La parte de la historia de la Iglesia que no ha sido debidamente contada.
Retazos de luz entre nubes oscuras
Durante la Reforma, los anabaptistas habían enseñado y sacrificado sus vidas por la completa separación entre la iglesia y el mundo, incluyendo al poder político y civil del Estado. Una total independencia de cualquier potestad de este mundo para depender solamente de Cristo, su cabeza, había sido su meta. A continuación, Inglaterra se convirtió en el territorio donde estas verdades se encarnarían en numerosos grupos de hermanos que valientemente se enfrentaron al Estado y su determinación de establecer una iglesia que estuviese bajo su control.
En esta historia hemos de encontrar con tristeza, una y otra vez, la misma confusión de luces y sombras que caracterizó al período de la Reforma. Porque a ambos lados de la disputa hubo hermanos sinceros y convencidos de sus puntos de vista. Sin embargo, también la intolerancia hacia aquellos que pensaban distinto, así como la lealtad hacia sus reyes y gobernantes, pesó en muchos de ellos más que su vínculo espiritual con otros hermanos que anhelaban una iglesia más pura, simple y acorde con las enseñanzas del Nuevo Testamento. De esta manera, también en Inglaterra el Estado persiguió a aquellos creyentes que disentían de la iglesia oficial y sus prácticas. Estos hermanos perseguidos fueron conocidos en general con el nombre de No Conformistas.
La Reforma en Inglaterra
Sería un error pensar que todos aquellos disidentes de la iglesia oficial constituían un grupo organizado y homogéneo. Por el contrario, había entre ellos varios grupos, cuya diferencia radicaba en el grado de compromiso que concedían a la iglesia en su relación con el Estado. Para entenderlo mejor, es necesario considerar primero las peculiares características que tuvo la Reforma en Inglaterra.
A diferencia del resto de Europa, la separación de la iglesia católica romana no se produjo por motivos religiosos, sino por la decisión política del rey Enrique VIII, quien deseaba divorciarse de su primera esposa, Catalina de Aragón. El Papa le negó el divorcio, debido a que España, a cuya casa real pertenecía Catalina, era el gran bastión político y militar del catolicismo. Apoyado por el arzobispo Cranmer, primado de la iglesia de Inglaterra, quien sostenía que la Reforma debía producirse haciendo del poder civil un poder superior al eclesiástico, Enrique VIII separó a la iglesia inglesa de Roma, para convertirla en una iglesia nacional, cuya cabeza suprema sería el mismo rey (año 1531).
Como consecuencia, surgió la Iglesia de Inglaterra, que en principio no se diferenciaba en nada de su fuente católica, excepto en su rechazo a la autoridad de Roma. Sin embargo, desde hacía algunos años, el fermento espiritual de la Reforma ya había estado actuando en el país, inclusive entre muchos obispos de la iglesia oficial. William Tyndale había publicado en 1525 su edición del Nuevo Testamento en inglés, a pesar de la oposición del clero, y, de esta manera, abrió la puerta del conocimiento de las Escrituras al pueblo inglés. Aunque Tyndale fue quemado en la estaca en Bélgica (1536), tras haber huido de Inglaterra, su traducción probó ser una invaluable aliada de las ideas reformistas que por todas partes comenzaban a invadir la isla.
Tras la muerte de Enrique VIII, lo sucedió su hijo Eduardo VI, bajo cuyo reinado la iglesia de Inglaterra se volvió definitivamente protestante en cuanto a sus doctrinas fundamentales, aunque no en cuanto a sus prácticas, debido a la influencia de algunos destacados obispos, como Latimer, Ridley, Coverdale y Cranmer. Sin embargo, a su breve reinado siguió el fanático gobierno de la católica reina María, quien, a causa de sus excesos y crueldades, fue llamada por sus compatriotas Bloody Mary (María la Sanguinaria).
Ésta intentó ahogar la Reforma en un baño de sangre, en el que sufrieron el martirio miles de creyentes, incluyendo los grandes obispos reformadores. No obstante, y paradojalmente, nada hizo más por la causa de la Reforma en Inglaterra como las crueldades de María y el valiente martirio de aquellos nobles obispos. Como tinta indeleble se grabaron en el corazón del pueblo inglés las proféticas palabras que Latimer dirigió a Ridley cuando ambos enfrentaron juntos las llamas de la hoguera: «Ten ánimo, Maestro Ridley, y sé un hombre; este día nosotros, por la gracia de Dios, encenderemos en Inglaterra una antorcha que jamás podrá ser apagada».
Tras la muerte de María, ascendió al trono Isabel I, quien, forzada por las circunstancias, debió favorecer la causa protestante de la Iglesia de Inglaterra, ya que, siendo hija ilegítima del segundo matrimonio de Enrique VIII (rechazado por el Papa), nunca contó con la aprobación de Roma para reinar. Por lo mismo, debió buscar apoyo en las naciones protestantes contra la amenaza católica de Felipe II de España. Este hecho, unido a los ya mencionados anteriormente, inclinó la balanza de manera decisiva hacia el protestantismo en Inglaterra. Sin embargo, también dio ocasión para el nacimiento y la persecución de los hermanos disidentes, pues la Iglesia de Inglaterra tenía por cabeza a la Reina, y todos los súbditos del reino fueron forzados por ley a permanecer en ella.
Los No Conformistas
Por cierto, muchos creyentes se opusieron a que la iglesia tuviese por cabeza un rey humano, y no al Señor Jesucristo. Por otra parte, muchos rechazaron la falta de conformidad con las enseñanzas bíblicas en las prácticas de la iglesia oficial, que retuvieron mucho del ritual, la pompa y el ceremonial del catolicismo. Otros iban más lejos, y siguiendo las ideas de los anabaptistas, rechazaban por completo la idea de una iglesia sometida al Estado, que no distinguía entre creyentes y no creyentes. Por último, estaban aquellos que, al igual que los anabaptistas, rechazaban el bautismo de niños, y reclamaban un bautismo libre y responsable como señal distintiva de la separación entre la iglesia y el mundo.
Este estado de cosas cristalizó en diferentes grupos y movimientos no conformistas, que a veces actuaron de común acuerdo y en otras, en lados opuestos de la disputa, dependiendo de los vaivenes políticos de la nación. Todos ellos fueron conocidos como No Conformistas, debido a su rechazo de la iglesia establecida por el Estado.
Entre ellos, quienes aprobaban la existencia de una iglesia estatal, pero que, no obstante, anhelaban que conformase sus prácticas a la Escritura según los lineamientos formulados por Calvino, y más aún por el reformador escocés John Knox, fueron conocidos como Presbiterianos. Estos, además, objetaban el gobierno episcopal, y proponían uno de tipo precisamente ‘presbiteriano’, aunque igualmente centralizado. Quienes rechazaban la unión de la iglesia y el Estado, aunque otorgaban a veces cierto rol al Estado como protector y defensor de la «fe verdadera», fueron conocidos como «Independientes». Y finalmente, aquellos que seguían la visión más radical de los anabaptistas, y rechazaban cualquier tipo de unión o protección del Estado, y a la vez rechazaban el bautismo de niños, fueron conocidos como Separatistas y, también, «Bautistas». Por supuesto, las líneas de separación entre todos estos no siempre fueron nítidas, pues se trató de una época en que muchos buscaban la verdad en las diversas facciones cristianas.
Tanto independientes como bautistas rechazaban cualquier gobierno eclesiástico por encima de cada congregación particular de creyentes, fuera episcopal o presbiteriano, y por eso fueron conocidos también como «congregacionalistas». Fue a través de ellos que vino la idea de que cada congregación debe ser considerada como una iglesia autónoma e independiente de cualquier gobierno superior, sea este eclesiástico o político.
En verdad ellos vieron en la Escritura un principio hasta entonces olvidado: que en el Nuevo Testamento cada congregación o iglesia era independiente de las demás en gobierno y administración, teniendo a Cristo como cabeza, aunque mantenían entre ellas lazos de hermandad y comunión. Así, un importante paso en la restauración de la iglesia fue dado en aquellos años por los así llamados hermanos No Conformistas. No obstante, como veremos luego, aquí también estuvo el origen del moderno denominacionalismo evangélico, con todas sus innumerables y dolorosas divisiones.
Todos estos grupos compartían un ideal de pureza, santidad y espiritualidad, tanto individual como congregacional, por cuya causa fueron también conocidos genéricamente como «Puritanos». Su interés principal fue la existencia de una iglesia pura, espiritual, libre de tradiciones humanas, y plasmada en congregaciones libres para seguir al Señor conforme a la dirección de su Palabra y su Espíritu. Daban, por lo mismo, un énfasis central a la predicación de la Palabra, pero no realizada de una manera formal y convencional, sino inspirada y profética. De hecho, muchos de ellos empleaban la expresión «profetizar», tomada de 1ª Corintios 14, en lugar de «predicar». Y todos ellos adherían fervorosamente a las doctrinas reformadas, aunque haciendo un gran énfasis en la vida y la experiencia, antes que en el conocimiento meramente académico e intelectual de las mismas.
Iglesias independientes y persecuciones
Existen registros de que existían en Londres iglesias no conformistas en el año 1555, durante el reinado de Isabel I. También las había en otras partes de Inglaterra, muchas de las cuales llegaron a estar, más tarde, asociadas con las enseñanzas de Robert Browne.
Éste había estudiado en Cambridge y convertido en un puritano favorable a la idea de una iglesia estatal. Pero, por razones desconocidas, cuando tenía alrededor de 30 años, su perspectiva experimentó un cambio radical. En 1581, él y otros amigos establecieron una iglesia independiente en Norwich. Pronto su enseñanza atrajo sobre él y aquella congregación la persecución del Estado, pues la disensión de la iglesia oficial estaba prohibida y se castigaba con la prisión o la muerte. Por tanto, él y una gran parte de la congregación, huyeron de Inglaterra y se refugiaron en Holanda, que a la sazón se había convertido en refugio de muchos cristianos disidentes de la iglesia estatal, llegados de diversas partes de Europa.
Desde Holanda, Browne continuó escribiendo tratados en los que mostraba cómo la iglesia consiste en compañías de creyentes unidas a través de su comunión con Cristo. Cada congregación debe establecer sus propios oficios por los cuales debe ser gobernada (pastores y diáconos), de una manera totalmente independiente, aunque estrechamente vinculada con otras congregaciones por lazos espirituales de amor.
En 1583, dos hombres fueron ahorcados en Inglaterra por distribuir su literatura, mientras que sus libros fueron quemados. A pesar de todo Robert Browne retornó a Inglaterra, donde, después de ser perseguido y cazado, fue encarcelado. Allí su mente y su cuerpo colapsaron al fin bajo el intenso sufrimiento que debió soportar. Aceptó regresar por fuerza a la iglesia oficial, donde permaneció hasta su muerte en el año 1633.
Todo tipo de disensión de la iglesia oficial fue prohibida y perseguida: presbiterianos, y en especial independientes y bautistas. Cientos y quizá miles murieron en la cárcel debido al maltrato, las malas condiciones de vida y las enfermedades que sufrieron allí dentro.
Otras figuras prominentes entre los independientes fueron Barrowe, Greenwood y Penry. Los dos primeros fueron ahorcados por sostener que el único curso correcto para aquellos que no creían que la iglesia estatal fuese bíblica, era separarse de ella. Y que resultaba también deshonroso para un hombre aprobar aquello en lo que no creía, y aceptar incluso una posición dentro de ello y recibir además un pago (en referencia a la iglesia estatal). Por otra parte, Penry fue conmovido por la condición miserable de la gente en Gales, y trabajó infatigablemente entre ellos predicando, y estimulando a otros a hacer lo mismo. Era un hombre de carácter santo, amable y compasivo, por lo que fue muy estimado entre las personas comunes a quienes servía. Tuvo mucho éxito en la conversión y edificación de numerosos creyentes en Gales, Escocia e Inglaterra, dentro de congregaciones ‘independientes’. Pero esto le atrajo la envidia y la enemistad del clero galés. Capturado finalmente en Londres, fue colgado poco después de sus compañeros de labor.
La iglesia que estos hermanos ayudaron a establecer en Londres fue conocida como «Privye Church». Se reunían sobre el principio de «dos o tres reunidos en el nombre del Señor», en diferentes casas, o bien al aire libre. En 1567 fueron sorprendidos mientras celebraban una de sus reuniones y catorce de sus miembros resultaron encarcelados.
En 1592, cincuenta y seis fueron capturados en otra reunión de adoración. Muchos de ellos pasaron largos años en prisión, recluidos en oscuros calabozos, aprisionados con grillos y cadenas, en la más completa indefensión y miseria. Un total de 41 hermanos de entre ellos murieron en la cárcel en el transcurso de varios años de persecuciones.
La posición de la Iglesia Oficial
La defensa oficial de la Iglesia de Inglaterra fue llevada a cabo por el obispo Richard Hooker, en oposición a los planteamientos no conformistas, en su libro «Política Eclesiástica». Resulta ilustrativo conocer sus ideas, pues en ellas se resumen claramente los principales argumentos de aquellos que rechazan cualquier cambio del orden neotestamentario de la iglesia, y que abogan por la flexibilidad y la acomodación a las «circunstancias históricas» del mismo.
Describiendo los planteamientos no conformistas dice: «Porque está fuera de duda que el primer estado de cosas fue el mejor, que en el principio de la religión cristiana la fe fue más pura, las Escrituras de Dios mejor entendidas por todos los hombres… en consecuencia se sigue por necesidad que las costumbres, leyes y ordenanzas fabricadas después no son buenas para la Iglesia de Cristo; pero, que el mejor camino es cortar por completo las invenciones posteriores y reducir las cosas al antiguo estado en que estuvieron al principio».
Y su respuesta a esta posición fue la siguiente: «Así que al atar la Iglesia a las órdenes del tiempo de los apóstoles, la atan a una regla increíblemente incierta; ellos demandan que no se observe ninguna orden, salvo aquellas que puedan ser reconocidas como apostólicas por medio de los mismos escritos apostólicos… Estoy seguro de que el significado de estas no es que deberíamos congregar a nuestro pueblo en reuniones secretas y cerradas para servir a Dios; o que los ríos y arroyos deberían ser usados para bautizar; o que la eucaristía (Cena del Señor) debería ser ministrada después de una comida; o que la costumbre de que la iglesia festeje junta debería ser renovada; o que toda clase de provisión económica estatal para el ministerio debería ser completamente abolida, y su situación debería depender otra vez de la devoción voluntaria de los hombres. En estas cosas percibimos cuán inadecuado es en el presente lo que fue conveniente en la primera edad. La fe, el celo y la piedad de los primeros tiempos son dignas de ser honradas ¿Pero, prueba esto que las órdenes de la Iglesia de Cristo deben ser aún acomodas a ellas; que nada puede ser a menos que haya sido entonces; o que, desde que estas costumbres han cesado, nada posterior es aceptable?».
Ahora bien, el asunto sólo podía responderse a partir de otra pregunta: ¿Las formas del Nuevo Testamento eran circunstanciales, temporales y producto de la contingencia, o expresaban de un modo único y verdadero la naturaleza de la Iglesia? Una cuidadosa e independiente revisión del Nuevo Testamento, hecha en un espíritu de obediencia, llevó a muchos hermanos a comprender que no se trataba de principios circunstanciales, sino de la esencia misma de la iglesia. Por ello, el regresar no sólo a la doctrina del Nuevo Testamento, sino también a sus principios y formas de organización y funcionamiento, resultaba vital. La vida tiene su manera propia y única de crecer y desarrollarse, y ninguna circunstancia histórica puede justificar el desarrollo de estructuras e instituciones extrabíblicas para contenerla, pues eso significaría, a largo plazo, suprimirla, tal como la historia de la Iglesia se ha encargado de demostrar una y otra vez.
Por cierto, en aquel tiempo, como siempre sucede en estos casos, había diferentes grados de luz y no poca confusión. Distintos y opuestos puntos de vista eran sostenidos por hermanos igualmente honestos y sinceros en su fe. Esto no se puede juzgar ni condenar. Lo que resulta, sin embargo, injustificable, es el espíritu de resentimiento, intolerancia y rencor que siguió a toda la disputa.
El poder político y la gracia divina son básicamente incompatibles. Cuando el uno y el otro se encuentran unidos, la gracia, la compasión y la misericordia desaparecen, dejando lugar a un espíritu implacable y carente de misericordia. Pues el Estado tiene sus propios fines, por completo ajenos a los fines del evangelio. La iglesia ha debido sufrir demasiado a lo largo de los siglos debido al olvido, descuido o rechazo de esta verdad.
En esta extraña, compleja y, en ocasiones, trágica historia de la iglesia en Inglaterra, encontramos en germen de casi todo lo que hoy conocemos como cristianismo evangélico, con todas sus luces y sombras. Los diferentes grados de asociación con el Estado, desde el compromiso anglicano casi total en lo que se refiere a organización y gobierno (aunque no en cuanto a doctrina); pasando por la idea presbiteriana de un Estado cristiano más flexible, pero quizá aún muy comprometida; hasta la independencia total de las iglesias congregacionalistas, con dos posibles caminos a seguir: el denominacionalismo evangélico, o las iglesias neo-testamentarias. El primer camino fue seguido casi invariablemente por los creyentes independientes que vinieron después de aquella época. El segundo debió esperar por mucho tiempo más.
Sin embargo, aquel tiempo fue testigo de cómo muchos hermanos levantaron la antorcha de la restauración en medio una gran adversidad y oposición, y se sacrificaron, al igual que muchos antes de ellos, por ser fieles a la iglesia delineada en las páginas del Nuevo Testamento. En ellos podemos descubrir el río secreto del Espíritu que ha fluido a través de los siglos para mantener siempre sobre la tierra el testimonio de Dios. Más adelante veremos como ese testimonio se irá haciendo cada vez más explícito. (Continuará).