Tú vas, Señor, desparramando vida
en la pobre aridez del barro humano;
todo surco regado por tu mano
es viviente canción de rubio grano.
Tú conviertes la sed de pozos muertos
en fuentes refrescantes de aguas vivas;
y los desiertos, Cristo, que cultivas,
florecen en tus manos compasivas.
Llevas en ti, Señor, todo el milagro
de los huertos en flor, llenos de trinos;
y cuando pasas tú por los caminos,
se estremecen de cánticos divinos.
Francisco Estrello