«Temo que nunca veremos otro Tozer. Hombres como él no los forma la universidad, sino que son enseñados por el Espíritu» (Leonard Ravenhill).
Nacido el 21 de abril de 1897, en La Jose (ahora Newburg), una diminuta comunidad agrícola en la región montañosa de Pennsylvania occidental, Aiden Wilson Tozer influyó en su generación como pocos. Fue pastor, predicador, autor, editor, expositor en conferencias bíblicas, y mentor espiritual.
Pero más que eso, Tozer ganó la reputación de ser un profeta del siglo XX. Sus dones espirituales y su caminar con el Señor le permitieron un grado de visión con respecto a la verdad bíblica y la naturaleza y el estado de la iglesia evangélica en su día. Capaz de expresar sus percepciones de una manera hermosa, simple, poderosa, Tozer era a menudo la voz de Dios cuando las palabras de otros eran sólo ecos. Él vio a través de la niebla de la cristiandad moderna, señalando las piedras en las que podría tropezar si continuara su curso.
Primeros pasos
A.W. Tozer fue el tercero de seis hijos, y recibió muy poca educación durante su niñez. En cambio, le tocó ocuparse de las labores domésticas. En 1907, cuando su hermano dejó el hogar para trabajar en la fábrica de caucho Goodrich en Akron, Ohio, Tozer se vio forzado a hacer el difícil trabajo de un granjero. A los 15 años, toda la familia se trasladó a Akron, y Tozer fue a trabajar a la Goodyear.
Poco antes de su cumpleaños 17, Tozer oyó a un predicador callejero mientras regresaba a casa de su trabajo. Él no pudo sacudirse el simple mensaje. «Si tú no sabes cómo ser salvo, sólo clama a Dios, diciendo: ‘Señor, ten misericordia de mí, pecador’». Después de luchar con Dios durante un tiempo en casa, Tozer salió del santuario de su ático como una nueva criatura en Cristo. De hecho, aquel lugar se volvería de ahí en adelante su refugio, donde oraba y meditaba en la bondad de Dios.
Bajo la tutela de su futura suegra, Tozer progresó rápidamente en las cosas de Dios. Ella lo animó a leer buenos libros, estudiar la Biblia, y orar. También le instó a predicar, a menudo reuniendo a las personas en casa de ella para oírlo. A falta de una formación teológica, la presencia de Dios fue su aula. Sus cuadernos y herramientas consistieron en la oración y los escritos de los cristianos y teólogos tempranos – los puritanos y los grandes hombres de fe.
Tozer entró en la Iglesia Alianza Misionera poco después de su conversión, donde conoció a Ada Cecilia Pfautz, con quien se casó en 1918, a la edad de veintiún años. Del matrimonio nacieron siete hijos, seis varones y una mujer.
El amor de Tozer por la lectura saturó su vida familiar. Él examinaba a sus hijos sobre lo que leían y les contaba historias a la hora de acostarse. «Lo que más recuerdo de mi padre», evoca su hija Rebecca, «eran esas historias maravillosas que nos narraba». Pero la instrucción iba de la mano con la amonestación. Su hijo Wendell, uno de los seis varones nacidos antes de la llegada de Rebecca, recuerda: «Todos nosotros preferíamos ser tratados por nuestra madre que tener un rapapolvo de nuestro papá».
Comienzo de su ministerio
En 1919 Tozer fue llamado a servir como pastor en una pequeña iglesia en Nutter Fort, West Virginia. En estos principios humildes, Tozer y esposa comenzaron un ministerio que abarcaría unos cuarenta y cuatro años en la Alianza Cristiana y Misionera. Después seguirían otras iglesias en Indiana y Ohio. Aunque nunca asistió a un instituto bíblico o seminario, Tozer habría de recibir dos doctorados honorarios.
El dinero fue extremadamente ajustado en los días tempranos de su ministerio. Viviendo un estilo de vida simple y modesto, él y su esposa nunca poseyeron un automóvil, prefiriendo viajar en autobús y tren. Los Tozers hicieron un pacto de confiar en Dios para todas sus necesidades sin tener en cuenta las circunstancias. «Estamos convencidos de que Dios puede enviarles dinero a Sus hijos creyentes – ¡pero es cosa fácil emocionarse por el dinero y no dar gloria a quien es el Dador!». Nunca se movió de este principio. Las cosas materiales nunca fueron un problema. Si Tozer tenía comida, vestuario, y sus libros, él estaba dichoso.
De hecho, después de volverse un autor cristiano muy conocido, Tozer asignó muchos de sus derechos de autor a aquellos que estaban en necesidad.
Mientras pastoreaba aquella iglesia en Indianápolis, Tozer notó que su ministerio estaba cambiando, y que Dios lo conducía hacia una nueva etapa de servicio. Por primera vez él empezó a registrar sus pensamientos en papel. Este cambio abriría para él en el futuro un lugar como un escritor prolífico.
Su ministerio en Chicago
Corría la segunda mitad del año 1928. A.W. Tozer recibió una carta de una iglesia en el área sur de Chicago que lo quería como su pastor – pero él no estaba interesado. Nada en su espíritu lo inducía a dejar Indianápolis, donde él era un pastor feliz y exitoso.
Él recibió varias cartas más de Chicago insistiendo sobre el asunto. Finalmente, Tozer estuvo de acuerdo en predicar un domingo para ellos. Aquel primer domingo fue notable. Francis Chase, un amigo íntimo de Tozer, lo recordaba así. «Él dijo muy poco, y yo no esperaba mucho. Era bajo de estatura, de abundante cabellera negra, y ciertamente no lo que se dice un figurín de moda. Sus zapatos aun entonces eran pasados de moda. Yo lo presenté y lo dejé en la plataforma. Él no dijo nada acerca de sentirse contento de estar allí o cualquiera de esas frases usuales en tales ocasiones, sino simplemente introdujo el tema de su sermón, que era ‘la Abadía de Westminster de Dios’, basado en Hebreos 11».
Después del servicio, las personas susurraron a los líderes de la iglesia: «¡No le permitan escaparse!». Los líderes pensaban lo mismo. Aquí había un hombre que obviamente había pasado tiempo en la presencia de Dios. Le preguntaron si él podía pastorearles, pero Tozer contestó: «Eso no me corresponde a mí decidirlo».
Después de otros intentos fallidos, finalmente la persistencia del Tabernáculo del Evangelio de Southside, Chicago, fue recompensada. Todavía incierto sobre el movimiento que estaba haciendo, Tozer aceptó la invitación. Eufóricos, los líderes de la iglesia anunciaron su decisión. El 4 de noviembre de 1928, A., W. Tozer se hizo pastor del Tabernáculo del Evangelio de Southside.
Escribiendo a un amigo después de aceptar la llamada a Chicago, Tozer confidenció: «Tan pronto como traspasé el perímetro urbano de Indianápolis, tuve testimonio claro de mi decisión. Allí sentí sobre mi alma una dulce paz, y supe que yo estaba en la voluntad de Dios».
Ahora, un campo más grande se abría ante él. La situación de la iglesia de Southside era ideal. Chicago estaba experimentando un boom. Los profesores y estudiantes de los institutos cristianos de la ciudad encontraban que Tozer no sólo desafiaba el corazón, sino la mente. El ideal de Tozer era tener una iglesia donde el Espíritu de Dios fuera notorio cuando uno meramente cruzaba el umbral, y esto parecía haber sido logrado.
Desde el principio, su enfoque de predicación cautivó a la congregación. Había alrededor de ochenta personas cuando Tozer empezó, y la congregación tuvo que ampliar la construcción en 1941 para acomodar aproximadamente a 800. Muchos sentían que había sólo dos grandes iglesias en Chicago: la Moody Memorial Church, con Harry Ironside, y la Iglesia Alianza de Southside. Cientos de personas, especialmente estudiantes de la universidad cercana, acudían a sus servicios.
Tozer predicó sobre todas las doctrinas mayores y a través de libros enteros de la Biblia – pasando tres años en el Evangelio de Juan, por ejemplo.
Desde 1951, el ministerio de Tozer creció, cuando WMBI, la estación de radio Moody, inició la transmisión de un programa semanal desde el estudio de su iglesia. Su ministerio a los institutos bíblicos cercanos era su deleite especial. Tozer sirvió en la Iglesia Alianza de Southside desde 1928 hasta 1959, cuando aceptó el llamado de la Iglesia Alianza de Avenue Road en Toronto, Canadá.
Durante muchos años, Tozer ‘representó’ a la Alianza Cristiana y Misionera, de muchas formas. Pero a causa de lo elevado de su visión devocional, y la profundidad de sus visiones proféticas, él estaba mucho más allá de los límites de la ACM. En este aspecto de su ministerio él era, en su mayor parte, no-doctrinal.
Tozer solía decir: «Rehúso permitirle a cualquier hombre que me ponga sus lentes y me obligue a ver todo en su luz». Él literalmente «se quemó las pestañas» en su búsqueda de la verdad. Aparte de su lectura incansable de la Biblia, se entregó al estudio de los grandes clásicos en religión, filosofía, literatura, poesía, los padres de la iglesia y los místicos cristianos. Su amor especial por la poesía y los himnos de la iglesia dio alas a su predicación y a sus escritos.
Lector voraz, él leía un trozo, y luego pensaba y reflexionaba sobre lo que había leído. Decía a menudo: «Debes pensar diez veces más de lo que lees». Nunca leyó un libro meramente para decir que él lo había leído. Siempre un libro era para guiarse en su búsqueda de Dios. En un editorial que escribió sobre la materia, Tozer dijo que el mejor libro era aquel que ponía al lector en un tren de pensamiento y luego se retiraba, terminada su obra.
Su vida de oración
El ministerio de Tozer fue sustentado por la oración constante. Él era visto a menudo paseando por los pasillos de un santuario o postrado en el suelo, orando. Tozer decía a menudo: «Como un hombre ora, tal es él». Un biógrafo destacó: «Tozer ocupó más tiempo en sus rodillas que en su escritorio». «Su predicación, así como sus escritos, no eran sino extensiones de su vida de oración», comenta James L. Snyder, en el libro En Busca de Dios: La Vida de A.W. Tozer. Lo que él descubría en oración pronto hallaba aplicación en sus sermones, luego en sus artículos y editoriales y finalmente en sus muchos libros.
El predicador
Los sermones de A.W. Tozer nunca eran superficiales. Él pensaba profundamente acerca de Dios y quería que otros experimentaran al Dios que él conocía. Tozer tenía la habilidad de guiar a sus oyentes de tal manera que ellos pudieran medir sus propias vidas a través de la Palabra viva de Dios.
Todo lo que Tozer enseñaba y predicaba provenía del tiempo que él pasaba en oración. Allí cerraba las puertas al mundo y su confusión, enfocándose en cambio sólo en Dios.
Él comprendió temprano en su ministerio que Cristo lo estaba llamando a un tipo diferente de devoción – uno que requería un vaciarse de sí mismo y un hambre de ser llenado a desbordarse con el Espíritu de Dios. Fue también una devoción que lo consumió a lo largo de su vida.
«Dios se revela a los bebés», escribió Tozer, «y se esconde en espesa oscuridad de los sabios y los prudentes. Debemos simplificar nuestro acercamiento a Él».
El método de Tozer para predicar era la fuerte declaración de principios bíblicos, nunca una mera participación en estudios de palabras, ingeniosos esquemas o estadísticas. Su estilo era el desarrollo simple de la verdad tan naturalmente como una flor que se despliega bajo la luz del sol.
Hábil para expresar sus pensamientos de una manera simple pero poderosa, Tozer combinó el poder de Dios y el poder de las palabras para nutrir almas hambrientas, calar corazones humanos, y llevar las mentes terrenales hacia Dios.
Su humor, escrito y hablado, se ha comparado al de Will Rogers, honrado y doméstico. La congregación podía en un momento ser barrida por ventarrones de risa y al siguiente quedarse en un silencio santo. No era un narrador o contador de cuentos, pero en el giro de una frase, una aguda observación a través de sátira o una ilustración doméstica, él lograba su propósito.
Sus sermones no eran apelaciones emocionales superficiales. Detrás de ellos había un pensamiento sólido, y Tozer obligaba a los oyentes a que pensaran. Tenía la habilidad de hacerles enfrentarse a la luz de lo que Dios estaba diciendo.
Cuando predicaba, Tozer sostenía su Biblia en su mano izquierda y con su mano derecha sus notas. Él siempre predicaba con un esquema, normalmente un pedazo de papel plegado por la mitad, con notas cuidadosamente escritas en dos de las mitades interiores sujetas a la página de su Biblia. Todo el tiempo que predicaba se mecía de un lado a otro sobre sus pies.
Sobre todo en su propio púlpito, los primeros minutos parecía como si él fuera leyendo despacio, deliberadamente de un manuscrito inexistente. Nunca corría de arriba a abajo, rara vez se movía o hacía alguna demostración. En lugar de gritar, usaba frases frescas, precisas, concluyentes. Hablaba con voz tranquila y sabía cómo enfatizar las cosas rompiendo la frase con una palabra. Su idea del arte del sermón era: «Consigue bajar la idea y las palabras cuidarán de sí mismas en la entrega».
Tozer siempre hablaba en figuras, incluso en la conversación privada. Esto era debido, sin duda, a su entrenamiento, lectura y meditación. En la edición de las obras publicadas de Tozer, sus ilustraciones y la mayor parte de su humor fueron dejadas fuera.
El escritor y editor
En 1950 Tozer fue elegido editor del semanario Alliance Weekly, ahora llamado Alliance Life, revista oficial de la Alianza Cristiana y Misionera. El comité que presentó el nombre de Tozer, dijo de él: «Su estilo es claro y poderoso, y los creyentes amantes de la Biblia aprobarán su presentación única de un evangelio centrado en Cristo… en todas partes».
Esto probó ser profético, ya que, bajo la dirección de Tozer, la revista dobló su tiraje. El Alliance Weekly, por sobre todo, ayudó a establecer a Tozer como un portavoz de la iglesia evangélica en grande. Alguien observó que el semanario era la única revista suscrita solamente por sus editoriales. En efecto, muchos se subscribieron a ella simplemente por los punzantes editoriales y los profundos artículos de Tozer.
Ellos publicaron sus editoriales simultáneamente en Gran Bretaña. H.F. Stevenson, editor de la revista The Life of Faith en Londres, dijo: «Su examen de la escena contemporánea es tan pertinente a Gran Bretaña como a su propio país, de modo que sus artículos y libros también fueron leídos aquí con avidez».
En años recientes se han reunido varios de esos editoriales en el libro La Raíz del Justo. En ellos, Tozer fustiga sin piedad la falsa religiosidad de su tiempo. Así, los primeros párrafos de su libro dicen: «Una marcada diferencia entre la fe de nuestros padres y la misma fe entendida y vivida por sus hijos es que los padres se preocupaban por la raíz de la materia, mientras sus descendientes hoy sólo parecen interesados con el fruto».
«Mucho de lo que pasa en la cristiandad hoy es el breve esfuerzo luminoso de la rama desgajada para dar su fruto en su tiempo. Pero las leyes profundas de la vida están en su contra. La preocupación por las apariencias y un abandono correspondiente de la raíz invisible de la verdadera vida espiritual son señales proféticas que se han desatendido. Los «resultados» inmediatos son toda esa cuestión, pruebas rápidas de éxito presente sin un pensamiento de la próxima semana o el próximo año. El pragmatismo religioso está corriendo descontrolado entre los ortodoxos. La verdad es cualquier cosa que funciona. Si consigue resultados es bueno. Hay sólo una prueba para el líder religioso: el éxito. Todo se le perdona excepto el fracaso».
«Un árbol puede superar casi cualquier tormenta si su raíz es profunda, pero cuando la higuera que nuestro Señor maldijo se secó desde sus raíces inmediatamente se marchitó. Una iglesia que está firmemente arraigada no puede ser destruida, pero nada puede salvar a una iglesia cuya raíz está seca. Ningún estímulo, ninguna campaña de publicidad, ningún regalo de dinero y ningún edificio hermoso pueden traer vida al árbol sin raíces».
Tozer denunciaba que las iglesias en los años 50 se habían rendido a la mentalidad consumista: «Se han convertido en poco más que pobres teatros donde los ‘productores’ venden de puerta en puerta sus mercancías falsas con la plena aprobación de líderes evangélicos que pueden aun citar un texto santo en defensa de su delincuencia».
¿Se puede imaginar palabras tan fuertes como las suyas en una revista denominacional hoy? Imposible. Muchas de esas publicaciones han llegado a ser meras piezas de relaciones públicas, que nunca advertirán a los cristianos contra la espiritualidad muerta.
Tozer apreciaba también grandemente el arte y la excelencia. Sus escritos revelan que exigía el máximo de sí mismo. La lectura amplia y una mente disciplinada le proveían enormes recursos para las apropiadas expresiones que fluían de su lengua y pluma. A menudo decía: «Hay una palabra correcta; úsala». Invariablemente, él tenía la palabra correcta a su alcance.
Francis Chase, su amigo íntimo por más de treinta años, comparte esta visión de sus hábitos de trabajo. «Él me dijo una vez que iba a menudo a un pequeño desván en la iglesia para escribir algunos editoriales. Él decía que su corazón y su mente estaban tan secos y sin inspiración como una tablilla quemada. Allí abría su Biblia, posiblemente un himnario, se arrodillaba junto a un viejo sofá, tomaba un lápiz, y entonces el Espíritu Santo venía a él. Para mantenerse al ritmo de lo que inundaba su alma, tenía que escribir ferozmente. Cuatro o cinco editoriales se completaban de una vez».
La frescura de sus escritos asombra a algunos. Un amigo cercano y colega, el Dr. Nathan Bailey, último presidente de la Alianza Cristiana y Misionera, explica: «En sus escritos, dejó a otros encargarse de lo superficial, lo obvio y lo trivial, entregándose él a la disciplina de estudio y oración que produjeron artículos y libros que calaron profundo en los corazones de los hombres».
El gran cuidado con el cual produjo sus libros lo estableció como escritor devocional de una naturaleza clásica que será leída por mucho tiempo, aun cuando nosotros olvidemos su ministerio hablado. Él laboró diligentemente para desarrollar un estilo y fuerza de expresión que llamó continuamente la atención.
La imaginación viva y los poderes descriptivos de Tozer dieron fuerza e intensidad a sus presentaciones. Él pasaba horas produciendo meticulosamente sermones que nosotros podríamos describir como majestuosos y profundos. En lugar de gritar, usaba frases precisas y climáticas. Su voz y entrega eran más bien tranquilas, pero el mensaje penetraba el alma.
Como un ave de presa intelectual, Tozer podría rasgar en pedazos los argumentos defectuosos de un autor. Parecía tener una intuición espiritual que le permitía olfatear el error, nombrarlo por lo que era y refutarlo con firmeza.
Un profeta del siglo XX
Observando la vida cristiana contemporánea, él sentía que la iglesia estaba en un curso peligroso hacia comprometerse con las preocupaciones «mundanas». A través de su predicación y sus escritos, Tozer dio un toque de trompeta a los evangélicos para volver a las posiciones auténticas, bíblicas, personales e interiores que caracterizaron a la iglesia cristiana cuando ella era fiel a Cristo y su Palabra. Cuando él exponía las Escrituras, analizando o explicando una verdad bíblica, los oyentes eran encarados con decisiones que nunca olvidarían o lamentarían.
Tozer vivió en la presencia de Dios, por lo cual él vio claramente y habló como un profeta a la iglesia. Consciente de que el profeta debe oír a Dios, antes de hablar a los hombres («Ningún hombre califica para hablar si no ha escuchado primero» – decía), oraba de la siguiente manera: «Señor, enséñame a escuchar. Los tiempos son ruidosos, y mis oídos están cansados con los mil sonidos estridentes que continuamente los asaltan. Dame el espíritu del niño Samuel cuando él dijo, ‘Habla, que tu siervo oye’. Permíteme oírte hablar en mi corazón; permíteme acostumbrarme al sonido de tu voz. Que sus tonos puedan serme familiares cuando los sonidos de la tierra lleguen y el único sonido sea la música de tu voz hablante».
Como profeta, él buscó la gloria de Dios con el celo de Elías, y lamentó, con Jeremías, la apostasía del pueblo de Dios. Pero él no era un profeta de la desesperación. Sus escritos son mensajes de preocupación. Ellos exponen las debilidades de la iglesia y denuncian las concesiones; ellos advierten y exhortan. Pero también son mensajes de esperanza, porque Dios siempre está allí, siempre fiel para restaurar y cumplir Su Palabra a aquéllos que le oyen y obedecen.
La siguiente oración refleja cuál era su mayor ambición espiritual: «Señor Jesús, vengo a ti por preparación espiritual. Pon tus manos sobre mí. Úngeme con el aceite del profeta del Nuevo Testamento. Prohíbe que yo llegue a ser un escriba religioso y así pierda mi llamamiento profético. Sálvame de la maldición que lleva oscuridad a través del clero moderno, la maldición de transar, de la imitación, del profesionalismo. Sálvame del error de juzgar una iglesia por su tamaño, su popularidad o la cantidad de su ofrenda anual. Ayúdame a recordar que soy un profeta – no un promotor, no un gerente religioso, sino un profeta. Nunca me permitas volverme un esclavo de las multitudes. Sana mi alma de ambiciones carnales y líbrame de la comezón de la fama. Sálvame de la esclavitud a las cosas. No me permitas gastar mis días entreteniéndome en la casa. Pon el terror de ti sobre mí, oh Dios, y guíame al lugar de oración donde yo pueda luchar con los principados y potestades y los gobernantes de las tinieblas de este mundo. Líbrame de comer en exceso y dormir hasta tarde. Enséñame la autodisciplina para que yo pueda ser un buen soldado de Jesucristo».
«Acepto el trabajo duro y las pequeñas recompensas en esta vida. No pido ningún lugar fácil. Intentaré ser ciego a las pequeñas cosas que podrían hacer la vida más fácil. Si otros buscan el camino más suave, yo intentaré tomar la senda dura sin juzgarlos demasiado severamente. Esperaré oposición y trataré de tomarla tranquilamente cuando venga. Enséñame a usar lo que recibo de tal manera que no dañe mi alma ni disminuya mi poder espiritual. Y si, en tu providencia permisiva, la honra viniera a mí de parte de tu iglesia, permíteme no olvidar en esa hora que soy indigno de la menor de tus misericordias, y que si los hombres me conocieran tan íntimamente como yo me conozco, ellos detendrían sus honores o los darían a otros más dignos de recibirlos.
«Aunque he sido escogido por ti y honrado por una profesión alta y santa, nunca me permitas olvidar que no soy sino un hombre de polvo y ceniza, un hombre con todas las faltas naturales y pasiones que plagan la raza de los hombres. Te ruego, por consiguiente, mi Señor y Redentor, sálvame de mí mismo y de todas las heridas que yo pueda hacerme a mí mismo mientras trato de ser bendición para otros. Lléname de tu poder por el Espíritu Santo, y yo iré en tu poder y contaré de tu justicia. Yo extenderé el mensaje de amor redentor en tanto mis energías normales lo permitan».
Tozer, el místico
En el verdadero y mejor sentido de la palabra, Tozer era un místico. Él puso gran énfasis en la contemplación de las cosas divinas que tiene como resultado la vida de consciencia de Dios. El último proyecto literario de Tozer, completado justo antes de su muerte y publicado varios meses después, fue El Libro Cristiano de Verso Místico. Es una recopilación de la rica poesía mística que había alentado y bendecido el corazón de Tozer a lo largo de los años.
En la Introducción de ese libro él definió su significado del término místico: «La palabra ‘místico’ como se presenta en el título de este libro se refiere a esa experiencia espiritual personal común a los santos de los tiempos bíblicos y bien conocida por multitud de personas en la era post bíblica. Me refiero al místico evangélico que ha sido traído por el evangelio a una comunión íntima con la Deidad. Su teología no es menos ni más de lo que se enseña en las Escrituras. Él anda en la alta senda de la verdad por donde transitaron los viejos profetas y los apóstoles, y donde caminaron a través de los siglos los mártires, reformadores, puritanos, evangelistas y misioneros de la cruz. Él sólo difiere del cristiano ortodoxo ordinario porque experimenta su fe en lo profundo de su ser sensible, mientras el otro no. Él existe en un mundo de realidad espiritual. Él es reposado, profundo, y a veces casi extáticamente consciente de la presencia de Dios en su propia naturaleza y en el mundo alrededor de él. Su experiencia religiosa es algo elemental, tan viejo como el tiempo y la creación. Es el conocimiento inmediato de Dios por unión con el Hijo Eterno. Es conocer al Dador del conocimiento».
Investigadores posteriores han descubierto en su vasta bibliografía, alusiones a, al menos, 35 místicos que él recomendó, como Juan de la Cruz, Teresa de Ávila, etc. Lo cual es muy atípico en el contexto de un protestantismo muy conservador, como lo fue el del siglo XX.
Sin embargo, a sabiendas de que el apelativo de «místico» despertaría algunas suspicacias, se tomaba la libertad de aclarar aún más el concepto. «Algunos de mis amigos con buen humor –y otros un poco severamente– me han llamado un ‘místico’. Bueno, me gustaría decir esto sobre cualquier misticismo que se pueda suponer que tengo. Si un arcángel del cielo viniese, y empezara a decirme, enseñarme, y darme instrucción, yo le pediría el texto. Le diría: ‘¿Dónde se dice eso en la Biblia? Quiero saberlo‘. Insistiría en que fuese de acuerdo a las Escrituras, porque yo no creo en ninguna enseñanza extraescritural, ni anti-escritural, ni sub-escritural. Pienso que nosotros deberíamos poner el énfasis donde Dios lo pone, y continuar poniéndolo allí, y exponer las Escrituras, y permanecer en ellas. Aunque yo viera otra luz sobre la luz del sol, mantendría mi boca cerrada sobre eso hasta haber verificado con Daniel y Apocalipsis y el resto de las Escrituras para buscar alguna base en la verdad. Y si no fuese así, pensaría que sólo he comido algo que no debo, y no diría nada sobre ello. Porque no creo en nada que sea no escritural o anti-escritural».
La luz se apaga
En su diario andar y ministerio, Tozer tenía un sentir de Dios que lo envolvía en reverencia y adoración. Su ejercicio cotidiano era la práctica de la presencia de Dios, siguiéndolo con toda su fuerza y energía. Para él, Jesucristo era una maravilla diaria, una sorpresa recurrente, un asombro continuo de amor y gracia.
Durante su vida, él escribió nueve libros y compiló un décimo. Después de escribir dos biografías, él bosquejó La Búsqueda de Dios una noche en un tren, mientras su corazón estallaba a desbordar con la necesidad de los hombres de encontrar la «religión personal del corazón». Después de su muerte, los editores compilaron otros libros de sus editoriales y sermones grabados. Entre todos, hay más de cuarenta títulos, vertiendo con convicción cristiana profunda las verdades medulares: «Aparte de Dios, nada importa. Nosotros pensamos que la salud importa, o el conocimiento, o el arte o la civilización. Pero hay una palabra insistente que, indudablemente, sí importa. Esa palabra es eternidad».
Entre los más de cuarenta libros publicados, por lo menos dos se consideran como clásicos cristianos: La Búsqueda de Dios y El Conocimiento del Santo. Sus libros imprimen en el lector la posibilidad y necesidad de una relación más profunda con Dios.
Hacia el fin de su vida, Tozer comentó: «He hallado que Dios es cordial y generoso, y en todos los sentidos es fácil vivir con él». En efecto, durante casi cincuenta años Tozer vivió en Dios.
Sin embargo, él no era un hombre perfecto; tenía sus faltas y ‘verrugas’. Poseía una disposición que le causaba pesar y decepción. Aunque nunca desagradable o venenoso, en ocasiones él tenía que disculparse ante aquellos a quienes hirió inadvertidamente cuando hacía estallar espontáneamente sus globos de pretensión, pomposidad y postura.
Al final de su ministerio, él pidió a su congregación: «Oren por mí a la luz de las presiones de nuestro tiempo. Oren para que yo no llegue a un final de agobio – un viejo predicador exhausto, cansado, sólo interesado en hallar un lugar para dormir».
El 12 de mayo de 1963, a la edad de 66 años, las labores terrenales de A.W. Tozer terminaron, cuando fue víctima de un ataque cardíaco. Su fe en la majestad de Dios se hizo visible cuando él entró en Su presencia.
Sepultado en Akron, su lápida dice, simplemente: «Un hombre de Dios». En el funeral, su hija Becky dijo algo típico de lo que el propio Tozer habría dicho: «No puedo sentirme triste; sé que papá es feliz; él vivió para esto toda su vida». Y así fue. Aunque su presencia física está lejos, Tozer continuará sirviendo a aquellos sedientos por las cosas de Dios.