La aldea de Betania, cerca de Jerusalén, tiene en el Nuevo Testamento una connotación muy particular. Allí vivían tres hermanos, Marta, María y Lázaro, que eran amigos de Jesús. El Señor encontraba en esa casa el afecto y la devoción que no hallaba en otros lugares, en Jerusalén, por ejemplo.

La Escritura registra varias escenas ocurridas en Betania, breves, pero muy significativas. En la primera de ellas, María está sentada a los pies del Señor, oyéndole, mientras Marta su hermana sirve afanosamente. Cuando Marta recrimina a su hermana delante del Señor, él defiende a María, pues ella ha escogido la buena parte (Lc. 10:38-42).

Luego, hay otra escena en que las dos hermanas lloran la muerte de su hermano. Lo hacen de dos maneras diferentes, pero cuando el Señor resucita a Lázaro, ambas son consoladas (Juan 11). Una tercera escena nos muestra a Marta sirviendo (sin reproche) y a María postrándose a los pies del Señor para ungirle con su perfume de nardo puro. Lázaro, en tanto, está sentado a la mesa con Jesús (Juan 12:1-8).

Aun hay una cuarta escena en Betania: «Y los sacó fuera hasta Betania, y alzando sus manos, los bendijo. Y aconteció que bendiciéndolos, se separó de ellos, y fue llevado arriba al cielo» (Lc. 24:50-51). En Betania ocurrió la escena final en el ministerio terrenal del Señor. Lo último que vieron sus ojos, al ascender a los cielos, fue a sus amigos Marta, María y Lázaro, y sus discípulos. ¡Qué bienaventuranza para aquéllos!

Betania representa el remanente de Dios en los días del Nuevo Testamento. Allí, en esa intimidad carente de toda pretensión, apartada del centro religioso imperante, el Señor Jesús es valorado, amado y servido como es digno. Allí no está el ceremonial que tipifica su figura; allí está él mismo. No están las frías maneras que la hipocresía ha desvirtuado; está él mismo. Allí no hay una mera devoción de labios, sino que hay lágrimas de gratitud y de gozo.

Un hogar sencillo y común, y no un templo fastuoso; el amor fluye de corazones sinceros. Es Betania, donde las penas son aliviadas; es la Casa de Dios hecha de corazones de carne, donde Cristo es el centro. Todas las miradas se dirigen a él; Su mirada se posa sobre cada uno de los que él ha llamado, y les consuela de todas sus angustias. Su voz apacible da reposo al corazón. Allí no hay otro nombre, ni otra doctrina, porque él es suficiente.

Los que habitan en Betania estaban en otro tiempo lejos y destituidos; por eso, ellos no tienen nada propio que exhibir. Son absolutamente indignos y desconocidos. Sin embargo, allí han sido consolados. Y cuando sobrevienen la prueba y el día malo, ellos encuentran en Cristo la resurrección y la vida. Luego, en gratitud, ellos ofrecen su nardo puro, que perfuma toda la Casa.

Betania ayer, y Betania hoy. Paz, consuelo, amor derramado, servicio gozoso, testimonio irrefutable de que Cristo ha resucitado y ha ascendido para, en cualquier momento, regresar.

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