Semblanza de Dietrich Bonhoeffer, pastor y teólogo alemán del siglo XX.
Dietrich Bonhoeffer, pastor y teólogo protestante alemán, es una de las figuras más brillantes y sugestivas de la reciente historia de la Iglesia.
Como teólogo, las ideas de Bonhoeffer sobre un «cristianismo laico», y su ética denominada «situacional», que fueron reforzadas por su propio martirio, ejercieron una considerable influencia sobre el pensamiento protestante de posguerra en Gran Bretaña y América.
Muchas facciones denominacionales y diversos grupos lo reclaman como su vocero, pero es su vida notable y su autoría de difíciles obras devocionales y académicas que le han ganado un lugar en la historia de la iglesia del siglo veinte.
De índole pacífica, formó parte de la resistencia contra el terror nacionalsocialista alemán, primero comprometiéndose desde el seno de la Iglesia Confesional –que ayudó a fundar– y, más tarde, colaborando con los conspiradores en torno al almirante Canaris contra Adolf Hitler. Bonhoeffer fue arrestado en marzo de 1943, encarcelado, y ahorcado poco antes del fin de la guerra.
Familia y juventud
Bonhoeffer nació en Breslau, Silesia (hoy parte de Polonia), el 4 de febrero de 1906, en una época en que todo parecía sonreír, porque aún no se manifestaban los graves problemas sociales que estaban gestándose en oculto.
La familia en la que se forma el joven Bonhoeffer, pertenece a la élite cultural del Imperio alemán. Dietrich es el sexto de ocho hermanos. Su padre, Karl Bonhoeffer, era un psiquiatra prominente en Berlín. Su madre, Paula, descendía de una familia de nobles, los von Hase; era una de las pocas mujeres de la época que ostentaba título universitario. Su abuelo materno era catedrático de teología, además de ejercer a veces de predicador de la corte del emperador Guillermo II. La familia de su abuela destaca por sus dotes musicales y artísticas. (De hecho, su abuela materna, talentosa pianista, había sido discípula de Franz Liszt).
Paula, maestra de profesión, se hizo cargo de la educación primaria de sus hijos, hasta que iniciaron sus estudios de bachillerato. Es una familia en la que impera la tolerancia – aunque se sigue manteniendo la estructura patriarcal. A sus hijos se les inculca el sentido de responsabilidad y la autodisciplina, a la vez que un sentimiento solidario y una mente abierta.
En 1912, la familia Bonhoeffer se traslada a Berlín. El padre se hace cargo de la cátedra más importante de Psiquiatría y Neurología de Alemania y, a la vez, de la gestión de la ‘Charité’, famosa clínica universitaria de neurología de la Corona prusiana. A partir de 1916, la familia vive en el elegante barrio de Grunewald, donde residen muchos catedráticos e intelectuales. Aquí viven, entre otros, el teólogo liberal Adolf von Harnack, y el que más tarde será nombrado premio Nobel de Física, Max Planck.
Para los Bonhoeffer, la Primera Guerra Mundial deja una estela fatal. El hijo mayor, Walter, muere, tras sufrir graves heridas, el último año de la guerra.
Dietrich comienza sus estudios universitarios en 1923, recién cumplidos los 17 años, coincidiendo con el punto álgido de la profunda crisis económica en Alemania después de la guerra. Su decisión de estudiar teología sorprende a la familia, dado que eran indiferentes en materia religiosa. Aunque en la familia había teólogos, la mayoría de los Bonhoeffer se inclina por carreras dentro de las Ciencias Naturales y del Derecho.
Su hermano mayor (próximo a ser un físico distinguido) intentó disuadirlo de su decisión, arguyendo que la iglesia era débil, tonta, inaplicable e indigna del compromiso de por vida de un hombre joven. «Si la iglesia es realmente como tú dices», contestó el joven sobriamente, «entonces tendré que reformarla».
Dietrich inició sus estudios de teología en la universidad de Tuebingen y los terminó en Berlín. Los profesores Adolf Schlatter y Adolf von Harnack son los que mayor influencia ejercieron en el joven estudiante. Al teólogo reformista Karl Barth no lo llegará a conocer hasta más adelante.
En la Universidad de Berlín, recibió su doctorado en teología con honores a la edad de 21 años. Su disertación doctoral expuso su brillantez en un amplio frente, y lo introdujo entre los eruditos internacionalmente conocidos. Ya durante una estadía anterior en Roma, Bonhoeffer toma conciencia del que va a ser el tema principal de su pensamiento teológico: la Iglesia. Un descubrimiento que por primera vez se manifestará literariamente en su tesis doctoral «Sanctorum Communio – una investigación dogmática acerca de la sociología de la Iglesia». «Cristo existe en la comunidad» es el leitmotiv de este temprano trabajo.
Resulta asombroso que un joven estudiante de 21 años escriba una reflexión dogmática sobre la sociología de la Iglesia a partir de Cristo. Reflexionar a partir de Cristo sobre lo que la Iglesia debería ser, parecía incongruente. Para Bonhoeffer, la Iglesia, mucho más que una institución, es Cristo que existe bajo forma de Iglesia. Cristo no está un poco presente a través de la Iglesia, no; existe hoy para nosotros bajo forma de Iglesia. Es Él quien asume nuestra suerte, el que ha tomado nuestro lugar.
Después de terminar su carrera, Bonhoeffer, en 1929, se va por un año a Barcelona. Allí, como vicario de una parroquia de habla alemana en el extranjero, conocerá más de cerca la vida de iglesia.
Como en 1930 tenía menos de 25 años, las regulaciones de la iglesia alemana le impedían ser ordenado. Esto le dio ocasión de pasar un año estudiando un post-grado en el Union Theological Seminary de Nueva York.
Al igual que unos años antes en Roma, el encuentro con un mundo y una iglesia diferentes le marcarán para el futuro. Dietrich está impresionado por Nueva York, debido a la crisis económica que la afecta.
En el Union Theological Seminary hay alumnos de distintas creencias, procedentes de diversos países. A él le consternó la frivolidad con la cual los estudiantes americanos se acercaban a la teología. Incapaz de permanecer en silencio al respecto, él informó a los futuros pastores: «En este seminario liberal los estudiantes se ríen con desprecio de los fundamentalistas en América, cuando todos los fundamentalistas saben mucho más de la verdad y de la gracia, la misericordia y el juicio de Dios».
Cerca del Seminario está Harlem. Dietrich Bonhoeffer conocerá la situación de la población negra en los ghettos a través de sus amigos, especialmente a través de su compañero negro Frank Fisher. También conocerá entonces las tiendas-iglesias en los suburbios de la ciudad.
Dietrich Bonhoeffer tendrá también una gran amistad con otro de sus compañeros: El pastor francés Jean Lasserre, que es pacifista. Basa esta actitud suya en el Sermón del Monte, en la bienaventuranza de todos aquellos que siguen la paz y en la exigencia del amor hacia el enemigo. En qué medida le llegan a impresionar estas ideas de su amigo, se verá en el rumbo que tomará la vida de Bonhoeffer. Unos años después, en una carta que escribe a su hermano mayor Karl Friedrich, reconoce que el encuentro con este amigo es el que le ha revelado la verdadera esencia de ser cristiano.
Bonhoeffer, el valiente opositor
De vuelta en Berlín, Bonhoeffer se ve confrontado también en Alemania con graves problemas sociales, de dimensiones desconocidas hasta entonces. En esas circunstancias, el partido dirigido por Adolf Hitler, la NSDAP, gana muchos adeptos. Bajo la dirección de Joseph Goebbels, el nazismo logra convertirse en un movimiento de masas, que alcanza todas las clases sociales.
Ya antes de su estadía en Nueva York, Bonhoeffer, con su trabajo filosófico-religioso «Acción y Ser», había obtenido la cátedra en la especialidad de Teología Sistemática en la Universidad Friedrich-Wilhelm de Berlín. Era el docente no numerario más joven de la Universidad. Sus clases y seminarios destacaban por un enfoque poco convencional en las cuestiones de fe cristiana. Una serie de reuniones y excursiones organizadas fuera del ámbito universitario contribuyeron a la creación de un círculo de estudiantes en torno a Bonhoeffer, a partir del cual se formaría un grupo de estrechos colaboradores en los enfrentamientos internos de la Iglesia después de 1933.
Además, ejerce de pastor para los estudiantes de la Escuela Técnica Superior de Charlottenburg. Es entonces cuando recibe el encargo de la autoridad eclesiástica de preparar, en un barrio de trabajadores, a un grupo de adolescentes «indisciplinados» para la confirmación. La «nueva parroquia» de Bonhoeffer en la Iglesia de Sión rompe con la barrera social de la iglesia burguesa. Bonhoeffer alquila una habitación en Alexanderplatz para poder vivir cerca de sus pupilos. Después de celebrar la confirmación, se los lleva a la residencia de verano de sus padres.
Al mismo tiempo, desarrolla con sus amigos y estudiantes el proyecto de un centro juvenil para jóvenes desempleados por sugerencia de la Asociación de Trabajo Social. El proyecto no se llevará a cabo debido a la subida al poder de los nacional-socialistas: Una de sus colaboradoras, Anneliese Schnurmann, era judía.
El 30 de enero de 1933, Adolf Hitler es nombrado canciller del Reich alemán. Dos días después, Hitler pronuncia su primer discurso radiofónico al pueblo alemán. Coincide que ese mismo día también está programada una conferencia de Bonhoeffer en la radio. Su tema era «El Führer y la individualidad en la generación joven». Bonhoeffer no puede terminar su conferencia radial; la emisión es interrumpida por la dirección. Poco después se desata la represión nazi.
En el mes de julio, el Estado llega a un concordato con la Iglesia Católica, y luego, con ayuda de los «Cristianos alemanes», una agrupación vinculada a la NSDAP, intenta asimilar a la Iglesia Protestante. Se procede a unificar las diferentes iglesias regionales, hasta entonces independientes, en una Iglesia centralizada del Reich. Pronto el control será total.
La iglesia en Alemania luchaba por su vida. Y surgen dilemas como el siguiente: ¿Vivía la iglesia sólo para el evangelio, o debía rendirse al estado para reforzar la ideología del estado? Un viejo profesor de teología que se había conformado a la ideología nazi para no perder su trabajo comentó: «Es una gran lástima que nuestra mejor esperanza en la facultad se esté perdiendo en la lucha de la iglesia». Mientras la lucha se intensificaba, los sermones de Bonhoeffer llegaron a ser los más consoladores, los más seguros de la victoria de Dios, y los más desafiantes.
Surge la Iglesia Confesional
Como consecuencia del intervencionismo estatal en el seno de la Iglesia surge la oposición, en la que también participa Bonhoeffer. A partir de esta oposición se forma la Iglesia Confesional. Sus representantes más significativos son, aparte de Bonhoeffer, Karl Barth y Martin Niemöller. Barth es el autor de la Declaración de Barmen, que sostiene que la unión de la fe y de la Iglesia está sujeta sólo a «Jesucristo tal como se nos da a conocer en las Santas Escrituras».
Esta iglesia es llamada «confesional» porque confesaba que podía haber sólo un führer o líder para los cristianos, y éste no era Hitler, sino Cristo. Entre tanto, los obispos luteranos permanecían silenciosos en la esperanza de preservar la unidad institucional, y la mayoría de los pastores temerosos opinaban que no era necesario jugar a ser héroes confesionales. Frente a tal cobardía ministerial, Bonhoeffer advirtió a sus colegas que no debían intentar convertir a Hitler, sino que tenían que asegurarse de ser convertidos ellos mismos. En las reuniones generales, Alemania seguirá siendo representada tanto por la Iglesia Confesional como por la Iglesia del Reich, y los luteranos, que se mantienen neutrales.
Más tarde, un obispo anglicano que le conoció en Inglaterra, escribió de Bonhoeffer: «Él era claro como el cristal en sus convicciones; y joven como él era, y humilde de corazón como él era, él vio la verdad y la declaró con total ausencia de temor». El propio Bonhoeffer escribió a un amigo acerca de este tiempo: «Cristo está mirando abajo hacia nosotros y está preguntando si hay aún alguna persona que lo confiese a él».
Bonhoeffer ayudó a Martin Niemöller a organizar «Pfarrernotbund», una federación para el apoyo de los pastores afectados por la represión de las autoridades eclesiásticas cristiano-alemanas, o incluso por la ‘ley aria’.
En agosto de 1934 tiene lugar en la isla danesa de Fanö una Conferencia de Jóvenes por la Unidad. En uno de los discursos allí, Bonhoeffer dice: «¿Cómo se hace la paz? ¿Quién puede proclamar la paz de forma que lo oiga todo el mundo, que todo el mundo se sienta obligado a oírlo? Sólo uno, el gran Concilio mundial de la santa iglesia de Cristo lo puede decir tan alto como para que el mundo se sienta obligado a oír el mensaje de paz, y que los pueblos se alegren de que esta iglesia de Cristo les quite en nombre de Cristo las armas de las manos a sus hijos, y les prohíba la guerra y proclame la paz de Cristo en este mundo enfurecido».
Debido a su estancia en Nueva York, para Bonhoeffer la unidad se convierte en el principal objetivo de su interés eclesiástico y teológico. Los esfuerzos de las iglesias cristianas por unificar la fe y la práctica, están para él muy relacionados desde el principio con los esfuerzos por mantener la paz, ahora amenazada. Como Secretario de la «Liga Internacional de Cooperación Amistosa de las Iglesias» colabora en la organización de una serie de conferencias relacionadas con los esfuerzos por la paz por parte de los cristianos.
Entre 1933 y 1935, fue pastor de dos iglesias de habla alemana en Londres: St. Paul y Sydenham. Había aceptado este cargo en el extranjero, porque le había decepcionado la casi total pasividad inicial de la oposición interna de la Iglesia. En Londres, él se encuentra frecuentemente con George Bell, el obispo de Chichester; acaban siendo muy amigos.
Seminario de predicadores
A partir de abril de 1935, Dietrich Bonhoeffer dirige, por orden de la Iglesia Confesional, el seminario de predicadores en Finkenwalde, cerca de Stettin, Pomerania, en el que prepara a los jóvenes como pastores protestantes. Era una especie de monasterio protestante, y fue responsable de muchas de sus consideraciones acerca de la vida cristiana en lo que se refiere a la comunión.
A fines de ese mismo año son declaradas ilegales todas las escuelas y seminarios de predicadores de la Iglesia Confesional. Por su parte, ninguna de las facultades universitarias de teología había hecho causa común con este Seminario. Bonhoeffer comentó concisamente: «Hace tiempo que he dejado de creer en las universidades».
Bonhoeffer les ofrece dos opciones a los jóvenes estudiantes – quedarse o marcharse. La mayoría de ellos se quedan. Es tiempo de grandes decisiones. En su obra Nachfolge comentará el sentir de todos en ese momento: «Los vínculos son destruidos y simplemente caminamos hacia adelante. Hemos sido elegidos y debemos ‘abandonar’ la existencia que teníamos hasta ahora… Lo viejo se queda atrás, se entrega del todo… El llamamiento a la sucesión entonces significa la vinculación únicamente a la figura de Jesucristo y la transgresión de toda legalidad por la gracia de aquél que llama».
El círculo se sigue cerrando sobre la Iglesia Confesional; la oposición se hace muy hostigosa y algunos claudican. No obstante, Bonhoeffer y otros, continúan firmes. Él es considerado «la cabeza pensante» de esta minoría, que acaba convirtiéndose en una ‘contraiglesia’ ilegal. El gobierno actuará contra ellos con todo tipo de represalias, al principio aún moderadamente, ya que en 1936 los Juegos Olímpicos tendrán lugar en Berlín, y les conviene tener de su parte la opinión pública internacional.
En Finkenwalde no sólo se trata de transmitir conocimientos teológicos, sino también de experimentar un nuevo estilo de vida, pues ninguno de ellos podrá contar con un trabajo remunerado en la iglesia oficial. El seminario se convierte en un lugar de autoconocimiento así como en un experimento de intensa convivencia: oficios matutinos y vespertinos, momentos para la meditación y el silencio, debates teológicos, pero también actividades culturales y deportivas comunes. Los libros más conocidos de Bonhoeffer datan de la época de Finkenwalde: «El costo del discipulado» (un comentario del Sermón del Monte) y «Vida en comunión». ¡Cuánta enseñanza y bendición surgió de esta verdadera escuela de obreros!
El título en alemán de «El costo del discipulado» es Nachfolge, ‘seguir’. Esta palabra lo dice todo del libro. En él se exige una vida radical para el cristiano que quiere ser un auténtico discípulo de Cristo. Para Bonhoeffer, seguir quiere decir reconocer que si Jesús es verdaderamente lo que dijo de sí mismo, él tiene derecho a todo en nuestra vida. Ninguna relación humana puede prevalecer contra él. Bonhoeffer cita las palabras de Cristo llamando a dejar a sus padres, la familia, todos sus bienes.
Una de las mayores preocupaciones de Bonhoeffer en este libro es «la gracia barata». Esta es una gracia que ha sido tan diluida que ya no se asemeja a la gracia del Nuevo Testamento, la gracia costosa de los Evangelios.
Con la expresión gracia barata, él alude a la gracia que ha traído caos y destrucción; es el asentimiento intelectual a una doctrina sin una verdadera transformación en la vida del pecador. Es la justificación del pecador sin las obras que deben acompañar el nuevo nacimiento. «Es la predicación del perdón sin requerir arrepentimiento, el bautismo sin la disciplina de la iglesia, la comunión sin la confesión, la absolución sin la confesión personal. La gracia barata es la gracia sin discipulado, la gracia sin la cruz, la gracia sin Jesucristo, vivo y encarnado».
La verdadera gracia, según Bonhoeffer, es una gracia que le costará la vida a un hombre. Es la gracia hecha costosa por la vida de Cristo, que fue sacrificada para comprar la redención del hombre. La gracia barata surgió del deseo del hombre de ser salvado, pero sin convertirse en discípulo. El sistema doctrinal de la iglesia, con sus listas de códigos de comportamiento, se convierte en un sustituto para el Cristo vivo, y esto abarata el significado del discipulado. El verdadero creyente debe resistir la gracia barata e ingresar a la vida de discipulado activo. La fe ya no puede significar quedarse quieto y esperar; el cristiano debe levantarse y seguir a Cristo.
Es aquí donde Bonhoeffer hace uno de sus reclamos más perdurables sobre la vida del verdadero cristiano. Escribe que «sólo el que cree es obediente, y sólo el que es obediente cree». Los hombres se han vuelto blandos y complacientes en la gracia barata y, por lo tanto, están aislados de la gracia más costosa de la abnegación y la humillación personal. Bonhoeffer creía que la enseñanza de la gracia barata provocaba la ruina de más cristianos que cualquier mandamiento de realizar obras.
La causa judía
La Gestapo cierra Finkenwalde en agosto de 1937 y arresta a 27 ex alumnos. Sin embargo, la formación clandestina de predicadores continúa durante un tiempo en diversos lugares alternativos. Bonhoeffer insistía no sólo en la libertad de predicar el Evangelio; también estaba listo para arriesgar su vida como un cristiano que se resistía a Hitler y que ayudaba a los judíos a evitar su captura. Como consecuencia de esto último, el 5 de agosto de 1936 le retiraron la autorización para enseñar en la Universidad de Berlín.
Ya desde el principio, los nazis dejan muy claro que la lucha contra los judíos y el judaísmo es el punto central de su programa. El 1 de abril de 1933 se inicia el boicot contra las tiendas judías. En septiembre de 1935, las «leyes raciales de Nuremberg» declaran a los judíos ciudadanos sin derechos. El rótulo «Absténganse judíos» se encuentra en cines y piscinas, restaurantes y universidades. Están prohibidos los ‘matrimonios mixtos’, proscritas las relaciones amorosas entre ‘arios’ y judíos.
El 9 de noviembre de 1938 son devastados las sinagogas, las tiendas y los domicilios de los judíos. El pogrom, que los nacionalsocialistas denominan eufemísticamente «la noche de los cristales rotos», significa el comienzo de una avalancha de persecuciones; millones de judíos, conforme al decreto de ‘la solución final de la cuestión judía’, acabarán en los campos de exterminio.
En el Tercer Reich, pocos cristianos alzan su voz en contra de la discriminación y la persecución continuas de los judíos. Bonhoeffer es uno de ellos. Retrospectivamente reconoce en ello el gran fracaso de la Iglesia, que sólo se había comprometido con ‘la cuestión judía’ en la medida en que ésta afectaba a sus propios asuntos. Bonhoeffer sostenía que «una iglesia es una iglesia, cuando existe para los que no pertenecen a ella», y proclamó su «obligación incondicional para con las víctimas de todo sistema social, incluso si no pertenecen a la comunidad cristiana».
En abril de 1933, en una conferencia de pastores berlineses, Bonhoeffer insistió en que la resistencia política se hacía imprescindible, como reacción a la privación de derechos que sufrían los judíos. La discriminación de los ‘no-arios’ también afecta a la familia Bonhoeffer: Gerhard Leibholz, catedrático de Derecho Público en Gotinga y esposo de la hermana gemela de Dietrich, Sabine, es uno los proscritos. Acaba emigrando con su familia a Londres, al igual que el pastor Franz Hildebrandt, amigo de confianza de Bonhoeffer desde su etapa universitaria. Ya en 1933/34, durante su estancia como pastor en Londres, Bonhoeffer llegó a conocer el destino de muchos de estos emigrantes judíos alemanes.
La tensión aumenta
El 1 de septiembre de 1939 Hitler ataca Polonia. Ese mismo año, Bonhoeffer es llamado a las filas. La situación cada vez más crítica de la Iglesia Confesional lo enfrenta a una situación completamente diferente. Piensa en emigrar. Algunos amigos suyos de Nueva York le reclaman para impartir clases en el Union Theological Seminary. Así consigue una prórroga y viaja a Estados Unidos.
Tras una dura lucha interior, cinco semanas después, Bonhoeffer, ante la amenaza de guerra, decide volver a Alemania. Él creía que era necesario sufrir con su pueblo si quería ser un ministro efectivo después de la guerra. Volvía, además, con el propósito de apoyar a la resistencia. Quiere colaborar, obstruyendo «la rueda de la maquinaria opresora y mortal».
Los contactos y actividades de Bonhoeffer lo convirtieron en uno de los principales sospechosos para la policía secreta y los servicios de seguridad del Reich. Luego de clausurar el Seminario por segunda vez en 1940, la Gestapo le prohibió hablar, predicar o publicar sus escritos.
Entonces Bonhoeffer prueba un nuevo frente de acción. Al igual que muchos de sus familiares, él estaba convencido de que la resistencia sólo podía tener éxito si lograban ganar para su causa a algún alto mando del ejército. Por mediación de su cuñado Hans von Dohnanyi, se incorpora como colaborador civil al equipo del almirante Canaris en el departamento de «Países Extranjeros/Defensa» del Alto Mando de la Wehrmacht (el ejército del Tercer Reich). Oficialmente se ocupa de cometidos militares, pero en realidad conspira contra el régimen.
En esta condición, Bonhoeffer realiza varios viajes a Ginebra, Suecia, Noruega y Roma, para sondear las posibilidades y condiciones de paz con los Aliados. Asimismo participa en los preparativos del «Proyecto 7», que se ocupará de sacar del país a los judíos en peligro. Su oficina se encuentra en Munich, y durante sus estancias ‘oficiales’ allí, suele retirarse al monasterio de Ettal, donde redacta varias partes de su «Ética», en el invierno de 1940/41.
Durante su estadía en Suecia, en mayo de 1942, Bonhoeffer se contacta con la Oficina Extranjera Británica. Lleva ofertas concretas del círculo de resistencia liderado por el general Hans Oster y por el general Ludwig Beck. La propuesta es rechazada.
Bonhoeffer mantiene estrechos contactos con Carl F. Goerdeler y otros opositores alemanes. Inicialmente habían ideado la detención y enjuiciamiento de Hitler, planes que no se pudieron llevar a cabo. Los triunfos militares de los primeros años de la guerra tampoco hacen factible un golpe de estado. Precisamente, debido a la lealtad inquebrantable de gran parte de la población y del ejército hacia Hitler, surge el plan de matarle, con la intención de desarticular así el poderoso aparato estatal. Sin embargo, todos los atentados contra Hitler fracasan.
Es en este punto donde, para muchos, la ética de Bonhoeffer se torna polémica, y por lo cual él ha llegado a ser uno de los teólogos más controversiales. Pero sea cual sea el juicio que tengamos del asunto (desde nuestra cómoda posición a la distancia), lo cierto es que, en medio del fragor de los acontecimientos, Bonhoeffer tomó una opción, y «entró de lleno en la tempestad de la vida».
En la prisión militar de Tegel
En abril de 1943, tras dos atentados frustrados, en los que estaba involucrado el grupo de Canaris, Bonhoeffer es detenido en casa de sus padres en Berlín, y encerrado en la prisión militar de Tegel. Al mismo tiempo, la Gestapo detiene a su hermana Christine y a su cuñado, Hans von Dohnanyi.
En los primeros días, la impotencia, la soledad y el miedo a la tortura le mortifican. Hubo planes para ayudarle a escapar, pero él declinó escaparse a fin de que su familia no sufriese represalias. Junto a von Dohnanyi y al Dr. Müller, otro de los colaboradores del Departamento de Defensa en Munich, Bonhoeffer es procesado por alta traición.
Sin embargo, las investigaciones llevadas a cabo por el Tribunal de Guerra no dejan entrever ningún hecho que justifique tal acusación. La familia y los amigos de Bonhoeffer se esfuerzan en tejer una red de camuflaje, que se mantendrá intacta hasta el 20 de julio de 1944.
Bonhoeffer sabía que es en el lugar donde estamos, por la providencia de Dios, donde debemos ejercitar el ministerio que Dios nos ha dado. Su ministerio de ahí en adelante en la prisión fue una articulación y una encarnación del evangelio – consuelo para sus compañeros que aguardaban la muerte. Payne Best, un capitán inglés, sobrevivió para rendir tributo al pastor del campo de prisioneros: «Bonhoeffer era diferente, muy tranquilo y normal. Su alma realmente brillaba en la oscura desesperación de nuestra prisión. Él era uno de los escasos hombres que he encontrado alguna vez para quienes Dios es real y siempre está cerca». Así oraba Bonhoeffer en la cárcel: «Dios, reúne mis pensamientos hacia ti. Junto a ti está la luz, tú no me olvidas. Junto a ti, el auxilio; junto a ti, la paciencia. No comprendo tus sendas, pero tú conoces el camino para mí».
Las cartas y notas escritas por él en aquellos años se conservan en su mayoría. En parte habían sido sacadas a escondidas de la prisión, con ayuda de guardias de confianza. Eberhard Bethge, amigo y discípulo de Bonhoeffer desde los días de Finkenwalde, publicó más tarde muchos de estos escritos en un volumen titulado «Resistencia y sumisión».
En las cartas dirigidas al propio Bethge hay esbozos de una teología totalmente nueva. Bonhoeffer habla de ser cristiano en un mundo ateo e indiferente, y de una iglesia que sólo será iglesia cuando solidarice con todos los hombres. La iglesia es siempre Cristo bajo forma de comunidad, escondido entre los seres humanos, existiendo «para los demás».
En un mundo donde percibe que Dios ya no es reconocido, él se plantea la siguiente pregunta: ¿Cómo hablar del cristianismo al margen de todo lenguaje religioso? ¿Cómo hablar de Dios sin religión? ¿Cómo hablaremos de Cristo hoy?
En su carta del 5 de mayo de 1944 esboza una respuesta: hay que hablar de Dios «en la mundanidad» (weltlich: en la realidad de este mundo), tal como habla de Dios el Antiguo Testamento, o sea, en la finitud y en las pasiones humanas, en el límite y en la realidad de las cosas, como lo que hace que el mundo sea mundo, mientras que el ‘a priori’ metafísico impone al mundo hablar de Dios como fuera y más allá de los límites». Y agrega: «En este momento, mi reflexión se centra en cómo poder renovar ‘laicamente’ –en el sentido del Antiguo Testamento y de Juan 1:14– la interpretación de conceptos como arrepentimiento, fe, justificación, nuevo nacimiento, santificación».
Según Bonhoeffer, la dependencia de la religión organizada había minado la fe auténtica. Solicitaba un nuevo cristianismo sin religión, libre del individualismo y el sobrenaturalismo metafísico. Dios, argüía él, debe ser conocido en este mundo mientras opera e interactúa con el hombre en la vida cotidiana. El Dios abstracto de la especulación filosófica y teológica es inútil para el hombre promedio de la calle, y éste forma parte de la mayoría de los que necesitan escuchar el evangelio.
Durante su cautividad, Bonhoeffer encuentra personas que, sin invocar a Dios, permanecen profundamente humanas hasta el fin. Es en este contexto en el que él prolonga su cuestionamiento teológico: «¿Cómo puede Cristo llegar a ser también Señor de los no-religiosos?».
Bonhoeffer recuerda que el cristianismo no es una religión, y para demostrarlo menciona tres argumentos: La religión, dice, (1) apunta a un ‘más allá del mundo’ para huir de la realidad de este mundo, (2) apoyándose sobre el presupuesto de la interioridad o «alma», conduce al individualismo y a la autosatisfacción por las propias obras, y (3) porque se reserva un ámbito separado de lo profano: lo sagrado. Por eso, «el cristiano no es un homo religiosus, sino simplemente un hombre, como Jesús era un hombre por contraposición a Juan el Bautista». «Vino Juan Bautista, que ni comía pan ni bebía vino, y decís: Está endemoniado. Vino el Hijo del hombre que come y bebe, y decís: Mirad qué comilón y bebedor, amigo de recaudadores de impuestos y pecadores» (Luc. 7:33-34), o sea, de los «no-religiosos».
Para Bonhoeffer, Cristo no es un hombre de lo sagrado, sino un homo humanus: un humano que vive lo humano con cada ser humano, revelando así la profundidad de gracia en lo interior mismo de lo humano. Para él, si Dios ha asumido plenamente nuestra humanidad en su Hijo, es bueno para el hombre ser hombre, llegar a serlo y seguir siéndolo, para ser, tras las huellas de Cristo, un hombre con y para los demás.
El cristianismo no está reservado a una élite piadosa que crece al alero de lo sagrado, sino que el cristiano sigue a Cristo convirtiéndose radicalmente en hombre, y no con las prácticas religiosas. En este sentido, «Cristo puede llegar a ser también Señor de los no-religiosos».
En la misma carta escribe: «Sigo aprendiendo que es viviendo plenamente la vida terrestre como uno llega a creer. Cuando se ha renunciado completamente a llegar a ser alguien –un santo, un pecador convertido o un hombre de Iglesia– (…), a fin de vivir en la multitud de tareas, de cuestiones (…), de experiencias y de perplejidades(…), entonces uno se pone plenamente en manos de Dios, uno toma en serio, no sus propios sufrimientos, sino los de Dios en el mundo, donde vela con Cristo en Getsemaní (…); es así como uno llega a ser un ser humano, un cristiano».
Las esperanzas que Bonhoeffer, su familia y sus amigos, albergaban en un golpe de estado en Alemania, serán abatidas el 20 de julio de 1944. Schenk von Stauffenberg y doce conspiradores más son fusilados aquella misma tarde, y al general von Beck se le obliga a suicidarse. Otros colaboradores son condenados por el Tribunal del Pueblo de Roland Freisler, y ejecutados en Plötzensee. Entre ellos se encuentra también el comandante de la ciudad de Berlín, Paul von Hase, tío de Bonhoeffer. Su hermano Klaus Bonhoeffer y su cuñado Rüdiger Schleicher son detenidos y fusilados poco antes de terminar la guerra.
Últimos días
¿Quién soy?
–me preguntan a menudo–,
que salgo de mi celda,
sereno, risueño y firme,
como un noble en su palacio.
¿Quién soy?
–me preguntan a menudo–,
que hablo con los carceleros,
libre, amistosa y francamente,
como si mandase yo.
¿Quién soy? –me preguntan también–
que soporto los días de infortunio
con indiferencia, sonrisa y orgullo,
como alguien acostumbrado a vencer.
¿Soy realmente lo que otros dicen de mí?
¿O bien sólo soy lo que yo mismo sé de mí?
Intranquilo, ansioso, enfermo,
cual pajarillo enjaulado,
pugnando por poder respirar,
como si alguien me oprimiese la garganta,
hambriento de olores, de flores,
de cantos de aves,
sediento de buenas palabras
y de proximidad humana,
temblando de cólera ante la arbitrariedad
y el menor agravio,
agitado por la espera de grandes cosas,
impotente y temeroso por los amigos
en la infinita lejanía,
cansado y vacío para orar, pensar y crear,
agotado y dispuesto a despedirme de todo.
¿Quién soy? ¿Éste o aquel?
¿Seré hoy éste, mañana otro?
¿Seré los dos a la vez?
¿Ante los hombres, un hipócrita,
y ante mí mismo, un despreciable
y quejumbroso debilucho?
¿O bien, lo que aún queda en mí
se asemeja al ejército batido
que se retira desordenado
ante la victoria que creía segura?
¿Quién soy?
Las preguntas solitarias se burlan de mí.
Sea quien sea, tú me conoces,
tuyo soy, ¡oh, Dios!
La situación del propio Bonhoeffer empeora de golpe. En el transcurso de las investigaciones subsiguientes, la Gestapo encuentra expedientes que prueban inequívocamente que el grupo en torno a Canaris había participado en la conspiración. Este «hallazgo de expedientes de Zossen» incluye graves pruebas de cargo contra todo el Departamento de Defensa, incluyendo a Bonhoeffer.
Antes de su detención, Bonhoeffer se había prometido con María von Wedemayer, hija de un terrateniente de Pomerania. La relación con esta chica, 18 años más joven que él, a pesar de las difíciles circunstancias, es un gran apoyo para Bonhoeffer. Gracias a ella, logra superar su primera fase de depresión en la cárcel, recobrando la esperanza y las ganas de luchar. Durante dos años, su relación se reduce al intercambio epistolar y a breves visitas en la prisión. María es la única persona, además de sus propios padres, que tiene permiso para escribirle y visitarlo. La correspondencia entre Dietrich y María, publicada bajo el título de«Cartas de amor desde la Celda 92», documenta esta relación única.
El 8 de octubre de 1944, Bonhoeffer es internado en los temidos calabozos de la oficina principal de seguridad de la Gestapo, para someterle a nuevos interrogatorios. Hasta entonces él disponía de libros y de la posibilidad de escribir. Ahora cesan las cartas y se cortan los contactos con el mundo exterior. Él sabe que va a morir. El 7 de febrero de 1945 es trasladado al campo de concentración de Buchenwald.
Un oficial de la prisión se expresa así de él: «Bonhoeffer era todo humildad y serenidad. Siempre irradiaba una atmósfera de bondad, de gozo, a propósito de los más pequeños acontecimientos de la vida, así como de profunda gratitud por el simple hecho de estar con vida (…). Fue uno de los raros seres humanos que he encontrado para el cual Dios era una realidad, y siempre cercana».
El 5 de abril de 1945, Hitler decide ejecutar a todos los conspiradores en torno a Canaris, para que ninguno de ellos tenga la oportunidad de conocer la derrota del Reich.
Hans von Dohnanyi es ejecutado el 8 ó 9 de abril de 1945, en Sachsenhausen. Esa misma noche, Bonhoeffer es trasladado a Flossenbürg. En la madrugada del 9 de abril de 1945, él, junto al almirante Canaris, al coronel Oster y a otros miembros de la resistencia, es ahorcado, sólo tres semanas antes de la captura soviética de Berlín y un mes antes de la capitulación de la Alemania nazi.
Como otras muertes asociadas con el complot del 20 de julio, la ejecución fue brutal. Bonhoeffer fue despojado de su ropa, torturado y ridiculizado por los guardias, y llevado desnudo al patíbulo. La falta de horcas suficientes para colgar a los conspiradores hizo que Hitler y Goebbels ordenaran usar garfios de matadero para alzar a la víctima despacio por un lazo formado de cuerdas de piano. Se piensa que la asfixia tomaba una media hora.
El médico del campo al que Bonhoeffer fue conducido para ser ejecutado, relata así su muerte: «He visto al pastor Bonhoeffer de rodillas delante de su Dios en intensa plegaria. La manera perfectamente sumisa y segura de ser escuchado, con la que este hombre extraordinariamente simpático oraba, me conmovió profundamente. En el lugar de la ejecución todavía oró, luego subió al cadalso. La muerte tuvo lugar en pocos segundos. Durante los cincuenta años que llevo de práctica médica no he visto morir a un ser humano tan totalmente abandonado en las manos de Dios». Tenía 39 años de edad.
Con la capitulación de Alemania, todas las comunicaciones quedaron interrumpidas durante meses. María, la novia de Bonhoeffer, recibió la noticia en junio en Alemania Occidental. Los padres, en Berlín, la recibieron apenas a fines de julio. El padre murió en 1948, y la madre, en 1951.
El árbol del cual colgaron a Bonhoeffer lleva hoy una placa con esta inscripción: «Dietrich Bonhoeffer, testigo de Jesucristo entre sus hermanos».
«No hay otra senda
para la libertad
que el autocontrol,
y para actuar,
que tomar una decisión
y entrar de lleno
en la tempestad de la vida.
Para el sufrimiento,
entregar lo que sabemos recto
a una mano más fuerte que la nuestra.
La muerte es después de todo
esa fiesta más jubilosa que otras
en la senda hacia la libertad».
(Dietrich Bonhoeffer).