A mediados del siglo XIX una conmoción sobrevino a la ciudad de Nueva York. Miles de comercios quebraron cuando los bancos fallaron, y el ferrocarril fue a la bancarrota. Las fábricas cerraron y un enorme número de personas perdió el empleo. Sólo la ciudad de Nueva York tenía 30.000 desempleados.
El 1 de julio de 1857, un hombre de negocios tranquilo y celoso llamado Jeremiah Lanphier fue nombrado misionero en el centro de la ciudad de Nueva York. Lanphier fue nombrado por la Iglesia del Norte, que pertenecía a la Iglesia Reformada Holandesa. Esta iglesia estaba sufriendo una disminución de la membresía por el traslado de la población del centro a las mejores zonas residenciales, y al nuevo misionero se le encomendó que visitara con diligencia a las personas del vecindario con el fin de aumentar la asistencia a la iglesia de personas de la población flotante de la parte baja de la ciudad.
Con carga por los necesitados, Jeremiah Lanphier decidió invitar a otros a unirse a él en una reunión de oración al mediodía una vez a la semana, los miércoles. Era una invitación dirigida a los hombres de negocio en general. Distribuyó un folleto que decía lo siguiente: “¿Cada cuánto debemos orar? Siempre que vengan a mi corazón palabras de oración, siempre que vea que necesito ayuda, siempre que sienta el poder de la tentación, siempre que experimente un bajón o que sienta la agresión de un espíritu mundano. En oración cambiamos el tiempo por la eternidad, y el negocio con los hombres por el negocio con Dios”. El texto mencionaba la hora (12 a 13 hrs.) y el lugar, y agregaba: “Yo estaré una hora; pero está abierta tanto a aquellos que no puedan estar más de cinco minutos como a aquellos que puedan permanecer toda la hora”.
De acuerdo con esto, a las 12 en punto, el 23 de septiembre de 1857 se abrió la puerta y el fiel Lanphier tomó asiento para esperar la respuesta a su invitación. (…) Pasaron cinco minutos. No apareció nadie: El misionero se paseó preocupado por la habitación luchando entre el temor y la fe. Pasaron diez minutos. Aún no venía nadie. Pasaron quince minutos. Lanphier seguía estando solo. Veinte minutos; veinticinco, treinta, y después, a las 12,30 se escucharon unos pasos en las escaleras y apareció la primera persona; después, otra, otra y otra. Seis personas estaban presentes cuando comenzó la reunión de oración. El miércoles siguiente hubo cuarenta.
Así que la primera semana de octubre de 1857 se decidió tener una reunión diaria en vez de semanal. En seis meses, diez mil hombres de negocios se reunían diariamente para orar en Nueva York, y en dos años se añadieron un millón de convertidos a las iglesias norteamericanas.
Sin duda, el mayor avivamiento en la pintoresca historia de Nueva York estaba sacudiendo la ciudad, y fue de tales dimensiones que toda la nación sintió curiosidad. No hubo fanatismo ni histeria, simplemente un increíble movimiento de personas que oraban.