conocida hoy –, forman la dupla más conocida de nombres casi sagrados para el pueblo hispanohablante evangélico.
Más allá de su condición de traductor de la Biblia, Casiodoro de Reina representa la suerte y destino de muchos cristianos de su época. Persecuciones, difamaciones, estrecheces económicas, incomprensiones de sus propios hermanos, formaron parte de la senda que hubo de seguir el hombre que, sin saberlo, habría de bendecir a tantos en la posteridad.
Por detrás de la traducción de la Biblia que hoy tanto disfrutamos, hay una vida ofrecida a Dios en el altar de los holocaustos.
Un fraile disidente
Casiodoro de Reina (o Reyna, en español antiguo), nació en Montemolín, Badajoz, España, hacia 1520, tan sólo un año después que Lutero clavara sus 95 tesis en la puerta de la catedral de Wittenberg.
Luego de estudiar en la universidad, ingresó en el monasterio jerónimo de San Isidoro del Campo en Sevilla; el cual, hacia esa fecha se había transformado en un foco de «luteranismo», hasta el punto de atraer sobre sí la atención de la Inquisición.
El Nuevo Testamento de Juan Pérez de Pineda y otras obras protestantes, traídas de contrabando por el valeroso Julianillo Hernández, eran el alimento cotidiano de los frailes de aquel convento.
De hecho, Casiodoro se había transformado en el guía espiritual de aquel lugar, e incluso del grupo seglar simpatizante de las doctrinas de la Reforma en la ciudad de Sevilla. Pero ante la represión desatada, Casiodoro y otros compañeros, entre los que estará Cipriano de Valera, huyen a Ginebra en 1557.
De todos los frailes de San Isidro del Campo que huyeron de Sevilla, y se dirigieron a Ginebra, fue Casiodoro de Reina el único que no tuvo que hacer estudios suplementarios de teología bajo Théodore de Bèze en Lausanne, y también el único a quien los Inquisidores sevillanos en el Auto de Fe del 23 abril de 1562 dieron el honorable título de ‘heresiarca’, es decir, maestro de herejes.
Según testimonio de los mismos inquisidores, Casiodoro había propagado con mucho éxito la doctrina evangélica entre los seglares de Sevilla. Incluso un documento de la inquisición señalaba que un Fray Casiodoro era el responsable de la súbita conversión al luteranismo de todos los monjes de San Isidro.
Casiodoro mismo, en su libro Sanctae Inquisitionis Hispanicae Artes, afirma que solamente fueron dos frailes de San Isidro los que dieron inicio a este asunto, con el resultado de que en pocos meses casi todos los frailes del convento, o se habían convertido, o al menos simpatizaban con ellos. Uno de estos iniciadores fue naturalmente el propio Casiodoro, quien por modestia o cautela silencia su nombre, siendo él mismo el verdadero autor de este primer gran libro contra la Inquisición publicado en Heidelberg en 1567 bajo el seudónimo de Reginaldus Gonsalvius Montanus.
Permanencia en Ginebra
Cuando Casiodoro llegó a Ginebra, forjó el plan de traducir la Biblia completa al español. Sobre sus planes debió hablar con Juan Pérez de Pineda, quien había basado su Nuevo Testamento en la traducción de Francisco de Enzinas, publicada en 1543.
A estos mismos planes aludió Casiodoro seguramente en uno de sus encuentros con Calvino, quien no dejaría de recordarle cómo Enzinas le había solicitado, cinco años atrás, intervenir personalmente para asegurar el financiamiento final de su propia versión de la Biblia en español.
Calvino aceptó colaborar en tal empresa, pero lo que Calvino no sabía era que la traducción de Enzinas no estaba hecha a partir de los textos originales, sino de la versión latina de Sebastian Castellion, apóstol de la tolerancia religiosa, amigo íntimo de Enzinas y el hombre más odiado por Calvino y los calvinistas.
La excelente versión en latín clásico de Castellion, que fascinó, además de a Enzinas, también a Fadrique Furió Cerol –primer adalid español de la difusión de la Biblia en idioma vulgar–, debió gustar tanto a Casiodoro, que éste se decidió, a despecho de Juan Pérez, de Cipriano de Valera, y de otros españoles sumisos a Calvino, a escribir una carta a Castellion.
Casiodoro se hizo así sospechoso a los ultraortodoxos calvinistas de Ginebra, por sostener, además, que también a los anabaptistas se les debía considerar como hermanos, por propagar entre los refugiados españoles el libro de Castellion sobre ‘que no se debían quemar los herejes’, y por decir que Miguel Servet había sido quemado injustamente en Ginebra. Sus enemigos reprocharon a Casiodoro que ‘cada vez que él paseaba delante del lugar de la hoguera de Servet, se le saltaban las lágrimas’. Y cuando se enteraron más tarde de que Casiodoro se marchaba a Inglaterra para fundar allí una nueva comunidad cristiana, no tardaron en ponerle el calificativo del ‘Moisés de los españoles’, pues logró llevarse consigo a no pocos de sus compatriotas.
Así llegó Casiodoro a tornarse abominable para los ginebrinos, y Ginebra abominable para Casiodoro. En efecto, lo que Casiodoro vio en Ginebra no fue de su agrado: en 1553 se había ejecutado a Miguel Servet y el tratamiento dado a los disidentes era muy controvertido. Reina se oponía a la ejecución de herejes –reales o supuestos– por considerarla una afrenta al testimonio de Cristo. Tradujo secretamente el libro de Sebastián Castellion «Sobre los herejes», De herectis an sint persequendi, que condena las ejecuciones por razones de conciencia y documenta el rechazo original del cristianismo a semejante práctica.
Aunque Casiodoro de Reina fue firmemente trinitario y, por tanto, no compartía las creencias unitarias a causa de las cuales fue quemado Servet, no podía aceptar que se ejecutase a alguien por sus creencias. Entró en tal contradicción con Juan Calvino y la rigidez imperante, que le hizo decir que «Ginebra se ha convertido en una nueva Roma».
Errando como proscrito
En tal encrucijada, Casiodoro se fue a Londres a finales de 1558. Allí tuvo la alegría de recuperar a sus parientes más cercanos – entre ellos su padre y su madre – que habían podido escapar de la Inquisición española. Casiodoro organiza allí una Iglesia para hispanohablantes, aceptando también como miembros a italianos y a holandeses caídos en desgracia en sus iglesias respectivas.
Al principio se reunían tres veces por semana en una casa que les facilitó el obispo de Londres, y más tarde, en la iglesia Santa María de Hargs, que gentilmente les concedió la propia reina Isabel I. Por este tiempo, Casiodoro contrae matrimonio.
En enero de 1560, redacta la ‘Confesión de fe hecha por ciertos fieles españoles, que huyendo de los abusos de la iglesia Romana y la crueldad de la Inquisición d’España hizieron a la Iglesia de los fieles para ser en ella recibidos por hermanos en Christo’. Y desde entonces no deja de trabajar en la traducción de los libros sagrados que pensaba llevar a buen término en un tiempo razonable.
Esa era su pretensión. Pero no contaba con las acechanzas provenientes de dos grupos, que aunque totalmente opuestos en sus intereses, se hallaron unánimes en la voluntad de impedir la labor del traductor de la Biblia.
Por una parte, los inquisidores, quienes lograron infiltrar un agente provocador en la naciente iglesia – nada menos que Gaspar Zapata, el asistente de Casiodoro en el trabajo de traducción –, e hicieron chantaje o promesas a algunos miembros débiles, dispuestos a denunciar a su propio pastor ante las autoridades inglesas del crimen nefando de sodomía.
Y por otra parte, los celosos calvinistas de las iglesias francesa y flamenca de Londres, quienes guiados por su extrema desconfianza y antipatía por Casiodoro, no hacían sino escudriñar los textos traducidos, todavía incompletos, buscar herejías por todas partes, y denunciarlas inmediatamente a Ginebra, llegando al extremo de apoyar ciegamente el doble juego montado a todas vistas por el embajador de España en Londres, y por agentes de la Inquisición.
El resultado de esta doble conjura fue la huida precipitada de Casiodoro de Reina a Amberes, en enero de 1564, y la inmediata dispersión de la comunidad española de Londres.
Por fortuna, Casiodoro pudo poner a salvo los manuscritos, que le fueron enviados semanas después a Amberes por el viejo prior de San Isidro, Francisco de Farías, o por algún otro ex-fraile de toda su confianza. En Amberes pasó enormes dificultades económicas para poder continuar con la traducción de la Biblia.
Fue entonces cuando el Rey Felipe II puso precio a la cabeza del fugitivo, como se lee en una carta del gobernador de Amberes a la regente de los Países Bajos: ‘Su Majestad ha gastado grandes sumas de dineros por hallar y descubrir al dicho Casiodoro, para poderle detener, si por ventura se encontrase en las calles o en qualquier otro lugar, prometiendo una suma de dinero a quien le descubriese’.
Acechado en todas partes por los esbirros de la Inquisición, y sospechoso de herejía, o de peores cosas, aún por sus hermanos de fe, Casiodoro erró durante más de tres años entre Francfort, Heidelberg, el sur de Francia, Basilea, y Estrasburgo, buscando un lugar donde establecerse como ministro de la iglesia, o como simple artesano, para poder dar así término a su traducción.
En aquella época, él escribe: «Exceptuando el tiempo que me tomó viajar de un lado a otro por la persecución desatada por la Inquisición y otro tiempo que estuve enfermo, no se me cayó la pluma de la mano durante nueve años enteros».
En 1567 y 1568 le encontramos de nuevo ocasionalmente en Basilea, en casa del banquero calvinista Marcos Pérez, quien ya había protegido a Casiodoro en Amberes, y quien ahora continuó defendiéndole contra las acusaciones de sus correligionarios, apoyando finalmente con los costos de impresión de la Biblia. Basilea era a la sazón el centro de la tipografía reformada.
La impresión de la Biblia
Allí trabó contacto con el tipógrafo Juan Oporino, quien se comprometió a imprimir 2.600 Biblias, tras un anticipo de 500 florines que Casiodoro había entregado a cuenta de la impresión – dinero que los refugiados españoles de Francfort habían reunido para tal efecto.
Aunque Casiodoro residía habitualmente en Basilea, solía hacer viajes a Estrasburgo, donde había dejado a su mujer. De vuelta de una de estas expediciones, cayó gravemente enfermo; estuvo cinco semanas en cama, y al convalecer supo que Juan Oporino había muerto.
Recuperar los 500 florines entregados como adelanto era una difícil empresa, porque Oporino había muerto agobiado de deudas, y no bastaban sus bienes para cubrirlas. Casiodoro acudió a sus amigos de Francfort, que giraron el dinero suficiente para continuar la impresión. No pudo ir a recogerlo él mismo por lo débil de su salud y lo riguroso del invierno de 1568, y encargó esta diligencia a sus íntimos amigos Conrado Hubert y Juan Sturm.
Los enemigos españoles de Casiodoro, que habían decidido reimprimir en París el Nuevo Testamento de Juan Pérez, con todas las notas marginales de la Biblia francesa de Ginebra (Geneva Notes), comenzaron a exigir para su proyecto una parte de los dineros del fondo de los refugiados españoles. A este conflicto puso inesperadamente fin el embajador español Don Francés de Ávila, quien teniendo noticia del proyecto, hizo detener provisoriamente en el verano de 1568 al impresor de París. Los cuadernos ya impresos de este Nuevo Testamento, cayeron en manos del embajador, que se apresuró a enviárselos al rey Felipe II como el más estimado trofeo.
Menos éxito tuvieron el rey y sus agentes para impedir el proyecto de Basilea, quizá por no estar informados suficientemente sobre el tiempo y lugar donde Casiodoro estaba imprimiendo su Biblia. Quizá fue el mismo Casiodoro quien indirectamente les había puesto sobre una pista falsa al escribir a Théodore de Bèze, en abril de 1567, que estaba dispuesto a someter a su control el texto bíblico antes de la impresión, que podría muy bien ser efectuada en la imprenta de Jean Crespin en Ginebra. Naturalmente que Casiodoro con este acto de sumisión no pretendía sino obtener de los ministros ginebrinos su reconocimiento como ministro, no pensando en ningún momento en poner su traducción en manos de sus contradictores, y menos de hacerla imprimir en Ginebra.
Pero la noticia debió llegar a oídos de algún espía de la Inquisición, el cual se apresuraría a transmitirla a Madrid. En todo caso, ya en el verano de 1568 la Suprema ordenó a los inquisidores de los puertos de la península, a estar bien sobre aviso sobre los libros que entraran, pues ‘Casiodoro ha impreso en Ginebra la Biblia en lengua española’. La respuesta del Tribunal de Granada no se hizo esperar: ‘Después de muchos controles podemos asegurar a vuestras Excelencias que en este reino [de Granada] no ha entrado ni un solo ejemplar de la Biblia de Casiodoro’. Bien lo podían decir, pues por esa fecha (2 de julio), la Biblia de Casiodoro no se había comenzado a imprimir, pues la muerte de Oporino había ocasionado un ulterior retraso.
Una nueva intervención de Marcos Pérez, prestando a Casiodoro a fondo perdido la suma de 300 florines (equivalente al sueldo de 3 años de un profesor de universidad), sirvió para cerrar un nuevo contrato con el impresor Thomas Guarin, quien imprimió finalmente los 2.600 ejemplares. La impresión tuvo lugar en los talleres del mismo Guarin y no, como se ha sostenido, en la pequeña imprenta de Samuel Apiario, de la que entonces no salían sino libros de pequeño formato y texto limitado.
Pero la impresión no estuvo exenta de nuevas dificultades. La salud de Casiodoro era débil; sentía vehementes dolores de cabeza y continuas fiebres. Cuando se comenzó la impresión de su Biblia, la traducción de Casiodoro no estaba ni mucho menos terminada, sobre todo la del Nuevo Testamento, y a medida que avanzaba el trabajo de las prensas, el intérprete se vio cada vez más apremiado por el tiempo. Hasta mayo de 1569 la impresión no había llegado a los Hechos de los Apóstoles, y faltaba por traducir desde la segunda Epístola a los Corintios hasta el fin.
Las esperanzas que Casiodoro tenía de utilizar todavía la revisión del Nuevo Testamento de Juan Pérez que se imprimía en París, se vieron frustradas en 1568 por la intervención del embajador español arriba mencionada. Sólo le quedaban, pues, la versión de Enzinas, y las cartas paulinas traducidas por Valdés, de donde Casiodoro a veces incorporó literalmente frases o expresiones en su propio texto, o a veces las indicó solamente al margen como ‘otras variantes’.
Al llegar al Apocalipsis, la labor del impresor había casi ya alcanzado a la del traductor, y a Casiodoro no quedó otro remedio que servirse a manos llenas del correspondiente texto de Enzinas, contentándose meramente con una rápida revisión. Esto no significa un menoscabo de la labor de Casiodoro, pues como monumento de alta piedad y erudición, o como modelo de precisión y propiedad de la lengua española, tanto valen la exquisita y elegante prosa de Enzinas, como la ligera y brillante de Casiodoro.
A las dificultades anteriores, se sumaba el que se encontraba sin dinero; necesitaba por lo menos 250 florines para acabar el libro, y no había cobrado ni un céntimo de la herencia de Oporino, a pesar de las reclamaciones que hizo al Senado de Basilea.
Pese a todo, un mes después, el 14 de junio, dio a sus amigos la buena noticia de haber recibido el último pliego de la Biblia:‘postremum folium totius texti biblici tam Veteris quam Novi Testamenti’; y les pregunta si convendría dedicarla a la reina de Inglaterra. Juan Sturm debía escribir la dedicatoria latina, y así lo hizo; pero finalmente prefirió encabezarla a los príncipes de Europa y especialmente a los del Sacro Imperio Romano.
A Casiodoro debió gustarle enormemente la simbólica estampa con el oso que Apiario ya no utilizaba como marca tipográfica desde mucho tiempo atrás, y, o le compró, o le pidió prestado el susodicho clisé para ilustrar la portada de la que después sería llamada Biblia del Oso. En todo caso, el mismo Casiodoro confirmó en su dedicatoria autógrafa del ejemplar regalado a la Universidad de Basilea, que la impresión había sido efectuada en la tipografía de Guarin. Además, en el catálogo o cartel de ventas que Guarin imprimió para la feria de libros de Francfort de 1578, figura la Biblia de Casiodoro: ‘Biblia in Hispanicam linguam traducta’.
El 6 de agosto, Casiodoro envía a Estrasburgo, por medio de Bartolomé Versachio, cuatro grandes toneles de Biblias para que Huber los recoja con el objeto que él sabe; sin duda, para introducirlos en Flandes, y desde allí en España.
Por razones obvias de cautela para su difusión en tierras católicas – a fin de prevenir la inevitable prohibición inmediata por parte de la Inquisición – Casiodoro hace pasar su Biblia como obra católica, respetando el orden de los libros bíblicos según la Vulgata, cuyo Canon había sido recientemente confirmado por el concilio de Trento, y omitiendo el nombre del traductor y el lugar de impresión.
Por eso, sólo un año y medio más tarde, el 19 de enero de 1571, el Consejo Supremo de la Inquisición se enteró de que ‘la Biblia en romance’ se había impreso en Basilea, y ordenó la recogida de todos los ejemplares que se descubrieran. Diez años después, en 1581, el titular del obispado de Basilea, Blarer von Wartensee, denunciaba al cardenal Carlo Borromeo que en Basilea se habían impreso con fecha de 1569 unos 1600 ejemplares de la Biblia en español, y que 1400 de ellos acababan de ser enviados de Francfort a Amberes.
En Amberes finalmente, se cambiaron las portadas de muchos de estos ejemplares por el frontispicio del célebre Diccionario de Ambrogio (o Ambrosio de) Calepino (1435-1511), a fin de poderlos mejor difundir en España. Esta estratagema no funcionó siempre, como demuestra el caso de un envío descubierto por la Inquisición en 1585, que dio lugar a un nuevo aviso a los tribunales de provincia: ‘Biblias en español, cuviertas de ojas del Calepino, se prohiven’. Otros muchos ejemplares quedaron durante decenios depositados en manos de los miembros de la familia de Casiodoro en Francfort, quienes hicieron ‘refrescar’ periódicamente los ejemplares no vendidos, actualizando las portadas. Esto explica que existan ejemplares con el falso pie de imprenta ‘Francfort 1602’, Francfort 1603’ o ‘Francfort 1622’.
La Biblia de Reina no fue la primera versión completa de las Sagradas Escrituras en español. Existía la versión de Alfonso X el Sabio de 1260, pero ésta tenía ya entonces un valor meramente histórico. Los judíos de Ferrara habían editado todo el Antiguo Testamento en castellano en 1553, pero esa era una versión de difícil lenguaje, por ser demasiado literal. Y, como se ha dicho, el Nuevo Testamento ya había sido vertido al español por Francisco de Enzinas y por Juan Pérez de Pineda con anterioridad a que lo hiciera Reina.
Pero la versión de Casiodoro de Reina es la primera traducción de la Biblia al castellano a partir del hebreo y del griego, completada tras doce años de arduo trabajo.
Cipriano de Valera
La Biblia de Cipriano de Valera, publicada 33 años después, en 1602, en realidad una edición sólo levemente corregida de la traducción de Reina, tal como se reconoce en las versiones contemporáneas Reina-Valera, a la cual, sin embargo, han suprimido los libros deuterocanónicos traducidos por Reina y colocados como apéndices en la edición de Valera, a la manera de la Biblia de Lutero.
Lo que Valera pretendía, con su nueva edición de 1602, era, no sólo suplir la falta de ejemplares, reimprimiendo la ‘translacion’ (traducción) que su antiguo maestro Casiodoro había llevado a buen término, sino que su verdadero intento más o menos consciente era acabar de una vez por todas con el hecho, vergonzoso a los ojos de algunos estrechos calvinistas españoles, de tener que servirse de una Biblia que tanto en el orden de los libros como en las anotaciones teológicas marginales no correspondía exactamente a las Biblias oficiales de Ginebra.
Al salir la Biblia de Casiodoro, los pastores de Ginebra la examinaron minuciosamente. Y cierto es también que, no obstante ‘la sinistra opinione’ que dicen seguir teniendo de Casiodoro, no encontraron absolutamente nada que reprochar a la edición, sino un insignificante error tipográfico en Génesis 1:27 (‘macho hembra los crió’). También él se dio pronto cuenta del ‘gazapo’, haciendo imprimir una pegatina con las palabras ‘y hembra’, que el mismo insertó en la correspondiente línea de un gran número de ejemplares. De las verdaderas ‘herejías’ exegéticas, que Casiodoro introdujo ingeniosamente en los epígrafes de muchos capítulos de su Biblia, ni se enteraron los pastores de Ginebra, ni tampoco Cipriano de Valera, pues los dejó intactos en su revisión.
No obstante esta aprobación tácita de la versión de Casiodoro por los pastores de Ginebra, Valera se puso hacia 1580 en Londres, y por propia cuenta, a revisar la Biblia de Casiodoro, quien por entonces le era doblemente sospechoso: por sus ‘servetismos’ pasados, y por su oficio presente de pastor de la iglesia luterana. Pero para evitar la acusación de comportarse como un plagiario, Valera esperó hasta la muerte de Casiodoro, acaecida en Francfort el 15 de marzo de 1594, para publicar en Londres en 1596 una ‘propia’ edición del Nuevo Testamento. Esta edición de Valera no parece haber tenido mucha difusión en el continente, pues tres años más tarde, con ocasión de la edición de Elias Hutter del Nuevo Testamento en doze lenguas, Nuremberg 1599-1600, el texto allí impreso no es el de Valera, sino el de la Biblia de Casiodoro.
La diferencia no se hubiera en realidad hecho mucho notar, pues la labor de Valera en su edición del Nuevo Testamento no había consistido en mucho más que en quitar o añadir notas marginales, alterar de vez en cuando el texto, y omitir del todo el nombre del difunto traductor. Un tal silencio, naturalmente, Valera no lo pudo mantener del todo en su edición de la Biblia completa, impresa en Amsterdam en 1602, y es por esto que en el largo prefacio, al verdadero traductor Casiodoro vienen dedicadas unas pocas líneas, no carentes de reticencia, mientras que el nombre del revisor, Cipriano de Valera, figura en grandes letras en medio de la portada.
Pero también en esta ‘revisión’, como era de esperar, la labor propia de Valera consistió sobre todo en acomodar el orden de los libros al canon reformista (que es en realidad el canon hebreo-cristiano), y en quitar o añadir notas marginales, siguiendo especialmente las notas de las Biblias de Ginebra. Las alteraciones del texto, que Valera presume de haber efectuado ‘algunas vezes’, no significan siempre mejoría, y lo mismo se puede decir de su escrupulosa eliminación de expresiones como ‘por ventura’, que Valera borra, como él mismo escribe, ‘por saber a gentilidad’. Tales alteraciones no superan, en todo caso, el 1% del texto.
Así pues, es de justicia subrayar que el mérito mayor de la Biblia Reina-Valera es de Casiodoro de Reina, quien, contra viento y marea, aun pese a la oposición de muchos de sus propios hermanos, sacó adelante una traducción que ningún otro cristiano español de la segunda mitad del siglo XVI hubiera sido capaz de hacer.
El comerciante de sedas
Habiendo concluido su gran obra en Basilea, salió Casiodoro de esta ciudad y se dirigió a Francfort, Alemania, donde se le confiere el título de ciudadano ilustre. Desde allí fue a Amberes, Bélgica, para encabezar en 1579 la congregación de los franceses que se habían adherido a la Confesión de Augsburgo, iglesia que reorganizó y en la que desplegó una gran actividad.
Cuando Amberes cayó en manos de Alejandro Farnesio (español opositor de los emancipados de Roma) en agosto de 1585, dejó esta ciudad y volvió a Francfort, donde su figura fue muy respetada entre los cristianos que habían emigrado a Holanda, sosteniéndose por su propio trabajo con un comercio de sedas.
Algún tiempo después, en 1593, teniendo más de setenta años, fue elegido pastor auxiliar en la iglesia de Francfort. Todavía ocho meses pudo ejercer su ministerio, hasta que durmió en el Señor el 15 de marzo de 1594. Su hijo Marcos fue, dos años más tarde, elegido sucesor de su padre.
La Inquisición lo había quemado en efigie en el ‘auto de fe’ celebrado en Sevilla en 1562, y sus escritos fueron puestos en el Índice de Libros Prohibidos.
La versión de Reina-Valera es hasta hoy la más usada por los cristianos de habla hispana. Ha sido durante siglos la única traducción en español asequible, y fue reconocida aún por la Iglesia Católica, como superior a las dos versiones suyas, la versión de Scío (1793), y la editada por Torres Amat (1825, traducción de José Miguel Petisco), ambas más tardías y únicas hasta tiempos muy recientes.2
Cuando sus enemigos aludían al abuso que se podía cometer por el mal uso de las Escrituras en lengua vernácula, Casiodoro replicaba que sería como si «el rey o el príncipe, que porque ay muchos que usan mal del pan, del agua o del vino, del fuego, de la luz, y de las otras cosas necessarias a la vida humana, o las prohibiese del todo, o hiziese del estanco de ellas que no diessen si no muy caras, y con grande escasseza».