¿Son realmente compatibles la teoría evolucionista con el relato bíblico acerca del origen de los animales?

John Polkinghorne, físico, teólogo y pastor de la Iglesia anglicana en Inglaterra, considerado como uno de los grandes referentes mundiales en el diálogo entre ciencia y religión, declaraba a un diario español en febrero pasado que «Creación y evolución son compatibles», porque «vivimos en un mundo en evolución» y «el mundo está lleno de potencialidades en su interior que son efectos de la acción divina de manera que las criaturas pueden hacerse a sí mismas. Esta es la forma teológica de entender la evolución». El pensamiento de este teólogo y científico, al señalar que «las criaturas pueden hacerse a si mismas» apunta claramente a la macroevolución o formación de las especies biológicas por selección natural y mutación, sin intervención divina directa. Es en el fondo el pensamiento evolutivo clásico, sólo que con un fondo teológico. Una afirmación tan categórica emitida por quien fuese galardonado con el premio Temple-ton 2002 por el conjunto de su obra científica y teológica, es para tomarla en serio. Pero hurgando en la literatura especializada reciente y alguna antigua, no debidamente considerada en su momento, resulta incompatible la unión de la macroevolución con el modelo bíblico de creación especial. La microevolución, entendida como la versatilidad observada al interior de las especies con sus capacidades de formar variedades o razas y con la plasticidad genética para adaptarse a diversas situaciones ambientales, es algo que no está en cuestionamiento. Ello es inherente a todos los organismos vivos en mayor o menor grado.

Este artículo revisará por tanto las predicciones del modelo evolutivo y del modelo bíblico como explicativos del origen de las especies, teniendo a la vista para el primer modelo, la evidencia científica de primera fuente y para el segundo, lo descrito en el libro del Génesis de la Biblia.

Modelo evolutivo del origen de las especies

Una de las principales argumentaciones a favor del origen de las especies por evolución es que el ADN (molécula clave con toda la información biológica del organismo), está presente en todos los organismos vivos, lo que probaría la descendencia con modificación de unas especies a partir de otras. No obstante, todo depende de la base de análisis que se considere, porque otra interpretación plausible es que el ADN es universal a la vida porque responde a un diseño común para toda la vida en la tierra. No hay vida biológica sin ADN.

Si recordamos los postulados básicos de la teoría evolutiva (mutación y selección natural), es necesario señalar que mayoritariamente las mutaciones corresponden a una alteración del esquema estructural y funcional del organismo. Si éstas comprometen a un segmento menor de material genético, pudieran no provocar mayor impacto en el organismo y eventualmente llegar a ser adaptativas ante determinados cambios ambientales. Esto último es importante, y responde precisamente al diseño flexible del genotipo dentro de ciertos rangos, favoreciendo la estabilidad de la especie en caso de cambios externos eventuales.

No obstante, si hay un mayor compromiso de material genético mutado se produce un claro impacto en el fenotipo del organismo debido a malformaciones, o en su fisiología, alterando el funcionamiento de procesos que desembocan en enfermedades, o en la muerte del individuo, dado que se alejó demasiado del plan original. Darwin, al percatarse de este problema, lo intentó resolver hábilmente al considerar sólo pequeños cambios graduales que no alteren mayormente al individuo, pero acumulados a lo largo de millones de años. Sin embargo, la suma de pequeños cambios da como resultado un cambio genético grande y, por ende, la destrucción del organismo por alejarse demasiado de su plan.

El connotado zoólogo Pierre Grassé señaló que la única forma de pasar de un plan de diseño biológico a otro, que sea concordante con la evidencia fósil, es que estos pequeños cambios genéticos vayan ocurriendo en forma muy rápida y que sean coordinados (Grassé 1977). Sin embargo, no hay posibilidades de hipótesis explicativa de este fenómeno dentro de las distintas teorías evolutivas. Por ejemplo, se muestra en los libros de biología que los peces pulmonados con aletas lobuladas serían los ancestros evolutivos de los anfibios. Pero no son las aletas lobuladas solamente lo que posibilita el desplazamiento y vida terrestre, sino unos procesos óseos asociados a las aletas como son la cintura pélvica y la cintura escapular. Cada una con un número importante de huesos asociados, con forma y función que apuntan hacia el desplazamiento. Este alto número de estructuras, en la lógica transformista evolutiva, habría ocurrido por un alto número de mutaciones que alejaron al anfibio del plan original (pez con aletas lobuladas). Pero este cambio radical debió ocurrir muy rápido y de forma coordinada en cada hueso con su forma y función para lograr un nuevo plan. Ello, sin contar que los pulmones de los anfibios son insuficientes para proveerles oxígeno, de modo que se hace necesaria la participación de otros órganos que lo compensen. En este caso participa en un alto porcentaje la piel que ya no puede presentar escamas, sino que ha de poseer muchas glándulas para mantenerla húmeda y facilitar la difusión de oxígeno (muchas más mutaciones, por tanto). Todo ello requiere una alta coordinación dentro de un nuevo plan de diseño.

Por ello, el surgimiento de un nuevo plan de organización biológica, es decir de divisiones mayores que clasifican a los seres vivos (Clase, Orden, Familia) no es una cuestión de mutación y selección, sino de innovación y diseño. En este sentido, cabe preguntarse si la clasificación biológica de los organismos realizada por el sueco Carlos Linneo es un esquema arbitrario o refleja un orden natural verdadero. Los enormes cambios que una y otra vez ha experimentado la clasificación taxonómica linneana apuntan a lo primero.

Evidencias y predicciones

El modelo evolutivo predice que las especies fueron evolucionando unas de otras lentamente a lo largo de cientos de millones de años. Primero las formas más sencillas, luego habrían surgido organismos con formas más complejas. Sin embargo, Chen et al. (2000), del Instituto de Geología y Paleontología en Nanjing, China, ha establecido que la predicción es más bien opuesta, en donde «tanto los grupos de especies que forman la base del árbol de la vida como aquellos que se encuentran en la copa del árbol, estaban todos presentes en un mismo periodo» (Cámbrico inferior).

Otro reciente estudio (Shu 2008), aporta contundentes evidencias respecto a que el fenómeno del surgimiento de los organismos vivos se produjo una sola vez en un periodo de la historia de la Tierra (denominado como Cámbrico). «Este único Big Bang (gran explosión) de vida es reconocido como el responsable de dar origen a todo el árbol morfológico de los animales metazoos». En otras palabras, en esa única oportunidad en la historia terrestre aparecieron en nuestro planeta todos los animales, desde los más primitivos como las esponjas, hasta los más complejos desde el punto de vista morfológico y fisiológico, como son los vertebrados, representados en estos fósiles por peces. Aparecen, por tanto, en esta fauna primigenia también gusanos de distinto tipo, moluscos, artrópodos, por nombrar los principales grupos de animales, con diferencias enormes de morfología y fisiología entre ellos, sin existir formas intermedias. Los supuestos evolutivos de gradualidad en el surgimiento de las especies y en el aumento de la complejidad en la medida que se avanzaba a través de las eras geológicas no se cumplen. Los datos de este y otros muchos trabajos reafirman una y otra vez que el surgimiento de las especies fue una singularidad, un hecho único en la historia y además, de aparición repentina.

Estos trabajos recientes que anuncian la aparición de una sola vez de todos los animales son muy interesantes, pero en realidad no hacen sino confirmar lo que ya había sido anunciado por paleontólogos de Oxford, como William Buckland, ya muy atrás en el tiempo, alrededor de 1830 (Conway 1998), y con una tecnología para abordar estos estudios muy inferior a la actual. Hoy se cuenta con información cronológica molecular, con la biogeoquímica, con la paleontología, la microbiología, la sistemática filogenética, y sin embargo «el patrón (evolutivo) del árbol de la vida de los metazoos muestra enormes vacíos de conocimiento» (Giribet 2002).

Probablemente se tendió a ignorar estos estudios antiguos por acercarse peligrosamente con su explicación al modelo bíblico del origen de las especies. Hoy se les ignora menos porque su rigurosidad científica es innegable, aunque sus resultados suelen ser convenientemente acomodados al paradigma evolutivo imperante.

Resulta, además, muy interesante el que, unido al surgimiento súbito de los animales en la Tierra, también surgen en ese mismo periodo las condiciones ambientales idóneas como «oxígeno, composición química del agua, clima» para que estas criaturas vivan, las interacciones entre hábitat y organismos y la configuración de complejas estructuras tróficas (Vannier 2009). Se trata ni más ni menos que del nacimiento de los ecosistemas terrestres, de la conformación de la Tierra como un gran hogar para la vida, configurada en otra «peligrosa» teoría tildada de creacionista (Gaia), y por ello rechazada del ámbito científico por mucho tiempo, aunque finalmente vindicada (ver Aguas Vivas Nº 50).

Modelo bíblico del origen de las especies

El modelo bíblico de creación especial muestra que las especies fueron creadas por medio de procesos sobrenaturales y que cada entidad biológica (para no confundir con ‘especie’, que es un concepto vago en biología), tuvo un diseño específico que el Creador le dio. Señala, además, este modelo que a la Tierra se le proveería de la habitabilidad adecuada para albergar a los organismos creados (Is. 45:18). Los hallazgos científicos detallados previamente confirman las predicciones del modelo bíblico.

La ciencia de la zoología (sin proponérselo, por cierto) ha utilizado una palabra, denominada Bauplan, que resume magistralmente lo que el Génesis bíblico ya había establecido respecto a que existen planes biológicos separados para los organismos, señalados en la Biblia con la frase «según su género». Este término «género» descrito en Génesis no tiene relación directa con la categoría taxonómica linneana Género (ubicado después de Familia y antes de especie). El sentido bíblico de género es que determinados organismos tienen un diseño o arquitectura propia, que los hace distintos de otros organismos diseñados con otra arquitectura biológica. La palabra Bauplan usada en Zoología (Brusca & Brusca 2005) proviene de la lengua alemana, y su traducción no es fácil porque apunta a un concepto. En castellano significa literalmente ‘plan estructural o diseño’, o, como lo traduce Brusca (Op. Cit.): «Modelo de organización animal, pero que a la vez encierra la esencia del tipo estructural y los límites de la arquitectura animal, además de los aspectos funcionales de un determinado diseño».

Esta última definición, citada de uno de los mejores libros de zoología de invertebrados de la actualidad, es totalmente coincidente con el modelo bíblico. El Bauplan (Zoología) o el «según su género» (Génesis) apuntan a lo mismo. Existe una esencia de tipo estructural, una arquitectura biológica, con límites bien definidos que no pueden ser traspasados. La diferencia es que mientras todas las evidencias respaldan al modelo de Creación biológica bíblica, en donde las unidades biológicas creadas mantienen sus límites, el modelo evolutivo ignora estas evidencias para construir una teoría evolutiva de las especies, absolutamente inviable, considerando el enorme cúmulo de evidencias.

En el Nuevo Testamento se reafirma lo de los diseños biológicos distintos cuando se señala que «No toda carne es la misma carne, sino que una carne es la de los hombres, otra carne la de las bestias, otra la de los peces, y otra la de las aves» (1ª Cor. 15:39).

¿Mudará el etíope su piel y el leopardo sus manchas? (Jer. 13:23).

Las especies producen variedades genéticas y morfológicas que suelen apartarse bastante de su prototipo original, pero sin traspasar su plan inicial. Esto último es lo que ha confundido a muchos zoólogos y taxó-nomos desde Darwin, y extrapolan esta variabilidad hasta el infinito. Pero a pesar de esta gran variabilidad genética dentro de un grupo determinado de organismos del mismo tipo biológico, la arquitectura biológica de cada tipo creado está definida y delimitada en su ADN, y cambios grandes de forma, de color o de función, no es fácil que ocurran (de ahí la cita de Jeremías), pero si ocurren, deben estar enmarcados dentro de la arquitectura de este plan.

Uno de los primeros problemas en el intento de ordenamiento biológico se generó cuando Linneo estableció su sistema de clasificación binario, el cual contiene el confuso concepto de ‘especie’. Este concepto linneano de especie no se corresponde necesariamente con el diseño biológico de cada tipo de organismos, nominado en la Biblia como «según su género». Es tan vago el concepto de ‘especie’ en biología que han ido surgiendo distintos conceptos para dar satisfacción a tal o cual requerimiento (ver Aguas Vivas Nº 44), siendo los más utilizados el concepto biológico, el morfológico o fenético y el evolutivo. No obstante, ninguno de ellos cumple con los requerimientos necesarios para satisfacer a todos los biólogos (Ridley 2003). Unos aceptarán un concepto y rechazarán otro. Por ejemplo, la selección artificial producida por el ser humano sobre los perros (Canis familiaris) ha generado una enorme variedad de formas a partir de la domesticación del lobo (Canis lupus). Después de miles de años de selección artificial no se ha producido una nueva especie de canido. Más aún, el perro común sigue en la actualidad con la opción de reproducirse con el lobo y tener descendencia fértil. Ambos animales a su vez pueden también reproducirse con el dingo australiano (Canis lupus dingo) y con el coyote (Canis latrans). Un biólogo que considera el concepto reproductivo de especie diría que en realidad estas 4 especies son una sola, mientras que un biólogo que considera el aspecto morfológico vería más de 4 especies (considerando las variedades del lobo y coyote).

La evidencia, por tanto, de la selección artificial (doméstica), apunta a cambios importantes en la forma del organismo (fenotipo) pero lo que no ha podido nunca hacer es generar una nueva especie desde el punto de vista genético (genotipo). En las escasas ocasiones en que se ha cruzado esta barrera, entran en acción los mecanismos de aislamiento reproductivo (precigótico y posticigótico, produciendo esterilidad híbrida, como en el caso de la mula producto del cruce de un asno (con 62 cromosomas) y un caballo (con 64 cromosomas). Aislamiento reproductivo post-cigótico en este caso.

Los dos clásicos ejemplos de Darwin de las polillas moteadas y los pinzones de Galápagos dan perfecta cuenta de las opciones de variabilidad o de plasticidad genética dentro de una especie, siempre enmarcada en un arquitectura biológica dada o bauplan y por cierto, teniendo la opción de volver al estado previo de la variación, como ha ocurrido efectivamente con el pico de algunos de los pinzones de Galápagos.

Toda la evidencia biológica fósil y aquella obtenida dentro de la historia investigativa humana apunta a la imposibilidad de saltarse de un bauplan a otro. Las barreras son infranqueables. Siguiendo la metáfora de Behe (1996), un automóvil puede ser convertido en deportivo, ser recortado y modificado como camioneta, ajustado para carreras, hacerlo descapotable y algunas otras opciones, dentro de su diseño arquitectónico original establecido. Estas variaciones equivaldrán a las posibilidades genéticas de un organismo. Lo que no es posible hacer con un automóvil, es convertirlo en un submarino o en una avioneta sin alterar radicalmente su plan original. Un submarino o una avioneta ostentan otros planes o prototipos. Esto último ha sido demostrado por la genética molecular.

De nuevo el ‘peligroso’ modelo bíblico

La genética molecular ha comprobado que el desarrollo del plan corporal de un animal no está controlado por algunos pocos genes individuales, sino que está regulado por una gran red de genes reguladores (GRGR) y, por lo tanto, la evolución de un plan corporal (anfibio a reptil, por ejemplo) necesariamente depende del cambio radical de la arquitectura de esta gran red de genes reguladores. Esta es una de las evidencias científicas más potentes que ha dejado sin piso a la evolución gradualista. ¿Cómo cambiar de una sola vez el diseño arquitectónico de un plan corporal, conformado por esta GRGR, para producir otro plan corporal? Esta pregunta vuelve al tema evolutivo al punto de partida, pero con la gran diferencia que a los Darwin del siglo 21 ya no les quedan grandes cosas que descubrir en el campo biológico (Horgan 1998).

En la edición Nº 55 de la revista Aguas Vivas se revisaron las numerosas teorías que se enmarcan en la corriente filosófico científica denominada ‘evolucionismo’, las que dan cuenta de la delicada encrucijada en que se encuentran las ciencias de la vida en la actualidad. Ninguna de ellas cuenta con un fundamento medianamente satisfactorio que explique el origen y diversificación de la vida en la Tierra. El evolucionismo en sus distintas versiones (darwinismo clásico, neodarwinismo, saltacionismo, neutralismo, endosimbiosis Evo-Devo, premeiótico, entre las más difundidas), ha fracasado en el intento, tras 150 años de intenso trabajo, sin duda muchas veces honesto en la búsqueda de explicaciones, pero equivocado en las premisas y conjeturas consideradas.

En este sentido, una vez más, el modelo bíblico sigue siendo el que mejor explica estos dos complejos fenómenos, el origen de la vida y la diversidad biológica pasada y presente en la Tierra. El modelo bíblico apunta a un diseño o arquitectura corporal establecida en planes morfológicos diferenciados para los distintos organismos, los que se agruparían por tipo (género de acuerdo al relato bíblico), a partir de los cuales se originarían finalmente las variedades morfológicas dentro de límites que no pueden ser traspasados.

Preguntas sin respuestas

La teoría evolutiva clásica, basada en la selección de pequeños cambios incrementales, ha requerido explicaciones a partir de la extrapolación de patrones observados en la adaptación de los organismos. Pero esto es equivalente a querer construir un edificio inteligente con sólo un par de piedras. La adaptación es un proceso inherente a la plasticidad genética de cada organismo vivo, pero la generación de un nuevo plan morfológico requiere un cambio radical de su plan genético. En este sentido, Davidson y colaboradores (2006), estudiando en profundidad este tema, han señalado que «ninguna clase de explicación en evolución proporciona un esclarecimiento en términos de cambios mecánicos (arquitectónicos) en el programa genético regulador (GRGR), que permita desarrollar el plan corporal».

Las propiedades de estructura y función de desarrollo de la gran red de genes reguladores de un plan corporal conducen a un antiguo y general problema en evolución animal: ¿Cuáles son los mecanismos que explican el hecho de que los grandes planes corporales se hayan mantenido casi sin cambios desde que hay registro de ellos, como el que se observa por ejemplo en la fauna de Chengjiang, provincia de Yunnan, China? (Davidson et al. 2006). Hoy en 2009 y luego de 150 años de desarrollo de la teoría evolutiva, no hay respuesta científica a esta pregunta.

Bibliografía

Brusca R. & G. Brusca. 2005. Invertebrados. 2ª edición en español, Mc Graw Hill Interamericana de España.
Conway Morris, S., 1998. The Crucible of Creation: The Burgess Shale and the Rise of Animals. Oxford University Press.
Chen J. Y. et al. 2000. Precambrian animal diversity: Putative phosphatized embryos from the Doushantuo Formation of China. PNAS. Vol. 97, Nº. 9, Pages 4457–4462.
Davidson, E. & D. Erwin. 2006. Gene Regulatory Networks and the Evolution of Animal Body Plans. Science 311, 796. Feb. DOI: 10.1126/science. 1113832.
Giribet G. 2002. Current advances in the phylogenetic reconstruction of metazoan evolution. A new paradigm for the Cambrian explosion? Molecular Phylogenetics and Evolution 24, 345–357.
Grassé P. 1977. Evolution of Living Organisms. Academic Press, New York.
Horgan J. 1998. El fin de la ciencia. Los límites del conocimiento en el declive de la era científica. Paidós Ibérica S. A. 351 pp.
Ridley. M. 2003. Evolution. Blackwell Science Ltd (United States). Third edition. 792 pages.
Shu D. 2008. Cambrian explosion: Birth of tree of animals. Gondwana Research 14. Pgs. 219-240.
Vannier, J., L’Explosion cambrienne ou l’émergence des écosystèmes modernes, C. R. Palevol (2009), doi:10.1016/j.crpv.2008.10.006.
Polkinghorne J. 2009. Creación y evolución son compatibles. La Vanguardia, España, 08 Feb.
Reina Valera. 1995. Santa Biblia, revisión 1995. Sociedades Bíblicas Unidas.
Revista Aguas Vivas: Nº 44/2007. Cuán cerca estamos de las bestias. Nº 50/2008. La Tierra no es un planeta más, es un hogar. Nº 55/2009. Bicentenario de Darwin, 1809-2009.